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El Experimento
Acabo de
ver por televisión la película “El experimento” y no ha sido un simple
entretenimiento. Antes de seguir con el tema aclaro que hay dos con este mismo
título, una alemana del año 2001 y otra estadounidense, hecha en
Hollywood en el 2010, la
primera es mucho mejor, la que hoy vi fue esta última. De todos modos
cualquiera de las dos nos permitirá hacer este juego nuestro de tirar ideas al
aire y ver como por ahí, al encontrarse, van formando figuras, algunas nuevas,
otras no tanto.
A partir
del tema y de la violencia que contiene esta película, tanto física como
psíquica, se pueden plantear una serie de preguntas que difícilmente podrán ser
contestadas salvo como una aproximación personal al tema.
Quizá la
más importante sea si existe una esencia, una naturaleza humana, si es que las
circunstancias, como comúnmente se dice, “sacan” lo mejor o lo peor nuestro, o
sea que serían algo así como el anzuelo que de nuestro interior obtiene algo
bueno o malo, o si, por el contrario, esas mismas circunstancias son las que
van armando y presionando para que se cumplan las conductas que aparecerán, o
sea que en realidad no habría una esencia humana, sino que esta se va haciendo
a cada momento. Cualquiera de las respuestas que nos demos no podrá ser probada
nunca, quedará dentro del juego de las posibilidades, pero representará
consecuencias muy reales. Si creemos que las personas son “buenas” o “malas” “por
naturaleza” lo que elijamos como educación, por ejemplo, será diferente y ni
que hablar de lo que llamamos delito y su penalización que si creemos que lo
que somos se va armando.
Esto también nos lleva a preguntarnos si en
realidad hemos evolucionado desde nuestros ancestros, nuestros hermanos menores
los monos o seguimos siendo como ellos, nada más que con una superficie más
amigable y “socializada”.
También
plantea el tema de las circunstancias, de la historia personal en relación a
ellas y a la más grande que es el momento social que vivimos. Implica también
los roles que nos adjudicamos en este
mundo que creamos, y como cada uno configura una relación de poder determinada
y sobre todo, relaciones con la ley, con la posibilidad de transgredirla, en
definitiva se plantea el tema de la impunidad.
Más que un
experimento la película habla de la sociedad y sus modos, del lugar que cada
uno de nosotros tiene y sus posibilidades.
Se trata de
un grupo de hombres elegidos por unos investigadores mediante interrogatorios y
pruebas psicológicas. Los seleccionados son llevados a un lugar apartado, alejado
del mundo conocido por ellos y en ese lugar son divididos en dos grupos, uno
será de los guardias y el otro, de los prisioneros. El señuelo será la paga, si
por algún motivo el experimento es interrumpido no se les pagará. Este sencillo
argumento es el marco a partir del cual se desarrollan las relaciones entre las
personas.
Lo
interesante de este film es que está inspirado en un experimento psicológico
real realizado en 1971 por el profesor Phillip Zimbardo de la
Universidad de Stanford en el que 75 estudiantes fueron seleccionados para
adoptar los roles de prisionero o guardia dentro de la reconstrucción de una
prisión en el sótano de la facultad por una paga de quince dólares diarios.
Los carceleros recibieron uniformes y porras mientras que los presos
recibieron ropa acorde a su condición. El objetivo era estudiar los
efectos de asumir estos papeles, la internalización de los roles y el abuso de
autoridad y de violencia en función de un entorno social determinado, en este
caso una prisión. Lo que comienza siendo un claro juego de roles se va
convirtiendo en una realidad que tiene claras consecuencias que la modifican o
refuerzan, a tal punto que se llegó al exceso y tortura por parte de los
guardias que originó un motín en los “prisioneros”. Esta experiencia estuvo programada para
catorce días pero por todo esto, debió ser cancelada a los seis.
En este caso, una vez más la ficción y la realidad se
mezclan a tal punto que al ver esta película no se puede
dejar de pensar en los
abusos perpetrados por parte de las fuerzas norteamericanas en la prisión
de Abu Ghraib en el 2004.
Como al pasar, como una característica más dentro del
proceso que se va mostrando, aparece la sexualidad y su ligazón con el poder. Y
aquí vale la pena detenernos un poco, y recordar que eso que llamamos
sexualidad, que lo damos por “natural” en cada uno de nosotros, en realidad es
parte de nuestra construcción social. Nosotros no nos vemos cara a cara con
nuestros impulsos sexuales, sino con su configuración dada por nuestra familia,
por la educación, por la moral, por la religión y por muchos otros factores.
Como aparece el sexo, como se juega dentro de este marco de relaciones acotadas
que es la prisión y por lo tanto, su vinculación con el poder, puede ser
llevado en general a toda nuestra vida, porque no olvidemos, la prisión es un
extremo casi bizarro de lo que son las relaciones dentro de esta sociedad
jerárquica en la que esta división en clases es en sí misma violencia y está
sostenida por la violencia misma.
Quizá sea muy extremoso decir que todo este
mundo que hemos construido y que a regañadientes sostenemos es una especie de
prisión sin celdas en la que cada uno tiene un rol y estamos en esta supuesta
libertad siempre y cuando no alteremos el “orden”, no nos opongamos al sistema
tal como está dado.
Dentro de este orden los transgresores están permitidos y
hasta son necesarios como válvula de escape del malestar, forman parte de esas
huestes que andan por la sociedad enarbolando sus cualidades y que son mirados
con alguna antipatía pero tolerados mientras se mantengan dentro de los límites
o sea, mientras no sean realmente peligrosos. Ir más allá ya implica
enfrentarse a la ley, romper con el supuesto contrato social que nunca hemos
firmado pero que sin embargo debemos cumplir. Es entonces cuando se hacen
visibles los barrotes de las celdas, cuando se evidencia que la libertad no es
tal.
Es casi de cajón decir que en la película lo que aparece con
claridad es que la estructura en sí misma es violenta, y que al imponer la desigualdad
como parte de esa estructura misma, lo que hace es fomentar más violencia que
lleva a una mayor desigualdad. Aparece la ley, el reglamento, como un arma que
es usada por aquellos que se hallan en el lugar superior de la pirámide, el
jefe que somete al subordinado, el inferior que se descarga con el preso y la
única posibilidad que le queda al de abajo es el acatamiento del orden aunque
sea injusto y violatorio o su ruptura en un motín que busca la reestructuración
del poder. Ya sabemos que en general esto implica algunos muertos de parte de
los amotinados.
La ley supone un punto en común, el que iguala, por eso
decimos “iguales ante la ley”, es la que constituye la democracia en oposición
a otras formas como la monarquía o las dictaduras. Cuando la ley ya no tiene
esta función, cuando la corrupción del estado llega a límites insostenibles,
cuando la impunidad es la norma, cuando la desigualdad no solamente se hace
ostentosamente evidente y es usada para humillar, es cuando la ley cae, es el
momento en que los barrotes invisibles de esta cárcel se hacen evidentes y
comienza a desestructurarse el juego, las violencias se multiplican: si el
juez, si el ministro, si el secretario, roban, yo también puedo hacerlo, y al
mismo tiempo comienza a prepararse el
motín.
El experimento real, el llevado adelante por el profesor
Zimbardo de la Universidad de Stanford, tuvo que ser interrumpido porque dejó
de ser una prueba de laboratorio para inscribirse en la vida cotidiana ya no
como un experimento sino como una réplica de la sociedad.
Hoy termino con una poesía de Alberto Luis Ponzo, llamada
Masacre:
Nada podrá hacer
un grito o caricia
Alberto Luis Ponzo |
este desgarramiento
entre oscuras letras
el silencio que arranca
lágrimas de las manos
cerradas de espanto
la cabeza alzada
en pedazos de ser
masacre
sueño desangrado
que llegue un día el fin
el cierre de la muerte
la perpetua
respuesta
a los culpables.