miércoles, 18 de diciembre de 2013

81 - El Experimento

81
El Experimento

Acabo de ver por televisión la película “El experimento” y no ha sido un simple entretenimiento. Antes de seguir con el tema aclaro que hay dos con este mismo título, una alemana del año 2001 y otra estadounidense, hecha en Hollywood en el 2010, la primera es mucho mejor, la que hoy vi fue esta última. De todos modos cualquiera de las dos nos permitirá hacer este juego nuestro de tirar ideas al aire y ver como por ahí, al encontrarse, van formando figuras, algunas nuevas, otras no tanto.

A partir del tema y de la violencia que contiene esta película, tanto física como psíquica, se pueden plantear una serie de preguntas que difícilmente podrán ser contestadas salvo como una aproximación personal al tema.


Quizá la más importante sea si existe una esencia, una naturaleza humana, si es que las circunstancias, como comúnmente se dice, “sacan” lo mejor o lo peor nuestro, o sea que serían algo así como el anzuelo que de nuestro interior obtiene algo bueno o malo, o si, por el contrario, esas mismas circunstancias son las que van armando y presionando para que se cumplan las conductas que aparecerán, o sea que en realidad no habría una esencia humana, sino que esta se va haciendo a cada momento. Cualquiera de las respuestas que nos demos no podrá ser probada nunca, quedará dentro del juego de las posibilidades, pero representará consecuencias muy reales. Si creemos que las personas son “buenas” o “malas” “por naturaleza” lo que elijamos como educación, por ejemplo, será diferente y ni que hablar de lo que llamamos delito y su penalización que si creemos que lo que somos se va armando.

Esto también nos lleva a preguntarnos si en realidad hemos evolucionado desde nuestros ancestros, nuestros hermanos menores los monos o seguimos siendo como ellos, nada más que con una superficie más amigable y “socializada”.

También plantea el tema de las circunstancias, de la historia personal en relación a ellas y a la más grande que es el momento social que vivimos. Implica también los roles que nos  adjudicamos en este mundo que creamos, y como cada uno configura una relación de poder determinada y sobre todo, relaciones con la ley, con la posibilidad de transgredirla, en definitiva se plantea el tema de la impunidad.

Más que un experimento la película habla de la sociedad y sus modos, del lugar que cada uno de nosotros tiene y sus posibilidades.

Se trata de un grupo de hombres elegidos por unos investigadores mediante interrogatorios y pruebas psicológicas. Los seleccionados son llevados a un lugar apartado, alejado del mundo conocido por ellos y en ese lugar son divididos en dos grupos, uno será de los guardias y el otro, de los prisioneros. El señuelo será la paga, si por algún motivo el experimento es interrumpido no se les pagará. Este sencillo argumento es el marco a partir del cual se desarrollan las relaciones entre las personas.

Lo interesante de este film es que está inspirado en un experimento psicológico real realizado en 1971 por el profesor Phillip Zimbardo de la Universidad de Stanford en el que 75 estudiantes fueron seleccionados para adoptar los roles de prisionero o guardia dentro de la reconstrucción de una prisión en el sótano de la facultad por una paga de quince dólares diarios. Los carceleros recibieron uniformes y porras mientras que los presos recibieron ropa acorde a su condición. El objetivo era estudiar los efectos de asumir estos papeles, la internalización de los roles y el abuso de autoridad y de violencia en función de un entorno social determinado, en este caso una prisión. Lo que comienza siendo un claro juego de roles se va convirtiendo en una realidad que tiene claras consecuencias que la modifican o refuerzan, a tal punto que se llegó al exceso y tortura por parte de los guardias que originó un motín en los “prisioneros”.  Esta experiencia estuvo programada para catorce días pero por todo esto, debió ser cancelada a los seis.


En este caso, una vez más la ficción y la realidad se
 mezclan a tal punto que al ver esta película no se puede
dejar de pensar en los abusos perpetrados por parte de las fuerzas norteamericanas en la prisión de  Abu Ghraib en el 2004.




Como al pasar, como una característica más dentro del proceso que se va mostrando, aparece la sexualidad y su ligazón con el poder. Y aquí vale la pena detenernos un poco, y recordar que eso que llamamos sexualidad, que lo damos por “natural” en cada uno de nosotros, en realidad es parte de nuestra construcción social. Nosotros no nos vemos cara a cara con nuestros impulsos sexuales, sino con su configuración dada por nuestra familia, por la educación, por la moral, por la religión y por muchos otros factores. Como aparece el sexo, como se juega dentro de este marco de relaciones acotadas que es la prisión y por lo tanto, su vinculación con el poder, puede ser llevado en general a toda nuestra vida, porque no olvidemos, la prisión es un extremo casi bizarro de lo que son las relaciones dentro de esta sociedad jerárquica en la que esta división en clases es en sí misma violencia y está sostenida por la violencia misma. 

Quizá sea muy extremoso decir que todo este mundo que hemos construido y que a regañadientes sostenemos es una especie de prisión sin celdas en la que cada uno tiene un rol y estamos en esta supuesta libertad siempre y cuando no alteremos el “orden”, no nos opongamos al sistema tal como está dado. 

Dentro de este orden los transgresores están permitidos y hasta son necesarios como válvula de escape del malestar, forman parte de esas huestes que andan por la sociedad enarbolando sus cualidades y que son mirados con alguna antipatía pero tolerados mientras se mantengan dentro de los límites o sea, mientras no sean realmente peligrosos. Ir más allá ya implica enfrentarse a la ley, romper con el supuesto contrato social que nunca hemos firmado pero que sin embargo debemos cumplir. Es entonces cuando se hacen visibles los barrotes de las celdas, cuando se evidencia que la libertad no es tal.


Es casi de cajón decir que en la película lo que aparece con claridad es que la estructura en sí misma es violenta, y que al imponer la desigualdad como parte de esa estructura misma, lo que hace es fomentar más violencia que lleva a una mayor desigualdad. Aparece la ley, el reglamento, como un arma que es usada por aquellos que se hallan en el lugar superior de la pirámide, el jefe que somete al subordinado, el inferior que se descarga con el preso y la única posibilidad que le queda al de abajo es el acatamiento del orden aunque sea injusto y violatorio o su ruptura en un motín que busca la reestructuración del poder. Ya sabemos que en general esto implica algunos muertos de parte de los amotinados.

La ley supone un punto en común, el que iguala, por eso decimos “iguales ante la ley”, es la que constituye la democracia en oposición a otras formas como la monarquía o las dictaduras. Cuando la ley ya no tiene esta función, cuando la corrupción del estado llega a límites insostenibles, cuando la impunidad es la norma, cuando la desigualdad no solamente se hace ostentosamente evidente y es usada para humillar, es cuando la ley cae, es el momento en que los barrotes invisibles de esta cárcel se hacen evidentes y comienza a desestructurarse el juego, las violencias se multiplican: si el juez, si el ministro, si el secretario, roban, yo también puedo hacerlo, y al mismo tiempo comienza a  prepararse el motín.


El experimento real, el llevado adelante por el profesor Zimbardo de la Universidad de Stanford, tuvo que ser interrumpido porque dejó de ser una prueba de laboratorio para inscribirse en la vida cotidiana ya no como un experimento sino como una réplica de la sociedad.


Hoy termino con una poesía de Alberto Luis Ponzo, llamada Masacre:



Nada podrá hacer
un grito o caricia
Alberto Luis Ponzo

este desgarramiento
entre oscuras letras

el silencio que arranca
lágrimas de las manos
cerradas de espanto

la cabeza alzada
     en pedazos de ser

masacre
sueño desangrado

que llegue un día el fin
el cierre de la muerte
       la perpetua respuesta

a los culpables.


               







sábado, 14 de diciembre de 2013

80 - Gobierno del pueblo

80
Gobierno del pueblo

No hace tanto tiempo que murió Nelson Mandela y fue una excelente ocasión para ver y analizar mucho de lo que venimos hablando en estas columnas. Una vez más se desplegó con toda su fuerza la ideología liberal centrada en el individualismo. Se hizo de Mandela desde un santo hasta un héroe único en el mundo. Se habló de su vida, sus esposas, su cárcel, se lo construyó como un “gran hombre”. Posiblemente lo era, no es esto lo que pongo en cuestión, sino el dispositivo liberal para hacer creer que el individuo, que la personalidad, valen por sí mismas y que por su propia iniciativa y esfuerzo pueden hacer la historia.

Nelson Mandela 




Esto que se nos relata no es así, somos lo que somos por nuestras circunstancias, por haber nacido en determinado momento histórico, en una ciudad y no en otra, en un país, en un barrio y educación, y también con una familia que nos aportaron lo que fuimos siendo, lo que en nuestro interior fue tomando una forma. 




Los héroes también lo son por sus circunstancias, ellos también fueron formados por su entorno. Esto no niega la impronta personal, que Mandela pudo haber optado por otras salidas, que pudo haber hecho de su vida otra cosa, que él también se construyó a sí mismo mediante sus elecciones. Lo que busco resaltar es que siempre se elige en función de un medio, en una situación determinada y con una historia precisa, que no hay una vida que se desarrolla en el vacío histórico, y sobre todo, que no se va cumpliendo en soledad. Lo que los liberales en su culto a la personalidad niegan constantemente es la presencia de los otros, de esos que son el sostén y la fuerza de los líderes, pues no hay líder sin un grupo, sino no sería líder. Y no hablo de seguidores, porque al líder no se lo sigue, sino que él capta y sigue lo que en la gente se halla presente y además, y esto es lo importante, siempre es circunstancial, depende del momento y de las necesidades grupales en ese entonces.

Hace muchos años se hablaba del “self man made”, de la persona que se hace a sí misma, que es resultado de su propia voluntad y esfuerzo. Se nos decía que si alguien se impone una meta y aplica a su consecución todas sus fuerzas y tiempo, la obtendrá. Es de cuando también se decía que en una democracia todos podemos llegar a ser presidentes. Estamos en el imperio del individuo, de aquel que no necesitó de nadie. El ejemplo era Onassis, que de vender cigarrillos en el puerto de Buenos Aires llegó a ser un potentado mundial. Es la misma estrategia con que fueron construidos los santos católicos, los que por su propio sacrificio llegaron a ser elegidos por el mismo dios, o los héroes nacionales, como San Martín con su caballo blanco que nunca existió y se dice que liberó a tres países pero nadie recuerda el nombre de los soldados que sí lucharon y fueron heridos y murieron y que fueron en definitiva los que ganaron las batallas.



Armando así la historia, los personajes, es fácil concluir que el millonario lo es por su propio esfuerzo y que, entonces, merece disfrutar de su bien ganada fortuna y puede hacer con ella lo que quiera. Ahora, si incluimos a los otros en esta ecuación, si agregamos por ejemplo a los que trabajaron para él, si pensamos que nadie está aislado, nos daremos cuenta que toda esa riqueza no fue obtenida por este buen ciudadano, que no es producto de su sudor sino del de muchísimos obreros que no tienen ni de cerca su fortuna. Este modo de ver las cosas, de contar la historia  de manera centralista e individualista, nos aleja de una visión democrática, orientada a la gente común, y nos lleva a mirar hacia unos pocos y a creer que ellos son los hacedores y que tienen alguna cualidad especial de la que quienes somos mayoría, carecemos.

Es necesario no dejarnos engañar por el discurso liberal pues mientras nos habla de libertad, de igualdad, incluso de democracia, sus actos van en sentido opuesto. El elitismo, el culto a la personalidad, nunca serán democráticos precisamente por son elitistas. Esto es muy distinto a la aceptación de las diferencias, que vos seas diferente a mí no te hace ser superior o inferior.

Si este esquema lo traemos a algo tan cercano como los partidos políticos, como los candidatos que cada tanto aparecen rogando que los votemos, a la estructura piramidal de todos los gobiernos, nos estaremos acercando peligrosamente a entender cuál es el juego político en que nos han metido. Alcanza con abrir un diario y ver que todo el tiempo de habla de personalidades, de este presidente, de aquel gobernador, de diputados y senadoras, de jueces, y podemos seguir una larga lista, y quien está ausente en estas páginas es precisamente el pueblo, la gente común, esta que camina por las calles y toma colectivos o anda en bicicleta.

Se dice que la democracia es el gobierno del pueblo, o sea que es el común de la gente quien gobierna y delega en algunas personas el cumplimiento de sus decisiones, pero, sucede que en nuestro sistema se entiende al revés, interesadamente se cree que significa que el pueblo debe ser gobernado, dirigido, por eso los políticos profesionales se autodenominan “dirigentes”.

Tanto es su afán elitista que se pretenden excluir de la mayoría y denominarse “clase política” como si vivir de esa profesión los convirtiera en una especie diferente de la humanidad, una “clase” aparte y les confiriera un estatus determinado. Es por eso mismo que una vez que han cumplido con su trabajo no se desprenden del título y lo esgrimen como si fuera de nobleza: son “ex” presidentes o diputados y senadores “con mandato cumplido”, lo que no significa nada, sino que son ciudadanos comunes, pero que, con eso de “mandato cumplido” quieren mostrar su distinción, no ser confundidos con la mayoría de la gente.

Cuanto más de cerca miramos y sobre todo en la práctica, no en el discurso, al sistema en que estamos y del que formamos parte, menos democracia encontramos.



Ahora las democracias del mundo lo reconocen como un héroe, pero recordemos un poco lo que posibilitó que Mandela como líder surgiera.
El apartheid fue  impuesto en Sudáfrica en 1948  por el Partido Nacional Purificado que sostenía  la superioridad de la raza blanca y dividía a la población sudafricana en cuatro grupos distintos: los blancos (20%), los indios (3%,) los mestizos (10%) y los negros (67%). Este sistema segregacionista discriminaba a las 4/5 partes de la población del país. Incluso  se crearon reservas  donde era hacinada la gente negra para qué no se mezclara con la blanca, esto hizo que  el 80% de la población  viviera en el 13% del territorio sudafricano.

A tal extremo llegó la situación que en 1963 el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condenó al régimen del apartheid y  pidió que se suspendiera el suministro de armas a Sudáfrica.

Ante este cuadro claramente violatorio de los Derechos Humanos las grandes naciones occidentales como Estados Unidos, Inglaterra y Francia, en lugar de cumplir esta resolución del Consejo de Seguridad, apoyaron al régimen racista sudafricano y  aumentaron el suministro de armas sosteniendo indudablemente al gobierno. Incluso Francia le proveyó de su primera central nuclear en 1976.

Mandela fue encarcelado en condiciones de una extrema dureza. No podía recibir más de dos cartas y dos visitas al año y su esposa Winnie  no tenía permiso para visitarlo, los trabajos forzados afectaron  seriamente su salud.




El 6 de diciembre de 1971, la Asamblea General de las Naciones Unidas calificó el apartheid de crimen contra la humanidad y exigió la liberación de Nelson Mandela.






El final del apartheid no fue por la intervención de las potencias supuestamente democráticas sino por la derrota militar que las tropas cubanas mandadas por Fidel Castro causaron al ejército sudafricano en Angola en enero de 1988.  Esto también permitió a Namibia conseguir su independencia.  De este hecho dirá Mandela: “¡La decisiva derrota de las fuerzas agresoras del apartheid destruyó el mito de la invencibilidad del opresor blanco!”

Mandela y Fidel Castro

Tengamos presente que Estados Unidos lo mantuvo en la lista de miembros de organizaciones terroristas hasta el 1 de enero de 2008.

Está muy claro que los países que se colocan por sobre los demás como garantes de la democracia y que en todo momento hablan de libertad, son quienes por sus propios intereses violan los Derechos Humanos y la democracia. Ninguno de ellos reclamó por los años de prisión de Mandela, ninguno denunció y puso en juego su fuerza contra el salvaje apartheid, pero hoy bien lo usan convirtiéndolo en un héroe solitario representante de las ideas liberales.

Son los mismos que siguen tolerando la tortura, que permitieron con su complicidad que Guantánamo y los seres humanos allí prisioneros sin juicio existiera, y no olvidemos que nuestras dictaduras militares genocidas americanas fueron sostenidas por el apoyo de ellos, cuando no causadas por su injerencia.

Pero no vayamos muy lejos en la distancia ni muy atrás en el tiempo, en nuestra misma tierra se suman los vejámenes y los muertos, ninguno de nosotros ha olvidado lo sucedido desde el señalado hito del 2001 hasta la fecha. Además agreguemos el despojo y violencia contra los pueblos originarios que no ha terminado, y el daño que se le hace a la tierra: minería contaminante, agrotóxicos, tala de bosques, destrucción de glaciares, contaminación petrolera, que es otra forma de enfermar y matar personas.











Todo esto nos debería hacer reflexionar muy seriamente acerca de esto que llamamos “democracia”. Las preguntas deben imponerse: ¿cuál es nuestra idea de democracia? ¿es esto que vivimos? ¿la destrucción y la muerte permitidas o realizadas desde los gobiernos son parte de la democracia o son su ruptura? ¿cuál es nuestro lugar en todo esto?






sábado, 7 de diciembre de 2013

79 - Orgasmos

79
Orgasmos


Hay temas que siguen siendo tabú porque dañan la imagen que el patriarcado, el machismo, impone para los hombres y muchos de ellos están directamente relacionados con la sexualidad.


Nos guste o no la idea del macho sigue totalmente vigente. Probablemente más suavizada, con permisos para algo de ternura, con menos rigidez, y hasta con la inclusión de partes del cuerpo que van más allá del pene, pero de todos modos, con otros matices o más tapados, el macho sigue estando presente y por lo tanto la prohibición de mirar de frente determinados temas.


Se habla mucho y se ha escrito también, sobre todo en las revistas de entretenimiento, acerca de la sexualidad de la mujer, de la frigidez, de las dificultades con el orgasmo y otros temas, pero del varón casi no se dice nada, se da por sentado que salvo casos evidentes de eyaculación precoz o falta de erección que ya entrarían dentro de lo patológico, en lo restante todo funciona de maravillas. Es un lugar común que mientras el varón pueda tener una erección suficiente como para penetrar, la satisfacción está asegurada. Por eso la mirada escrutadora se ha llevado hacia la mujer.

Un tema reiterado y que siempre ha atemorizado a los hombres es la capacidad de fingir un orgasmo que se adjudica a la mujer. Como la subjetividad de cualquier persona siempre nos  es negada, no podemos saber qué pasa por su interior,  de ahí que las señas expresivas: gemidos, movimientos corporales, ojos en blanco, sean tan importantes. Es precisamente en estas señas donde radica el miedo masculino ¿esos sonidos y movimientos no serán fingidos? ¿cómo saber si ella ha sentido placer? ¿cuánto? ¿la hemos dejado satisfecha? Contestar estas preguntas es fundamental para la valoración del hombre. Del mismo modo que fuera de la cama el varón es proveedor de bienes materiales, en la cama debe serlo de placer. Su valoración está unida a esto, su virilidad. También es un modo de apaciguar su temor a ser abandonado por otro macho más viril, un macho alfa que a él lo reduciría a ser beta. Si la mujer esta “satisfecha” no se irá tras otro. Por esto la llamada infidelidad de una mujer, desde el punto de vista masculino,  resulta mucho más pesada que la de un hombre, no solamente por el permiso y la disculpa anticipada que el hombre se da a sí mismo sino porque  el hecho de que una mujer tenga relaciones con otro hombre va mucho más allá de lo afectivo, de la confianza, pone en cuestión su centro viril.


Fácilmente se da por descontado que la capacidad del hombre de tener un orgasmo puede ser detectada inmediatamente por señales indudables como es la eyaculación. Hasta algunos creen que cuanto más cantidad de semen se libere mayor es la satisfacción obtenida. Lo que no se aclara es la diferencia que existe entre el placer funcional que implica la emisión de semen y el orgasmo. El primero es parte de la función corporal, del juego de excitación-clímax- descarga luego de lo cual viene un momento de relajación. El segundo, el orgasmo, es una reacción del organismo, entendiendo que interviene el cuerpo, claro está, y también las otras instancias que constituyen a un ser humano, la psíquis, lo emocional, o sea que es una respuesta integral de la persona. A través de la eyaculación no podemos saber si el hombre ha tenido un orgasmo o es una respuesta corporal a la excitación solamente.

Esto nos va acercando a la cara no visible de la sexualidad masculina, la que dice que el hombre también finge orgasmos. En general, los motivos que aducen son bastante similares a los que sostienen las mujeres y van desde un simple agotamiento por motivos externos como puede ser el trabajo hasta una seria crisis en la pareja. El fingimiento aparece como un modo de dejar las cosas como están, de no crear una situación  que podría llamar la atención y que habría que explicar, en algunos casos poniendo en evidencia un desacuerdo o contradicción importantes.

Estas situaciones muestran como nuestra sexualidad está atravesada y configurada por la cultura. Sobre el deseo sexual se ha construido todo un aparato para reglar y orientar y ajustarlo a los valores de esa sociedad. En primer lugar se halla el falocentrismo. Es importante el pene, su tamaño, dureza, tiempo de erección, cantidad de semen, sobre todo la penetración. La iniciativa es del varón, él es el activo, la mujer es la que recibe pasivamente. Cuántas más relaciones sexuales se puedan mantener, cuantas más mujeres, más se puede  asegurar su virilidad. Es aquí donde el pene, de órgano corporal, se convierte en símbolo del poder del hombre.

Como todo gira en torno al falo, la sexualidad se ha reducido a genitalidad, todo pasa por esa zona, como si el resto del cuerpo fuera insensible, incapaz de proporcionar sensaciones placenteras. La penetración, la eyaculación, el orgasmo se han convertido en finalidad y no en una parte del proceso a la que podemos acceder o no según lo decidamos. La reducción a la genitalidad esta íntimamente ligada a la idea de tradición religiosa que dice que el sexo es para la procreación. En esta idea la  genitalidad y la procreación sí son importantes pues de otro modo no se lograría el embarazo. En esta visión todos los juegos sexuales son considerados “previos” o modos que debe llevar a la penetración y por esta a la reproducción. Nuevamente hallamos que al sexo se le da obligatoriamente una finalidad más allá de sí mismo, de su propia satisfacción, del gusto y el placer, ya deja de ser una cuestión de las personas de compartirse y disfrutarse para ser una especie de máquina que debe dar un resultado, que debe producir algo.



Esto no es casual o “natural”, por el contrario, muestra la profunda actividad de la sociedad sobre el deseo,  es el resultado de distintas estrategias de poder organizadas con una clara finalidad política.

Fueron las feministas las que impusieron el lema “lo personal es político”. Aún en aquellas situaciones que consideramos más íntimas, más individuales, podemos encontrar la marca de la sociedad, que en este caso, nos llega por medio de los estereotipos que fijan lo que debe ser considerado masculino y lo que es femenino, el modo de realizar el acto sexual, las orientaciones permitidas y las prohibidas, la fidelidad tanto como la promiscuidad, así como la finalidad del sexo.


Esto no es inocente, como dije, es un ejercicio de poder y tiene como objetivo sostener este poder. La primera operación fue dividir a la humanidad en dos sectores definidos como totalmente diferentes, como sexo opuesto, con una frontera que nunca debía ser cruzada.

Luego de dividida se adjudicaron características determinadas: inteligente–emotiva, activo-pasiva, productor-reproductora, conductor-conducida, agresivo-sumisa, y podríamos seguir horas así, siempre con pares irreconciliables. Entre las cualidades que se le aplicaron al hombre están aquellas que determinan que debe ser el que dirige, el superior, restando para la mujer las complementarias.
Solamente faltaba imponer esto desde la cuna con un sello indeleble en la mente de todas las personas y el trabajo ya estaba completo.

En la parte fijada para el varón esta como centro el pene capaz de darle placer a su dueño y a sus mujeres, su “instinto” sexual  indómito que siempre requiere satisfacción y esta siempre dispuesto, su capacidad orgásmica que no se discute.

Por eso para el hombre fingir el orgasmo es mucho más que mantener quieta la situación o contenta a la pareja, implica asentarse en el lugar del que siempre puede, del que tiene una sexualidad libre dudas y siempre dispuesta. Liberarnos también es romper con este estereotipo de superhéroe y aceptar nuestra humanidad de hombres y mujeres, diferentes pero no opuestos.

Nuestra cultura ha convertido al acto sexual en una actividad que puede ser sometida a estadísticas, que puede ser medida, que da o quita reputación. Las ideas de éxito y fracaso tienen un peso importantísimo, la cantidad y la obtención de orgasmos serían sus indicadores.  Para el hombre común no llegar a un término aceptable es caer en la humillación.

Las personas no siempre queremos  tener sexo y no siempre podemos vivenciar el orgasmo,  eso no tiene que nada que ver con nuestra capacidad sexual, con nuestra virilidad o feminidad.


Es necesario que recuperemos, y si no la tenemos, la construyamos, la idea de que somos organismos vivos sumamente complejos. Que estar vivos significa ser cambiantes, como el clima, como las mareas, como los vientos. La libertad también se alcanza dejando de lado los estereotipos, la genitalidad obligatoria, la penetración compulsiva, la medición de nuestros logros o fracasos en la cama o donde fueren, el orgasmo a ultranza.



La mayoría de las IMAGENES han sido tomadas desde la web, si algún autor no está de acuerdo en que aparezcan por favor enviar un correo a  alberto.b.ilieff@gmail.com y serán retiradas inmediatamente. Muchas gracias por la comprensión.

Se puede disponer de las notas publicadas siempre y cuando se cite al autor/a y la fuente.







miércoles, 27 de noviembre de 2013

78 - Desde un sueño

78
Desde un sueño

Les cuento una imagen de un sueño, sé que era más largo, pero solamente quedó esta fotografía. Es conveniente siempre apenas soñado, aún medio dormido, escribir el sueño porque sino inmediatamente comienza a actuar el olvido. Esto que digo y aconsejo no lo hago, por eso es que de este solamente quedó una escena.
Estoy parado en algún lugar, al parecer al aire libre, miro al cielo y está totalmente negro, y veo un hacha de metal plateado. La veo enorme, como esas figuras que aparecen en los dibujos animados y que son totalmente desproporcionadas. Sentí temor pero no por mi persona, en el sueño no pensaba que ese hacha pudiera hacerme algo, sino por todo lo que me rodeaba, imaginaba que se descargaría sobre mi entorno. Hasta aquí mi recuerdo.

Como soy psicólogo no puedo evitar asociar, concentrarme en la imagen y dejar que mi mente traiga lo que quiera. Es así como de inmediato la relaciono con lo que al principio llamé “el martillo de dios”  creyendo recordar el nombre de  aquel libro que era usado en la edad media como manual para detectar y procesar a las brujas por la inquisición. Más tarde busqué en internet y en realidad el nombre es el “martillo de las brujas”.  Sea como fuere el nombre que le di, en mi sueño desde un cielo negro, amenazador, se cernía un martillo que lo viví como juzgador, acusador, destructivo al máximo. El martillo de un juez dispuesto a condenarme y esa condena sería romper todo lo que se halla junto a mí.


A este juez ya lo conozco sobradamente, es así que nuevamente me encontraba con mi vieja amiga, la culpa.

Soy de una generación en la que la culpa y el castigo jugaron un papel muy importante, podría aventurar que todos los de ese tiempo fuimos formados por medio de ella y del temor.
No me interesó averiguar más del sueño, qué importa cuál es el motivo de la culpa, cualquiera que sea es indiferente, lo importante es que ella está para amenazarme con el castigo divino, con el golpe que llegará desde el cielo y destruirá lo que me rodea y quiero.

¿Eso es lo que tendría que pagar por mi herejía?, me pregunto, tal como lo hicieron en su momento los brujos y brujas, pero ¿por cuál de todas? o con más cuidado y precisión ¿qué es una herejía? y ¿para quién lo es?

El martillo de las brujas requería de un inquisidor, la culpa para funcionar necesita una autoridad, alguien a quien temer capaz de hacernos daño a nosotros o a lo que queremos. Este es el modelo de autoridad que tenemos, tiene poder quien puede dañarnos, por eso nuestra reacción primera es achicarnos, es sentirnos culpables, malos, sucios, pecadores, incapaces, aunque no sepamos por qué. Ante el jefe, el gobernante, la respuesta es someternos, buscar dejarlos contentos, cumplir, serles leales, y sobre todo creer que son superiores a nosotros. Seguramente fue por esta razón que llamé a esa imagen del cielo martillo de dios, en lugar de martillo de las brujas, ¿qué mayor autoridad, que más grande poder o dominio puede haber que la de dios?




Mientras hay culpa no puede haber libertad porque no hay pensamiento, no hay reflexión acerca de nuestras acciones, sino una reacción emotiva que nos inunda e impide pensar. La ley, la prohibición nos cruza y desde el cielo nos señala y ya no sabemos cómo seguir. Lo peor es que quizá lo que estamos haciendo sea lo correcto, lo que corresponde, pero eso no lo podremos saber porque nos encerramos en el negro malestar.

Esta ley es como el bastón del pastor que mantiene a todo el rebaño en la misma dirección. Sí, su finalidad no es otra que convertirnos en rebaño, todas ovejas que caminan en el sentido que les fue indicado, que no se separan, que no se alejan, porque si cada una fuera por su lado, el pastor se vería desbordado, no podría contener a la multitud, se asustaría y perdería así todo su poder. Por eso, para asegurarse de que esto no ocurra, tienen a su servicio los perros, que siempre están atentos a cualquier desvío.



Esta ley también nos enseña la ilusión de la felicidad, digo ilusión porque a poco de vivirla si estamos atentos a nuestro interior, veremos que es otra forma de vacío. La ley nos dice que si nos alejamos de ella vendrá la perdición, el castigo, el infierno, pero si la cumplimos obtendremos la felicidad,  muy parecido al argumento que muchos políticos profesionales repiten cuando se las ven mal: me siguen a mí o será el caos. Es así que  creemos que nuestra felicidad es ser parte de la manada, votar a quien nos dicen, usar los mismos colores de moda que el resto, la misma ropa, decir las mismas cosas aunque sean estupideces mayores, si es posible ver las mismas películas e ir a los mismos lugares, o sea, nunca desentonar. Miramos con desconfianza a quien se atreve o no puede ser parte de este grupo. Son los “raros”, para los que hay márgenes variables, uno de ellos es la juventud para la que hay algún permiso, o ser artista, o snob, lo que no es tan fácil. Ser raro es estar en un límite muy peligroso porque en cualquier momento uno puede ser corrido al otro lado de la línea donde esta el martillo esperando.

Hace mucho vi una película de la que ni siquiera recuerdo de qué se trataba, pero una escena me marcó tanto que no la he olvidado. Recuerdo que iban una pareja hombre y mujer, de pobres labriegos chinos. Ella llevaba en sus brazos un bebito. Las  ropas de ambos marrones, en un camino polvoriento con un cielo gris, en un campo también marrón y desolado. De improviso él, alegre, dice que han tenido un hijo muy hermoso.  El miedo le cambia la cara a ella, aprieta al bebe contra su cuerpo como resguardándolo, y casi gritando dice que el hijo recién nacido es muy feo, muy flaco y enfermo, que no vale nada. El marido la mira en silencio, extrañado, entonces ella, muy bajo le dice: Si los dioses escuchan que nuestro hijo es hermoso se lo llevarán.

El miedo nos inunda, atraviesa nuestras vidas y nos impide también alegrarnos por lo que tenemos, valorarnos a nosotros mismos. Se nos dice que siempre somos pecadores, no importa qué hagamos nunca llegaremos a la medida de lo esperado, siempre la falta estará con nosotros, el error será parte de nuestro hacer, estamos condenados a la imperfección. El error, la equivocación no es parte del camino, no es una oportunidad de aprendizaje, tampoco una característica humana como tener cabeza, sino se nos dice que es la marca que nos señala como imperfectos, como dañados desde el vientre materno. Nacimos con “pecado original” aún recién llegados al mundo ya estamos marcados y cargamos sobre nosotros la muerte de un Mesías. Por eso no merecemos la alegría, no merecemos estar orgullosos de nosotros mismos, contentos por ser lo que somos, porque se nos enseñó que lo que somos es malo, es pecado, es desviado, es enfermo, en definitiva, es malo.



Por eso la alegría, el placer y la distención no son buenas consejeras se nos dice. Y son malas porque nos distraen de nuestro pecado, de la culpa constante que debemos sentir. ¿por qué vivir una vida alegre si no la merecemos? ¿por qué disfrutar de nuestro cuerpo si el deseo es malo?  Nos distraen, nos alejan del trabajo duro, de las responsabilidades, de cumplir con lo que nos fue impuesto.


En cualquier momento caerá el martillo divino para destruir nuestras esperanzas, los amores, los placeres, y los únicos culpables, aún de nuestra desgracia, seremos nosotros mismos. No hay manera de escapar de esta condena, solamente la redención puede venir por:

Obedecer….. obedecer….. obedecer…..


Soplando en el viento
Bob Dylan

Cuántos caminos una persona debe caminar
Antes de que lo llames un hombre?
Cuántos mares una paloma blanca debe  navegar
Soplando en el viento 2. Laura Benchetrit
Antes de que duerma en la arena?
Cuánto tiempo tienen que volar las balas de cañón
Antes de que sean prohibidas para siempre?
La respuesta, mi amigo, esta soplando en el viento,
La respuesta esta soplando en el viento

Cuántos años puede existir una montaña
Antes de que este descolorida por el mar?
Cuántos años puede la gente existir
Antes de que se les sea permitida la libertad?
Cuántas veces un hombre puede voltear la cabeza
Pretendiendo que no ve?
La respuesta, mi amigo, esta soplando en el viento,
La respuesta esta soplando en el viento

Cuántas veces un hombre debe alzar la vista
Antes de que pueda ver el cielo?
Cuántos oídos debe tener un hombre
Antes de que pueda escuchar a la gente llorar?
Cuántas muertes tendrán que pasar hasta que el sepa
Que mucha gente ha muerto?
La respuesta, mi amigo, esta soplando en el viento,
La respuesta esta soplando en el viento


Soplando en el viento 3. Laura Benchetrit



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martes, 19 de noviembre de 2013

77 - Soy moral ¿y qué?

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Soy moral ¿y qué?

Hace muchos años escuché hablar de la ley del péndulo pero no me dediqué a averiguar siquiera si existe, por lo que no sé si tiene algún valor científico. De todos modos me sirve para explicarme algunas cosas. Esa ley dice que una sociedad, con el correr del tiempo,  de un extremo pasa al opuesto, y así sucesivamente, hasta que poco a poco se va centrando. Realmente es una explicación simplista. Podría preguntarme quién define lo que es un polo y cuál es el centro, o si el centro no será un nuevo polo. De todos modos, como no escribiré ningún libro ni ninguna tesis al respecto me conformo con que me sirva para el tema de hoy.


La sociedad occidental pareciera haber estado en uno de los polos durante la edad media, para luego ir deslizándose, perdiendo rigidez, modificando conceptos, abriendo otras posibilidades, hasta llegar a nuestra época que bien podría estar muy cerca o ser ella misma el polo opuesto. Estoy hablando de la moral. Desde la estrictez de la edad media que llevaba hasta la muerte a quien no cumplía determinadas normas (claro, siempre y cuando no estuviera en el poder) hasta este momento en que se pretende dejar de lado absolutamente todo lo que esté relacionado con la moral.

No pierdo de vista que estos cambios han sido producidos por las modificaciones en la sociedad que trajo el capitalismo, hasta llegar a este tiempo declaradamente neoliberal. Las ideas morales surgen de la práctica capitalista como un modo de afianzarlo y sostenerlo dándole una pátina de cierta legalidad.

En la edad media la moral era establecida por la iglesia católica en íntima unión con el poder feudal o monárquico, de ahí que infringir la norma implicaba también una sanción terrena, no solamente la maldición del infierno. A partir del Renacimiento las cosas van cambiando, los factores de poder se van modificando, la burguesía asciende, la moral entra en rápido cambio. La idea de dios va perdiendo su lugar central lo que implica que la sociedad paulatinamente se va reformulando de manera laica, proceso que en nuestro país todavía no ha llegado a completarse, lo que se demuestra en la puja para que definitivamente se imparta educación sexual en todos los niveles escolares, se quiten signos religiosos de los edificios públicos,  se cumpla con la voluntad popular en relación a la despenalización del aborto.

Si en aquel momento lo central era la idea del dios cristiano y su poder era la iglesia católica, con estas modificaciones se podría pensar que lo central hubiese pasado a ser la persona humana,  un verdadero humanismo, pero no es así, lo medular pasó a ser el capital y su poder el financiero.

El combate entre don Carnaval y doña Cuaresma. Pieter Brueghel el Viejo. 1559

El neoliberalismo muestra claramente este punto: el capital debe reproducirse, acumularse, el fin justifica los medios, el mercado lo es todo, no debe haber restricción para la libre circulación de bienes y finanzas, todo puede justificarse en el marco de un contrato entre iguales, la sociedad es producto de un contrato de este estilo al que alguien le puso por nombre el “contrato social”, el valor primero es la libertad (aclaración: se trata de la libertad del mercado, del tránsito de bienes, no de las personas. La libertad de estas está supeditada a las necesidades del mercado), “todo tiene un precio” o sea que puede ser comprado y vendido, todo, incluso los humanos, es mercadería y en definitiva todo vale porque “negocios son negocios”.

Obviamente, en este cuadro que he expuesto sumariamente la  moral no tiene ninguna cabida, al menos la moral humanista por no hablar de la religiosa. Para gran parte del pensamiento actual hablar de moral es decir malas palabras, quien se atreva a hacerlo es inmediatamente acusado de ser un religioso fundamentalista o alguien atacado de una grave melancolía.

Este no es el único tema tabú, también lo son los llamados grandes relatos, las ideas que pretenden presentarse como “verdades”, los pensamientos que buscan ser abarcativos, las ideologías, pues estas han sido declaradas muertas, la objetividad también ha desaparecido.

Recuerdo en relación a esto acerca de qué es lo verdadero, el encuentro del Jesús cristiano con Poncio Pilatos, 


La torre de Babel. Pieter Brueghel el Viejo. 1563


Jesús decía: la verdad los hará libres. 
Yo soy el camino, la verdad y la vida

Pilato  pregunta: ¿qué es la verdad?


Si no hay una verdad, si nada puede ser tenido como único e indubitable, tampoco hay principios que sean valederos en todo el mundo y para todas las personas.


Como decía, actualmente muchos reniegan de lo moral, incluso usan como descalificación o hasta una manera de insultar el decirle a otro que es moral o moralista. De ese modo pretenden colocarse ellas mismas en un lugar  por fuera del planteo ético, como si ese punto pudiera existir. Salvo que seamos psicópatas, trastorno psicológico que dentro de sus características tiene la amoralidad, o sea que la persona carece de todo principio moral. Los conoce, sabe muy bien lo que socialmente está establecido como bueno o malo y las consecuencias que le puede traer no acatarlos, reconoce el daño que puede hacer una conducta determinada a otra persona o grupo, pero para él nada de eso tiene valor, no usa este conocimiento para determinar su actividad. Cumplirá las normas vigentes para moverse con tranquilidad en la sociedad y las violará todas veces que lo crea  necesario para obtener sus fines personales. Salvo que seamos una persona con estas características, los restantes tenemos moral, es parte constitutiva de nuestra subjetividad,  toda conducta refleja de alguna manera nuestros principios y es imposible que no lo haga. De ahí que suponer que se puede hablar desde una postura no moral es totalmente falso. Quienes dicen esto y acusan a otros de morales o moralistas, simplemente lo que tratan de hacer es ocultar su propio pensamiento, seguramente porque suponen que de ser conocido no será aceptado y su maniobra no tendrá éxito.

Para poder comprender adecuadamente este tema de los valores  es necesario incluir la idea de diversidad. Muchas veces decimos que tal o cual persona es inmoral cuando actúa de determinada manera. Si bien puede serlo, puede ser un psicópata, lo más probable es que digamos eso porque piensa y actúa de manera diferente a como lo haríamos nosotros, no nos damos cuenta que tiene principios diferentes a los nuestros, incluso pueden ser antagónicos. Si estamos muy identificados con nuestra moral, si no estamos abiertos a comprender que existen otros valores o a veces son los mismos pero interpretados de diferente manera, es hasta probable que nos enojemos mucho con esa persona, hasta podemos tomarlo como algo personal y sentirnos atacados y responder violentamente.

A lo que apunto es a mostrar que siempre se actúa desde una posición moral, y que eso no está mal, que eso no es enfermo, sino precisamente es parte de la integridad de nuestra humanidad, de ser coherentes entre lo que sentimos, pensamos y hacemos.  Acusar a alguien de moral o moralista es precisamente ser fundamentalista, es creer que hay un único y verdadero modo de pensar, que quien lo hace de otro manera debe ser desacreditado y eliminado de la discusión mediante la calificación de su palabra para que no sea escuchada. Del mismo modo sucede  cuando se tacha a alguien de “loco” pretendiendo que a partir de ese momento todo lo que diga sea tomado como una locura, o sea, no tomado en cuenta.

Decir por ejemplo: Derechos Humanos, es hacer una definición moral porque ellos son una base ética para el desarrollo del mundo. Su enunciado básico es el de la “dignidad”, aquello que diferencia a la humanidad del resto del universo, de la creación,  aquello que da cuenta de esa distancia infinita.  Libertad e igualdad son valores que surgen directamente de ese principio. Es en base a estos Derechos Humanos que pueden determinarse conductas antisociales, como los delitos de lesa humanidad y pueden marcarse derroteros, metas, muchas veces lejanas pero que indican el camino a seguir para una calidad de vida más plena.


Mural de Vera Zanetti

En esto es en lo que veo la acción de la ley del péndulo. Desde aquel momento regido por la moral eclesiástica, el péndulo osciló y ahora está en un punto casi antagónico. Gran parte de la resistencia a reconocer una moral tiene que ver con  poner un límite, establecer un alejamiento de la presión religiosa que trata de imponer sus principios. Incluso por esto mismo se trata de hacer una diferencia entre moral, que representaría ideas religiosas, y ética, que estaría significando otras laicas. El error consiste en identificar los valores con una determinada religión.

Esta superficialidad establece pautas rígidas que nos privan de poder analizar y tomar lo mejor de cada postura. No necesariamente toda idea por provenir de una fuente religiosa es negativa como no toda idea laica es positiva para la convivencia y desarrollo humano. Los Derechos Humanos son un ejemplo de esto, donde conviven principios de diferente extracción y que se consideran válidos para toda la humanidad más allá de sus creencias.

La dignidad del ser humano, que en términos muy simples y recortados puedo resumir en que significa que nadie puede ser usado para ningún fin ajeno a él mismo, que no estamos en el planeta para servir a otros,  que no estamos en función de un estado, de un gobierno, de una empresa, de un país, que nuestra integridad física, psíquica y social son parte de esa dignidad y que por lo tanto no pueden ser violadas. La igualdad no tiene ninguna condición, todos somos iguales desde el momento de nacer humanos por lo tanto nuestro derecho a la libertad surge de esta igualdad. Si todos estamos en el mismo nivel, nadie puede restringirme. 
Claro que  es muy teórico, todavía estamos muy lejos de poder llegar a hacer de esto nuestra vida diaria,  es necesario que nos levantemos, que reconozcamos nuestros derechos, que los hagamos cumplir, que impidamos las violencias de todo tipo que representan la ley del más fuerte por la que se anulan  la igualdad y la libertad.

Aceptar nuestra moral  y la de todos como distintas pinceladas de este cuadro colorido que es la humanidad es un paso necesario para comenzar este camino.



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domingo, 17 de noviembre de 2013

76 - ¿Lo Necesito? 2

76
¿Lo Necesito? 2

Que simple es eso de “ir de shopping”, salir de compras, entretenerse mirando vidrieras, buscar el color de moda, la línea que se usa esta temporada, y hasta el perrito que será mi mascota, pero no cualquiera, sino ese que hoy se usa. Esto parece casi ridículo de tan inocente, de tan infantil, como quien pretende superar su aburrimiento existencial o su depresión comprándose una camisa o un reloj.




Apenas pequeños detalles, tampoco tan seguido, al fin y al cabo trabajo para eso, por qué no darme un gusto, es para sentirme bien, hacerme un mimo, lo necesito….!!!



Cada ciudadano europeo consume una media de 26 kilos de aparatos de todo tipo: computadoras, teléfonos, televisiones, electrodomésticos en general.




Esto aparentemente tan inocente tiene un enorme impacto en la humanidad y en el medio ambiente. Con cada compra empujamos un poquito hacia abajo a los países empobrecidos. Digo empobrecidos en lugar de pobres porque su actual situación es resultado de siglos de colonialismo, de explotación de sus tierras y personas, de destrucción. Algo que nuestros nietos nos reprocharán cuando les dejemos una tierra desnutrida por la soja, aguas contaminadas, aire con polución, en lugar de bosques tierras desérticas y en lugar de glaciares piedras gastadas.
El cobre, aluminio, hierro, plomo, cobalto, zinc, manganeso, bauxita, cromo, uranio, oro y  diamantes salen del sur del planeta tierra, de nuestra América latina, del África, región que ya da de comer al norte teniendo muchos de sus habitantes desnutridos, y que también dará el agua.

Todo esto crea riqueza y mucha, proporciona buenas condiciones de vida pero no para quienes son sus legítimos dueños, porque en nuestra América y en África hay personas que mueren de hambre.  La población actual del planeta es de aproximadamente 7.200 millones de personas, y se produce alimentos para 12.000 millones ¿entonces? Argentina produce alimentos para 300 millones y sin embargo hay niños desnutridos, nuevamente pregunto ¿qué pasa? Hay algo que no cierra, alguien se queda con una parte importante.
La responsabilidad no es solamente de las empresas, de los gobiernos, sino también nuestra, porque somos las personas comunes las que compramos esos kilos de aparatos, las que dejamos que se sigan cortando árboles, sembrando soja transgénica, instalando minería contaminante, destrozando la tierra buscando petróleo en lugar de probar otras fuentes energéticas.



Lo mismo sucede con las personas, que para este sistema dejan de serlo para convertirse en obreros esclavizados con sus días contados como los mineros que buscan oro con arsénico y cianuro que en cinco años los matará, o convertidos ellos mismos en mercadería como las niñas vendidas por sus familias o directamente robadas para ser llevadas a la prostitución, o los niños soldados de los narcos, o los consumidores que al mismo tiempo venden drogas.

Empresas transnacionales de enorme poder, tanto o más que el de muchos gobiernos, o sus filiales disimuladas como inocentes ongs, e incluso organizaciones como ONUsida que da muchísimo dinero para luchar contra el sida solamente a organizaciones de personas en prostitución que se resignan a seguir en esa vida y además deben autotitularse “ trabajadoras sexuales”-

Mientras los países del sur sigan siendo débiles y dependientes, mientras no puedan decidir por ellos mismos, mientras nosotros, quienes somos la razón y sentido de los países y gobiernos, no veamos la realidad de frente, no veamos que el consumo nos esclaviza, que los gobiernos nos siguen entregando, que nuestro silencio somete, toda esta situación no tendrá fin.

Me han escuchado seguramente decirlo muchas veces, la pobreza no es natural o un accidente, es el resultado de un sistema muy bien organizado y aquellos que se benefician no tienen ninguna intención de cambiarlo. Es inútil seguir esperando, pedir a los poderosos que tomen conciencia es como esperar que una estatua hable.

Pareciera que en nuestra época junto al pensamiento racional que nos ha permitido avances inimaginables especialmente en lo tecnológico, coexistiera otro, arcaico, alejado de la lógica y perteneciente a terrenos linderos a la magia. Para este pensamiento, al que apunta el sistema y se ve con claridad en las publicidades y en las campañas electorales, los objetos tienen casi vida, pueden hacer o hasta superar a los humanos, y en ellos radica nuestra superioridad. Las imágenes y frases son simples, reiteradas una y otra vez, bajo distintas formas y representando a diferentes candidatos u objetos que pretende vendernos, y apuntando a ese pensamiento, diciéndonos una y otra vez que esa persona o esa cosa solucionarán nuestra vida, resolverán nuestros problemas, nos darán brillo a los ojos de los demás.

La contracara de esto, es que las personas parecen comenzar a depender de los objetos, en muchos casos la autoestima depende de la marca del coche o de la ropa que se tiene, del valor del celular, del nombre del colegio o universidad pago. Las cosas y especialmente el dinero se convierten así en objetos mágicos, capaces de abrir o cerrar puertas. Sobre todo el dinero en el capitalismo es el falo, el poder, lo que permite que se pueda hacer algo, incluso someter a otras personas, usar el cuerpo de otro para obtener algún beneficio, comenzando por el sexual.
Pareciera que esos objetos que esos candidatos tienen un enorme poder de seducción, que nos llaman, que nos convocan a que las compremos o votemos. Entramos a un mundo encantado en el que se ven formas y colores luminosos y se oculta que son inanimados, que nada pueden, que su supuesta atracción está dada por las condiciones de pseudo necesidad que nos fueron creadas, por las promesas de felicidad y completud rápida y al alcance de cualquier tarjeta de crédito. De este modo perdemos nuestro señorío, dejamos de ser amos para ser nosotros mismos objetos, billeteras andantes a las que tentar para que depositen sus preciados billetes.



En muchos comercios lo que se compra, no importa que sea  algo tan pequeño que quepa en una mano y quizá de escaso valor, lo ponen en grandes bolsas de cartón o papel, de colores fuertes, con la marca bien notoria de modo tal que vamos por la calle, por el mundo, haciendo saber que somos compradores, que hemos logrado acercarnos al cielo y arrancarle un pedazo que llevamos en esa bolsa.


La historia del rey Midas parece un anticipo de lo que será el capitalismo. Midas era una persona rica, pero también codiciosa, no le alcanzaba su fortuna y deseaba más. Por haber cuidado al tutor de Dionisios, este dios le ofrece el don que Midas pida, así fue que le concedió que todo lo que tocara se convertiría en oro.
En el camino de regreso a su palacio, Midas rompió una pequeña rama de un árbol, y de inmediato esta se convirtió en oro, tomó algunas piedras y sucedió lo mismo. Ya en su palacio tocó pilares y columnas,  los muebles y vió que todo se convertía en oro ¡!!

Midas ante Baco. Poussin


Pasada la primera emoción tuvo sed y hambre y 
pidió su comida, pero grande fue su frustración 
pues al tocarla esta también se volvía metal.

Cuando su pequeña corriendo llegó a abrazarlo y ella también se volvió estatua de oro, su frustración se convirtió en profundo dolor.





Resumiendo la historia, Midas le pide a Dionisio lo libere de este supuesto don, a lo que accede el dios.
La escena de esta historia que me parece significativa  es esa cuando es tocado por su hija y esta se convierte en estatua de oro. Es representativa de lo que vengo diciendo. Ya no es posible estar en contacto con lo humano, con lo sensible, las relaciones de afecto desaparecen, todo se convierte en objeto, todo pasa a  ser mercancía y a tener un valor. 

El castigo de Midas. Clerck













Acá podemos hacer un cruce con el patriarcado. El varón accede a un precio alto como mercadería adquiriendo sobre todo poder económico, luego pueden venir títulos, cargos, pero si se tiene el oro esto otro no es tan importante, mientras que la mujer adquiere mayor precio mediante su sometimiento y docilidad, y teniendo el cuerpo que se vende esta temporada. El mayor ejemplo es el de la prostitución donde la persona desaparece por completo, es solamente una mercadería, un objeto para ser usado mediante un precio. Es aquí donde la objetivación es más clara, pues lo que se paga, lo que se compra no es un mueble, una información, un alimento, es el uso de esa persona para la satisfacción del mal llamado cliente. Por eso la prostitución queda afuera de la explotación a la que todo trabajador es sometido, porque aquí no hay fuerza de trabajo que se venda. A tal punto la persona es eliminada del horizonte comercial que muchas personas en prostitución y quienes no lo están también, hablan del “cuerpo”, el argumento es que con su cuerpo pueden hacer lo que quieren, como si se dijera que con esta silla en que estoy sentado puedo hacer lo que se me venga en gana porque es de mi propiedad. No hay dudas que se trata al cuerpo como un objeto, como una silla, y como si nada tuviera que ver con las personas. 

Partimos de algo que parece tan inocente como comprar lo superfluo para deslizarnos en el consumismo, que termina siendo como aquellas trampas en las que el dulce es la carnada que atrapa a la víctima.





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