domingo, 22 de septiembre de 2013

67 - ¿Por qué no ser cínico?

67
¿Por qué no ser cínico?


¿Por qué no ser cínico?
Decir que alguien es “cínico” es casi un insulto, o una especie de desvalorización de la persona o de sus dichos, y en parte la ideología tiene razón en esto, porque el cinismo es peligroso.

Busqué en el diccionario y obtuve la siguiente definición:

cinismo. (Del lat. cynismus, y este del gr. κυνισμός).
1. m. Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables.
2. m. Impudencia, obscenidad descarada.
3. m. Doctrina de los cínicos ( pertenecientes a la escuela de los discípulos de Sócrates).
4. m. desus. Afectación de desaseo y grosería.

Como vemos la mayor parte de los significados no tienen nada de positivo y lo que es más importante, no se hace ninguna referencia a que es todo un pensamiento acerca de la vida y de la sociedad. Pareciera que la meta, aún del diccionario, es ocultar esto.

El cinismo no es algo nuevo, ya en Grecia antigua, de la que salió gran parte de nuestra cultura, eran conocidos los “cínicos”. Vale una aclaración, esta postura no era una moda, o un capricho o simple rebeldía, por el contrario, implicaba una profunda convicción en postulados filosóficos.
Ya en aquel entonces y también ahora, representa una posición anti sistema, negaba los valores de la civilización, desvalorizaba las normas y convenciones, no aceptaban el consumo y la esclavitud a las cosas superfluas que se sometían y someten las personas. Ellos reivindicaban la libertad frente a cualquier institución familiar, social o moral. Tengamos en cuenta que en Grecia antigua tal como ahora en nuestro mundo, estas instituciones tenían un papel central en la sociedad o sea que la oposición cínica no era intrascendente.
 
Diógenes. John William Waterhouse. 1882

Los métodos que usaban eran variados, podían ser sátiras, críticas, humor corrosivo y un comportamiento desvergonzado pudiendo llegar a ser grosero. Sobre todo tenían una forma de vida al margen de convencionalismos pero no alejados de sus compatriotas, sino  en contacto continuo para convertirse en su espejo de las hipocresías y contradicciones de los sometidos a las normas de la sociedad.

Parten de un axioma que supuestamente dijo Sócrates: “¡Cuántas cosas hay superfluas en la vida!”.
Resultaría impactante comparar las cosas prescindibles de aquellos viejos tiempos con las de ahora, con las de estos seres consumidores en que nos hemos convertido.
Liberarse de esa esclavitud de lo superficial y prescindible se convirtió en un ideal de vida: la búsqueda de la “autarquía”, el gobierno de sí mismo. La libertad, la posibilidad de autodeterminarse se obtiene cuando no nos atamos a cosas, a dependencias, deseos o miedos, cuando nos podemos separar de nuestras creencias y de las instituciones que nos fueron impuestas.

Algo que debemos resaltar es que el cinismo no pretende tener grandes elaboraciones intelectuales sino una amplia experiencia práctica, más que decir o pensar, hacer. Ellos encarnaban, vivían sus pensamientos, eran lo opuesto de nuestros actuales “dirigentes” que bien merecen aquello de “hacé lo que digo pero no lo que hago”. De ahí el profundo significado ético del cinismo.

Se trató de un camino para alcanzar la virtud, el bien y la felicidad por medio del rechazo de toda comodidad, renuncia a las comunidades, crítica que llega a la desvergüenza, desprecio de la opinión pública, oposición a los valores instituidos, rechazo de las costumbres, desprecio de las riquezas y honores.

Esta concepción de vida, esta práctica de vida, esta muy alejada aún de quienes dicen haber hecho “voto de pobreza” o que tienen una posición anti sistema.

Un ejemplo de este estilo de vida fue  Diógenes de Sínope de quien se dice que vivía en un barril o tinaja, que renunció al uso de  todo utensilio después de ver a un niño beber de un arroyo con sus propias manos. También se cuenta que un día apareció en pleno día por las calles de Atenas, con una lámpara en la mano diciendo: “Busco un hombre”. Diógenes iba apartando a los hombres que se cruzaban en su camino diciendo que solo tropezaba con escombros, pretendía encontrar al menos un hombre honesto sobre la faz de la tierra.


También que una mañana, mientras Diógenes se hallaba absorto en sus pensamientos, nada menos que Alejandro Magno se le acercó y le preguntó si podía hacer algo por él. Diógenes le respondió:

Alejandro visita a Diógenes. W. Matthews. 1914

“Sí, tan sólo que te apartes porque me tapas el sol.”

Alejandro dijo entonces a sus cortesanos:
“De no ser Alejandro, habría deseado ser Diógenes.”

Sea verdadera o no esta anécdota, nos muestra una dirección clara y podemos compararlo con muchos de nuestros “sabios” o “pensadores” que por muchísimo menos se venden, se sacan fotos junto al poder de turno y hacen antesala para ser invitados a celebraciones.

Diógenes decía que la moralidad era una falsa moneda, que la gente no se cuestiona lo que realmente está mal sino que se preocupa por lo que rompe con la costumbre, con lo convencional.



Me surgen algunas reflexiones acerca de este tema. La primera es reconocer que aún desde la antigüedad siempre han existido personas y movimientos que se opusieron abiertamente al sistema vigente en cada momento. Siempre hubieron personas capaces de ver no solamente la trama del tejido sino al mismo telar y buscaron con su dedo señalarlo para que los demás pudieran también verlo y liberarse. Esto me hace acordar a la película Matrix que bien podría ser tomada como una metáfora de cómo lo que vemos, creemos libremente hacer y pensar y aún sentir, esta preformado, y todos estamos conectados a esa matriz central que es la sociedad y sus instituciones. Creer que somos seres “naturales” y que lo que vivimos y nos rodea es así y siempre fue y será así, creer que las normas, leyes y costumbres nos protegen y que sin ellas llegaríamos al caos, o aquello de que “es bueno creer en algo”, es lo que nos mantiene atados a la matrix, al pasado que otros han hecho y que nosotros seguimos repitiendo hoy. Es también reconocer nuestra doble cara, aceptar que mientras públicamente repetimos esto, en secreto sabemos que no es tan así, que siempre hay endijas, grietas por las cuales meternos y cuando creemos no ser vistos, hacemos “la nuestra”, rompemos con las normas y convenciones. Algunas veces eso nos lleva a mirar para todos lados con temor a haber sido descubiertos, otras nos conduce al confesionario o al psicólogo.

Para Diógenes la moralidad es parte de la falsedad porque todos tomamos los principios que nos han dado sin cuestionarlos, sin pensar si estamos dispuestos, si queremos aceptarlos así o podemos darnos otros. Seguimos adelante y lo repetimos y nos culpamos a nosotros o a los demás si no los cumplen, aún cuando es evidente que muchas de esas costumbres y principios van en contra de nuestro bienestar y aún contra la vida misma. Para la mayoría la moralidad es lo convencional, lo que todos hacemos y pensamos y queremos, eso es lo bueno, eso es lo deseable, eso es ser buena persona. Como dice Diógenes, el alerta aparece cuando alguien se aleja de la costumbre, cuando muestra otras posibilidades del vivir humano, es entonces que nos aprestamos a crucificarlo por peligroso.
 
Diógenes buscando hombres honestos. JHW Tischbein 1780


Ser cínico es peligroso, realmente, porque el cínico no es oveja de la manada, no está dispuesto a seguir al pastor porque sabe que el pastor es apenas un hombre común y que por unas monedas estaría dispuesto a llevar a sus ovejas al matadero.

El cínico hace de su vida, de su cuerpo, su pensamiento. No hay separación, todo es parte del mismo juego del vivir, lo que piensa lo dice y lo hace. ¿Es necesario hacer la comparación con nuestro autotitulados “dirigentes”? ¿con nuestros “pastores”, párrocos, obispos y gurúes de todo tipo?  Opone la integridad de su persona, la autoafirmación, en definitiva, su dignidad, a la sociedad alienante y violenta que persigue y castiga a quien no acata sus costumbres que también son los privilegios de muy pocos. Porque estas normas, costumbres y creencias están hechas a la medida del sostenimiento de los pocos privilegiados.

Podemos decir que la actitud cínica es de desencanto o más precisamente, de descreimiento, de un escepticismo radical. En la base esta  la sospecha de que la rectitud,  la sinceridad, los principios  de que hacemos gala, la mayoría de las veces son una cortina de humo  que esconde nuestras  verdaderas e inconfesables intenciones. Por esto podemos decir que para ser cínico es necesario tener una moral muy fuerte y clara capaz de atravesar esa cortina y denunciarla. También requiere de mucha fortaleza porque no es fácil, al contrario, es muy trabajoso andar descreyendo, poniendo en tela de juicio, bajo sospecha, no solamente a los personajes de nuestro mundo sino también a nosotros mismos.

El cínico no descubre nada nuevo. Su denuncia  no apunta a algo que nos es enteramente desconocido, sino que corre la cortina para que se vea lo que ya sabemos que esta escondido, lo que se silencia  aún sabiéndolo todo el mundo. Es el que se atreve a confesar aquello que todos consideran inconfesable, aun sabiendo que es cierto.


Ambrose Bierce en su libro “El diccionario del diablo”, al definir “cínico” lo hace de este modo:

«Sinvergüenza cuya visión defectuosa le hace ver las cosas tal como son y no como deberían ser.»

Diógenes y el linyera. Tabaré. 



Diógenes sentado en su tinaja. Jean-León Gérome. 1860