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¿Por qué no ser
cínico?
¿Por qué no
ser cínico?
Decir que
alguien es “cínico” es casi un insulto, o una especie de desvalorización de la
persona o de sus dichos, y en parte la ideología tiene razón en esto, porque el
cinismo es peligroso.
Busqué en el
diccionario y obtuve la siguiente definición:
cinismo. (Del lat. cynismus, y este del gr. κυνισμός).
1. m. Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica
de acciones o doctrinas vituperables.
2. m. Impudencia, obscenidad descarada.
3. m. Doctrina de los cínicos (‖
pertenecientes a la escuela de los discípulos de Sócrates).
4. m. desus. Afectación de desaseo y grosería.
Como vemos la mayor parte de los significados no tienen nada
de positivo y lo que es más importante, no se hace ninguna referencia a que es
todo un pensamiento acerca de la vida y de la sociedad. Pareciera que la meta,
aún del diccionario, es ocultar esto.
El cinismo
no es algo nuevo, ya en Grecia antigua, de la que salió gran parte de nuestra
cultura, eran conocidos los “cínicos”. Vale una aclaración, esta postura no era
una moda, o un capricho o simple rebeldía, por el contrario, implicaba una
profunda convicción en postulados filosóficos.
Ya en aquel entonces y también ahora, representa una
posición anti sistema, negaba los valores de la civilización, desvalorizaba las
normas y convenciones, no aceptaban el consumo y la esclavitud a las cosas
superfluas que se sometían y someten las personas. Ellos reivindicaban la
libertad frente a cualquier institución familiar, social o moral. Tengamos en
cuenta que en Grecia antigua tal como ahora en nuestro mundo, estas
instituciones tenían un papel central en la sociedad o sea que la oposición
cínica no era intrascendente.
Los métodos que usaban eran variados, podían ser sátiras,
críticas, humor corrosivo y un comportamiento desvergonzado pudiendo llegar a
ser grosero. Sobre todo tenían una forma de vida al margen de convencionalismos
pero no alejados de sus compatriotas, sino
en contacto continuo para convertirse en su espejo de las hipocresías y
contradicciones de los sometidos a las normas de la sociedad.
Parten de un axioma que supuestamente dijo Sócrates: “¡Cuántas cosas hay superfluas en la vida!”.
Resultaría impactante comparar las cosas prescindibles de
aquellos viejos tiempos con las de ahora, con las de estos seres consumidores
en que nos hemos convertido.
Liberarse de esa esclavitud de lo superficial y prescindible
se convirtió en un ideal de vida: la búsqueda de la “autarquía”, el gobierno de
sí mismo. La libertad, la posibilidad de autodeterminarse se obtiene cuando no
nos atamos a cosas, a dependencias, deseos o miedos, cuando nos podemos separar
de nuestras creencias y de las instituciones que nos fueron impuestas.
Algo que debemos resaltar es que el cinismo no pretende
tener grandes elaboraciones intelectuales sino una amplia experiencia práctica,
más que decir o pensar, hacer. Ellos encarnaban, vivían sus pensamientos, eran
lo opuesto de nuestros actuales “dirigentes” que bien merecen aquello de “hacé
lo que digo pero no lo que hago”. De ahí el profundo significado ético del cinismo.
Se trató de un camino para alcanzar la virtud, el bien y la
felicidad por medio del rechazo de toda comodidad, renuncia a las comunidades,
crítica que llega a la desvergüenza, desprecio de la opinión pública, oposición
a los valores instituidos, rechazo de las costumbres, desprecio de las riquezas
y honores.
Esta concepción de vida, esta práctica de vida, esta muy
alejada aún de quienes dicen haber hecho “voto de pobreza” o que tienen una
posición anti sistema.
Un ejemplo de este estilo de vida fue Diógenes de Sínope de quien se dice que vivía
en un barril o tinaja, que renunció al uso de
todo utensilio después de ver a un niño beber de un arroyo con sus
propias manos. También se cuenta que un día apareció en pleno día por las
calles de Atenas, con una lámpara en la mano diciendo: “Busco un hombre”.
Diógenes iba apartando a los hombres que se cruzaban en su camino diciendo que
solo tropezaba con escombros, pretendía encontrar al menos un hombre honesto
sobre la faz de la tierra.
También que una mañana, mientras Diógenes se hallaba absorto
en sus pensamientos, nada menos que Alejandro Magno se le acercó y le preguntó
si podía hacer algo por él. Diógenes le respondió:
Alejandro visita a Diógenes. W. Matthews. 1914 |
“Sí, tan sólo que te
apartes porque me tapas el sol.”
Alejandro dijo entonces a sus cortesanos:
“De no ser Alejandro,
habría deseado ser Diógenes.”
Sea verdadera o no esta anécdota, nos muestra una dirección
clara y podemos compararlo con muchos de nuestros “sabios” o “pensadores” que
por muchísimo menos se venden, se sacan fotos junto al poder de turno y hacen
antesala para ser invitados a celebraciones.
Diógenes decía que la moralidad era una falsa moneda, que la
gente no se cuestiona lo que realmente está mal sino que se preocupa por lo que
rompe con la costumbre, con lo convencional.
Me surgen algunas reflexiones acerca de este tema. La
primera es reconocer que aún desde la antigüedad siempre han existido personas
y movimientos que se opusieron abiertamente al sistema vigente en cada momento.
Siempre hubieron personas capaces de ver no solamente la trama del tejido sino
al mismo telar y buscaron con su dedo señalarlo para que los demás pudieran
también verlo y liberarse. Esto me hace acordar a la película Matrix que bien
podría ser tomada como una metáfora de cómo lo que vemos, creemos libremente
hacer y pensar y aún sentir, esta preformado, y todos estamos conectados a esa
matriz central que es la sociedad y sus instituciones. Creer que somos seres
“naturales” y que lo que vivimos y nos rodea es así y siempre fue y será así,
creer que las normas, leyes y costumbres nos protegen y que sin ellas
llegaríamos al caos, o aquello de que “es bueno creer en algo”, es lo que nos
mantiene atados a la matrix, al pasado que otros han hecho y que nosotros
seguimos repitiendo hoy. Es también reconocer nuestra doble cara, aceptar que
mientras públicamente repetimos esto, en secreto sabemos que no es tan así, que
siempre hay endijas, grietas por las cuales meternos y cuando creemos no ser
vistos, hacemos “la nuestra”, rompemos con las normas y convenciones. Algunas
veces eso nos lleva a mirar para todos lados con temor a haber sido
descubiertos, otras nos conduce al confesionario o al psicólogo.
Para Diógenes la moralidad es parte de la falsedad porque
todos tomamos los principios que nos han dado sin cuestionarlos, sin pensar si
estamos dispuestos, si queremos aceptarlos así o podemos darnos otros. Seguimos
adelante y lo repetimos y nos culpamos a nosotros o a los demás si no los
cumplen, aún cuando es evidente que muchas de esas costumbres y principios van
en contra de nuestro bienestar y aún contra la vida misma. Para la mayoría la
moralidad es lo convencional, lo que todos hacemos y pensamos y queremos, eso
es lo bueno, eso es lo deseable, eso es ser buena persona. Como dice Diógenes,
el alerta aparece cuando alguien se aleja de la costumbre, cuando muestra otras
posibilidades del vivir humano, es entonces que nos aprestamos a crucificarlo
por peligroso.
Ser cínico es peligroso, realmente, porque el cínico no es
oveja de la manada, no está dispuesto a seguir al pastor porque sabe que el
pastor es apenas un hombre común y que por unas monedas estaría dispuesto a
llevar a sus ovejas al matadero.
El cínico hace de su vida, de su cuerpo, su pensamiento. No
hay separación, todo es parte del mismo juego del vivir, lo que piensa lo dice
y lo hace. ¿Es necesario hacer la comparación con nuestro autotitulados
“dirigentes”? ¿con nuestros “pastores”, párrocos, obispos y gurúes de todo
tipo? Opone la integridad de su persona,
la autoafirmación, en definitiva, su dignidad, a la sociedad alienante y
violenta que persigue y castiga a quien no acata sus costumbres que también son
los privilegios de muy pocos. Porque estas normas, costumbres y creencias están
hechas a la medida del sostenimiento de los pocos privilegiados.
Podemos decir que la actitud cínica es de desencanto o más
precisamente, de descreimiento, de un escepticismo radical. En la base
esta la sospecha de que la
rectitud, la sinceridad, los
principios de que hacemos gala, la
mayoría de las veces son una cortina de humo
que esconde nuestras verdaderas e
inconfesables intenciones. Por esto podemos decir que para ser cínico es
necesario tener una moral muy fuerte y clara capaz de atravesar esa cortina y
denunciarla. También requiere de mucha fortaleza porque no es fácil, al
contrario, es muy trabajoso andar descreyendo, poniendo en tela de juicio, bajo
sospecha, no solamente a los personajes de nuestro mundo sino también a
nosotros mismos.
El cínico no descubre nada nuevo. Su denuncia no apunta a algo que nos es enteramente
desconocido, sino que corre la cortina para que se vea lo que ya sabemos que
esta escondido, lo que se silencia aún
sabiéndolo todo el mundo. Es el que se atreve a confesar aquello que todos
consideran inconfesable, aun sabiendo que es cierto.
Ambrose Bierce en su libro “El diccionario del diablo”, al
definir “cínico” lo hace de este modo:
«Sinvergüenza cuya
visión defectuosa le hace ver las cosas tal como son y no como deberían ser.»
Diógenes y el linyera. Tabaré. |