martes, 15 de octubre de 2013

71 - Qué dirá el Santo Padre

71
Qué dirá el Santo Padre

Al hablar de cualquier religión o empresa religiosa, siempre se hace la salvedad que los cuestionamientos no están dirigidos a las creencias, sino a la institución. Esta postura muestra únicamente el miedo de quien la expresa. Siempre nos dicen que hay que “respetar” las creencias, yo pregunto ¿por qué?

Las creencias son ideas, tan ideas como decir que el triángulo tiene tres lados, o que la democracia es la mejor forma de gobierno. Quienes viven y creen en una monarquía o aún quienes lo hacen en una democracia,  podrán cuestionar esto último, combatirlo con otras ideas y no por eso pensamos que están faltando el respeto. Quizá la diferencia está en que las ideas que llamamos creencias fueron rodeadas de un halo especial, cargadas de emociones y magia, y luego algunos las quisieron convertir en algo diferente a una idea, algo sagrado, intocable y se arrodillaron ante ellas. Así en la visión de muchas personas dejaron de ser ideas para pasar a ser entidades de otro orden capaces de competir con la realidad objetiva.


No se puede separar empresa religiosa y creencia porque unas necesariamente llevan a las otras, forman un todo. Por ejemplo en el judeocristianismo si quitamos la idea del mesías, todo se desploma.
Sí está claro que no es cuestionable la fe porque es penetrar en la subjetividad de cada persona la que está más allá de poder ser cuestionada pues no es una idea. Con lo que sí podemos meternos es con el objeto de esa fe y con las consecuencias que implica, con las construcciones de poder que se hacen a través de ella.

Aclarado esto, encaremos el tema central: las empresas religiosas son creadoras y sostenedoras de ideología, por lo tanto son entidades netamente políticas. Los dioses, santos, ángeles, demonios, los procedimientos para contenerlos o atraerlos a nuestro favor como son los rezos, las ceremonias, el cumplimiento de determinadas reglas o mandamientos, las promesas y ofrendas, los votos, son las formas de esa ideología que implica toda una explicación y sentido de la vida, no solo de la mía, sino la de todos y la del universo mismo. De ahí que estas empresas sean imperialistas, buscan imponer su visión como la única no solo para sus creyentes sino para todo el universo.

Es en este punto donde quiero comenzar la problematización. ¿cómo se puede conciliar una idea democrática de gobierno con otra imperialista, monárquica absoluta? Todo estado siempre estará en tensión con estas empresas, aún los monárquicos, pues aquellas se reputan  por encima de todo reinado mundano y compiten con este por el sometimiento de las personas a su voluntad.

Recordemos que en la edad media, cuando la iglesia católica tenía un poder indiscutido, eran sus jerarcas los que coronaban a los reyes mostrando de ese modo su superioridad. Ellos crearon la idea de que los reyes eran elegidos por dios para gobernar, a eso llamaron derecho divino. Por lo tanto debían a dios su poder y, entonces, también a la iglesia de ese dios y sobre todo a la única persona en el mundo que habla en nombre de ese dios,  su sumo pontífice, el papa.



Es esta idea imperial la que permite  que las empresas religiosas se crean con derecho a intervenir en todo lo relacionado no solamente con sus súbditos-creyentes, sino con el mundo en general, se creen con el deber de entrometerse tanto en el ámbito social como en el político. Es así como todo creyente termina siendo ciudadano de dos estados, el del país en que vive y el de su creencia, termina bajo dos leyes y debiendo obediencia a ambas, o en muchos casos algunos  cumplen solamente  las leyes de su religión.


Siendo así, ¿cómo es posible que convivan en un mismo tiempo y espacio estos dos modelos? La oposición solamente podrá aliviarse en aquellos negocios en que ambos, estado e iglesia, puedan salir beneficiados o cuando sea necesario luchar contra un adversario común, especialmente si ese adversario se opone al capitalismo del que los estados y la iglesia son columnas. Fuera de eso la tensión siempre estará presente.

Dentro de estos pactos entre estado e iglesia se dan situaciones llamativas, por no llamarlas directamente perversas en que un estado democrático sostiene a una iglesia monárquica  que rivaliza por el poder y la obtención del gobierno. Es lo que sucede en la Argentina en la que su Constitución Nacional dice en el artículo 2:

El Gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano.”

Son todos los habitantes del país, el estado democrático, quienes sostienen económicamente a una institución de la que no todos participan y en la que, aún participando,  no pueden elegir a sus directivos ni cuestionar sus basamentos ideológicos, y que además, ya sabemos, aplica fuerza sobre los gobiernos para obtener leyes y privilegios dirigidos a someter a los habitantes, pertenezcan o no a esa iglesia y obtener beneficios económicos.













Si bien el término “sostiene” usado en la Constitución implica “sostenimiento económico” y nunca concesión de un status preferencial, ni oficial  al culto católico, sigue vigente el cuestionamiento de por qué hay que hacerlo. Esto lisa y llanamente es indicativo de un privilegio, por lo que ya no podemos hablar de igualdad. Y aquí es donde aparece nuevamente la señal de alerta, en nuestra Constitución misma se halla un punto antidemocrático que busca beneficiar a un grupo determinado de personas.

Resalto lo de beneficiar a un grupo de “personas”, no hablo de institución o de iglesia o de religión, porque esas son creaciones ideológicas, existen mientras haya personas que las acepten y sostengan, el día que esto no suceda, se desmoronarán. El dinero que se recauda, el que obtienen mediante beneficios van hacia personas determinadas, difícilmente lleguen al cielo o tengan a ángeles por administradores. Son las personas las beneficiadas y las que hacen uso de todo este dinero.

Más grave que el dinero que los trabajadores ponemos para sostener a quienes no producen y seguramente viven mejor que nosotros, es el aporte simbólico, el poder que se le otorga imaginariamente pero que se traduce luego en acciones concretas. Es este poder el que les permite interponerse e impedir el cumplimiento del deseo de la mayoría de las personas.

Dicen que este poder y también el deber que tiene el estado de asistirla económicamente,  radica en que el 90% de la población argentina es católica. Sin embargo, cuando salimos de los números o de la cantidad de bebés bautizados y nos atenemos a otros datos, el resultado varía y mucho. El CONICET hizo una encuesta y demostró que la mayoría de las personas no siguen las disposiciones de la iglesia, y no solamente eso sino que están en contra. Por ejemplo, en cuanto a educación sexual y anticoncepción el 70 % opina en contra de la iglesia católica,  el 78% se declaró a favor del aborto. Les recuerdo lo que dijo el expapa Benedicto 16 al respecto: “…Puede haber una legítima diversidad de opinión entre católicos respecto de ir a la guerra y aplicar la pena de muerte, pero no, sin embargo, respecto del aborto…” * O sea que la mayoría de las personas están en abierta y clara oposición a la autoridad papal y en el límite de ser echados.
Situaciones similares se dan en relación a diferentes temas, entre ellos el matrimonio igualitario, la eutanasia, el sexo prematrimonial, el divorcio vincular y las diferentes expresiones culturales, donde la gente se expresa de manera contraria a lo que impone la ideología católica.

El diario La Nación publicó palabras de Fortunato Mallimaci, investigador en el tema de las religiones, quien dijo: “No hay dudas de que los creyentes en Dios siguen siendo mayoría en nuestro país. Pero están fuertemente desinstitucionalizados. Y no se trata de un problema exclusivo de los católicos, sino que esto también pasa entre los creyentes de otras religiones”.** O sea que esa mayoría del 90 % católica a poco que exploramos se disuelve.



Cada persona es dueña de creer en lo que quiera y de reunirse con otras que piensan de igual modo,  fijar las pautas de esas reuniones, las ceremonias y aún los reglamentos que deben cumplir para pertenecer, otra cosa muy diferente es pretender que el estado les pague por esa asociación voluntaria y  además también pretender que todos debemos cumplir los reglamentos que ellas, las empresas religiosas de cualquier tipo, imponen a sus  seguidores. Estos son algunos motivos que hacen que sea necesaria una clara y completa separación entre la iglesia católica y cualquier otra empresa religiosa, del estado.

Para finalizar les dejo un poema de Alberto A. Arias

Ya casi un ciudadano más
volví mis ojos hacia ella.
Y aunque no la vi —o nada vi—
alcancé a oír su verdad
profunda y vacía y negra:

—“Abandonad toda fe,
    creencia y superstición,
    amos, dioses y demonios.
    Y conservad la fuerza,
    la esperanza
    y la libertad.”

  (1985-91)  de: Poemas de Lo


* Carta de Joseph Ratzinger al cardenal Theodore McCarrick, arzobispo de Washington DC del año 2004 en

**”La religión con lupa científica, de los dogmas a los matices” por Lorena Oliva. Diario La Nación del 6 de octubre de 2013. Suplemento enfoques, pág 7, Religión y estado, estado laico, separación iglesia y estado





















70 - Por mano propia

70
Por mano propia

Gracias a la vida que me ha dado tanto 
Me dio dos luceros que cuando los abro 
Perfecto distingo lo negro del blanco 
Y en el alto cielo su fondo estrellado 
Y en las multitudes el hombre que yo amo. 

Gracias a la vida que me ha dado tanto 
Me ha dado el sonido y el abedecedario 
Con él las palabras que pienso y declaro 
Madre amigo hermano y luz alumbrando, 
La ruta del alma del que estoy amando.

Violeta Parra



Estos versos de Violeta Parra, de su canción “Gracias a la vida” nos 
introducen a uno de los temas más
vedados en nuestra cultura.

Hablar de la vida es también hablar de la muerte,  ambas van unidas, toda vida implica una muerte,  y en ellas, todas las vicisitudes entre una y otra, todas esas circunstancias que se dan en el trayecto, el amor, la pérdida, la tristeza, el dolor, la esperanza, la desilusión, la soledad, el vacío. Hablar de la vida es hablar de todo esto y de la constante presencia de la muerte, como esa posibilidad que un día se concretará.

Hay personas que deciden no esperar ese día, no quedar libradas al acaso, a la idea de un destino. Hay personas que deciden suicidarse. De esto se habla con pudor, en voz muy baja, casi con vergüenza, la muerte es algo que nos acontece, el suicidio es morir por propia mano, es un pecado.

Cuesta entender que quién ha escrito esta alabanza a la vida, un día, siendo una joven de 49 años, decidió matarse.  Ese acto fue el último texto de su existir.

¿cuáles fueron los motivos? ¿estaba enferma? ¿el profundo dolor por el amor frustrado?, ¿la decepción la abatió?

Quizá fue todo esto o nada de esto, solamente ella quizá lo supo. ¿Cuál es la diferencia para mí cuando lo irreversible fue ese hecho, su ausencia definitiva lograda? ¿saber el motivo  la recuperará?  no, solamente satisfará mi curiosidad.  Llegar a conocer el motivo es saber nada, porque al fin y al cabo, algo que para mí es irrelevante, para otra persona puede ser crucial, intolerable, doloroso o humillante al extremo. Desde mi vida y experiencia no puedo determinar cuál es el sentido del vivir, si es soportable o no el vacío inmenso ante el que se derrumban todas las ilusiones y las utopías se caen como castillos de naipes. Ante ese acto quizá lo único posible sea guardar silencio.

Ante cualquier muerte nos vemos tentados a conocer el motivo, ante un accidente queremos ver el cuerpo.  Me parece que son gestos que pretendemos mágicos, como si mirando o conociendo la causa nos tranquilizáramos, nos pusiéramos bajo un sortilegio protector, nos alejara del peligro. Esto también vale para el suicidio.



Cada cultura establece sus parámetros para vérselas con este hecho,desde la aceptación hasta el enérgico rechazo.

Este tema está profundamente relacionado con la eutanasia, porque en definitiva, es la persona la que toma la decisión sobre el final de su vida, no es el tiempo o la enfermedad o la vejez, es ella la que decide y esto es lo definitorio más allá de los motivos.

En nuestra cultura judeocristiana el dolor tiene el valor de una obligación, es necesario y se lo vende como algo bueno, positivo, se nos dice que es “redentor”. Los pobres, los que sufren, los explotados, irán al paraíso. El que se sustrae a todo esto, entonces es culpable.

Los mismos que nos dicen que no siempre la guerra es pecado, son los que armaron hogueras para las brujas y pecadoras, previa santa tortura; que dieron rosarios y comunión a los genocidas, o aquellos del norte que bajo el enunciado evangélico predicaron el peligro rojo y ahora el islamita junto con los que trazan la estrella de David, son los que elevan sus ojos al cielo ante el suicidio o la eutanasia.

De este modo tapan, colocan una venda de supuesta espiritualidad y mandato divino a lo que es una  experiencia humana, profunda, tanto que implica el final de una vida. Y de este modo también cierran la  cuestión ante la voluntad y autonomía de cada persona.

Quien se suicida no es un mártir ni un culpable, es apenas una persona que no ha podido soportar más sobre sus hombros la carga,  es aquella que se ha preguntado cuál era el valor de vivir de ese modo y se contestó que ninguno.

¿es posible amar la vida y buscar la muerte?

Violeta Parra nos dice que sí.



Maldigo del alto cielo
la estrella con su reflejo,
maldigo los azulejos
destellos del arroyuelo,
maldigo del bajo suelo
la piedra con su contorno,
maldigo el fuego del horno
porque mi alma está de luto,
maldigo los estatutos del tiempo
con sus bochornos,
cuánto será mi dolor. 


Violeta Parra
Maldigo la cordillera
de los Andes y La Costa,
maldigo, señor, la angosta
y larga faja de tierra,
también la paz y la guerra,
lo franco y lo veleidoso,
maldigo lo perfumoso
porque mi anhelo está muerto,
maldigo todo lo cierto
y lo falso con lo dudoso, 

cuánto será mi dolor. 



Esta también es Violeta Parra, la misma que alabó a la vida, ahora traspasada de dolor. Así como todo cambia, como un tren que jamás se detiene pasa por distintas estaciones, unas alegres, otras vacías, las hay también tristes, así nuestro interior deambula por los sentimientos, y esto también es vivir.

Dentro de estas posibilidades también está el cansancio, la capacidad de renunciar y no aceptar más, de decir basta.

Quien llega a este punto no puede hablar, no puede decirlo porque la civilización  le cae encima y lo aplasta aún más. Será mirado con extrañeza, llevado a un psiquiatra y posiblemente internado y también medicado. 

Hemos hecho del vivir un castigo, una cárcel de la que no se puede salir; hemos olvidado que vivir solo tiene sentido en función de las personas, no de los principios ni de las instituciones.





La exigencia de vivir pese a todo, incluso hasta prolongar la agonía, pareciera haber olvidado la dignidad de la humanidad. Embelesados por  el principio abstracto del valor de la vida humana por sobre cualquier otra cosa, dejamos a un costado la cuestión del “cómo”,  de las condiciones de ese vivir.  Tan pronto como ponemos el diagnóstico del motivo dejamos de ver las circunstancias, todo aquello que estuvo presente al momento de tomar esa resolución. Si prestamos atención a todo eso, quizá nos demos cuenta del hueco y podamos comenzar a llenarlo, de otra manera,  quedará abierto.

El suicidio también es una denuncia de todo aquello que en esta civilización no hemos conseguido aliviar, aquello que no vemos y cargamos sobre la sensibilidad y tolerancia de otros.
Estas palabras no son el elogio al suicida, solamente son la excusa para rescatar de manos de las empresas médicas, gubernamentales, religiosas, nuestra capacidad de decidir sobre nuestra, y lo repito para que no quede como una palabra más, capacidad de decidir sobre “nuestra” única vida, la capacidad de asumir totalmente nuestra responsabilidad como seres lanzados a la existencia.

El suicida no es un héroe ni un revolucionario, ni mártir ni criminal.

Estas palabras buscan promover un pensamiento positivo que lo saque de estos lugares y lo vea como una persona en una situación que le resulta límite. Mientras lo dejemos cerrado como si no existiera estaremos aumentando la angustia. Es inhumano negarle esta posibilidad, hacerlo aún pasar por la angustia de tener que buscar una situación casi delictiva u horrorosa, hacerlo en silencio, escondiéndose, mintiendo. Negarles la posibilidad de la despedida, de la mano compañera sosteniendo la suya, o por qué no, hallar juntos el consuelo o la solución.






sábado, 12 de octubre de 2013

69 - Eutanasia. Yo decido

69
Eutanasia. Yo decido


¿Qué es la eutanasia?
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) es la acción médica de provocar la muerte del paciente.
Es una de las elecciones que más polémica despierta en todo el mundo, ya que se considera que la vida humana es lo más importante.
Hay dos maneras de realizar la eutanasia: por acción directa, por ejemplo proporcionando  una inyección letal al enfermo,  o por acción indirecta como podría ser dejar de darle soporte básico para que el paciente no sobreviva.
O sea que  la eutanasia consiste en la acción u omisión del médico, enfermero o auxiliar sanitario que provoca deliberadamente la muerte del paciente a su propio pedido o de sus familiares, con el fin de eliminar el dolor. 

A partir de acá podemos entrar en disquisiciones de detalle, que aunque son importantes, requieren de conocimientos especiales, como por ejemplo saber que  no toda vez que se suspende un soporte vital, como el alimento o el agua vía sonda, se comete eutanasia. Es el caso en que el soporte deja de cumplir las funciones previstas por ejemplo, cuando deja de hidratar, o cuando el paciente entra en estado agónico en la etapa final de esa evolución.  En cambio, sí es eutanasia la ayuda o la cooperación a un suicidio, aunque sea para evitar sufrimientos o  porque la calidad de vida de la persona no alcanza un mínimo aceptable por enfermedades degradantes o la ancianidad avanzada.

También interviene en esto el concepto que se tenga acerca de la  muerte. Hoy se considera que la persona  ha fallecido cuando hay muerte encefálica, aunque su corazón siga latiendo. Llegado a este punto se debe retirar el soporte.

En nuestra charla no es el aspecto médico el que más nos interesa, aunque a través de este podemos ver que hay una serie de límites y consideraciones tanto éticas como legales que deben ser tenidas en cuenta.



En nuestra sociedad  ya sea a partir del momento de  la concepción hasta el nacimiento, como la muerte, se hallan cargados de enorme significado. Por eso todo lo referente a la anticoncepción, al aborto y en el otro punto, a la eutanasia y el suicidio aparece como sumamente conflictivos.

¿Quiénes deciden sobre estos aspectos fundamentales?

Por ahora a los simples humanos que los tenemos que vivir se nos ha quitado la posibilidad de elección. Son los gobiernos, las leyes, las religiones quienes deciden por nosotros, cuando es nuestro cuerpo, es nuestra vida y nuestra propia moral la que esta en juego. No estoy hablando de aquellos casos en que mi acción compromete la salud o la vida de otra persona, como podría ser lastimar o matar a otro ser humano; estoy hablando cuando son mi propio cuerpo, mi estar en el planeta, mi dolor físico o mental el que me agobia.

Me motivó a reflexionar sobre este tema una noticia que informaba que una persona transexual, tras haber completado su cambio de sexo, no aceptó su nueva condición y solicitó se la autorizase a morir por sentirse un "monstruo" tras su transformación física. El Estado belga aceptó su petición de morir alegando un "sufrimiento psicológico insoportable". *

En este caso el deterioro importante de la calidad de vida  no es debido a una enfermedad física incurable sino a un sufrimiento psicológico calificado de “insoportable”.  Esta última palabra nos da una clave, fuera de mí nadie puede decirme que es, repito, para mí, soportable o no, solamente yo puede calificar mi sufrimiento. Esto implica un corrimiento de la autoridad médica o moral, ellas en todo caso quedan como observadoras o testigos, el centro es de quien padece, el único que puede hablar por sí mismo y decir qué siente y si quiere seguir soportando ese dolor o no.
Saber qué pasa en otros países, conocer otros pensamientos, muchas veces es liberador, abre nuevas puertas o preguntas. Yo desconocía que Bélgica legalmente ya tuviera en parte resueltas estas cuestiones. Es más, esta  práctica que fue aprobada en el 2002 y es cada vez más utilizada, actualmente una de cada 50 muertes en ese país se debe a ella.



A continuación expondré  un párrafo que no merece comentario, que a todas luces muestra la arbitrariedad y capricho con que  desde una situación de poder algunos se expresan en relación a estos temas.

“No todos los asuntos morales tienen el mismo peso moral que el aborto y la eutanasia. Por ejemplo, si un católico discrepara con el Santo Padre sobre la aplicación de la pena de muerte o en la decisión de hacer la guerra, éste no sería considerado por esta razón indigno de presentarse a recibir la Sagrada Comunión. Aunque la Iglesia exhorta a las autoridades civiles a buscar la paz, y no la guerra, y a ejercer discreción y misericordia al castigar a criminales, aún sería lícito tomar las armas para repeler a un agresor o recurrir a la pena capital. Puede haber una legítima diversidad de opinión entre católicos respecto de ir a la guerra y aplicar la pena de muerte, pero no, sin embargo, respecto del aborto y la eutanasia.”
Estas palabras son del ex papa Benedicto XVI, en una carta de Joseph Ratzinger al cardenal Theodore McCarrick, arzobispo de Washington DC del año 2004. **

O sea que yo como hombre o mujer no puedo decidir sobre esa célula originada en una relación sexual y que si no hago algo, seguirá su desarrollo hasta convertirse en una persona que no deseo, ni quiero, tampoco puedo decidir sobre la finalización de mi vida, esto lo tengo vedado sin posibilidad alguna de discusión, pero, y esto es lo interesante, sí puedo decretar una guerra, ordenar bombardear ciudades, como Hiroshima o Nagasaki, matar miles de personas y dejar aún muchas más con secuelas irreparables. Si esto no fuera real, si esto no estuviera decretado desde uno de los grandes poderes de la tierra, sería considerado un absurdo sacado de alguna mala comedia.

Esto no es nuevo, ya en 1995 el papa Juan Pablo II en la encíclica Evangelium Vitae dijo:
“El hombre, rechazando u olvidando su relación fundamental con Dios, cree ser criterio y norma de sí mismo y piensa tener el derecho de pedir incluso a la sociedad que le garantice posibilidades y modos de decidir sobre la propia vida en plena y total autonomía.”

O sea que no podemos ser “criterio y norma” de nosotros mismos porque eso significaría reconocer nuestra soberanía, nuestro poder de decisión y autonomía. Eso sería romper las cadenas que nos hacen bajar la cabeza ante otros humanos, porque no nos engañemos, este no es un asunto con ningún dios, sino con esos hombres que se titulan profetas, oráculos, vicarios de dios, porque son ellos los que nos quieren fijar las normas, son ellos los que nos dicen que no puedo tener una muerte asistida o un aborto legal pero sí me autorizan a matar en una guerra, a torturar o a hacer vuelos de la muerte, si eso beneficia sus intereses.

Es más que obvio que ninguno de nosotros ha podido elegir ser concebido o nacer, ni siquiera en qué circunstancias,  si además tampoco podemos elegir nuestra muerte, la vida ya no es una elección, ya no es un regalo, sino una imposición, una obligación. De este modo también se nos ha arrebatado poder elegir vivir, poder elegir gozar plenamente porque ahora todo esta marcado por la obligación de vivir. Claro, igualmente tengo la opción del suicidio, de dejar a un lado estas ordenanzas, pero será un acto solitario, intrascendente, que no otorgará derechos a otros, todo lo contrario, seguramente aparecerán algunos psicólogos moralizantes que fácilmente dirán que mi suicidio obedece a causas patológicas, a traumas infantiles.

Una auténtica muerte digna, la eutanasia, implica nuestro derecho a no sufrir inútilmente, a que se respete nuestra libertad de  conciencia, a conocer la verdad de la propia situación, a decidir por nosotros mismos  sobre las intervenciones a las que seremos sometidos, a mantener un diálogo confiado con los médicos, familiares, amigos, a recibir asistencia espiritual si la deseamos.  Estos derechos legitiman la decisión de renunciar a los tratamientos excepcionales en la fase terminal. Todo esto en el caso de una enfermedad, y si no la hubiere, si fuera únicamente un sufrimiento personal y que como tal no tiene porque ser entendido por los demás, o simplemente haber llegado a un punto de sinsentido, de vacío y decido de manera conciente terminar con mi vida, también es un acto de crueldad que se me obligue a continuar o a convertir mi muerte en un suicidio, en un acto más de padecimiento, de angustia, para mí y para quienes me aman.



Este es otro derecho a conseguir, este es otro límite que tenemos que imponerle a los sádicos de siempre, a quienes disfrutan y también se enriquecen con la muerte y el dolor de los demás.







La mayoría de las IMAGENES han sido tomadas desde la web, si algún autor no está de acuerdo en que aparezcan por favor enviar un correo a  alberto.b.ilieff@gmail.com y serán retiradas inmediatamente. Muchas gracias por la comprensión.











martes, 1 de octubre de 2013

68 - Palabras y juegos de poder

68
Palabras y juegos de poder

Hoy hablaremos de algunas declaraciones del actual papa.

Siempre los mensajes que emiten las empresas religiosas son de especial cuidado, no solamente por lo que dicen, que es muy importante, sino también por aquello que silencian.

Miles, millones de seguidores se dejan llevar por estas palabras, las aceptan y tratan de adaptar su pensamiento y conducta a lo que esos mensajes dicen.
Papa Francisco

Si a esto agregamos la fuerza que tienen determinados personajes investidos de una supuesta santidad, de una supuesta conexión directa con la divinidad que los convierte en una especie de semi dioses, a los que se le ha dado el poder de dirigir nuestra vida y señalarnos lo que esta bien y lo que esta mal, y si además tienen poder económico y político, estamos ante algo que no puede ser subestimado y tomado a la ligera.

Todo esto vale especialmente cuando hablamos del papado de la iglesia católica.

Fue en setiembre ppdo cuando todavía existía el peligro de una invasión a Siria que podía traer consecuencias horrorosas para todos, que de improviso unas declaraciones del papa Bergoglio eclipsaron todos los temas y se reiteraron hasta el cansancio en todos los medios. Eso no es raro, los poderosos, cuando no compiten por el tesoro, se apoyan mutuamente. Brevemente tomo de lo que expresaron los medios estos puntos: el papa se reconoció pecador, que no es un hombre de “derecha”, que tanto las mujeres que han abortado como los homosexuales deben ser acompañados con misericordia.

Se dirá que es un mensaje espiritual, de eso no hablaré, el contenido espiritual o material lo evalúa cada uno desde su punto de vista particular, lo que es indudable es que es un mensaje político destinado a los ciudadanos católicos del mundo habitantes de todos los países, lo que lo constituye de manera indubitable en un enorme factor de poder.

Que un papa diga Soy un pecador” realmente impacta e inmediatamente uno piensa en la gran humildad de este hombre que ha sido elegido solo él por el mismo dios entre siete mil millones de habitantes del mundo, o si se quiere tomar únicamente los católicos, fue elegido  él entre 1.214 millones de personas, que además tiene acceso directo al Espíritu Santo. Indudablemente impacta. Pero si me detengo un poco inmediatamente me digo: no necesito esa declaración para saber que es un hombre como yo, la diferencia es que sus deseos, inteligencia y seguramente astucia le permitieron llegar a la máxima dirección de ese enorme poder, pero nunca dudé de que él fuera un “pecador”, hablando en sus términos, o que pueda tener caries o se le caiga el pelo, por eso su frase no me parece indicadora de humildad sino todo lo contrario, surgida de un sentimiento de superioridad que le obliga a mostrarse, y acá es dónde se evidencia más,  a hacer demostraciones públicas en palabras y hechos para ser visto y considerado humilde. Recuerdo que el mismo Jesús recriminó a aquellos que se golpean el pecho para ser vistos por todos.

También me resulta llamativo que diga que es “bastante ingenuo”, pues no lo parece tanto vista su historia y como llegó a ser monarca absoluto.





Que el director de la iglesia católica universal, de esa iglesia de la que conocemos la historia, y sobre todo en la Argentina su complicidad durante la dictadura militar, diga "Nunca fui de derecha" me produce sensaciones encontradas.  ¿Es que el papa es de izquierda? ¿La iglesia se incorpora a las fuerzas marxistas? 
Podrán interpretar que quiso decir que se orienta al centro. Sabemos muy bien en la práctica que no existe el centro, que en todo caso quienes así se definen son derechistas, digamos, moderados o avergonzados de serlo. Sostener que el jefe indiscutido de la iglesia que siempre fue aliada y apoyo de los poderosos y de los gobiernos, que bendijo a torturadores y genocidas, que colaboró activamente con la destrucción de todo socialismo, no es de derecha, es ir demasiado lejos y casi entrar en un torbellino de ciencia ficción.

Otra de las declaraciones que el mundo aplaude y considera que indica un cambio significativo es aquella en la que se refiere a las mujeres que abortan. El papa pide que se las acompañe con “misericordia”. Pero prestemos atención que no se refiere a todas las mujeres que pasan por esta situación,  el mismo papa aclara que se refiere a la que  “está sinceramente arrepentida” porque “le pesa enormemente”. Ya decidir un aborto es pesaroso, problemático; someterse a una operación invasiva y con grave riesgo de vida para la mayoría de las mujeres, es traumático. No es un hecho más en la vida de una mujer, la marca subjetiva queda para siempre. Pero para un fiel católico esto no debe alcanzar, es necesario que además la mujer se culpabilice,  sufra y se arrepienta, y si fuera otra época se esperaría verla lacerada por un látigo. Extraña compasión esta.

¿Dónde está ese cambio significativo del que se habla?



Otro tanto sucede con su opinión sobre los homosexuales. También la misericordia los alcanza. En su caso  quien espere esa misericordia debe mostrar que "tiene buena voluntad y busca a Dios”. No hay misericordia para los y las ateas, ¿a ellas y ellos, entonces, se los puede quemar?

Nuevamente pregunto ¿dónde está el cambio?

¿En qué ya no dice que a las mujeres pecadoras y a los homosexuales hay que quemarlos en la plaza? ¿En qué no los manda a vivir en una isla? ¿En qué no los tortura para que confiesen haber hecho un pacto con el demonio? ¿En qué no los bendiga antes de mandarlos al vuelo de la muerte?

Estas palabras papales casi edulcoradas no niegan lo que Catecismo de la Iglesia católica dice:

“la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso…. Esta inclinación, objetivamente desordenada….” *
La solución para el catolicismo es sencilla: 
“Las personas homosexuales están llamadas a la castidad” o sea que se les exige dejar de lado su vida sexual.

Es el mismo Vaticano en su accionar el que muestra la otra cara. Fue el mismo setiembre cuando el diario Clarín informó que el Vaticano impidió que se realizara en Roma una muestra de fotos de Gonzalo Orquin en las que aparecían personas homosexuales besándose en el interior de iglesias. Al parecer la misericordia no tiene mucho vuelo.
 
Besándose. Gonzalo Orquin. Foto diario Clarín 30.9.13


Besándose. Gonzalo Orquin. Foto diario Clarín 30.9.13



Nuevamente pregunto 
¿dónde está el cambio?







Cambio sería aceptar al aborto, aceptar a la homosexualidad como una posibilidad humana más. Aceptar a hombres y mujeres no porque están desgarradas, porque están arrepentidas, sino porque son personas. Esto significa reconocer su dignidad e igualdad, de lo contrario es ponerse por encima, creerse superior.

La misma mano que condena, que carga de  dolor y excluye es la misma mano que luego pretende acercarse con “compasión” al dolor ajeno. El papa no dice que si la mujer llegó a la situación de tener que abortar, mucho tiene que ver la iglesia que él dirige, y que si el homosexual es un “herido social”, como él lo califica, también lo es gracias a su iglesia. Es una compasión, una misericordia tardía e impotente, como la de aquellos que crean la pobreza y después hacen obras de caridad. Y lo que es más grave, no se responsabilizan de lo que han hecho. La culpa sigue siendo de la mujer que aborta y de las y los homosexuales.

Además tengamos muy en claro que habla de “misericordia” no de comprensión, no de aceptación del prójimo, no habla de amor.

En este terreno la iglesia ha perdido definitivamente la batalla, ya existe el matrimonio igualitario, ya existe la ley de identidad de género, ya homosexuales y lesbianas pueden adoptar, los métodos anticonceptivos son aceptados por la mayoría de las personas, y será cuestión de tiempo que el aborto sea despenalizado. Por eso este sorpresivo “cambio”, porque ya no hay vuelta atrás, como tampoco la hay en el rol social creciente de la mujer y en su libertad de elección. De no ser así, tengo serias dudas de que el papa predicara la “misericordia” y no la hoguera.



Quizá por eso también dijo: "No podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Yo he hablado mucho de estas cuestiones y he recibido reproches por ello”  En un modo coloquial está diciendo que ya el tema está cerrado, porque seguir hablando es poner en evidencia la derrota. A partir de esto es probable que veamos aparecer nuevas temáticas, ya no referidas a la sexualidad humana sino el sistema social, como pueden ser la pobreza, la distribución de la riqueza y quizá hasta la ecología.

Creo que la clave esta cuando dice “nunca fui de derecha”, cuestión que quienes conocen bien de cerca su historia podrían poner en duda, esta es toda una declaración política y un programa. Significa que ya la iglesia no usará los métodos que tanto rechazo causaron como los enarbolados tras “Cristo Rey”, o con la famosa “Tradición, Familia y Propiedad”, aquellos que surgen de una clase social determinada y claramente identificable. Ahora todo se sutiliza y trastoca. Del mismo modo que se abandona la pompa y las coronas, los sillones dorados, se hace ostentación de “pobreza” y de una supuesta “izquierda”. El objetivo es salir a captar y competir por los clientes. Las empresas religiosas como cualquier otra empresa, como también las partidarias, necesitan acrecentar sus bases pues su poder depende de cuantas más personas puedan captar y adherir, de cuantas más personas compren sus dogmas y creencias. A aquel mandato a los jóvenes de salir a las calles hecho en Brasil, se le agrega este que apunta a los abandonados de los gobiernos. No es raro que entonces la teología de la liberación reaparezca para seducir a quienes fantasiosamente quieren ver en la iglesia un fermento revolucionario. Que los “curas villeros” se acrecienten y hasta salgan en las revistas y porque no también “monjas villeras”. No olvidemos que la teología de la liberación es igualmente, y nunca se propuso otra cosa, una “teología”, o sea que lo central es el dios y no el humano. Ya sabemos como la preeminencia de los dioses le ha costado la vida a miles de personas.




La nueva iglesia de “izquierda” saldrá al campo a disputar sus clientes con las otras empresas: pentecostales, umbandas, y otros grupos; a los partidos políticos, y sobre todo, a la verdadera izquierda.




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