miércoles, 18 de diciembre de 2013

81 - El Experimento

81
El Experimento

Acabo de ver por televisión la película “El experimento” y no ha sido un simple entretenimiento. Antes de seguir con el tema aclaro que hay dos con este mismo título, una alemana del año 2001 y otra estadounidense, hecha en Hollywood en el 2010, la primera es mucho mejor, la que hoy vi fue esta última. De todos modos cualquiera de las dos nos permitirá hacer este juego nuestro de tirar ideas al aire y ver como por ahí, al encontrarse, van formando figuras, algunas nuevas, otras no tanto.

A partir del tema y de la violencia que contiene esta película, tanto física como psíquica, se pueden plantear una serie de preguntas que difícilmente podrán ser contestadas salvo como una aproximación personal al tema.


Quizá la más importante sea si existe una esencia, una naturaleza humana, si es que las circunstancias, como comúnmente se dice, “sacan” lo mejor o lo peor nuestro, o sea que serían algo así como el anzuelo que de nuestro interior obtiene algo bueno o malo, o si, por el contrario, esas mismas circunstancias son las que van armando y presionando para que se cumplan las conductas que aparecerán, o sea que en realidad no habría una esencia humana, sino que esta se va haciendo a cada momento. Cualquiera de las respuestas que nos demos no podrá ser probada nunca, quedará dentro del juego de las posibilidades, pero representará consecuencias muy reales. Si creemos que las personas son “buenas” o “malas” “por naturaleza” lo que elijamos como educación, por ejemplo, será diferente y ni que hablar de lo que llamamos delito y su penalización que si creemos que lo que somos se va armando.

Esto también nos lleva a preguntarnos si en realidad hemos evolucionado desde nuestros ancestros, nuestros hermanos menores los monos o seguimos siendo como ellos, nada más que con una superficie más amigable y “socializada”.

También plantea el tema de las circunstancias, de la historia personal en relación a ellas y a la más grande que es el momento social que vivimos. Implica también los roles que nos  adjudicamos en este mundo que creamos, y como cada uno configura una relación de poder determinada y sobre todo, relaciones con la ley, con la posibilidad de transgredirla, en definitiva se plantea el tema de la impunidad.

Más que un experimento la película habla de la sociedad y sus modos, del lugar que cada uno de nosotros tiene y sus posibilidades.

Se trata de un grupo de hombres elegidos por unos investigadores mediante interrogatorios y pruebas psicológicas. Los seleccionados son llevados a un lugar apartado, alejado del mundo conocido por ellos y en ese lugar son divididos en dos grupos, uno será de los guardias y el otro, de los prisioneros. El señuelo será la paga, si por algún motivo el experimento es interrumpido no se les pagará. Este sencillo argumento es el marco a partir del cual se desarrollan las relaciones entre las personas.

Lo interesante de este film es que está inspirado en un experimento psicológico real realizado en 1971 por el profesor Phillip Zimbardo de la Universidad de Stanford en el que 75 estudiantes fueron seleccionados para adoptar los roles de prisionero o guardia dentro de la reconstrucción de una prisión en el sótano de la facultad por una paga de quince dólares diarios. Los carceleros recibieron uniformes y porras mientras que los presos recibieron ropa acorde a su condición. El objetivo era estudiar los efectos de asumir estos papeles, la internalización de los roles y el abuso de autoridad y de violencia en función de un entorno social determinado, en este caso una prisión. Lo que comienza siendo un claro juego de roles se va convirtiendo en una realidad que tiene claras consecuencias que la modifican o refuerzan, a tal punto que se llegó al exceso y tortura por parte de los guardias que originó un motín en los “prisioneros”.  Esta experiencia estuvo programada para catorce días pero por todo esto, debió ser cancelada a los seis.


En este caso, una vez más la ficción y la realidad se
 mezclan a tal punto que al ver esta película no se puede
dejar de pensar en los abusos perpetrados por parte de las fuerzas norteamericanas en la prisión de  Abu Ghraib en el 2004.




Como al pasar, como una característica más dentro del proceso que se va mostrando, aparece la sexualidad y su ligazón con el poder. Y aquí vale la pena detenernos un poco, y recordar que eso que llamamos sexualidad, que lo damos por “natural” en cada uno de nosotros, en realidad es parte de nuestra construcción social. Nosotros no nos vemos cara a cara con nuestros impulsos sexuales, sino con su configuración dada por nuestra familia, por la educación, por la moral, por la religión y por muchos otros factores. Como aparece el sexo, como se juega dentro de este marco de relaciones acotadas que es la prisión y por lo tanto, su vinculación con el poder, puede ser llevado en general a toda nuestra vida, porque no olvidemos, la prisión es un extremo casi bizarro de lo que son las relaciones dentro de esta sociedad jerárquica en la que esta división en clases es en sí misma violencia y está sostenida por la violencia misma. 

Quizá sea muy extremoso decir que todo este mundo que hemos construido y que a regañadientes sostenemos es una especie de prisión sin celdas en la que cada uno tiene un rol y estamos en esta supuesta libertad siempre y cuando no alteremos el “orden”, no nos opongamos al sistema tal como está dado. 

Dentro de este orden los transgresores están permitidos y hasta son necesarios como válvula de escape del malestar, forman parte de esas huestes que andan por la sociedad enarbolando sus cualidades y que son mirados con alguna antipatía pero tolerados mientras se mantengan dentro de los límites o sea, mientras no sean realmente peligrosos. Ir más allá ya implica enfrentarse a la ley, romper con el supuesto contrato social que nunca hemos firmado pero que sin embargo debemos cumplir. Es entonces cuando se hacen visibles los barrotes de las celdas, cuando se evidencia que la libertad no es tal.


Es casi de cajón decir que en la película lo que aparece con claridad es que la estructura en sí misma es violenta, y que al imponer la desigualdad como parte de esa estructura misma, lo que hace es fomentar más violencia que lleva a una mayor desigualdad. Aparece la ley, el reglamento, como un arma que es usada por aquellos que se hallan en el lugar superior de la pirámide, el jefe que somete al subordinado, el inferior que se descarga con el preso y la única posibilidad que le queda al de abajo es el acatamiento del orden aunque sea injusto y violatorio o su ruptura en un motín que busca la reestructuración del poder. Ya sabemos que en general esto implica algunos muertos de parte de los amotinados.

La ley supone un punto en común, el que iguala, por eso decimos “iguales ante la ley”, es la que constituye la democracia en oposición a otras formas como la monarquía o las dictaduras. Cuando la ley ya no tiene esta función, cuando la corrupción del estado llega a límites insostenibles, cuando la impunidad es la norma, cuando la desigualdad no solamente se hace ostentosamente evidente y es usada para humillar, es cuando la ley cae, es el momento en que los barrotes invisibles de esta cárcel se hacen evidentes y comienza a desestructurarse el juego, las violencias se multiplican: si el juez, si el ministro, si el secretario, roban, yo también puedo hacerlo, y al mismo tiempo comienza a  prepararse el motín.


El experimento real, el llevado adelante por el profesor Zimbardo de la Universidad de Stanford, tuvo que ser interrumpido porque dejó de ser una prueba de laboratorio para inscribirse en la vida cotidiana ya no como un experimento sino como una réplica de la sociedad.


Hoy termino con una poesía de Alberto Luis Ponzo, llamada Masacre:



Nada podrá hacer
un grito o caricia
Alberto Luis Ponzo

este desgarramiento
entre oscuras letras

el silencio que arranca
lágrimas de las manos
cerradas de espanto

la cabeza alzada
     en pedazos de ser

masacre
sueño desangrado

que llegue un día el fin
el cierre de la muerte
       la perpetua respuesta

a los culpables.


               







sábado, 14 de diciembre de 2013

80 - Gobierno del pueblo

80
Gobierno del pueblo

No hace tanto tiempo que murió Nelson Mandela y fue una excelente ocasión para ver y analizar mucho de lo que venimos hablando en estas columnas. Una vez más se desplegó con toda su fuerza la ideología liberal centrada en el individualismo. Se hizo de Mandela desde un santo hasta un héroe único en el mundo. Se habló de su vida, sus esposas, su cárcel, se lo construyó como un “gran hombre”. Posiblemente lo era, no es esto lo que pongo en cuestión, sino el dispositivo liberal para hacer creer que el individuo, que la personalidad, valen por sí mismas y que por su propia iniciativa y esfuerzo pueden hacer la historia.

Nelson Mandela 




Esto que se nos relata no es así, somos lo que somos por nuestras circunstancias, por haber nacido en determinado momento histórico, en una ciudad y no en otra, en un país, en un barrio y educación, y también con una familia que nos aportaron lo que fuimos siendo, lo que en nuestro interior fue tomando una forma. 




Los héroes también lo son por sus circunstancias, ellos también fueron formados por su entorno. Esto no niega la impronta personal, que Mandela pudo haber optado por otras salidas, que pudo haber hecho de su vida otra cosa, que él también se construyó a sí mismo mediante sus elecciones. Lo que busco resaltar es que siempre se elige en función de un medio, en una situación determinada y con una historia precisa, que no hay una vida que se desarrolla en el vacío histórico, y sobre todo, que no se va cumpliendo en soledad. Lo que los liberales en su culto a la personalidad niegan constantemente es la presencia de los otros, de esos que son el sostén y la fuerza de los líderes, pues no hay líder sin un grupo, sino no sería líder. Y no hablo de seguidores, porque al líder no se lo sigue, sino que él capta y sigue lo que en la gente se halla presente y además, y esto es lo importante, siempre es circunstancial, depende del momento y de las necesidades grupales en ese entonces.

Hace muchos años se hablaba del “self man made”, de la persona que se hace a sí misma, que es resultado de su propia voluntad y esfuerzo. Se nos decía que si alguien se impone una meta y aplica a su consecución todas sus fuerzas y tiempo, la obtendrá. Es de cuando también se decía que en una democracia todos podemos llegar a ser presidentes. Estamos en el imperio del individuo, de aquel que no necesitó de nadie. El ejemplo era Onassis, que de vender cigarrillos en el puerto de Buenos Aires llegó a ser un potentado mundial. Es la misma estrategia con que fueron construidos los santos católicos, los que por su propio sacrificio llegaron a ser elegidos por el mismo dios, o los héroes nacionales, como San Martín con su caballo blanco que nunca existió y se dice que liberó a tres países pero nadie recuerda el nombre de los soldados que sí lucharon y fueron heridos y murieron y que fueron en definitiva los que ganaron las batallas.



Armando así la historia, los personajes, es fácil concluir que el millonario lo es por su propio esfuerzo y que, entonces, merece disfrutar de su bien ganada fortuna y puede hacer con ella lo que quiera. Ahora, si incluimos a los otros en esta ecuación, si agregamos por ejemplo a los que trabajaron para él, si pensamos que nadie está aislado, nos daremos cuenta que toda esa riqueza no fue obtenida por este buen ciudadano, que no es producto de su sudor sino del de muchísimos obreros que no tienen ni de cerca su fortuna. Este modo de ver las cosas, de contar la historia  de manera centralista e individualista, nos aleja de una visión democrática, orientada a la gente común, y nos lleva a mirar hacia unos pocos y a creer que ellos son los hacedores y que tienen alguna cualidad especial de la que quienes somos mayoría, carecemos.

Es necesario no dejarnos engañar por el discurso liberal pues mientras nos habla de libertad, de igualdad, incluso de democracia, sus actos van en sentido opuesto. El elitismo, el culto a la personalidad, nunca serán democráticos precisamente por son elitistas. Esto es muy distinto a la aceptación de las diferencias, que vos seas diferente a mí no te hace ser superior o inferior.

Si este esquema lo traemos a algo tan cercano como los partidos políticos, como los candidatos que cada tanto aparecen rogando que los votemos, a la estructura piramidal de todos los gobiernos, nos estaremos acercando peligrosamente a entender cuál es el juego político en que nos han metido. Alcanza con abrir un diario y ver que todo el tiempo de habla de personalidades, de este presidente, de aquel gobernador, de diputados y senadoras, de jueces, y podemos seguir una larga lista, y quien está ausente en estas páginas es precisamente el pueblo, la gente común, esta que camina por las calles y toma colectivos o anda en bicicleta.

Se dice que la democracia es el gobierno del pueblo, o sea que es el común de la gente quien gobierna y delega en algunas personas el cumplimiento de sus decisiones, pero, sucede que en nuestro sistema se entiende al revés, interesadamente se cree que significa que el pueblo debe ser gobernado, dirigido, por eso los políticos profesionales se autodenominan “dirigentes”.

Tanto es su afán elitista que se pretenden excluir de la mayoría y denominarse “clase política” como si vivir de esa profesión los convirtiera en una especie diferente de la humanidad, una “clase” aparte y les confiriera un estatus determinado. Es por eso mismo que una vez que han cumplido con su trabajo no se desprenden del título y lo esgrimen como si fuera de nobleza: son “ex” presidentes o diputados y senadores “con mandato cumplido”, lo que no significa nada, sino que son ciudadanos comunes, pero que, con eso de “mandato cumplido” quieren mostrar su distinción, no ser confundidos con la mayoría de la gente.

Cuanto más de cerca miramos y sobre todo en la práctica, no en el discurso, al sistema en que estamos y del que formamos parte, menos democracia encontramos.



Ahora las democracias del mundo lo reconocen como un héroe, pero recordemos un poco lo que posibilitó que Mandela como líder surgiera.
El apartheid fue  impuesto en Sudáfrica en 1948  por el Partido Nacional Purificado que sostenía  la superioridad de la raza blanca y dividía a la población sudafricana en cuatro grupos distintos: los blancos (20%), los indios (3%,) los mestizos (10%) y los negros (67%). Este sistema segregacionista discriminaba a las 4/5 partes de la población del país. Incluso  se crearon reservas  donde era hacinada la gente negra para qué no se mezclara con la blanca, esto hizo que  el 80% de la población  viviera en el 13% del territorio sudafricano.

A tal extremo llegó la situación que en 1963 el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condenó al régimen del apartheid y  pidió que se suspendiera el suministro de armas a Sudáfrica.

Ante este cuadro claramente violatorio de los Derechos Humanos las grandes naciones occidentales como Estados Unidos, Inglaterra y Francia, en lugar de cumplir esta resolución del Consejo de Seguridad, apoyaron al régimen racista sudafricano y  aumentaron el suministro de armas sosteniendo indudablemente al gobierno. Incluso Francia le proveyó de su primera central nuclear en 1976.

Mandela fue encarcelado en condiciones de una extrema dureza. No podía recibir más de dos cartas y dos visitas al año y su esposa Winnie  no tenía permiso para visitarlo, los trabajos forzados afectaron  seriamente su salud.




El 6 de diciembre de 1971, la Asamblea General de las Naciones Unidas calificó el apartheid de crimen contra la humanidad y exigió la liberación de Nelson Mandela.






El final del apartheid no fue por la intervención de las potencias supuestamente democráticas sino por la derrota militar que las tropas cubanas mandadas por Fidel Castro causaron al ejército sudafricano en Angola en enero de 1988.  Esto también permitió a Namibia conseguir su independencia.  De este hecho dirá Mandela: “¡La decisiva derrota de las fuerzas agresoras del apartheid destruyó el mito de la invencibilidad del opresor blanco!”

Mandela y Fidel Castro

Tengamos presente que Estados Unidos lo mantuvo en la lista de miembros de organizaciones terroristas hasta el 1 de enero de 2008.

Está muy claro que los países que se colocan por sobre los demás como garantes de la democracia y que en todo momento hablan de libertad, son quienes por sus propios intereses violan los Derechos Humanos y la democracia. Ninguno de ellos reclamó por los años de prisión de Mandela, ninguno denunció y puso en juego su fuerza contra el salvaje apartheid, pero hoy bien lo usan convirtiéndolo en un héroe solitario representante de las ideas liberales.

Son los mismos que siguen tolerando la tortura, que permitieron con su complicidad que Guantánamo y los seres humanos allí prisioneros sin juicio existiera, y no olvidemos que nuestras dictaduras militares genocidas americanas fueron sostenidas por el apoyo de ellos, cuando no causadas por su injerencia.

Pero no vayamos muy lejos en la distancia ni muy atrás en el tiempo, en nuestra misma tierra se suman los vejámenes y los muertos, ninguno de nosotros ha olvidado lo sucedido desde el señalado hito del 2001 hasta la fecha. Además agreguemos el despojo y violencia contra los pueblos originarios que no ha terminado, y el daño que se le hace a la tierra: minería contaminante, agrotóxicos, tala de bosques, destrucción de glaciares, contaminación petrolera, que es otra forma de enfermar y matar personas.











Todo esto nos debería hacer reflexionar muy seriamente acerca de esto que llamamos “democracia”. Las preguntas deben imponerse: ¿cuál es nuestra idea de democracia? ¿es esto que vivimos? ¿la destrucción y la muerte permitidas o realizadas desde los gobiernos son parte de la democracia o son su ruptura? ¿cuál es nuestro lugar en todo esto?






sábado, 7 de diciembre de 2013

79 - Orgasmos

79
Orgasmos


Hay temas que siguen siendo tabú porque dañan la imagen que el patriarcado, el machismo, impone para los hombres y muchos de ellos están directamente relacionados con la sexualidad.


Nos guste o no la idea del macho sigue totalmente vigente. Probablemente más suavizada, con permisos para algo de ternura, con menos rigidez, y hasta con la inclusión de partes del cuerpo que van más allá del pene, pero de todos modos, con otros matices o más tapados, el macho sigue estando presente y por lo tanto la prohibición de mirar de frente determinados temas.


Se habla mucho y se ha escrito también, sobre todo en las revistas de entretenimiento, acerca de la sexualidad de la mujer, de la frigidez, de las dificultades con el orgasmo y otros temas, pero del varón casi no se dice nada, se da por sentado que salvo casos evidentes de eyaculación precoz o falta de erección que ya entrarían dentro de lo patológico, en lo restante todo funciona de maravillas. Es un lugar común que mientras el varón pueda tener una erección suficiente como para penetrar, la satisfacción está asegurada. Por eso la mirada escrutadora se ha llevado hacia la mujer.

Un tema reiterado y que siempre ha atemorizado a los hombres es la capacidad de fingir un orgasmo que se adjudica a la mujer. Como la subjetividad de cualquier persona siempre nos  es negada, no podemos saber qué pasa por su interior,  de ahí que las señas expresivas: gemidos, movimientos corporales, ojos en blanco, sean tan importantes. Es precisamente en estas señas donde radica el miedo masculino ¿esos sonidos y movimientos no serán fingidos? ¿cómo saber si ella ha sentido placer? ¿cuánto? ¿la hemos dejado satisfecha? Contestar estas preguntas es fundamental para la valoración del hombre. Del mismo modo que fuera de la cama el varón es proveedor de bienes materiales, en la cama debe serlo de placer. Su valoración está unida a esto, su virilidad. También es un modo de apaciguar su temor a ser abandonado por otro macho más viril, un macho alfa que a él lo reduciría a ser beta. Si la mujer esta “satisfecha” no se irá tras otro. Por esto la llamada infidelidad de una mujer, desde el punto de vista masculino,  resulta mucho más pesada que la de un hombre, no solamente por el permiso y la disculpa anticipada que el hombre se da a sí mismo sino porque  el hecho de que una mujer tenga relaciones con otro hombre va mucho más allá de lo afectivo, de la confianza, pone en cuestión su centro viril.


Fácilmente se da por descontado que la capacidad del hombre de tener un orgasmo puede ser detectada inmediatamente por señales indudables como es la eyaculación. Hasta algunos creen que cuanto más cantidad de semen se libere mayor es la satisfacción obtenida. Lo que no se aclara es la diferencia que existe entre el placer funcional que implica la emisión de semen y el orgasmo. El primero es parte de la función corporal, del juego de excitación-clímax- descarga luego de lo cual viene un momento de relajación. El segundo, el orgasmo, es una reacción del organismo, entendiendo que interviene el cuerpo, claro está, y también las otras instancias que constituyen a un ser humano, la psíquis, lo emocional, o sea que es una respuesta integral de la persona. A través de la eyaculación no podemos saber si el hombre ha tenido un orgasmo o es una respuesta corporal a la excitación solamente.

Esto nos va acercando a la cara no visible de la sexualidad masculina, la que dice que el hombre también finge orgasmos. En general, los motivos que aducen son bastante similares a los que sostienen las mujeres y van desde un simple agotamiento por motivos externos como puede ser el trabajo hasta una seria crisis en la pareja. El fingimiento aparece como un modo de dejar las cosas como están, de no crear una situación  que podría llamar la atención y que habría que explicar, en algunos casos poniendo en evidencia un desacuerdo o contradicción importantes.

Estas situaciones muestran como nuestra sexualidad está atravesada y configurada por la cultura. Sobre el deseo sexual se ha construido todo un aparato para reglar y orientar y ajustarlo a los valores de esa sociedad. En primer lugar se halla el falocentrismo. Es importante el pene, su tamaño, dureza, tiempo de erección, cantidad de semen, sobre todo la penetración. La iniciativa es del varón, él es el activo, la mujer es la que recibe pasivamente. Cuántas más relaciones sexuales se puedan mantener, cuantas más mujeres, más se puede  asegurar su virilidad. Es aquí donde el pene, de órgano corporal, se convierte en símbolo del poder del hombre.

Como todo gira en torno al falo, la sexualidad se ha reducido a genitalidad, todo pasa por esa zona, como si el resto del cuerpo fuera insensible, incapaz de proporcionar sensaciones placenteras. La penetración, la eyaculación, el orgasmo se han convertido en finalidad y no en una parte del proceso a la que podemos acceder o no según lo decidamos. La reducción a la genitalidad esta íntimamente ligada a la idea de tradición religiosa que dice que el sexo es para la procreación. En esta idea la  genitalidad y la procreación sí son importantes pues de otro modo no se lograría el embarazo. En esta visión todos los juegos sexuales son considerados “previos” o modos que debe llevar a la penetración y por esta a la reproducción. Nuevamente hallamos que al sexo se le da obligatoriamente una finalidad más allá de sí mismo, de su propia satisfacción, del gusto y el placer, ya deja de ser una cuestión de las personas de compartirse y disfrutarse para ser una especie de máquina que debe dar un resultado, que debe producir algo.



Esto no es casual o “natural”, por el contrario, muestra la profunda actividad de la sociedad sobre el deseo,  es el resultado de distintas estrategias de poder organizadas con una clara finalidad política.

Fueron las feministas las que impusieron el lema “lo personal es político”. Aún en aquellas situaciones que consideramos más íntimas, más individuales, podemos encontrar la marca de la sociedad, que en este caso, nos llega por medio de los estereotipos que fijan lo que debe ser considerado masculino y lo que es femenino, el modo de realizar el acto sexual, las orientaciones permitidas y las prohibidas, la fidelidad tanto como la promiscuidad, así como la finalidad del sexo.


Esto no es inocente, como dije, es un ejercicio de poder y tiene como objetivo sostener este poder. La primera operación fue dividir a la humanidad en dos sectores definidos como totalmente diferentes, como sexo opuesto, con una frontera que nunca debía ser cruzada.

Luego de dividida se adjudicaron características determinadas: inteligente–emotiva, activo-pasiva, productor-reproductora, conductor-conducida, agresivo-sumisa, y podríamos seguir horas así, siempre con pares irreconciliables. Entre las cualidades que se le aplicaron al hombre están aquellas que determinan que debe ser el que dirige, el superior, restando para la mujer las complementarias.
Solamente faltaba imponer esto desde la cuna con un sello indeleble en la mente de todas las personas y el trabajo ya estaba completo.

En la parte fijada para el varón esta como centro el pene capaz de darle placer a su dueño y a sus mujeres, su “instinto” sexual  indómito que siempre requiere satisfacción y esta siempre dispuesto, su capacidad orgásmica que no se discute.

Por eso para el hombre fingir el orgasmo es mucho más que mantener quieta la situación o contenta a la pareja, implica asentarse en el lugar del que siempre puede, del que tiene una sexualidad libre dudas y siempre dispuesta. Liberarnos también es romper con este estereotipo de superhéroe y aceptar nuestra humanidad de hombres y mujeres, diferentes pero no opuestos.

Nuestra cultura ha convertido al acto sexual en una actividad que puede ser sometida a estadísticas, que puede ser medida, que da o quita reputación. Las ideas de éxito y fracaso tienen un peso importantísimo, la cantidad y la obtención de orgasmos serían sus indicadores.  Para el hombre común no llegar a un término aceptable es caer en la humillación.

Las personas no siempre queremos  tener sexo y no siempre podemos vivenciar el orgasmo,  eso no tiene que nada que ver con nuestra capacidad sexual, con nuestra virilidad o feminidad.


Es necesario que recuperemos, y si no la tenemos, la construyamos, la idea de que somos organismos vivos sumamente complejos. Que estar vivos significa ser cambiantes, como el clima, como las mareas, como los vientos. La libertad también se alcanza dejando de lado los estereotipos, la genitalidad obligatoria, la penetración compulsiva, la medición de nuestros logros o fracasos en la cama o donde fueren, el orgasmo a ultranza.



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