martes, 29 de abril de 2014

100 - Hablemos de suicidios

100
Hablemos de suicidios

Hay un tema que cada tanto sale en las noticias en lugares secundarios, como para llenar espacio, y al que no se le da suficiente importancia.
Reaparece en distintos lugares y momentos, por lo que pienso que  tiene cierta constancia.
Se trata de los suicidios.
Estas noticias nos dicen que unas tres mil personas llegan a este punto extremo por año en Argentina. Quizá, como nos vamos acostumbrado a las muertes diarias por criminalidad, esta cifra nos parezca poco importante, pero no lo es.  Estas son únicamente el número de personas que logra su objetivo, otro muy diferente es el de quienes lo intentan y no llegan a matarse, que es mucho mayor. Por ejemplo, en la ciudad cordobesa de Villa María se atienden entre dos y tres personas diariamente por tentativa de suicidio.
La Argentina  tiene la mayor cantidad de suicidios en América Latina. El Ministerio de Salud de la Nación estableció en 2008 una tasa de 7,84 cada 100 mil habitantes.
Para la Organización Mundial de la Salud y la Asociación Internacional para la Prevención del Suicidio, quitarse la vida está entre las tres principales causas mundiales de muerte entre los 15 y 44 años. Esta organización considera que para el 2020  la cantidad treparán 50%, llegando a millón y medio de muertes anuales.




Tirando por el aire la creencia que la mayoría tenemos,  las estadísticas dice que son muchas más las personas que hacen suicidio que las víctimas de homicidio.
En el 2012 hubo en el país 2.152 homicidios, mientras que los suicidios fueron 3.342, según  datos oficiales provenientes de las Estadísticas Vitales del Ministerio de Salud de la Nación, publicadas a comienzos del 2014. Esto implica que hubo más de 1.190 suicidios que homicidios,  un 35 % más.

Es fácil caer en la tentación de adjudicar como causa a trastornos psíquicos individuales o disfunciones familiares olvidando que los suicidios también obedecen a razones culturales. Recordemos por ejemplo, el Japón tradicional para el cual el harakiri o sepuku era una forma honorable de morir, incluso debía ser realizado mediante un rito muy estructurado. O sea que la cultura no sólo autorizaba esta conducta sino que la tenía reglada, por lo que  debía ser ejecutada con plena conciencia. En algunos casos era la conducta indicada por el deber. Difícilmente se le ocurriría a alguien detener la mano de quien decidía morir de este modo. Con esto quiero decir que las sociedades no son ajenas, que no es una simple cuestión individual de trastornos de la personalidad.
Tampoco debemos separar esta forma de otras maneras de muerte no natural. El homicida también está acabando con la vida de un ser humano, tanto uno como otro son actos de extrema violencia. Pero no debemos quedarnos solamente con estas formas individuales sino también agregar las institucionalizadas, aquellas que la civilización acepta y hasta reviste de honores, aunque también implican la sangre de muchos pueblos. Estoy hablando de las guerras, esas matanzas organizadas, planificadas quizá muchos años antes de que se lleven adelante, en las que lo prioritario es la muerte de las personas y el cuidado de los bienes.



















¿Por qué el suicidio debe ser entendido como producto de un trastorno psíquico mientras que las guerras son aceptadas y hasta justificadas?

La muerte por mano propia no creo que sea mucho peor que el gatillo fácil de la policía o de los delincuentes. Seguramente no es peor que la muerte lenta a la que muchos niños desnutridos están  sometidos, o por agua contaminada o enfermedades que actualmente pueden ser perfectamente controladas.  La miseria también podemos ponerla en el listado de formas de morir o quizá debiéramos decir, otra forma de matar.

Aunque lo neguemos, nuestra sociedad estigmatiza a quien se suicida, la familia lo esconde, y cuando es conocido, inmediatamente lo ponemos en el listado de lo incomprensible, de lo que no puede ser entendido y esperamos que alguna carta nos aporte un motivo tranquilizador.
Miramos con extrañeza  desconfiada a quienes recurren al suicidio e incluso en muchos casos la hacemos extensiva a su familia pero no hacemos lo mismo con quienes predican pecados mortales, que siembran divisiones, discriminaciones que también llevan a la muerte. Leemos los diarios o la tv nos informa de guerras varias y no nos conmueve, pero sí recelamos de aquel que no quiso seguir sobre este planeta.

Creamos y sostenemos una sociedad llena de antagonismos, de odios, de intereses de los más mezquinos, de violencia apenas disimulada y luego nos preguntamos cómo es que alguien se pudo sentirse tan acorralado, tan sin salida y solo, tan agotado de sostenerse sobre la tierra. Lo que podríamos preguntarnos es precisamente cómo el resto seguimos sosteniendo esta situación, como permitimos que se siga sembrando la soledad y el vacío, cómo es que no agotamos nuestras fuerzas para cambiar esto.

El suicida nos impacta porque nos grita que no siempre esta vida merece ser vivida, que no todos estamos de acuerdo en seguir no importa cómo, soportando cualquier condición por humillante o indigna que fuere.



Debo hacer una aclaración, separo lo que llamo eutanasia,  que es también darse muerte a sí mismo, del suicidio. En ambos casos la acción es la misma, pero la forma y las consecuencias son diferentes. En la eutanasia la persona no se halla sola ante la proximidad de la muerte, el trance es menos angustioso y doloroso. En los países donde está permitida, la familia y los amigos acompañan el proceso y la forma no es cruenta, sino médicamente establecida. En el suicidio tal como nosotros lo conocemos, esto no se da, al contrario, es una situación extrema a la que la persona llega sin poder decirlo, sin la compañía de quienes la aman, los medios por los que se ejecuta también muestran este abandono.

Recuerdo que en el final de mi escuela secundaria, restando pocos meses para recibirnos, una compañera se suicidó. Tenía un secreto que no pudo seguir conteniendo, su sexualidad no respondía a lo que era obligatorio, no pudo enfrentar a quienes la rodeábamos ni a su familia.
Es fácil para la sociedad colocar todo a la cuenta de la persona y no hacernos cargo de nuestra parte de responsabilidad en todo esto. Los deberes y obligaciones, los reglamentos hasta en la sexualidad, el listado de éxitos que debemos cumplir, todos son plomadas que agregamos a nuestro existir y al de todos. Cada vez que miramos de manera de reprobación, cada vez que criticamos la manera de vestir o cualquier otra cosa, estamos agregando piedras. Quizá una sola o varias de estas cosas no lleve a la muerte por mano propia o quizá sí, sea la gota que derrama el vaso, de todos modos ¿por qué llegar al extremo?

Tengo la intuición que gran parte de estas muertes podrían haber sido evitadas,  sí tengo en claro que las muchas que suceden sobre el planeta son evitables totalmente porque son cometidas por los intereses de los poderosos.
El pequeño cuando se golpea contra la mesa no reconoce su torpeza sino que culpa al objeto. Es un recurso infantil,  que con el tiempo vamos superando y por eso podemos aprender y modificar nuestra conducta. Quienes culpan siempre a los otros se colocan en un lugar falso de impunidad y de supuesta corrección y desde ese punto ya no pueden relacionarse positivamente con el mundo y los demás. ¿A qué apunto con esto?  a que mientras no aceptemos que somos un pueblo violento no podremos  modificar muchos de los daños que causamos y nos causan.



Hoy es la criminalidad la que aparece como violenta, antes fue un gobierno y la crisis terrible en que nos dejó, podemos agregar las fuerzas policiales, la impunidad de los jueces, el descaro de los políticos partidarios, como antes fueron los militares y sus golpes de estado y sus desaparecidos, torturados y asesinados, dos atentados a Amia y a la embajada de Israél y de paso la voladura de la fábrica de armas de Río III.  Todo esto haciendo olvido de los barra bravas y el amparo del que gozan, la inflación y el aumento de la pobreza, la prostitución, la minería y la  extracción petrolífera contaminante, los agrotóxicos, la trata de personas, los productos transgénicos,  y me detengo porque la lista ya sería demasiado agobiante. Todo esto es violencia, diaria, continua, que se descarga sobre nuestros hombros.  Sin embargo, recelamos de quién se suicida, negamos la posibilidad de la eutanasia y  protestamos contra la despenalización del aborto.

No hacer nada ante esta situación también es suicidio, ya no personal sino colectivo, porque además de mi muerte como individuo, también lleva a la de mis hijos, mis nietos, mis vecinos, a la destrucción del único planeta que tenemos.

Y todo esto, es un tema social, cada muerte no natural no es producto del azar, de factores psiquiátricos, de falta de contención familiar, o de algún gen travieso, aunque también puede ser algo de esto, es sobre todo una cuestión social, de abandono, de desamor.

Muchas veces me he preguntado cómo es que pese a todo lo que los poderosos, los gobiernos hacen y pese a todo lo que el resto no hacemos mientras miramos para un costado o con indiferencia, el mundo sigue adelante, los humanos todavía estamos sin habernos destruido mutuamente de manera total. Y la respuesta que me doy es que, aún contra todo esto, el amor, la solidaridad, la confianza, la lucha por lograr cada día una mejor vida, es mucho mayor.
Este amor no es el que le importa a los intereses del mundo, y quizá por eso mismo todavía está. No sale en los diarios porque es muy pequeño, silencioso, no es el de las grandes tareas sino el diario y en lo pequeño. Es  seguramente el que muchas veces por día vos hacés, y estoy convencido de eso porque estás escuchando estas charlas, es el de quienes sostienen estos espacios contra vientos, robos, inundaciones y mareas, es el de quien participa en la marcha y si no puede ir la difunde, firma petitorios, convence a quienes todavía dudan. Y también es el de quienes cuidan a su seres queridos, incluidas las mascotas propias y ajenas, y hacen estos y otros tantos milagros pequeños diarios que permiten que la vida humana todavía pueda continuar.

 
Guernica. Picasso







99 - Caminan por el borde

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Caminan por el borde

 
Cartoneritos. Raquel Sarangello



Caminan por el borde de la calle, del mundo, sin permiso para la vereda.
Silenciosos.
Arrastran tras de sí la montaña, sin decir palabra, sin alarido, aunque hasta el cielo podría, esta vez, escucharlos.
Son hormigas urbanas con su carga mil veces mayor que sus flacos cuerpos.

Cartonero haciendo la calle. Alicia Campagno



A veces se detienen, doblan y cargan, doblan y cargan.
Brutal caricatura de la pobreza. Solamente el pobre debe arrastrar por las calles los cadáveres secos de sus posibilidades, en enormes sacos que adivino blancos, blancos para no herir la mirada sensible de los ministros.


Casi me he convencido que son una creación macabra de mi mente enferma. No es posible que existan porque sólo yo puedo verlos. La gente pasa a su lado, casi los lleva por delante, muchos hasta parecen esquivarlos, y no los ven, no notan su fantasmal presencia.


Y todo transcurre como debe ser.
En una hora que no he podido precisar, desaparecen, se esfuman en plena calle. Ellos, sus carros, sus cargas. No han alterado el ritmo de la ciudad, no han molestado a las buenas gentes que todos somos, no han entorpecido a la producción ni al comercio.

Ellos no hacen historia, apenas un número en las estadísticas mentirosas ¿cuál es el índice del dolor? ¿a cuánto llega la amargura?
Apenas son “planes sociales”, el nuevo nombre que tiene la vieja beneficencia. Las monedas suficientes para aplacar nuestra formación cristiana que no permitiría ver morir de hambre a un “prójimo”, al menos abiertamente. Las dádivas suficientes para mantenerlos en la pobreza y la dependencia atada a las ruedas de los actos públicos y las marchas.
Ellos también tienen un nuevo nombre, ya no son cartoneros, son “recicladores urbanos”.

Cuadro de esta Ciudad Autónoma de Buenos Aires que con otros nombres y formas también aparece en muchas otras de este país, de este planeta.
 
Cartonero. Ignacio Apellaniz Coliqueo

Mientras tanto los que gobiernan hablan de ellos, de todo el bien que les hacen, de todo lo que han logrado para su beneficio, de la inclusión, de la promoción social, de la educación y del trabajo.  Los religiosos también hablan de ellos, de su Cristo que fue pobre, de que los pobres son bienaventurados  y que sin examen de ingreso serán recibidos en algún reino celestial y que su religión es para ellos.

Algo no entiendo, cómo es que de años y años de dedicar tanta honestidad, tanto amor, tanta solidaridad, para los más pobres, ellos siguen estando en la calle, ellos siguen arrastrando sus carros llenos de cartones y vistiendo la ropa que encuentran por ahí.
 
Cartonero. Miguel Angel Raúl Lucero 

Son las madres con los hijos y los maridos que deambulan espectrales en el anochecer. Sórdidas imágenes que el asfalto no logra exorcizar y cada día reaparecen mostrando lo que no debe ser visto, lo que las luces de los coches parecen no alumbrar.

Los otros y otras hablan, se con-duelen  hundidos en sus sillones demasiado mullidos, en sus casas de gobierno o catedrales o despachos o barrios  construidos solamente para ellos, mientras tanto  guardan su dinero no tan bien habido, en secreto. Y mañana, cuando  se levanten, nuevamente trabajarán por “la gente”, por el bien común, por el prójimo, por el Cristo que todos somos, por los pobres del mundo…..
Y todas y todos duermen tranquilos porque saben que los jueces son sus camaradas y que dios no existe.





Otra imagen en la ciudad, esta sí es para ser vista, está ahí para que la vean y usen. Ellas también son juguetes de las calles, comodines útiles de la ley.
Se les dio la calle como herencia, no había otra cosa que entregarles que no fuera su precario destino, su destino sin gloria ni luces ni siquiera compasión.
Fueron lanzadas al mundo de los lobos que solamente buscan satisfacerse, calmar su hambre de muerte, quizá por esto también se les puso de nombre “lobas”.
Son ofrecidas en el sacro oficio para calmar al dios hombre, la paga es la excusa el símbolo de la humillación escrito en su carne, en su mente.
Los habitantes caminan, la vereda no es un lugar para estar, solamente ella está en su “parada”, ella quieta en espera de lo que ya sabe nunca la redimirá porque quien llega ni siquiera la ve.
En los ojos de ese otro solamente es volumen, alguna forma corporal que lo concita, un nombre de fantasía solamente porque debe tener una manera de ser llamada.

 
Prostituta gorda y mosquetero. Picasso. 1968










También hablan de ellas, también dicen acerca de sus derechos, de que son dueñas de sus cuerpos, que eligen por propia voluntad y deseo.
¿cuál es el derecho a ser abusada, a ser prostituida? ¿quién le habló de sus derechos cuando a los 12 años fue lanzada a los lobos?


Calle con buscona de rojo. Kirchner



Eva tentadora, Eva provocadora, la que trae el pecado al mundo, la que lleva a Adán a su perdición. Ellas, dicen, eligen los burdeles, las rutas, las calles. Prefieren la ignominia, el rechazo, el abuso, su cuerpo usado por un cualquiera, el daño y la enfermedad. Ellas deciden, eligen…..


Entonces, creo que entendí mal, muy mal, no hablan de sus derechos, lo que dicen es que son perversas, que nacieron quizá desviadas, torcidas, putas. Que su naturaleza extraviada las lleva a preferir la ruta, las sábanas o la oscuridad de la plaza.
Dicen que hay que dejarlas ahí, que no se les llene la cabeza con pretensiones de libertad, que les digamos que son “trabajadoras como cualquier otra”.

Hablan y hablan y cada palabra es oro, son dólares salidos de las cuevas. Silencios, complicidades, y ojos que no ven.  Cada vez que dicen que es lo mismo ser bancaria, ama de casa, maestra o prostituta, facturan. Cuando acuden a los ministerios o hacen marchas para pedir que se las reconozca como “trabajadoras” también facturan. Jueces comisarios políticos proxenetas dejan correr algo de su oscura fortuna para que nada cambie, para que esas mujeres que no son vistas, sigan en ese lugar de la calle, de la ruta.

Y algunas izquierdas y otras derechas en esto acuerdan, no es cuestión de ideología, sino de necesidad, de la necesidad del varón de tener su muñeca de carne y hueso y del capitalista de tener una caja de dinero en efectivo, rápido y sin problemas, siempre disponible.
Sombras apenas en una noche sin luz. Ellas también fantasmas a los que no alcanzan los Derechos Humanos, la inclusión social.

Todo es cuestión de suerte, del lugar en que cada uno nació, a eso se reduce todo. No hablemos de clases sociales, no hablemos de desigualdad, de la riqueza que siempre se distribuye hacia el mismo lado. Porque hay gente importante, esa que se mueve en su mundo ajeno a lo que sucede en el pavimento y que algún día, quizá, tenga libros con su biografía y hasta cuadros o estatuas, y otras que somos totalmente prescindibles, que no sumamos, que no figuramos en ningún listado vip, números de estadísticas oficiales que a nadie importa.

¿qué sería del mundo sin los cartoneros, sin los villeros, sin las putas que marcan el límite de la ciudad, el borde por el que ellos y ellas siempre deben caminar?


 
Los primeros funerales. Louis-Ernest Barrias







sábado, 5 de abril de 2014

98 - La Comuna de París

98
La Comuna de París



Aunque haya temas que son conocidos es buenos recordarlos para contrarrestar, aunque sea en parte, la enorme presión que nos hace creer que solamente existe una forma de gobierno y que es la actual, la democracia representativa. Esto también va unido a distintos mensajes que nos llevan a creer que esta es la única modalidad posible, que cualquier otra cosa sería el desgobierno y que el mentado por todos “pueblo” es incapaz de organizarse por sí mismo porque, para esta visión elitista, la gente común somos una especie de demonios incontrolables, aquella horda de las cavernas que necesita de la mano del gobernante para ser dirigida y contenida.

Lo que quiero traerles es aquello sucedido el 18 de marzo de 1871 y que fue conocido como “La Comuna de París”. En ese momento los obreros lograron tomar el poder en esa ciudad, y aunque no pudieron sostenerlo por más de dos meses pues la represión fue extremadamente violenta, terminando en una masacre, en ese corto tiempo demostraron lo que efectivamente se puede hacer, los cambios que la horizontalidad y el objetivo puesto en mejorar la vida de todos pueden provocar.
Los trabajadores lograron derrocar el poder establecido y formaron sus propios órganos de gobierno. Demostraron de manera práctica que el pueblo no es una horda que siembra la destrucción, por el contrario, se dieron una organización eficiente. Ante los que inoculan el miedo para sostener sus privilegios anunciando que lo que puede sobrevenir si los obreros ejercen  el gobierno es el caos, es conveniente recordar el ejemplo de  la Comuna de París.
Los comuneros respetaron la propiedad privada, crearon un correo y sistema sanitario para el pueblo, impulsaron las cooperativas en los que habían sido los talleres que fueron abandonados por sus dueños, garantizaron los derechos del trabajador, pusieron un tope al precio de los alquileres, la educación fue laica, gratuita y obligatoria, se abrieron guarderías para los hijos de las trabajadoras. Decretaron libertad de prensa, de reunión y de asociación, las detenciones solamente se podrían realizar con orden judicial y los presos tenían sus derechos garantizados. Se decretó también la separación de la iglesia del estado y las propiedades eclesiales pasaron a ser del estado.

 
Barricada de Belleville. marzo 1.871



Un lugar muy importante lo ocuparon las mujeres, las que vieron en la Comuna la posibilidad de una vida en igualdad con los hombres. Durante este corto tiempo ocuparon lugares destacados, crearon cooperativas y sindicatos específicos para ellas, llegando a formar un batallón exclusivo de mujeres que luchó en las barricadas.

El final de esta experiencia muestra las bases sobre las que está construido el sistema de gobierno que rige en gran parte del mundo. Se dice que la democracia es “del pueblo y para el pueblo” lo que queda en una frase vacía pues cuando el pueblo lo hizo propio, los intereses se aliaron para acabar con él y la Comuna. No era posible tolerar que en plena Europa una ciudad fuera gobernada por los propios ciudadanos destituyendo a las clases políticas y a los privilegiados, era necesario además un escarmiento ejemplar para inculcar el mayor de los miedos posibles a todos aquellos que tuvieran la idea de repetir esta experiencia.  “El socialismo ha sido eliminado por un largo tiempo”, alegres se decían.
Algunos comuneros llegaron a la Argentina,  especialmente a Rosario, con sus ideales socialistas y anarquistas, promoviendo la formación de las primeras organizaciones obreras del país.
 
Barricada

Los comuneros demostraron que otro mundo no solamente es posible, sino que ellos lo realizaron. No es una utopía como nos quieren hacer creer, en el sentido de un sueño inalcanzable o demasiado lejano, todo lo contrario, fue y es posible.  Y como saben que es posible, que la fuerza y la energía están esperando su momento, los privilegiados extreman sus cuidados dividiendo a los trabajadores, enfrentando a unos con otros, propiciando la violencia, controlándonos con Proyectos X o como se les quiera llamar, y si esto no da resultado, siempre es posible la represión policial. Ellos, los privilegiados, se pelean entre sí para obtener mayor rédito económico y pueden llegar a situaciones graves pero ante la posibilidad de un movimiento de trabajadores, rápidamente olvidan  sus conflictos y se agrupan formando un frente unido.

El organismo que tenía algunas funciones ejecutivas y legislativas era el Concilio,  y estaba constituido por delegados no por representantes. Esto que pareciera ser únicamente una cuestión de palabras implica una diferencia fundamental porque quienes estaban en ese consejo debían actuar por delegación, siguiendo lo expresado por las asambleas y no en representación de nadie. Tampoco se podían dormir en esta función pues podían ser inmediatamente cambiados por sus electores.



¿Qué hubiera pasado si la Comuna hubiera podido seguir su historia? No lo podemos adivinar, sí sabemos que fue necesaria su destrucción, impedir su desarrollo seguramente porque su existencia ponía en serio peligro al capitalismo. Peligro ante la posibilidad de que fuera una experiencia exitosa, o porque otras ciudades adoptaran formas similares, y sobre todo porque era y sigue siendo, un cuestionamiento desde la práctica, desde el hacer.

Es necesario tener presente a la Comuna de París y seguir levantando sus banderas como forma de recordarnos a nosotros mismos que es posible llevar “la imaginación al poder” como decía en mayo del 68. Debemos sacar a la utopía del limbo de las fantasías, de los lindos sueños, pero sueños al fin, en que el liberalismo y el posmodernismo la han colocado. 

La utopía no es sinónimo de irrealizable, de inalcanzable. No es un sueño de adolescentes que quieren cambiar el mundo. Debemos entender que sí es posible cambiarlo, que sí son posibles otras formas más humanas de convivencia, más igualitarias, con mayor libertad. Si renunciamos a este poder de proyectarnos en un mañana, de trascender este límite tan ajustado que es el presente, estaremos dejando aquello que nos hace humanos. Solamente se puede construir aquello que alguna vez se imaginó, eso que fue solamente una idea.

Se nos impele a vivir un presente de plazo fijo, miope, incapaz de ver más allá de la llegada del fin de semana o del día del cobro. Un tiempo mezquino que nos llena de trivialidades para aburrirnos, para que busquemos en las drogas, prohibidas, legales, televisadas, futboleadas para todos y todas,  un sentido avaro, incapaz. Y cuando queremos lanzar la mirada todo se ha vuelto opaco, nubes grises.
Algún día alguien quiere sentir algo de vida y corre con el coche por las calles o toma un arma y dispara o tiene otro hijo o viaja a Miami o se compra otro celular.

No tenemos compasión porque el tiempo nos fue arrebatado, se nos quitó cuando estábamos naciendo, por eso aprendimos a ir al jardín de infantes y saludar a la bandera, tomar la merienda, las rutinas obligadas del des-vivir.


Se nos repite que las utopías son sueños muertos mientras nos clavan en la cruz sin resurrección posible.
Shakespeare dijo que somos del mismo material que los sueños, tan etéreos, tan inasibles y tan conmovedores, porque podemos romper con la lógica diaria y atravesar el tiempo hacia lo que ya comienza a formarse porque lo estoy creando, porque la utopía es posibilidad de movimiento, de hacer, de modificar, de cambiar. La utopía soy yo, la utopía somos nosotros y ya está acá.