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Apenas yo
Una vez más
he podido comprobar qué se siente siendo
minoría. Esa extraña sensación que muy claramente fue definida como “pez fuera
del agua”.
Era pleno
mundial de fútbol 2.014, ya había comenzado el partido en que jugaba la
selección Argentina contra Irán, volvía de hacer una compra.
Caminaba
las cuadras que me separaban del negocio a mi casa, las calles casi sin coches,
los pocos iban con total tranquilidad, casi como paseando. Unas pocas personas
también caminando sin apuro y en todo un silencio desacostumbrado, inquietante,
casi espeso. Era el mediodía de un día sábado.
¿dónde
estaba todo el mundo?
Imaginé a hombres,
mujeres, chicos, perros y hasta a la tortuga de la casa, frente al
televisor, siendo captada su voluntad,
apresada por las imágenes.
Y de pronto
volví a sentir esa sensación de soledad,
de saberme distinto, recordé lo que
significaba no formar parte, estar separado.
Nunca me
interesaron los deportes, el fútbol tampoco. Siendo joven intenté varias veces mantenerme
al tanto, leer o escuchar las repetidas vicisitudes de los clubes, de los
campeonatos, de los jugadores, pero esto tuvo un vuelo demasiado corto, a los
pocos días me aburría y ahí quedaba el intento.
Todo ese inútil esfuerzo para poder saber de qué hablaban los otros,
para poder dar alguna opinión sin que fuera un disparate.
Al crecer
acepté mi diferencia y ya no me
torturé para parecer, no intenté nunca
más leer ni enterarme de nada. Es así como llegó este nuevo mundial de fútbol.
Desde
semanas antes la presión fue creciendo, todo programa de radio o de televisión
inevitablemente hablaba del tema repitiendo hasta el hartazgo los lugares
comunes necesarios para llenar el espacio o los reportajes callejeros a los
hinchas para conocer su también reiterada opinión de que “vamos a salir
campeones”. En estos casos el silencio es positivo, también el refugio en las películas o series de la televisión por
cable.
Este
aislamiento buscado resultó casi inútil
porque era todo un clima el que me rodeaba y hablaba de lo mismo.
Iba
caminando tranquilo, alguien toca el timbre
de una casa, sale un hombre y le dice: rápido que está el partido, miro,
creo que entiendo y sigo.
No había
ninguna mano, ningún cartel indicador, no aparecía ningún policía ni los del
ministerio del buen pensar, ninguna
indicación oficial, formal, material, solamente la sensación de quedarme
afuera, de sentirme empujado y las preguntas: ¿y si hiciera el intento? ¿si me sentara yo también frente al
televisor?
Me imaginé
sentado, inclinado hacia adelante, la vista fija en la pantalla. En esa
fantasía también pude ver lo que no había: sí podía copiar los gestos, las
posturas pero no la emoción, la ilusión del juego, nunca serían mías las
burbujas construidas con “ganar” o “perder”. Ese sería otro modo, quizá más
doloroso, de no formar parte.
Volví a
revivir lo que es ser minoría. Todo esto que en mi apareció de manera tan clara
ante la circunstancia especial del mundial de fútbol, luego, en mil detalles en
que también soy diferente, se disimula en la cotidianeidad, pero sé que esta
ahí. Cada vez que pienso de manera en que supongo que los demás no lo hacen,
cada vez que siento algo que supongo no será compartido, en cada oportunidad
que descubro en mí aquello que creo me hace distinto, aparece nuevamente la voz censuradora que me obliga a ocultarlo,
a fingir que nada ha pasado, que todo está bien.
No es fácil
ser minoría, es una carga más que se agrega a las ya propias del vivir, es como
ir contra una fuerza invisible pero por eso, no menos poderosa. Es nadar contra
la corriente, tratando de no ser arrastrado por ella porque sé que si lo
hiciera, que si me entregara, perdería mi libertad y la conciencia de mi propio
valor.
Cada uno de
nosotros es diferente, todos tenemos particularidades que quizá no sean únicas,
pero que seguramente no compartimos con la mayoría. Algunas serán valoradas y
reconocidas socialmente, otras rechazadas, pero estoy seguro que de cualquier
modo que fuere, tratamos de no desentonar, de no llamar la atención porque la mediocridad es lo que se usa esta
temporada, estos siglos.
Si no te
has indentificado con alguna de tus excentricidades difícilmente podrás entender
esto que digo. Comprender qué pasa en
las vidas de aquellos que son diversos no es sencillo, y sin este proceso de identificación, creo
que es imposible de lograr. Nos resulta mucho más cómodo y seguro
quedarnos con aquello de nosotros que
sabemos es “normal” o sea que responde a lo que se espera, que forma parte del
nivel medio. Desde ese punto es posible
tener pensamientos condescendientes, compasivos, hablar a favor de este o
aquel, de buscar posibles soluciones, pero esta actitud será similar a la de la
beneficencia, de la de quienes miran desde la distancia porque no hay una
verdadera comprensión, no hay una línea que va desde mi diversidad a la tuya.
¿Cuántos de
nosotros nos atrevemos a confesarnos que somos “raros”?
Sigamos con el mundial de fútbol.
Apenas una noticia ocupando muy poco lugar en un diario,
sucedió en la provincia de Entre Ríos: una niña reprobó sus exámenes escolares
porque hacía tres días que no comía. La madre, único sostén del hogar, quedó
sin trabajo, no pudo pagar más el alquiler y debió ir con sus hijos a un
asentamiento. Como carecían de ingresos, ese grupo familiar no comió durante
tres días.
Junto a esta, otra nota que la complementaba. En ella se
decía que en Entre Ríos todas las escuelas de zonas carenciadas tienen comedor.
El dinero que reciben para dos comidas diarias, desayuno y almuerzo o almuerzo
y merienda, con el que también deben pagar el gas cuando no es de red y todos
los otros gastos necesarios para la comida, es de $3,80 por chico. En el caso
de jornada doble con albergue, o sea cuatro comidas diarias, es de $5. (1)
Mientras tanto en el mismo diario y en todos los otros
medios, el espacio se llenaba con los miles de millones de dólares que deben ser pagados en este caso a los “fondos
buitres”, antes fue al Club de París, y a Repsol y antes al Fondo Monetario
Internacional, y así podemos seguir por un rato largo agregando nombres.
Mientras tanto nos bombardeaban con el clima de Brasil, si lloverá el día del
partido, y las simpáticas notas con los argentinos que fueron a presenciar los
partidos.
También, al pasar, nos enteramos, que por los derechos
exclusivos para televisión por aire, según varios diarios, el Estado
abonó a la empresa Torneos y Competencias u$s 18 millones. (2) (3)
Ahora
veamos que dice por ejemplo el diario La Nación acerca de la cantidad de pobres
en Argentina durante este mismo mundial de fútbol, publicada el 24 de junio. El
periódico cita a tres informes particulares que
indican que la
pobreza supera el 30%, alcanzando a más de 12 millones de personas; y hay más
de 4 millones de indigentes. Si tomamos datos oficiales el nivel de pobreza
sería de 17,8% o sea alrededor de 7 millones de personas.
Con esos 18 millones de dólares no es posible solucionar toda
esta vulneración de derechos, toda esta falta de comida, de salud, de
educación.
Sin ser economista, solamente alguien que apenas aprendió las
tablas de multiplicar y duda cuando hay que dividir, algo no me cierra en todo
esto porque de no mirar fútbol nadie muere, por no comer sí, y si no muere,
recibe igualmente el daño suficiente para no poder salir del sometimiento y la
crueldad que significan la miseria y la pobreza extrema donde la dignidad
humana pareciera convertirse en simple retórica.
Ese dinero no soluciona todo pero ¿no sería bueno al menos
haber comenzado con él a cambiar algo de toda esta situación?
Esa familia
en estos momentos tendrá para comer,
no es políticamente correcto dejar
que las cosas sigan igual, sobre todo
cuando han sido conocidas públicamente. ¿es posible sacar a 7 millones de
personas en los diarios?
Mientras
tanto el silencio vuelve a rodearnos cuando juega Argentina, nuevamente las
pantallas absorben un poco más del espíritu de las personas, les hace creer que
el partido se esta jugando ahí, en la cancha lejana de un país soleado. El
partido se esta jugando allá, se esta viendo por televisión para que no se juegue
acá, en las calles, en la exigencia de todos porque definitivamente haya
equidad.
Seguramente
estoy equivocado, los gobiernos del mundo hacen lo posible por los más
necesitados. No creo que sea verdad que
no hay interés político en que desaparezca la pobreza, que para el capitalismo
la clase baja es necesaria y la exclusión es parte del modelo y los gobiernos
están para sostener y “gerenciar” esto.
Es muy
probable que la niña que no comió durante tres días sea un caso especial de mala distribución de los recursos por
parte de la madre, claro, en el supuesto caso que tuviera recursos.
(3) http://442.perfil.com/2014-01-08-257897-el-mundial-se-vera-por-la-tv-publica/
Autor Roberto Ferri |
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