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¿Hay algún adulto entre ustedes?
Comparto una nota y un cuento que me parece están
relacionados en varios puntos, resaltando la adultez y la paternidad/maternidad
o su ausencia o lo que es más grave, la renuncia a ser responsable ante lo que
nos toca vivir.
El primero,” ¿Hay
algún adulto entre ustedes?” * escrito
por Carlos Balmaceda salió publicado en el diario La Nación, acá
se los dejo:
“La noticia me dejó
consternado: "La Cámara Criminal y Correccional Federal confirmó los
procesamientos de cinco alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires por daño
agravado?". Habían producido destrozos en la iglesia San Ignacio de
Loyola, que está cerca del colegio. Hay más: hace pocas semanas, una chica de
séptimo grado, de 12 años, fue a su escuela con una pistola. Los directivos
llamaron a la policía. Llegó un patrullero y el asunto no terminó en tragedia.
Pasó en un colegio público de Florencio Varela. Algo anda mal en ese distrito:
en el barrio Santa Rosa, tres jóvenes entraron a una escuela para atacar a un
alumno. Iban armados con una pistola y dos cuchillos. Rompieron vidrios,
empujaron y golpearon a los que se les cruzaron.
La violencia juvenil
parece haberse viralizado. Aún es un brote epidémico; pero quizás se vuelva
endémico. Hace varios días, en Santa Fe, a pocos metros de la puerta de entrada
de una escuela para adultos, un chico de 17 años mató de una cuchillada a otro
de 16. Y en abril pasado, en Junín, Naira Cofreces murió luego de que un grupo
de compañeras la golpeó salvajemente. Naira tenía 17 años; una de las
agresoras, 16.
Hace pocos días,
mientras yo caminaba por una de las avenidas más importantes de Mar del Plata,
estalló un griterío que sacudió el mediodía. En una esquina, a media cuadra de
donde yo estaba, se había amontonado un centenar de alumnos de un colegio
vecino. Gritaban alrededor de dos chicas que luchaban brutalmente; daba miedo y
angustia ver cómo se golpeaban. Un taxista llamó por celular al 911. El
empleado de una librería, que había salido a la calle alarmado por el escándalo,
comentó que pocos meses atrás, en esa misma esquina, un chico de 16 años había
herido a cuchilladas a dos compañeros. "Esto parece la selva", dijo.
La sirena de la policía rompió el maleficio de la batalla. Los chicos y chicas
se esfumaron.
Pensé: ¿estamos en la
selva? Los gritos de la pelea retumbaban en mi cabeza como un tambor de guerra.
Recordé una novela del premio Nobel inglés William Golding, El señor de las
moscas. Las peripecias de sus protagonistas querían decirme algo. Cuando
regresé a casa busqué la novela en mi biblioteca. Abrevio el argumento: un
grupo de niños de entre 6 y 12 años está perdido en una isla desierta porque el
avión en el que viajaban cayó derrumbado por una tormenta. Los pilotos y otros
pasajeros murieron y no hay ningún adulto vivo. Se arman dos grupos de niños
bien distintos: uno liderado por Ralph y otro por Jack. Cal y arena. Agua y
aceite. ¿El bien y el mal? Los grupos conviven forjando sus propios ritos y
estrategias, que derivan en conflictos y peleas. El grupo de Jack mata una
cerda, la decapita y clava la cabeza en una estaca. La convierten en un tótem,
o en un ídolo, al que bautizan "El señor de las moscas". Va creándose
un clima sórdido y salvaje, hasta que el grupo de Jack mata a dos amigos de
Ralph y el orden precario que existía se desmorona. Jack decide cazar a Ralph
como si fuera un cerdo. Alguien prende un fuego descontrolado. Ralph escapa, lo
persiguen, (¿una patota, una jauría?), y cuando corre desesperado por la playa
tropieza con el oficial de un crucero que desembarcó en la isla alertado por el
humo.
Hacia el final hay
unas líneas conmovedoras. El oficial le pregunta a Ralph:
"¿Hay algún
adulto? algún grande entre ustedes?"
Y pocas líneas
después:
"Vimos vuestro
humo. ¿Qué estuvisteis haciendo? ¿Librando una guerra o algo parecido?"
Ralph asintió.
Y luego pregunta el
oficial:
"No mataron a
nadie, supongo. Ningún cadáver."
Ralph contesta:
"Sólo dos, y
desaparecieron."
Ralph rompe a llorar.
Los demás chicos, incluido Jack, también lloran porque comprenden que perdieron
la ingenuidad, y porque advierten que las sombras que agitan sus corazones ya
nunca los dejaran en paz.
El libro se publicó
hace sesenta años, y cuenta la forma en que los niños sucumben al veneno de la
violencia, el egoísmo, el autoritarismo y la intolerancia. "El señor de
las moscas", y me refiero a la inmunda cabeza de cerda clavada en la
selva, es un símbolo atroz de ese proceso. Los grupos de Ralph y de Jack le
tienen pavor y temor reverencial.
Entonces, a la luz de
la novela: ¿cuáles son los símbolos que veneran los jóvenes de hoy? ¿Cuáles son
los ídolos que adoran o temen? ¿Cuáles son los modelos de convivencia que les
enseñamos? ¿Qué valores les transmitimos? ¿Qué les decimos acerca del bien y
del mal? ¿Y sobre la violencia? ¿Y sobre matar?
Son preguntas
esenciales en tiempos de crisis de valores éticos y principios morales. Y en
este incierto clima social, en donde no hay debates serios sobre la violencia
porque las posiciones más diversas se volvieron dogmáticas, y porque muchos
discursos sólo conducen fanatismo, la violencia crece y se convierte en una
peste que golpea la puerta de nuestras casas e invade los lugares de trabajo, y
que también castiga a nuestros jóvenes en las escuelas y la calle.
Mientras pienso en
tantos jóvenes apabullados por la droga de la violencia, escucho una y otra vez
la pregunta que el oficial le hace a Ralph en la playa: "¿Hay algún
adulto? algún grande entre ustedes?". Porque somos nosotros, y no los
jóvenes, quienes debemos cambiar el rumbo cuando algo anda mal en nuestra
sociedad. Si no lo hacemos, abandonaremos a nuestros hijos a merced de "El
señor de las moscas", en una isla desierta donde para ellos jamás habrá
paz, ni piedad, ni felicidad.”
*****
Este cuento fue escrito por Gustavo Etkin quien lo tituló: “Los espermatozoides”
“En aquel país
elaboraron una substancia que, ingerida regularmente, permitía prolongar la
vida de sus habitantes.
Así fue que, con el
tiempo, fueron apareciendo más ancianos.
Hasta que descubrieron
otra substancia que producía el efecto contrario: rejuvenecía.
En las farmacias donde
la comenzaron a vender se formaban largas filas de ancianos desesperados por
ingerirla.
Así fue que, con el
tiempo, los ancianos empezaron a rejuvenecer. Todos iban volviendo a ser jóvenes.
Pero se presentó un
problema: de jóvenes pasaron a ser nenitos. Y de nenitos, poco a poco, a volver
a ser bebitos. Y después de bebitos, los fetos que eran cuando estaban en las
barrigas de sus madres.
Y después se fueron
transformando en una cremita blanca. Era el semen de donde venían. Y así
quedaban.
Así fue que, poco a
poco, aquel país se fue despoblando, quedando sin gente y llenando de
charquitos de semen, manchas blancas que empezaron a aparecer en todos lados.”
***
Por último una poesía de Blanca Varela “Otra vez esta casa vacía que es mi cuerpo, adonde no has de volver”
No debiera darse vida
a la fuerza Sin preguntar, sin elegir.
No debiera darse vida
a la fuerza. No debiera.
La gente se aparea.
Por elección. Por
obligación.
A la fuerza. Por
desesperación.
Pero no se le pregunta
a la tierra fecundada.
Y a veces, la tierra
queda dolorida.
Lastimada. Golpeada.
Quebrantada. Herida.
Y no quiere ser clavel
del aire. Ni muérdago.
Y sin embargo se le
promete: tallo, flor y frutos.
No raíces.
Y le cortan el cordón
umbilical, y la expulsan
No debiera darse
gametos a la fuerza.
No debiera.
Herencia Mendeliana:
XX o XY
Y se encuentran con
teatro del Absurdo.
Teatro alternativo.
Sainetes.
Mujeres con
vestimentas y antifaces negros.
Adioses sin partidas.
Lágrimas de sangre que no cesan.
No hay guía turística
para la carretera de la angustia.
Y volver sembrar, casi
por inercia.
Y no decirle al hijo
donde atiende Dios
¿Dios atiende en la
ESMA, en Auschwitz o en Vietnam?
¿En un hospicio? ¿Un
hospital psiquiátrico? ¿Una cárcel?
La sangre del hijo es
abono del territorio de las guerras.
No debiera darse
muerte a la fuerza.
No debiera. No debiera
*http://www.lanacion.com.ar/1725348-hay-algun-adulto-entre-ustedes
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