151
Abusan de un niño
Gran parte
de nuestra vida transcurre entre ilusiones, pero no somos totalmente
responsables de estas. No es siempre nuestro modo de ver superficial el que nos
impide ir más allá. Existe todo un
aparato montado desde hace mucho tiempo para que esto suceda, para que las
fantasías aparezcan como realidades que debemos incorporar y sostener aún
contra toda evidencia.
De más está
decir que este aparato parte de determinada ideología. Al acercarnos con
atención podemos ir captando las ideas que lo conforman y que cuando nos las
implantan siendo niños o luego, ya mayores, cuando las vamos tomando sin el
tamiz de la conciencia, hacen de anteojeras que permiten ver algo y obturan el
resto.
El 5 de agosto de 1962, la actriz estadounidense Marilyn
Monroe fue hallada muerta aparentemente por suicidio.
Tal fue el impacto que su obra produjo que aún hoy, pasado
más de cuarenta años de su fallecimiento, se la sigue recordando como un ícono,
sobre todo erótico. Sus películas siguen siendo vistas y sus fotografías son
actuales y trasuntan algo de aquella belleza sugerente. Fue admirada tanto por
hombres como por mujeres, tal era el carisma que tenía y ese fue también el
enorme poder que, unido a la máquina publicitaria de las empresas cinematográficas,
tejieron la gran ilusión de la joven norteamericana, rubia, hermosa y sumamente
exitosa, esa que tenía el mundo rendido a sus pies. Pocos se han detenido a observar de cerca esa
vida y han visto en su muerte una consecuencia de lo anterior, de aquello que
la visión glamorosa del éxito tapaba con mucho cuidado. Seguramente hubo
implicaciones políticas en ese país donde los hechos sexuales son para la
opinión de todos de una gravedad aparentemente superior a la de arrojar una
bomba atómica o comenzar una nueva guerra. Recordemos que el expresidente Bill
Clinton debió públicamente pedir perdón por su escapada sexual pero no recuerdo
una acción similar por la guerra de Vietnam o Irak. No es acerca de estas
conexiones políticas que hoy quiero hablar sino de lo que aún menos se conoce
de la vida de Marilyn Monroe: su infancia.
Fue hija de de Gladys Baker, no conoció a su padre y su
madre nunca le dijo quién había sido. Su madre era muy pobre y gran parte de su
vida transcurrió entrando y saliendo de distintos episodios de enfermedad
mental que la llevaban a ser internada. Por este motivo a Marilyn su madre la
dejó en manos de un matrimonio amigo hasta que cumplió siete años; entonces se
la llevó a vivir con ella, a los 9 años fue llevada a un orfanato, luego a casa
de sus abuelos y pasó por varias familias sustitutas a las que el estado
subvencionaba con veinte dólares mensuales por el mantenimiento de la
niña. En una de estas casas se supone
que fue violada a los 8 años.
Su interior se fue construyendo con lo que podía obtener de positivo del
medio pero también con las heridas dejadas por el abuso, la inseguridad e
inestabilidad y la falta de continencia amorosa.
Marilyn fue hallada muerta en su cama aferrada a su teléfono
¿a quién habrá querido llamar? ¿a quién dirigió su pensamiento? Evidentemente
fue su última imposibilidad, su último intento de ser escuchada, de quebrar su soledad. Esa persona nunca llegó
a escucharla, a salvarla.
La sonrisa
seductora montaba el perfecto personaje,
la gran máscara que pretendía dejar escondido el dolor en el final se rompió.
La historia
de Marilyn nos sirve por el nombre de ella, por su trascendencia, para que pueda ser tomada como signo que nos
invita a mirar la vida de otros niños.
Ella es
conocida y por eso su historia puede llamar la atención, no sucede lo mismo con
millones de otros niños, desconocidos, que padecen en soledad y silencio y de
los que nunca se conocerá su historia, porque, los adultos, preferimos no
escucharlas, queremos seguir pensando que la niñez siempre es feliz y que la familia
es protectora. No queremos entender que
la pequeñez los convierte en víctimas ideales, indefensas ante la violencia de
los mayores. Y cuando hablo de adultos también incluyo a todos los gobiernos
que no los toman en cuenta, y que son responsables de su sufrimiento y
muerte. Argentina produce alimentos para
400 millones de personas, también produce 55 mil niños desnutridos agudos y 700
mil crónicos.
Esto revela
el abandono, los números dicen de la
indiferencia que en el fondo es odio que condena.
Su
indefensión es un atractivo para los depredadores, para los violentos que usan su sexualidad como un
arma para dañar. El abuso sexual hacia los niños es mucho más común de lo que
se cree pues la mayoría de los casos quedan en secreto, los niños abrumados por
la culpa y la vergüenza los esconden y cuando llegan a decirlos, son los
adultos los que prefieren ocultarlos volviéndose de ese modo cómplices de los
abusadores.
Las huellas
que deja en el cuerpo-mente son imborrables. Puede ser que por tan pequeña la
víctima no tenga recuerdos claros, pero su cuerpo sí tiene el registro. El abuso es un incendio que arrasa con la
interioridad.
Difícilmente
podamos medir lo que acontece en el interior del pequeño. Su cuerpo-mente están
desarrollándose, están listos para el juego, para la aventura de creerse
piratas o aviadoras, para trepar árboles y comer a escondidas galletitas, no para ser tocados en su
privacidad, para recibir penes y cargar con ese terrible secreto que el mayor
le impone.
El abuso
interrumpe el flujo de su vivir, los deposita en un lugar imposible, de lo
incomprendido y sórdido, de lo que no puede ser asimilado. De ahí en adelante
el dolor y la rabia serán sus compañeros.
Más tarde,
abrir su cuerpo al amor, a los sentimientos, al placer, los hace sentir
nuevamente ante un riesgo grave, los
retrotrae a situaciones de vulnerabilidad y desprotección y por eso es probable que
escapen a sentir.
El niño
silencia lo que le están haciendo, por temor y también por desprotección. Si no
puede contar a sus familiares lo que le está sucediendo es porque no se ha creado
un vínculo confiable. Dar cariño no es suficiente también son necesarias las
palabras y la orientación para el mundo en que vive y crece. El niño percibe
las zonas grises de sus padres, las zonas conflictivas, aquellas que ellos
mismos rehúyen y por eso mismo los temas que rondan esos lugares son
callados. Si los adultos no han hablado
tranquilamente de la sexualidad, del derecho sobre el propio cuerpo, del
respeto y cuidado que se le deben, del placer como forma de relacionarnos con
nosotros mismos y con los demás, si eso forma parte de su zona gris, el niño no
dirá lo que le sucede. Por eso es fundamental la educación sexual integral, en
todos los ámbitos, aún cuando en la familia se de, también es necesaria en la
escuela porque eso abre otras vías de comunicación que en definitiva protegen
al niño y lo sacan del encierro en que el perpetrador quiere dejarlo.
La
fragilidad, el descuido se pone en evidencia cuando el niño, la niña, puede denunciar, cuando recurre por ejemplo a
su madre. Entonces, en muchos casos, el
horror nuevamente irrumpe cuando ella no le cree, cuando dice que miente, que fabula
y lo abandona a su suerte y dolor. Ya no queda posibilidad, no existen
refugios, descubre así el desamparo en que lo deja quien debiera ser su garante
de vida.
El niño, la
niña, muchas veces no llegan a darse cuenta de la real situación en que se
hallan, su mente los defiende de una realidad que les sería aún más
insoportable porque necesariamente dependen de los adultos con quienes viven.
Necesita para sobrevivir imaginar que son amados, que los mayores los protegen.
Esto no les evita sentir el vacío, la soledad producida por el desamor. Al
crecer el hueco y este intenso frío en su interior no es llenado y sigue
doliendo por lo que las drogas y el alcohol aparecen para entumecer, para
aplacar los sentimientos. La rabia hace
que también ellos se vuelvan violentos, y en algunos casos, buscarán hacer lo
que han recibido, ellos mismos se volverán abusadores. En otros casos aparecerán
síntomas muy importantes que solamente remitirán con un prolongado tratamiento
psicológico orientado a esta situación traumática vivida.
Aunque las
heridas puedan ir cicatrizando las marcas siempre quedarán y cuando algo las
toque nuevamente podrá aparecer el dolor, los recuerdos, los sentimientos de
desprotección y rabia. Son registros en la mente-cuerpo de por vida.
La mejor
vacuna contra el abuso sexual es respetarnos a nosotros mismos en nuestra
corporalidad, esto es tratarnos con
cuidado y ternura porque somos seres sensibles y no cosas. Saber poner límites
aún a nuestros hijos desde pequeños, enseñar que su acercamiento debe implicar
ese cuidado y respeto y al mismo tiempo nosotros debemos acceder a ellos de
igual manera. Al mismo tiempo las palabras irán
dando sentido, explicando, indicando. En todo esto aprender y enseñar a
decir que no, un NO con mayúsculas y no negociable cuando se trata de algo que
molesta, que duele o que no entiendo.
Para que el
niño se atreva a hablar a los adultos no alcanza con decirle que puede hacerlo,
es necesario en el trato diario abrirse a sus comentarios y también ir
respondiendo a todas sus preguntas y aclarando sus dudas y sobre todo no
asustarse ante lo que el niño vaya exponiendo y mucho menos reprimirlo por
pensar o sentir algo determinado. Si no estoy preparado en ese momento para
responder a sus inquietudes es mejor guardar silencio, decirle que más tarde le
contestaré, y en ese tiempo madurar la forma y el contenido del comentario y
luego sí decírselo. Aunque nos parezca que el niño ya olvidó el tema debemos
responderle porque es nuestro deber de adultos y porque el niño no olvida.