Herman Schiller |
Revolución sexual y
revolución social
Herman Schiller
Viernes 29 de julio
El ex obispo de Avellaneda monseñor Jerónimo Podestá
(1920-2000), que largó los hábitos para contraer matrimonio con Clelia Luro;
que fuera elegido vicepresidente de la Federación Mundial de Sacerdotes
Casados; que enfrentó a la dictadura clerical y falangista del general Juan
Carlos Onganía; que fuera obligado en 1967 a renunciar a su obispado y
suspendido "a divinis" por el Vaticano; y que, además, fuera
perseguido por la Iglesia oficial por sus posiciones muy críticas hacia esa
institución a la que llegó a calificar de "pilar espiritual del
capitalismo", Jerónimo Podestá, decía, estuvo en el programa radial que
conduzco pocos días antes de fallecer, compartiendo la emisión con la
inolvidable Lohana Berkins (1965-2016), referente de la Asociación por la
Identidad Travesti-Transexual (ALITT) y luchadora consecuente por las
reivindicaciones de LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transexuales).
Lohana Berkins |
A boca de jarro y sin anestesia le pregunté entonces a
Podestá por qué las religiones monoteístas se meten siempre en mi cama y no me
dejan coger tranquilo.
Podestá, que en la última etapa de su vida se había definido
como socialista y antidogmático, sin sorprenderse por mi provocación, me
respondió con una sonrisa complaciente:
"Muy sencillo; la Iglesia se mete en tu cama y en la
mía y en la de todos, porque histórica y fatalmente necesita castrar la vida
sexual de sus feligreses para tener más poder".
(Dicho sea de paso: nótese que, como yo vengo de otra tribu,
le pregunté en forma más abarcativa sobre las "religiones
monoteístas", no sea que a alguien, prejuiciosamente, se le ocurriera
acusarme de falta de objetividad o de llevar agua a mi molino, pero Podestá,
que por lo visto carecía de las enajenaciones y pruritos que a lo mejor tenía
yo, prefirió arremeter contra las lacras de su propia Iglesia, sin meterse con
los otros credos).
La represión al sexo, efectivamente, ha sido desde tiempos
inmemoriales una de las constantes que rigieron la moral occidental.
La moral sexual, sobre todo en esta parte del planeta que
aún se rige por las pautas del eje evangélico-papal, ha sufrido a lo largo de
los siglos transformaciones paralelas a las operadas en el campo de la
estructura global.
En el origen de la historia, cuando ya habían quedado atrás
las etapas del primitivismo y surgía la propiedad privada como ente catalizador
del desenvolvimiento social, el hombre, además de propietario de su predio y de
sus esclavos, pasó a ser propietario de su mujer (o de sus mujeres) e hijos.
A partir de la necesidad impuesta por estos hechos
económicos concretos —tal como lo estudiara Federico Engels, el más importante
historiador de este tema, en su libro "Origen de la familia, de la
propiedad privada y del Estado"—, se irá desarrollando la moral (es decir,
la ideología) que los justifique y les otorgue permanencia.
Ello origina con el correr del tiempo la sacralidad de la
virginidad prematrimonial, ya que a través de la soltera virgen el hombre
protegía el principio de propiedad, circunstancia ésta que terminaría por
convertir a la moral sexual en sinónimo de moral general.
Durante el feudalismo, en Europa, entre los siglos XI y XV,
esta filosofía maduró sus formas más asfixiantes. Decaería luego en alguna
medida durante el Renacimiento, o sea durante la etapa cultural y artística del
siglo XV y principios del XVI que se caracterizó, entre otras cosas, por su
cuestionamiento de la civilización cristiana.
Revivió con la Contrarreforma, es decir el movimiento creado
en el siglo XVIII como respuesta de la Iglesia Católica a la reforma
protestante. Y alcanzaría su climax mayor como fenómeno cultural burgués ligado
a la defensa de la propiedad privada, durante la época de la puritanísima reina
Victoria de Inglaterra, que dio origen a lo que se conoce aún hoy bajo el
nombre de "moral victoriana" como sinónimo de represión a la
espontaneidad y alegría en la vida cotidiana de las masas populares. La reina
Victoria estuvo al frente de la monarquía inglesa durante más de sesenta años,
desde 1837 a 1901.
A partir de la Revolución Francesa de 1789 —y a pesar de que
su protagonista principal, la burguesía, no tardaría demasiado en hacer las
paces con la Iglesia para convertir nuevamente a la moral tradicional en
instrumento de opresión del proletariado—, surgieron los mayores rebeldes y
críticos que, como Charles Fourier (1772-1837, uno de los llamados
"utopistas", padre del cooperativismo, mordaz crítico de la economía
y el capitalismo de su época y un adversario de la civilización urbana, el
liberalismo y la familia basada en el matrimonio y la monogamia), denunciaron
la sumisión de la mujer.
Fourier, incluso, delineó una tesis por aquel entonces bien
audaz: la mujer puede compararse al negro colonizado, ya que su esclavitud se
lee en todas las etapas de su vida "desde el mismo estado de virgen
sometida a sus padres".
El infierno. Hans Memling |
Otros autores, como August Bebel (que fuera compañero de
militancia de Rosa Luxemburgo en la Liga Espartaquista, organización obrera revolucionaria
fundada en Alemania en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial), el
propio Karl Marx y el ya citado Engels, se refirieron in extenso al problema,
entendiendo que todos los aspectos de la sexualidad reprimida, del matrimonio y
de la marginación femenina, iban a resolverse conjuntamente o después de
cumplida la toma del poder que transformaría las estructuras socioeconómicas y,
por supuesto, también las formas de la convivencia cotidiana.
(Dicho sea de paso: el desarrollo de la conciencia y la
experiencia revolucionaria coadyuvó a ampliar luego los horizontes y a
comprender que la liberación en el tema del sexo no iba a ser tan mecanicista
ni tan simultánea con la revolución general, como lo demostraron trágicamente
aquellos que llegaron a utilizar desde el poder la palabra socialismo, pero
que, especialmente en este tópico, mantuvieron o acrecentaron las pautas
represivas).
Pero, volviendo hacia atrás, después de la aparición del
marxismo fueron muchos los científicos que se interesaron en el tema de la
enajenación sexual y, uno de ellos, Sigmund Freud (1856-1939) llegaría a
cimentar las bases de una doctrina revolucionaria: el psicoanálisis.
Sin embargo, la figura que más aportó a lo que hoy se conoce
con el nombre de "revolución sexual", fue Wilhelm Reich, que nació en
1897 en Polonia y murió preso, en una cárcel norteamericana, en 1957.
El más importante aporte que realizó Reich al conocimiento
fue la síntesis entre Marx y Freud, acentuando la interdependencia entre
revolución sexual y revolución social.
La revolución sexual aislada —afirmó Reich a principios de
la década del treinta— es imposible, porque la sociedad burguesa no otorga a
sus miembros, particularmente al proletariado y a las masas rurales, la base
material y cultural indispensable, como, por ejemplo, conocimientos, cuarto
propio, anticonceptivos, tiempo libre, etc.
A su vez, según Reich, la revolución social aislada tampoco
es posible, porque la estructura de personalidad formada en la familia
monogámica va a perpetuar una mentalidad burguesa aunque la economía se haya
socializado.
En este aspecto, Reich fue muy crítico con respecto a la
Unión Soviética de la época de Stalin que, de acuerdo a los trabajos de Reich,
impuso normas sexuales tan represivas como las de la sociedad capitalista.
No puede haber, por lo tanto, una revolución que prescinda
de la otra. Revolución sexual y revolución social.
El tema, subrayó Reich, suele irritar a los timoratos,
incluso a muchos que se creen o autotitulan progresistas. Pero no se puede a esta
altura del desarrollo histórico, prescindir de un análisis acerca de la
profunda interrelación existente entre los dogmas sexuales de una sociedad
determinada y las estructuras socioeconómicas que las rigen.
Pero la vida a Wilhelm Reich no le fue fácil. Como era judío
tuvo que irse apresuradamente de Alemania donde residía, sobre todo después que
publicó un libro muy revulsivo y actual como "Las masas en el
fascismo", donde planteaba el interrogante nada fácill de responder: por
qué las masas, en algún momento determinado, se dejan tentar por el
autoritarismo de derecha.
Pero Reich era también afiliado al Partido Comunista Alemán
y sus ideas sobre la revolución sexual no le gustaban para nada a los
burócratas stalinistas de entonces que lo expulsaron de las filas partidarias.
Y, por último, también fue expulsado de la Asociación Psicoanalítica
Internacional.
Reich, que profundizó en la energía liberadora que significa
el orgasmo, aún hoy sigue despertando controversias y réplicas. Fue un
revolucionario del pensamiento y, como tantos luchadores, murió en una cárcel
del imperialismo.
Wilhelm Reich |
Reich falleció en 1957 y fue desempolvado del ostracismo por
los estudiantes rebeldes de París de 1968 que lo consideraron el ideólogo de la
revolución sexual contemporánea.
En uno de sus libros más conocidos, al que tituló
precisamente "La revolución sexual", tras recordar la definición
marxista de que la ideología de una sociedad es la ideología de su clase
dominante, aseguró que la familia (tal cual la conocemos) se disimula a sí
misma el embotamiento de la pasión con el paso del tiempo; niega
coercitivamente la necesidad natural de variedad sexual de los seres humanos; y
se aferra a una estructura de resignación autorrepresiva, que constituye la
otra cara del "amor eterno" y del "hogar, dulce hogar".
Familia, Estado, Iglesia —subrayó Reich— se ocupan de una
castración psicológica que tiende a crear en las masas una estructura psíquica
sadomasoquista, "fenómeno muy importante, pues, junto con otras
condiciones económicas y sociales, la torna presa fácil de la ideología
fascista" (a través, incluso, de la canalización de los resentimientos).
Reich era judío, comunista y psicoanalista. Y fue
sucesivamente rechazado por los judíos, por los cristianos, por los nazis, por
la burocracia stalinista y por los propios psicoanalistas.
Tengo mucha admiración por este verdadero padre de la
revolución sexual, no solo porque intentó realizar la difícil síntesis entre
Freud y Marx, entre revolución sexual y revolución social, sino también porque me
miro mucho en el espejo de su vida donde en todas partes se sentía sapo de otro
pozo.
En la década del ochenta apareció en el semanario
"Nueva Presencia" un notable trabajo de un militante de los derechos
de los homosexuales, Marcelo Manuel Benítez. El ensayo se titulaba "La
Iglesia católica y la sexualidad".
En ese trabajo, Benítez planteaba que la represión de la
sexualidad es siempre obra de un poder autoritario y es característica
inmanente de la Iglesia ser un factor de atraso. Ya lo era en la Edad Media, en
tiempos de la alianza con la nobleza española que la hizo dueña de extensos
territorios, a los que mantenía improductivos y alejados de cualquier
innovación de tipo industrial. En nuestro país fue enemiga de cualquier plan
liberador; apoyó a todos los regímenes represivos; y fue, institucionalmente
hablando, el apoyo espiritual de la última dictadura genocida.
En 1973, la Iglesia oficial dio el visto bueno al exabrupto
de un asesino, el coronel Jorge Osinde, el masacrador de Ezeiza, quien llegó a vociferar
por los medios que para acabar con la "subversión apátrida" había que
acabar primero con todos los homosexuales. El mismo apoyo le brindó la Iglesia
a la feroz campaña "moralizadora" del comisario Margaride en 1974
cuando llegó a dictar cátedra sobre la longitud de las polleras y allanó
hoteles alojamiento, porque, según dijo, a esos lugares "solo van las
putas y los guerrilleros".
En 1975, ya muerto Perón, su labor fue continuada, ahora con
características abiertamente fascistas, y con explícito apoyo del Estado y de
la Iglesia, por el ministro de Bienestar Social, José López Rega, quien, en
febrero de ese mismo año, puso en boca de "El Caudillo", la tétrica
revista de ultraderecha que era una especia de apoyatura periodística de la organización
parapolicial y paraestatal Alianza Anticomunista Argentina ("Triple
A"), la propuesta de "acabar con los homosexuales" y colgarlos
de los árboles con "leyendas explicativas y didácticas" o crear
campos de concentración para que compensen, confinados en el encierro, su
pretendida "inutilidad" como reproductores.
Eran los días del terrorismo de Estado en que la Iglesia
oficial derrotaba los intentos críticos de los curas del Tercer Mundo y eran
los días, ya instalado el régimen criminal de Videla, en que la Iglesia llegó a
emitir un documento pretendidamente moralizador y antisubversivo titulado
"Acerca de ciertas cuestiones de ética sexual".
Eran los días del crimen organizado desde el Estado. Eran
los días de los 30.000 detenidos-desaparecidos. Eran los días de las homilías
de monseñor Bonamín en favor de la depuración del país de subversivos
anticatólicos. Eran los días en que los pocos curas que se atrevían a enfrentar
a su jerarquía eran asesinados.
Eran los días de monseñor Antonio Plaza justificando la tortura.
Eran los días en que proliferaban las declaraciones de obispos y otros
integrantes de la jerarquía avalando los métodos represivos y llamando a la
población a "volver a la fe". Eran los días de los comandos de
moralidad y el llamado Comando Cóndor que enviaba a todos los diarios un
comunicado en el que anunciaba su intención de acabar con los teatros de
revistas y los homosexuales.
Y al enunciado siguieron los hechos, ya que varios de estos
teatros fueron objeto de atentados y decenas de homosexuales fueron asesinados.
***
El sexo es liberación. Todas las religiones han inventado el
pecado y la culpa para frenar, para castrar, para impedir la libertad y la
alegría del pueblo. Todas las religiones, en mayor o menor escala, tienen
ceremonias de culto que hacen de rodillas. Quienes inventaron eso, imaginaron
quizás que los seres humanos que se ponen de rodillas, tienen después pocas
ganas de ponerse de pie.
Los castradores, que se autoerigieron en mensajeros de Dios,
siempre estuvieron aliados con los crímenes y genocidios, con la esclavitud y
la opresión, cometidos desde los poderes del Estado.
Sin la manipulación religiosa de las masas, en el nombre de
tal credo o en nombre de tal filosofía, difícilmente hubiera habido
sometimiento sin resistencia.
(Y hablando de manipulación, dejo para otro momento el
análisis en profundidad del tema de la manipulación mediática. Porque hay un
sexo del sistema; un sexo de la cosificación de la mujer y su utilización
mercantil como objeto negociable en el burdel capitalista de la oferta y la
demanda; un sexo que aparenta ser desprejuiciado pero que en realidad es un
sexo para mantener todo como estuvo siempre en las profundidades de la
desigualdad, la injusticia y la impunidad de las fuerzas hegemónicas. La TV
actual de nuestro medio es un instrumento brutal para eso. Sexo para los
tontos, pero no para liberar, sino para obnubilar las mentes y mantener la
explotación de las masas. La policía persiguiendo madres que amamantan a sus
bebés en público mientras ocultan que son proxenetas y socios o cómplices de la
trata y de la reducción a la servidumbre sexual de miles de mujeres, es una
ejemplificación sintomática. También lo son aquellos programas líderes como el
de Tinelli que simulan ser transgresores y en realidad son una eficiente
palanca operativa para mantener la sumisión).
De todos modos, en el campo popular, sobre todo en la
Argentina, el tema tampoco ha sido nada fácil.
Albert Memmi, escritor y ensayista franco-tunecino nacido en
1920 (está por cumplir 96 años), de origen judío y lengua árabe, discípulo de
Sartre, señaló en su libro "Psicología del colonizado", que el
colonizado, en algún momento de la colonización, adquiere la psicología del
colonizador; o sea, la psicología del verdugo. Conceptos similares emitió también
el gran Franz Fanon en buena parte de su obra,
Y esto lo digo porque en otras épocas, en el llamado campo
popular de nuestro medio, ciertos aspectos de la lucha por la liberación sexual
no eran muy comprendidos. Es un buen ejemplo del colonizado que adquiere la
mentalidad y las formas de pensamiento del colonizador.
Un caso típico. El 25 de mayo de 1973, cuando buena parte de
la Plaza de Mayo estaba totalmente colmada con militantes de las organizaciones
populares armadas que celebraban la asunción de Cámpora, hizo su ingreso un
grupo del FLH (Frente de Liberación Homosexual). Algunos sectores lo recibieron
al grito de "No somos putos, no somos faloperos, somos soldados de FAR y
Montoneros". Y los homosexuales, que querían ser revolucionarios junto a
los demás revolucionarios, entraron en crisis y se llamaron a silencio.
Tardarían algún tiempo en reagruparse después de semejante humillación.
Hoy, cuatro décadas después, el panorama ha cambiado mucho y
el tema es parte de las reivindicaciones de casi toda la izquierda y otros
sectores. Hoy sí podríamos decir que muchos lo han incorporado a la agenda de
la revolución.
***
Revolución sexual y revolución social son, al menos para el
que suscribe este trabajo, dos conceptos íntimamente entrelazados. Tan entrelazados
como una pareja que se ama sin inhibiciones y sin que le importen los perimidos
dogmas religiosos.
Fuente
http://laizquierdadiario.com/Revolucion-sexual-y-revolucion-social
Nota: las imágenes no pertenecen a la nota original, fueron tomadas de internet.