sábado, 22 de octubre de 2022

196 - Patriarcado y cumbia

 196 - Patriarcado y cumbia

 

Mucho ya se ha escrito y seguramente se seguirá escribiendo sobre el sistema patriarcal y la violencia hacia las niñas y mujeres y disidencias. Incluso ya hay cátedras universitarias con esta orientación. Esto significa un gran avance que indudablemente es debido a la acción conjunta de miles de mujeres luchando por su vida y dignidad.

Cualquier persona interesada en este desarrollo puede acceder a libros y  artículos  publicados también en internet. Lo difícil no está en esas lecturas sino en lo que es fundamental, en el vivir cotidiano. Es ahí donde el patriarcado está presente, donde se enraiza, crece y sigue dañando a mujeres y hombres.

Toda nuestra cultura está construida teniendo como una de sus columnas a este sistema por eso debemos encontrarlo en cualquiera de todas nuestras actividades, aún las más simples, en los divertimentos, en la música y el baile.

Podría tomar muchos ejemplos, en este momento tengo presente un estilo de  música que se tiene por popular, sea lo que fuere que se quiera significar al llamarla de este modo, y que es escuchada, cantada, bailada por grandes sectores de la sociedad, me refiero a la cumbia. Recuerdo a un grupo de músicos argentinos, más precisamente de la provincia de Santa Fe, Los Palmeras. Un par de letras de sus canciones ilustrarán la forma por la que la violencia hacia las mujeres es enseñada, publicada, promovida. A través de la música es normalizada llevando a la identificación con los personajes que en las letras aparecen.  Tengo en claro que este grupo no representa a todos los otros de este género musical. 

Esta violencia no es expuesta como tal, y eso lo veremos en unos pocos ejemplos, sino como algo natural, lúdico, como un ejercicio que a todo hombre corresponde imitar.

“Tú me abandonaste sin razón 

Y me lastimaste sin piedad 

Ahora, yo te digo lo que sos

Eres mentirosa, traicionera y yo te digo así 

Perra, perra, tú me abandonaste como a un perro 

Perra, ojalá te vayas al infierno 

Perra, tú me abandonaste como a un niño 

Perra, por eso yo ahora te digo así 

 

El título no es precisamente una pieza poética: Perra.

 

¿Qué hizo esta mujer para merecer ser tratada así? Simplemente no sentir lo que este señor querría que sintiese, simplemente alejarse para seguir ambos su vida. Entender esto para el machista es casi una proeza, no puede concebir la libertad en la mujer, que ella sienta y que además sea dueña de su sentimiento y lo haga valer.

Esta letra enseña que los hombres deben desconfiar de las mujeres, que son engañosas, mentirosas, traicioneras, en definitiva “perras” siempre dispuestas a hacernos daño. Que son capaces de actuar “sin razón”. Volvemos a un tópico cultivado cuidadosamente por el patriarcado: la mujer es un ser irracional.

Es precisamente en este punto donde el patriarcado muestra lo que quiere ocultar, el temor que los machistas tienen a las mujeres en cuanto depositarias de amor, en cuanto seres libres que con su partida o no sintiendo lo que el hombre desea,  pueden ser causa de dolor. Sufrimiento no solo por lo amoroso sino también por el narcisismo herido.

El machismo sin quererlo, enseña que los hombres somos débiles, somos como “un niño” y esto también es peligroso, por un lado porque tiende a la mujer la trampa de consentirnos porque “somos como niños”, por el otro la culpa por el posible dolor que nos puede causar con su distancia, y también nos enseña a los varones que no merecemos ese trato, que está bien  que nos resistamos y defendamos porque somos como niños, porque somos tiernos e inocentes en nuestros sentimientos amorosos y por eso ellas deben, indudablemente, corresponderlos.

“Me abandonaste” “me lastimaste” es la queja infantil, no es el texto de un hombre capaz de aceptar y  vivir su dolor hasta que cicatrice. Es desde esta muy peligrosa y falsa posición de niño con odio que puede llegar a matar.

El patriarcado no mira al  hombre, no lo cuestiona, se dirige hacia la mujer a la que construye desde esta misma mirada, la califica y destruye como persona humana.

Esta otra canción la llama “víbora”

 

“como toda serpiente arrastraste el silencio 

y al final la traición ha golpeado mi espalda, 

yo te juro confiado que no lo esperaba 

 

Víbora, 

te irás, en busca de otro, al que lastimar 

antes de marchar, fíjate en la marca que me dejaras, 

que no se borrará”

 


Nuevamente ella es la mala, la que se mueve en función de causar daño al hombre confiado, amoroso, indefenso, la que al final   “te irás, en busca de otro, al que lastimar”. Una vez más se reitera el mismo argumento, en definitiva, el mito inaugural de nuestra cultura occidental y cristiana, el de Adán y Eva, él inocente y confiado, ella la serpiente que seduce y lleva al pecado.

El hombre queda en el lugar del sentimiento, ella en el de la traición y el daño, porque, según Los Palmeras, ella se guía  solamente por su instinto maligno, se va “en busca de otro al que lastimar”. No puede aceptar que ella encuentre otro a quien amar porque eso lo sacaría del lugar de víctima y lo pondría en el lugar de oponente. Ese otro será visto como el rival, el que tiene seguramente otras posibilidades de las que carecería el “abandonado”. El golpe al narcisismo es terrible, se puede tolerar cualquier cosa menos que ella se entregue a otro hombre, que lo disminuya ante la mirada del rival, por eso aquello de “serás mía o de nadie” que puede llevar incluso a matar.

Le dice “víbora”. El hecho mismo de calificar a alguien llamándola como un animal, más allá de la valoración personal que cada uno tenga en relación a estas personas no humanas, en nuestra cultura representa deshumanización, desprecio, calificación de irracional e incapaz de gestos humanos. Llamar a la mujer “perra” o “víbora” implica este acto de violencia extrema por cuanto busca sustraerla de su ser persona.

 

En otra letra aparece claramente su papel de Eva seductora, provocadora de machos. Se niega el contexto, que es una música creada por hombres, cantada y tocada por hombres, y que la forma de bailar también fue ideada por hombres para su propia excitación colocando a la mujer en el lugar que ellos quieren, antes que seductora, objeto para la satisfacción masculina.

 

“Esa nena lo menea despacito, despacito, 

suavecito, suavecito se acaricia el pompón 

tiene cara de nenita 

mientras baila te lo agita 

y mueve la cinturita 

esperando el sol 

ypa colmo la pollera 

se le baja se le sube se le sube se le baja 

mientras mueve el pompón 

de toda esa nenita que se mueve y que se excita 

que se excita y que se agita”

 

El título de esta pieza no deja ningún lugar a dudas: El pompom.

 

Este texto puede servir como un pequeño manual de los gestos para la excitación del hombre, lo que este está esperando que la mujer haga para atraerlo y encenderle las hormonas, pero claro, siguiendo el mito, pone en ella su propio deseo como si ese baile fuera una especie de exhibicionismo de la satisfacción solitaria de esa mujer.

Un detalle que es fácil dejar pasar y ahí está precisamente una de las claves de cómo el patriarcado, de cómo la violencia hacia las mujeres, cómo el abuso se naturalizan: “tiene cara de nenita”.

 

Esa apariencia “cara de nenita” nos remite a lo que en otra letra no tienen ninguna reserva en hacer público. Esta falta de límite, la seguridad de que su declaración no implicará sanción social alguna, sino, al contrario, que será entendida y aceptada por el público, indica la vulnerabilidad a la que se hallan expuestas las niñas y el fondo abusador que implica el machismo.

En Quisiera volver, Los Palmeras dicen:

 

“¿Qué será que, por las noches, ya no puedo ni dormir?

¿Qué será que, cuando callo, yo me acuerdo más de ti?

¿No te das cuenta, mi niña, lo que has hecho de mí?

Me encerraste entre tus rejas y ya no logro salir

Será porque eres pequeña, la vida nos enseñó

A adorar las cuatro letras de una palabra llamada amor

Solo son 14 años que a tu vida ha dado Dios

Para poder comprender lo que sufre un corazón

(Quisiera volver)

A tus brazos, a pedirte una vez más

(Que seas mi mujer)

Por favor, pequeña mía, escúchame

(Escúchame)”

 

Acá no hay lugar a dudas, a interpretaciones, se dirige a una niña, “mi niña”, de 14 años, “será porque eres pequeña”.

Aún “pequeña” como  Lolita, es la causante del infortunio del sufriente varón: “lo que has hecho de mí? Me encerraste entre tus rejas y ya no logro salir”

 

Nada hay encubierto, no hay disfraz alguno para disimular lo que se desea. Eso que busca, eso que pretende, en la mayoría de los países, es un delito, es llamado pedofilia. El sujeto es un criminal pederasta.

“(Quisiera volver)

A tus brazos, a pedirte una vez más

(Que seas mi mujer)”

 

Las letras hablan de quienes las escribieron y las replican en este caso cubiertas por la música y envueltas en un clima de diversión no tan inocente, y también nos hablan de aquellos que las escuchan y repiten, de la cultura de una sociedad, o si se prefiere de una parte importante de ella.

 

No debe extrañar a nadie que siendo coherentes con esta construcción estereotipada de lo que se espera de una mujer, este mismo grupo musical, Los Palmeras, haya dedicado, con el pretexto de ser un campeón deportivo, una canción homenaje a un feminicida, a un hombre que asesinó a su pareja y trató de hacer pasar ese crimen como un accidente, el boxeador Carlos Monzón.

Alberto B. Ilieff