Se necesitan horizontes
Posted on 10/5/2017 by admin
Boaventura de Sousa Santos*
Las ocho personas más ricas del mundo poseen tanta riqueza
como la mitad más pobre de la población mundial (3,5 mil millones de personas).
Se destruyen países (de Irak a Afganistán, de Libia a Siria, y las próximas
víctimas pueden ser tanto Irán como Corea del Norte) en nombre de los valores
que debían preservarlos y hacerlos prosperar, ya sean los derechos humanos, la
democracia o el primado del derecho internacional. Nunca se habló tanto de la
posibilidad de una guerra nuclear.
Los contribuyentes estadounidenses pagaron millones de
dólares por la bomba no nuclear más potente jamás lanzada contra túneles en
Afganistán, construidos en la década de 1980 con su propio dinero, gestionado
por la CIA, para promover a los islamistas radicales en su lucha contra los
ocupantes soviéticos del país, los mismos radicales que hoy se combaten como
terroristas. Mientras, los estadounidenses pierden el acceso a la atención
médica y son llevados a pensar que sus males son causados por inmigrantes
latinos más pobres que ellos. Tal y como los europeos son llevados a pensar que
su bienestar está amenazado por los refugiados y no por los intereses
imperialistas que están forzando al exilio a tanta gente. Del mismo modo que
los sudafricanos negros, empobrecidos por un mal negociado fin del apartheid,
asumen actitudes xenófobas y racistas contra inmigrantes negros de Zimbabue,
Nigeria y Mozambique, tan pobres como ellos, por considerarlos la causa de sus
males.
Entretanto, circulan por el mundo las tiernas imágenes de
Silvio Berlusconi dando el biberón a cabritillos para defenderlos del
sacrificio de 2 Pascua, sin que nadie denuncie que durante esos minutos
televisivos miles de niños murieron por falta de leche. Como tampoco son
noticia las fosas clandestinas de cuerpos desmembrados que constantemente se
están descubriendo en México, mientras que las fronteras entre el Estado y el
narcotráfico se desvanecen.
Como tenemos miedo de pensar que la democracia brasileña
morirá el día en que un Congreso de políticos enloquecidos, corruptos en su
mayoría, consiga destruir los derechos de los trabajadores conquistados a lo
largo de cincuenta años, un propósito que, por ahora, los políticos brasileños
parecen lograr con inaudita facilidad. Tiene que haber un momento en que las
sociedades (y no solo unos pocos “iluminados”) lleguen a la conclusión de que
esto no puede seguir así. Para ello, la negatividad del presente nunca será
suficiente.
La negatividad solo existe en la medida que aquello que
niega es visible o imaginable. Un callejón sin salida se convierte fácilmente
en una salida si la pared en que termina tiene la falsa transparencia de lo
infinito o de lo ineluctable. Esta transparencia, que es falsa, es tan compacta
como la opacidad de la selva oscura con la que antes la naturaleza y los dioses
vedaban los caminos de la humanidad. ¿De dónde viene esta opacidad si la
naturaleza es hoy un libro abierto y los dioses un libro de aeropuerto? ¿De
dónde viene la transparencia si la naturaleza, cuanto más se revela, más se
expone a la destrucción, si los dioses sirven tanto para trivializar la
creencia inconsecuente como para banalizar el horror, la guerra y el odio? Hay
algo de terminal en la condición de nuestro tiempo que se revela como una
terminalidad sin fin. Es como si la anormalidad tuviese una energía inusitada
para convertirse en una nueva normalidad y nos sintiésemos terminalmente sanos
en lugar de terminalmente enfermos. Esta condición deriva del paroxismo al que
llegó el instrumentalismo radical de la modernidad occidental, tanto en
términos sociales como culturales y 3 políticos.
El instrumentalismo moderno consiste en el predominio total
de los fines sobre los medios y en la ocultación de los intereses que subyacen
a la selección de los fines en forma de imperativos falsamente universales o de
inevitabilidades falsamente naturales. En el plano ético, este instrumentalismo
permite a quien tiene poder económico, político o cultural presentarse socialmente
como defensor de causas cuando, de hecho, es defensor de cosas. Este
instrumentalismo asumió dos formas distintas, aunque gemelas, de extremismo: el
extremismo racionalista y el extremismo dogmatista. Son dos formas de pensar
que no permiten contraargumentación, dos formas de actuar que no admiten
resistencia. Ambas son extremadamente selectivas y compartimentadas de tal modo
que las contradicciones ni siquiera aparecen como ambigüedades. Las caricaturas
revelan bien lo que está más allá de ellas.
Heinrich Himmler, uno de los máximos jefes nazis, que
transformó la tortura y el exterminio de judíos, gitanos y homosexuales en una
ciencia, cuando regresaba de noche a casa entraba por la puerta trasera para no
despertar a su canario favorito. ¿Es posible culpar al canario por el hecho de
que el cariño que le tenía Himmler no era compartido por los judíos? A su vez,
es conocida la anécdota de aquel comunista argentino tan ortodoxo que incluso
en los días de sol en Buenos Aires usaba sombrero de lluvia solo porque estaba
lloviendo en Moscú. ¿Es posible negar que detrás de tan acéfalo comportamiento
no estuviera un sentimiento noble de lealtad y de solidaridad?
Las perversidades del extremismo racionalista y dogmatista
están siendo combatidas por modos de pensar y de actuar que se presentan como
alternativas pero que, en el fondo, son callejones sin salida porque los
caminos que señalan son ilusorios, sea por exceso de pesimismo, sea por exceso
de optimismo. La versión pesimista es el proyecto reaccionario que 4 tiene hoy
una renovada vitalidad. Se trata de detestar en bloque el presente como
expresión de una traición o degradación de un tiempo pasado, dorado, un tiempo
en el que la humanidad era menos amplia y más consistente. El proyecto
reaccionario comparte con el extremismo racionalista y dogmatista la idea de
que la modernidad occidental creó demasiados seres humanos y que es necesario
distinguir entre humanos y subhumanos, pero no piensa que ello debe derivar de
ingenierías de intervención técnica, sean ellas de muerte o de mejora de raza.
Basta que los inferiores sean tratados como inferiores, sean mujeres, negros,
indígenas, musulmanes.
El proyecto reaccionario nunca pone en cuestión quién tiene
el privilegio y el deber de decidir quién es superior y quién es inferior. Los
humanos tienen derecho a tener derechos; los subhumanos deben ser objeto de
filantropía que les impida ser peligrosos y los defienda de sí mismos. Si
tuviesen algunos derechos, siempre deben tener más deberes que derechos. La
versión optimista de lucha contra el extremismo racionalista y dogmatista
consiste en pensar que las luchas del pasado lograron vencer de modo
irreversible los excesos y perversidades del extremismo, y que somos hoy
demasiado humanos para admitir la existencia de subhumanos. Se trata de un
pensamiento anacrónico inverso, que consiste en imaginar el presente como
habiendo superado definitivamente el pasado.
Mientras el pensamiento reaccionario pretende hacer que el
presente regrese al pasado, el pensamiento anacrónico inverso opera como si el
pasado no fuese todavía presente. Debido al pensamiento anacrónico inverso,
vivimos un tiempo colonial con imaginarios poscoloniales; vivimos un tiempo de
dictadura informal con imaginarios de democracia formal; vivimos un tiempo de
cuerpos racializados, sexualizados, asesinados, descuartizados con imaginarios
de derechos humanos; vivimos un tiempo de muros, fronteras como trincheras,
exilios forzados, desplazamientos internos con 5 imaginarios de globalización;
vivimos un tiempo de silenciamientos y de sociología de las ausencias con
imaginarios de orgía comunicacional digital; vivimos un tiempo de grandes
mayorías que solo tienen libertad para ser miserables con imaginarios de
autonomías y emprendimiento; vivimos un tiempo de víctimas que se vuelcan
contra víctimas y de oprimidos que eligen a sus opresores con imaginarios de
liberación y de justicia social.
El totalitarismo de nuestro tiempo se presenta como el fin
del totalitarismo y, por eso, es más insidioso que los totalitarismos
anteriores. Somos demasiados y demasiado humanos para caber en un solo camino;
pero, por otro lado, si los caminos fuesen muchos y en todas las direcciones,
fácilmente se transformarían en un laberinto o en un enredo, en cualquier caso,
en un campo dinámico de parálisis. Es esta la condición de nuestro tiempo. Para
salir de ella es preciso combinar la pluralidad de caminos con la coherencia de
un horizonte que ordene las circunstancias y les otorgue sentido. Para pensar
tal combinación y, más aún, para pensar siquiera que ella es necesaria, son
necesarias otras maneras de pensar, sentir y conocer. O sea, es necesaria una ruptura
epistemológica que vengo llamando epistemologías del sur.
(Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez)
*Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de
la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la
Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de
Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo.
Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo
en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores
del Foro Social Mundial. Artículo enviado
Other News por el autor.
Fuente:
http://www.other-news.info/noticias/2017/05/se-necesitan-horizontes/#more-13173
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