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Cuentos taoístas 2
“Revoloteaba
alegremente; era una mariposa muy contenta de serlo.
De
repente despierta.
Era
Chuang Tse y se asombró de serlo.
Ya
no le era posible saber si era Chuang Tse que soñaba ser una mariposa, o era
una mariposa que soñaba ser Chuang Tse.”
Hermoso cuento. Nos muestra una vez más que la profundidad no
es cuestión de tamaño, de extensión. Estos pocos renglones nos llevan directo
al misterio, a la imposibilidad de cifrar, de poder asir, tomar y guardar en un
bolsillo a la vida, a las imágenes que se despliegan con iniciativa propia por
nuestra conciencia.
Cuando duermo y sueño esa es la realidad, ese es mi mundo. El
perro que me corre, la caída al abismo, esa ciudad o esa casa que no conozco y
que sin embargo sé que es mi casa, mi furia, mi deseo.
¿cómo no creer si lo estoy viendo, si lo siento, si mi cuerpo
transpira, tiembla, se prepara para el golpe, para correr?
Y de pronto estoy en otro mundo, y nuevamente creo que es
real, porque tengo recuerdos, porque sé que tengo que levantarme para trabajar,
y las cosas estan dónde las puse.
¿están dónde las puse?
¿este es mi mundo?
¿no será otro juego de imágenes?
¿Cómo puedo asegurar que este no sea otro sueño? ¿Cómo
probarme que no estoy dormido soñando que me levanto luego de haber soñado con
un perro que me corría?
Estas preguntas no son valederas, no son siquiera preguntas
porque son imposibles de contestar.
Recuerdo una frase que siempre me ha gustado: somos del mismo
material que los sueños, tan fugaces y tenues, imposibles de tomar en una mano,
cuando quiero agarrar mi vida, se me escapa entre los dedos y ni siquiera puedo
sentirla con las yemas, porque no la puedo abarcar, porque es parte de algo que
no soy yo, que también esta en el pasto y el sol.
Y posiblemente Chuang Tsé sea la mariposa y también el monje,
y también el que es corrido por un perro y el que se levanta por la noche a
tomar un vaso de agua, el que un día ríe y otro llora. Quizá todas sean las
formas que adquiere
¿quién puede negarlo o afirmarlo?
Un cuento sobre el tao
“Tung-kuo Tzu alguna vez le
preguntó a Chuang Tzu: “¿Dónde está el Tao?”
—Está en todas partes —respondió Chuang Tzu
—Está en todas partes —respondió Chuang Tzu
Tung-kuo
Tzu le dijo: “Debieras ser más específico”
—Está en
las hormigas —dijo Chuang Tzu.
“¿Por qué es tan insignificante?”
—Está en el pasto.
“¿Todavía más insignificante?”
—Está en el fragmento de una olla rota.
“¿Tan insignificante es?”
—Está en el excremento y en la orina —dijo Chuang Tzu.”
“¿Por qué es tan insignificante?”
—Está en el pasto.
“¿Todavía más insignificante?”
—Está en el fragmento de una olla rota.
“¿Tan insignificante es?”
—Está en el excremento y en la orina —dijo Chuang Tzu.”
La
pregunta para mí es ¿por qué buscar en un más allá, en un lejanísimo cielo, tan
distante que es imposible de ver o de soñar?
¿ por
qué creer que lo importante debe ser enorme, magnifico, portentoso, capaz de
aterrarnos con su sola presencia?
Esperamos ver que se abre el cielo, que aparecen rayos, luces
enceguecedoras, cantos maravillosos,
música capaz de paralizarnos. Así también pensamos nuestra vida. La creemos
insignificante, muy pequeña para ser importante. A nuestro alrededor no hay
luces, ni cámaras, ni periodistas y mucho menos salimos en los diarios o la
televisión. No tenemos inteligencia apabullante, ni belleza capaz de paralizar
a quien nos observa, somos simples personas que apenas sobresalimos un poco más
de metro y medio del suelo, algunos un metro ochenta ¡tanta diferencia por
treinta centímetros!
Este
cuento viene a decirnos que el tao, que lo original, que lo importante está
ahí, no se halla escondido, no hay que hacer proezas físicas ni morales para
alcanzarlo. Nada de destellos mágicos, sin estruendos ni caballos alados, una
brizna de pasto, el pasto, el excremento, la orina, todos ellos son también el
tao.
Recuerdo
a Francisco de Asís cuando le cantaba al hermano sol y a la hermana luna,
cuando se igualaba con el lobo y las piedras, y mostraba en su vida, en su
pobreza que lo importante también es pasto, es una hormiga, excremento y orina.
“Dos
monjes estaban peregrinando de un monasterio a otro y durante el camino debían
atravesar una vasta región formada por colinas y bosques.
Un
día, tras un fuerte aguacero, llegaron a un punto de su camino donde el sendero
estaba cortado por un riachuelo convertido en un torrente a causa de la lluvia.
Los dos monjes se estaban preparando para vadear, cuando se oyeron unos
sollozos que procedían de detrás de un arbusto. Al indagar comprobaron que se
trataba de una chica que lloraba desesperadamente. Uno de los monjes le
preguntó cuál era el motivo de su dolor y ella respondió que, a causa de la
riada, no podía vadear el torrente sin estropear su vestido de boda y al día
siguiente tenía que estar en el pueblo para los preparativos. Si no llegaba a
tiempo, las familias, incluso su prometido, se enfadarían mucho con ella.
El
monje no titubeó en ofrecerle su ayuda y, bajo la mirada atónita del otro
religioso, la cogió en brazos y la llevó al otro lado de la orilla. La dejó
ahí, la saludó deseándole suerte y cada uno siguió su camino.
Al
cabo de un rato el otro monje comenzó a criticar a su compañero por esa
actitud, especialmente por el hecho de haber tocado a una mujer, faltando así a
uno de sus votos. Pese a que el monje acusado no se enredaba en discusiones y
ni siquiera intentaba defenderse de las críticas, éstas prosiguieron hasta que
los dos llegaron al monasterio. Nada más ser llevados ante el Abad, el segundo
monje se apresuró a relatar al superior lo que había pasado en el río y así
acusar vehementemente a su compañero de viaje.
Tras
haber escuchado los hechos, el Abad sentenció: "Él ha dejado a la chica en
la otra orilla, tú, aún la llevas contigo".
En
todo momento estamos eligiendo, y vamos haciendo esto o aquello, algunas veces
de manera bien conciente, pensada y decidida, otras veces casi sin darnos
cuenta, de cualquier modo, es inevitable
actuar, hacer algo aunque ese algo sea no hacer nada. No hay pecado, no hay
pegarme con un látigo porque hice lo incorrecto, si ya lo hice de qué sirve
ahora castigarme, si no lo hice, para qué castigarme.
El
maestro les dice: "Él ha dejado a la chica en la otra orilla, tú, aún la llevas
contigo".
Esta
frase me recuerda una que dijo Jesús: “deja
que los muertos entierren a sus muertos y sígueme”
El
pasado es tan efímero como el presente, nada está para quedarse y si tiene
alguna fuerza es porque yo se la asigno, porque lo recuerdo y lo cargo con
emociones como la culpa. El ave fénix se atreve a morir y renace de sus cenizas
renovada, sin pasado, sin carga, dejó que se consumiera con el fuego, y ahora
comienza nuevamente.
¿Para
qué atarnos? Los recuerdos dolorosos o
felices son ataduras, hicimos lo que hicimos, y ya está, este es otro tiempo,
esta es otra tarea, es cuestión de mirar y hacer.
Buscamos
el éxito y tememos el fracaso sin darnos cuenta que si no nos interesara el
éxito tampoco nos importaría el fracaso porque ambos son palabras, ilusiones,
solamente hay hacer, solamente hay experiencia, solamente un camino recorrido.
Si dejamos el pasado librado a sí mismo, si no cargamos nuestra mochila con lo
logrado o lo perdido y seguimos caminando. Si nos atrevemos, de pronto, porque
sí, sin explicaciones ni grandes teorías, a dejar lo que tenemos, a virar 180
grados; si nos animamos a estrellar los ídolos contra el suelo y ver con placer
como se hacen añicos y descubrir que solamente son eso, pedazos de nada,
simples juguetes con los que nos entretuvimos y que también nos apresaron, seremos libres, nos volveremos inmortales
porque lo nuestro será vivir, andar.
Recuerdan
aquel verso
“Caminante,
no hay camino,
Se hace
camino al andar”
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