jueves, 11 de abril de 2013

52 Cuentos taoístas 2



52
Cuentos taoístas 2





“Revoloteaba alegremente; era una mariposa muy contenta de serlo.
De repente despierta.
Era Chuang Tse y se asombró de serlo.
Ya no le era posible saber si era Chuang Tse que soñaba ser una mariposa, o era una mariposa que soñaba ser Chuang Tse.”


 Hermoso cuento. Nos muestra una vez más que la profundidad no es cuestión de tamaño, de extensión. Estos pocos renglones nos llevan directo al misterio, a la imposibilidad de cifrar, de poder asir, tomar y guardar en un bolsillo a la vida, a las imágenes que se despliegan con iniciativa propia por nuestra conciencia.
Cuando duermo y sueño esa es la realidad, ese es mi mundo. El perro que me corre, la caída al abismo, esa ciudad o esa casa que no conozco y que sin embargo sé que es mi casa, mi furia, mi deseo.
¿cómo no creer si lo estoy viendo, si lo siento, si mi cuerpo transpira, tiembla, se prepara para el golpe, para correr?
Y de pronto estoy en otro mundo, y nuevamente creo que es real, porque tengo recuerdos, porque sé que tengo que levantarme para trabajar, y las cosas estan dónde las puse.
¿están dónde las puse?
¿este es mi mundo?
¿no será otro juego de imágenes?
¿Cómo puedo asegurar que este no sea otro sueño? ¿Cómo probarme que no estoy dormido soñando que me levanto luego de haber soñado con un perro que me corría?

Estas preguntas no son valederas, no son siquiera preguntas porque son imposibles de contestar.
Recuerdo una frase que siempre me ha gustado: somos del mismo material que los sueños, tan fugaces y tenues, imposibles de tomar en una mano, cuando quiero agarrar mi vida, se me escapa entre los dedos y ni siquiera puedo sentirla con las yemas, porque no la puedo abarcar, porque es parte de algo que no soy yo, que también esta en el pasto y el sol.

Y posiblemente Chuang Tsé sea la mariposa y también el monje, y también el que es corrido por un perro y el que se levanta por la noche a tomar un vaso de agua, el que un día ríe y otro llora. Quizá todas sean las formas que adquiere
¿quién puede negarlo o afirmarlo?



Un cuento sobre el tao
“Tung-kuo Tzu alguna vez le preguntó a Chuang Tzu: “¿Dónde está el Tao?”
—Está en todas partes —respondió Chuang Tzu
Tung-kuo Tzu le dijo: “Debieras ser más específico”
—Está en las hormigas —dijo Chuang Tzu.
“¿Por qué es tan insignificante?”
—Está en el pasto.
“¿Todavía más insignificante?”
—Está en el fragmento de una olla rota.
“¿Tan insignificante es?”
—Está en el excremento y en la orina —dijo Chuang Tzu.”

La pregunta para mí es ¿por qué buscar en un más allá, en un lejanísimo cielo, tan distante que es imposible de ver o de soñar?
¿ por qué creer que lo importante debe ser enorme, magnifico, portentoso, capaz de aterrarnos con su sola presencia?  Esperamos ver que se abre el cielo, que aparecen rayos, luces enceguecedoras,  cantos maravillosos, música capaz de paralizarnos. Así también pensamos nuestra vida. La creemos insignificante, muy pequeña para ser importante. A nuestro alrededor no hay luces, ni cámaras, ni periodistas y mucho menos salimos en los diarios o la televisión. No tenemos inteligencia apabullante, ni belleza capaz de paralizar a quien nos observa, somos simples personas que apenas sobresalimos un poco más de metro y medio del suelo, algunos un metro ochenta ¡tanta diferencia por treinta centímetros!
Este cuento viene a decirnos que el tao, que lo original, que lo importante está ahí, no se halla escondido, no hay que hacer proezas físicas ni morales para alcanzarlo. Nada de destellos mágicos, sin estruendos ni caballos alados, una brizna de pasto, el pasto, el excremento, la orina, todos ellos son también el tao.
Recuerdo a Francisco de Asís cuando le cantaba al hermano sol y a la hermana luna, cuando se igualaba con el lobo y las piedras, y mostraba en su vida, en su pobreza que lo importante también es pasto, es una hormiga, excremento y orina.











“Dos monjes estaban peregrinando de un monasterio a otro y durante el camino debían atravesar una vasta región formada por colinas y bosques.

Un día, tras un fuerte aguacero, llegaron a un punto de su camino donde el sendero estaba cortado por un riachuelo convertido en un torrente a causa de la lluvia. Los dos monjes se estaban preparando para vadear, cuando se oyeron unos sollozos que procedían de detrás de un arbusto. Al indagar comprobaron que se trataba de una chica que lloraba desesperadamente. Uno de los monjes le preguntó cuál era el motivo de su dolor y ella respondió que, a causa de la riada, no podía vadear el torrente sin estropear su vestido de boda y al día siguiente tenía que estar en el pueblo para los preparativos. Si no llegaba a tiempo, las familias, incluso su prometido, se enfadarían mucho con ella.

El monje no titubeó en ofrecerle su ayuda y, bajo la mirada atónita del otro religioso, la cogió en brazos y la llevó al otro lado de la orilla. La dejó ahí, la saludó deseándole suerte y cada uno siguió su camino.

Al cabo de un rato el otro monje comenzó a criticar a su compañero por esa actitud, especialmente por el hecho de haber tocado a una mujer, faltando así a uno de sus votos. Pese a que el monje acusado no se enredaba en discusiones y ni siquiera intentaba defenderse de las críticas, éstas prosiguieron hasta que los dos llegaron al monasterio. Nada más ser llevados ante el Abad, el segundo monje se apresuró a relatar al superior lo que había pasado en el río y así acusar vehementemente a su compañero de viaje.

Tras haber escuchado los hechos, el Abad sentenció: "Él ha dejado a la chica en la otra orilla, tú, aún la llevas contigo".

En todo momento estamos eligiendo, y vamos haciendo esto o aquello, algunas veces de manera bien conciente, pensada y decidida, otras veces casi sin darnos cuenta,  de cualquier modo, es inevitable actuar, hacer algo aunque ese algo sea no hacer nada. No hay pecado, no hay pegarme con un látigo porque hice lo incorrecto, si ya lo hice de qué sirve ahora castigarme, si no lo hice, para qué castigarme.

El maestro les dice: "Él ha dejado a la chica en la otra orilla, tú, aún la llevas contigo".
Esta frase me recuerda una que dijo Jesús: deja que los muertos entierren a sus muertos y sígueme”
El pasado es tan efímero como el presente, nada está para quedarse y si tiene alguna fuerza es porque yo se la asigno, porque lo recuerdo y lo cargo con emociones como la culpa. El ave fénix se atreve a morir y renace de sus cenizas renovada, sin pasado, sin carga, dejó que se consumiera con el fuego, y ahora comienza nuevamente.
¿Para qué atarnos?  Los recuerdos dolorosos o felices son ataduras, hicimos lo que hicimos, y ya está, este es otro tiempo, esta es otra tarea, es cuestión de mirar y hacer.
Buscamos el éxito y tememos el fracaso sin darnos cuenta que si no nos interesara el éxito tampoco nos importaría el fracaso porque ambos son palabras, ilusiones, solamente hay hacer, solamente hay experiencia, solamente un camino recorrido. Si dejamos el pasado librado a sí mismo, si no cargamos nuestra mochila con lo logrado o lo perdido y seguimos caminando. Si nos atrevemos, de pronto, porque sí, sin explicaciones ni grandes teorías, a dejar lo que tenemos, a virar 180 grados; si nos animamos a estrellar los ídolos contra el suelo y ver con placer como se hacen añicos y descubrir que solamente son eso, pedazos de nada, simples juguetes con los que nos entretuvimos y que también nos apresaron,  seremos libres, nos volveremos inmortales porque lo nuestro será vivir, andar.

Recuerdan aquel verso

“Caminante, no hay camino,
Se hace camino al andar”







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