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Gobierno del pueblo
No hace
tanto tiempo que murió Nelson Mandela y fue una excelente ocasión para ver y
analizar mucho de lo que venimos hablando en estas columnas. Una vez más se
desplegó con toda su fuerza la ideología liberal centrada en el individualismo.
Se hizo de Mandela desde un santo hasta un héroe único en el mundo. Se habló de
su vida, sus esposas, su cárcel, se lo construyó como un “gran hombre”.
Posiblemente lo era, no es esto lo que pongo en cuestión, sino el dispositivo
liberal para hacer creer que el individuo, que la personalidad, valen por sí
mismas y que por su propia iniciativa y esfuerzo pueden hacer la historia.
Nelson Mandela |
Esto que se
nos relata no es así, somos lo que somos por nuestras circunstancias, por haber
nacido en determinado momento histórico, en una ciudad y no en otra, en un
país, en un barrio y educación, y también con una familia que nos aportaron lo
que fuimos siendo, lo que en nuestro interior fue tomando una forma.
Los héroes
también lo son por sus circunstancias, ellos también fueron formados por su
entorno. Esto no niega la impronta personal, que Mandela pudo haber optado por
otras salidas, que pudo haber hecho de su vida otra cosa, que él también se
construyó a sí mismo mediante sus elecciones. Lo que busco resaltar es que siempre
se elige en función de un medio, en una situación determinada y con una
historia precisa, que no hay una vida que se desarrolla en el vacío histórico,
y sobre todo, que no se va cumpliendo en soledad. Lo que los liberales en su
culto a la personalidad niegan constantemente es la presencia de los otros, de
esos que son el sostén y la fuerza de los líderes, pues no hay líder sin un
grupo, sino no sería líder. Y no hablo de seguidores, porque al líder no se lo
sigue, sino que él capta y sigue lo que en la gente se halla presente y además,
y esto es lo importante, siempre es circunstancial, depende del momento y de
las necesidades grupales en ese entonces.
Hace muchos
años se hablaba del “self man made”, de la persona que se hace a sí misma, que
es resultado de su propia voluntad y esfuerzo. Se nos decía que si alguien se
impone una meta y aplica a su consecución todas sus fuerzas y tiempo, la
obtendrá. Es de cuando también se decía que en una democracia todos podemos
llegar a ser presidentes. Estamos en el imperio del individuo, de aquel que no
necesitó de nadie. El ejemplo era Onassis, que de vender cigarrillos en el
puerto de Buenos Aires llegó a ser un potentado mundial. Es la misma estrategia
con que fueron construidos los santos católicos, los que por su propio
sacrificio llegaron a ser elegidos por el mismo dios, o los héroes nacionales,
como San Martín con su caballo blanco que nunca existió y se dice que liberó a
tres países pero nadie recuerda el nombre de los soldados que sí lucharon y
fueron heridos y murieron y que fueron en definitiva los que ganaron las
batallas.
Armando así
la historia, los personajes, es fácil concluir que el millonario lo es por su
propio esfuerzo y que, entonces, merece disfrutar de su bien ganada fortuna y
puede hacer con ella lo que quiera. Ahora, si incluimos a los otros en esta ecuación,
si agregamos por ejemplo a los que trabajaron para él, si pensamos que nadie
está aislado, nos daremos cuenta que toda esa riqueza no fue obtenida por este
buen ciudadano, que no es producto de su sudor sino del de muchísimos obreros
que no tienen ni de cerca su fortuna. Este modo de ver las cosas, de contar la
historia de manera centralista e
individualista, nos aleja de una visión democrática, orientada a la gente
común, y nos lleva a mirar hacia unos pocos y a creer que ellos son los
hacedores y que tienen alguna cualidad especial de la que quienes somos
mayoría, carecemos.
Es
necesario no dejarnos engañar por el discurso liberal pues mientras nos habla
de libertad, de igualdad, incluso de democracia, sus actos van en sentido
opuesto. El elitismo, el culto a la personalidad, nunca serán democráticos precisamente
por son elitistas. Esto es muy distinto a la aceptación de las diferencias, que
vos seas diferente a mí no te hace ser superior o inferior.
Si este
esquema lo traemos a algo tan cercano como los partidos políticos, como los
candidatos que cada tanto aparecen rogando que los votemos, a la estructura
piramidal de todos los gobiernos, nos estaremos acercando peligrosamente a entender
cuál es el juego político en que nos han metido. Alcanza con abrir un diario y
ver que todo el tiempo de habla de personalidades, de este presidente, de aquel
gobernador, de diputados y senadoras, de jueces, y podemos seguir una larga
lista, y quien está ausente en estas páginas es precisamente el pueblo, la
gente común, esta que camina por las calles y toma colectivos o anda en
bicicleta.
Se dice que
la democracia es el gobierno del pueblo, o sea que es el común de la gente
quien gobierna y delega en algunas personas el cumplimiento de sus decisiones,
pero, sucede que en nuestro sistema se entiende al revés, interesadamente se
cree que significa que el pueblo debe ser gobernado, dirigido, por eso los
políticos profesionales se autodenominan “dirigentes”.
Tanto es su
afán elitista que se pretenden excluir de la mayoría y denominarse “clase
política” como si vivir de esa profesión los convirtiera en una especie
diferente de la humanidad, una “clase” aparte y les confiriera un estatus
determinado. Es por eso mismo que una vez que han cumplido con su trabajo no se
desprenden del título y lo esgrimen como si fuera de nobleza: son “ex” presidentes o diputados y senadores “con mandato cumplido”, lo que no
significa nada, sino que son ciudadanos comunes, pero que, con eso de “mandato
cumplido” quieren mostrar su distinción, no ser confundidos con la mayoría de
la gente.
Cuanto más
de cerca miramos y sobre todo en la práctica, no en el discurso, al sistema en
que estamos y del que formamos parte, menos democracia encontramos.
Ahora las democracias del mundo lo reconocen como un héroe,
pero recordemos un poco lo que posibilitó que Mandela como líder surgiera.
El apartheid fue
impuesto en Sudáfrica en 1948 por
el Partido Nacional Purificado que sostenía
la superioridad de la raza blanca y dividía a la población sudafricana
en cuatro grupos distintos: los blancos (20%), los indios (3%,) los mestizos
(10%) y los negros (67%). Este sistema segregacionista discriminaba a las 4/5 partes
de la población del país. Incluso se
crearon reservas donde era hacinada la
gente negra para qué no se mezclara con la blanca, esto hizo que el 80% de la población viviera en el 13% del territorio sudafricano.
A tal extremo llegó la situación que en 1963 el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas condenó al régimen del apartheid y pidió que se suspendiera el suministro de
armas a Sudáfrica.
Ante este cuadro claramente violatorio de los Derechos
Humanos las grandes naciones occidentales como Estados Unidos, Inglaterra y
Francia, en lugar de cumplir esta resolución del Consejo de Seguridad, apoyaron
al régimen racista sudafricano y
aumentaron el suministro de armas sosteniendo indudablemente al gobierno.
Incluso Francia le proveyó de su primera central nuclear en 1976.
Mandela fue encarcelado en condiciones de una extrema
dureza. No podía recibir más de dos cartas y dos visitas al año y su esposa
Winnie no tenía permiso para visitarlo,
los trabajos forzados afectaron
seriamente su salud.
El 6 de diciembre de 1971, la Asamblea General de las
Naciones Unidas calificó el apartheid de crimen contra la humanidad y exigió la
liberación de Nelson Mandela.
El final del apartheid no fue por la intervención de las
potencias supuestamente democráticas sino por la derrota militar que las tropas
cubanas mandadas por Fidel Castro causaron al ejército sudafricano en Angola en
enero de 1988. Esto también permitió a
Namibia conseguir su independencia. De
este hecho dirá Mandela: “¡La decisiva derrota de las fuerzas agresoras del
apartheid destruyó el mito de la invencibilidad del opresor blanco!”
Mandela y Fidel Castro |
Tengamos presente que Estados Unidos lo mantuvo en la lista
de miembros de organizaciones terroristas hasta el 1 de enero de 2008.
Está muy claro que los países que se colocan por sobre los
demás como garantes de la democracia y que en todo momento hablan de libertad,
son quienes por sus propios intereses violan los Derechos Humanos y la
democracia. Ninguno de ellos reclamó por los años de prisión de Mandela,
ninguno denunció y puso en juego su fuerza contra el salvaje apartheid, pero
hoy bien lo usan convirtiéndolo en un héroe solitario representante de las
ideas liberales.
Son los mismos que siguen tolerando la tortura, que
permitieron con su complicidad que Guantánamo y los seres humanos allí prisioneros
sin juicio existiera, y no olvidemos que nuestras dictaduras militares
genocidas americanas fueron sostenidas por el apoyo de ellos, cuando no
causadas por su injerencia.
Pero no vayamos muy lejos en la distancia ni muy atrás en el
tiempo, en nuestra misma tierra se suman los vejámenes y los muertos, ninguno
de nosotros ha olvidado lo sucedido desde el señalado hito del 2001 hasta la
fecha. Además agreguemos el despojo y violencia contra los pueblos originarios
que no ha terminado, y el daño que se le hace a la tierra: minería
contaminante, agrotóxicos, tala de bosques, destrucción de glaciares,
contaminación petrolera, que es otra forma de enfermar y matar personas.
Todo esto nos debería hacer reflexionar muy seriamente
acerca de esto que llamamos “democracia”. Las preguntas deben imponerse: ¿cuál
es nuestra idea de democracia? ¿es esto que vivimos? ¿la destrucción y la
muerte permitidas o realizadas desde los gobiernos son parte de la democracia o
son su ruptura? ¿cuál es nuestro lugar en todo esto?
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