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Orgasmos
Hay temas
que siguen siendo tabú porque dañan la imagen que el patriarcado, el machismo,
impone para los hombres y muchos de ellos están directamente relacionados con
la sexualidad.
Nos guste o
no la idea del macho sigue totalmente vigente. Probablemente más suavizada, con
permisos para algo de ternura, con menos rigidez, y hasta con la inclusión de
partes del cuerpo que van más allá del pene, pero de todos modos, con otros
matices o más tapados, el macho sigue estando presente y por lo tanto la
prohibición de mirar de frente determinados temas.
Se habla
mucho y se ha escrito también, sobre todo en las revistas de entretenimiento,
acerca de la sexualidad de la mujer, de la frigidez, de las dificultades con el
orgasmo y otros temas, pero del varón casi no se dice nada, se da por sentado
que salvo casos evidentes de eyaculación precoz o falta de erección que ya
entrarían dentro de lo patológico, en lo restante todo funciona de maravillas. Es
un lugar común que mientras el varón pueda tener una erección suficiente como
para penetrar, la satisfacción está asegurada. Por eso la mirada escrutadora se
ha llevado hacia la mujer.
Un tema
reiterado y que siempre ha atemorizado a los hombres es la capacidad de fingir
un orgasmo que se adjudica a la mujer. Como la subjetividad de cualquier
persona siempre nos es negada, no
podemos saber qué pasa por su interior, de ahí que las señas expresivas: gemidos, movimientos
corporales, ojos en blanco, sean tan importantes. Es precisamente en estas
señas donde radica el miedo masculino ¿esos sonidos y movimientos no serán
fingidos? ¿cómo saber si ella ha sentido placer? ¿cuánto? ¿la hemos dejado
satisfecha? Contestar estas preguntas es fundamental para la valoración del
hombre. Del mismo modo que fuera de la cama el varón es proveedor de bienes
materiales, en la cama debe serlo de placer. Su valoración está unida a esto,
su virilidad. También es un modo de apaciguar su temor a ser abandonado por
otro macho más viril, un macho alfa que a él lo reduciría a ser beta. Si la
mujer esta “satisfecha” no se irá tras otro. Por esto la llamada infidelidad de
una mujer, desde el punto de vista masculino, resulta mucho más pesada que la de un hombre, no
solamente por el permiso y la disculpa anticipada que el hombre se da a sí mismo
sino porque el hecho de que una mujer
tenga relaciones con otro hombre va mucho más allá de lo afectivo, de la
confianza, pone en cuestión su centro viril.
Fácilmente
se da por descontado que la capacidad del hombre de tener un orgasmo puede ser detectada
inmediatamente por señales indudables como es la eyaculación. Hasta algunos
creen que cuanto más cantidad de semen se libere mayor es la satisfacción
obtenida. Lo que no se aclara es la diferencia que existe entre el placer
funcional que implica la emisión de semen y el orgasmo. El primero es parte de
la función corporal, del juego de excitación-clímax- descarga luego de lo cual
viene un momento de relajación. El segundo, el orgasmo, es una reacción del
organismo, entendiendo que interviene el cuerpo, claro está, y también las
otras instancias que constituyen a un ser humano, la psíquis, lo emocional, o
sea que es una respuesta integral de la persona. A través de la eyaculación no
podemos saber si el hombre ha tenido un orgasmo o es una respuesta corporal a
la excitación solamente.
Esto nos va
acercando a la cara no visible de la sexualidad masculina, la que dice que el
hombre también finge orgasmos. En general, los motivos que aducen son bastante
similares a los que sostienen las mujeres y van desde un simple agotamiento por
motivos externos como puede ser el trabajo hasta una seria crisis en la pareja.
El fingimiento aparece como un modo de dejar las cosas como están, de no crear
una situación que podría llamar la
atención y que habría que explicar, en algunos casos poniendo en evidencia un
desacuerdo o contradicción importantes.
Estas
situaciones muestran como nuestra sexualidad está atravesada y configurada por
la cultura. Sobre el deseo sexual se ha construido todo un aparato para reglar
y orientar y ajustarlo a los valores de esa sociedad. En primer lugar se halla
el falocentrismo. Es importante el pene, su tamaño, dureza, tiempo de erección,
cantidad de semen, sobre todo la penetración. La iniciativa es del varón, él es
el activo, la mujer es la que recibe pasivamente. Cuántas más relaciones
sexuales se puedan mantener, cuantas más mujeres, más se puede asegurar su virilidad. Es aquí donde el pene,
de órgano corporal, se convierte en símbolo del poder del hombre.
Como todo
gira en torno al falo, la sexualidad se ha reducido a genitalidad, todo pasa
por esa zona, como si el resto del cuerpo fuera insensible, incapaz de
proporcionar sensaciones placenteras. La penetración, la eyaculación, el
orgasmo se han convertido en finalidad y no en una parte del proceso a la que
podemos acceder o no según lo decidamos. La reducción a la genitalidad esta
íntimamente ligada a la idea de tradición religiosa que dice que el sexo es
para la procreación. En esta idea la
genitalidad y la procreación sí son importantes pues de otro modo no se
lograría el embarazo. En esta visión todos los juegos sexuales son considerados
“previos” o modos que debe llevar a la penetración y por esta a la reproducción.
Nuevamente hallamos que al sexo se le da obligatoriamente una finalidad más
allá de sí mismo, de su propia satisfacción, del gusto y el placer, ya deja de
ser una cuestión de las personas de compartirse y disfrutarse para ser una
especie de máquina que debe dar un resultado, que debe producir algo.
Esto no es
casual o “natural”, por el contrario, muestra la profunda actividad de la
sociedad sobre el deseo, es el resultado
de distintas estrategias de poder organizadas con una clara finalidad política.
Fueron las
feministas las que impusieron el lema “lo
personal es político”. Aún en aquellas situaciones que consideramos más
íntimas, más individuales, podemos encontrar la marca de la sociedad, que en
este caso, nos llega por medio de los estereotipos que fijan lo que debe ser
considerado masculino y lo que es femenino, el modo de realizar el acto sexual,
las orientaciones permitidas y las prohibidas, la fidelidad tanto como la
promiscuidad, así como la finalidad del sexo.
Esto no es
inocente, como dije, es un ejercicio de poder y tiene como objetivo sostener
este poder. La primera operación fue dividir a la humanidad en dos sectores
definidos como totalmente diferentes, como sexo opuesto, con una frontera que
nunca debía ser cruzada.
Luego de
dividida se adjudicaron características determinadas: inteligente–emotiva,
activo-pasiva, productor-reproductora, conductor-conducida, agresivo-sumisa, y
podríamos seguir horas así, siempre con pares irreconciliables. Entre las
cualidades que se le aplicaron al hombre están aquellas que determinan que debe
ser el que dirige, el superior, restando para la mujer las complementarias.
Solamente faltaba
imponer esto desde la cuna con un sello indeleble en la mente de todas las
personas y el trabajo ya estaba completo.
En la parte
fijada para el varón esta como centro el pene capaz de darle placer a su dueño
y a sus mujeres, su “instinto” sexual
indómito que siempre requiere satisfacción y esta siempre dispuesto, su
capacidad orgásmica que no se discute.
Por eso
para el hombre fingir el orgasmo es mucho más que mantener quieta la situación
o contenta a la pareja, implica asentarse en el lugar del que siempre puede,
del que tiene una sexualidad libre dudas y siempre dispuesta. Liberarnos
también es romper con este estereotipo de superhéroe y aceptar nuestra
humanidad de hombres y mujeres, diferentes pero no opuestos.
Nuestra
cultura ha convertido al acto sexual en una actividad que puede ser sometida a
estadísticas, que puede ser medida, que da o quita reputación. Las ideas de
éxito y fracaso tienen un peso importantísimo, la cantidad y la obtención de
orgasmos serían sus indicadores. Para el
hombre común no llegar a un término aceptable es caer en la humillación.
Las personas no siempre queremos tener sexo y no siempre podemos vivenciar el
orgasmo, eso no tiene que nada que ver
con nuestra capacidad sexual, con nuestra virilidad o feminidad.
Es necesario que recuperemos, y si no la tenemos, la
construyamos, la idea de que somos organismos vivos sumamente complejos. Que
estar vivos significa ser cambiantes, como el clima, como las mareas, como los
vientos. La libertad también se alcanza dejando de lado los estereotipos, la
genitalidad obligatoria, la penetración compulsiva, la medición de nuestros
logros o fracasos en la cama o donde fueren, el orgasmo a ultranza.
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