sábado, 7 de diciembre de 2013

79 - Orgasmos

79
Orgasmos


Hay temas que siguen siendo tabú porque dañan la imagen que el patriarcado, el machismo, impone para los hombres y muchos de ellos están directamente relacionados con la sexualidad.


Nos guste o no la idea del macho sigue totalmente vigente. Probablemente más suavizada, con permisos para algo de ternura, con menos rigidez, y hasta con la inclusión de partes del cuerpo que van más allá del pene, pero de todos modos, con otros matices o más tapados, el macho sigue estando presente y por lo tanto la prohibición de mirar de frente determinados temas.


Se habla mucho y se ha escrito también, sobre todo en las revistas de entretenimiento, acerca de la sexualidad de la mujer, de la frigidez, de las dificultades con el orgasmo y otros temas, pero del varón casi no se dice nada, se da por sentado que salvo casos evidentes de eyaculación precoz o falta de erección que ya entrarían dentro de lo patológico, en lo restante todo funciona de maravillas. Es un lugar común que mientras el varón pueda tener una erección suficiente como para penetrar, la satisfacción está asegurada. Por eso la mirada escrutadora se ha llevado hacia la mujer.

Un tema reiterado y que siempre ha atemorizado a los hombres es la capacidad de fingir un orgasmo que se adjudica a la mujer. Como la subjetividad de cualquier persona siempre nos  es negada, no podemos saber qué pasa por su interior,  de ahí que las señas expresivas: gemidos, movimientos corporales, ojos en blanco, sean tan importantes. Es precisamente en estas señas donde radica el miedo masculino ¿esos sonidos y movimientos no serán fingidos? ¿cómo saber si ella ha sentido placer? ¿cuánto? ¿la hemos dejado satisfecha? Contestar estas preguntas es fundamental para la valoración del hombre. Del mismo modo que fuera de la cama el varón es proveedor de bienes materiales, en la cama debe serlo de placer. Su valoración está unida a esto, su virilidad. También es un modo de apaciguar su temor a ser abandonado por otro macho más viril, un macho alfa que a él lo reduciría a ser beta. Si la mujer esta “satisfecha” no se irá tras otro. Por esto la llamada infidelidad de una mujer, desde el punto de vista masculino,  resulta mucho más pesada que la de un hombre, no solamente por el permiso y la disculpa anticipada que el hombre se da a sí mismo sino porque  el hecho de que una mujer tenga relaciones con otro hombre va mucho más allá de lo afectivo, de la confianza, pone en cuestión su centro viril.


Fácilmente se da por descontado que la capacidad del hombre de tener un orgasmo puede ser detectada inmediatamente por señales indudables como es la eyaculación. Hasta algunos creen que cuanto más cantidad de semen se libere mayor es la satisfacción obtenida. Lo que no se aclara es la diferencia que existe entre el placer funcional que implica la emisión de semen y el orgasmo. El primero es parte de la función corporal, del juego de excitación-clímax- descarga luego de lo cual viene un momento de relajación. El segundo, el orgasmo, es una reacción del organismo, entendiendo que interviene el cuerpo, claro está, y también las otras instancias que constituyen a un ser humano, la psíquis, lo emocional, o sea que es una respuesta integral de la persona. A través de la eyaculación no podemos saber si el hombre ha tenido un orgasmo o es una respuesta corporal a la excitación solamente.

Esto nos va acercando a la cara no visible de la sexualidad masculina, la que dice que el hombre también finge orgasmos. En general, los motivos que aducen son bastante similares a los que sostienen las mujeres y van desde un simple agotamiento por motivos externos como puede ser el trabajo hasta una seria crisis en la pareja. El fingimiento aparece como un modo de dejar las cosas como están, de no crear una situación  que podría llamar la atención y que habría que explicar, en algunos casos poniendo en evidencia un desacuerdo o contradicción importantes.

Estas situaciones muestran como nuestra sexualidad está atravesada y configurada por la cultura. Sobre el deseo sexual se ha construido todo un aparato para reglar y orientar y ajustarlo a los valores de esa sociedad. En primer lugar se halla el falocentrismo. Es importante el pene, su tamaño, dureza, tiempo de erección, cantidad de semen, sobre todo la penetración. La iniciativa es del varón, él es el activo, la mujer es la que recibe pasivamente. Cuántas más relaciones sexuales se puedan mantener, cuantas más mujeres, más se puede  asegurar su virilidad. Es aquí donde el pene, de órgano corporal, se convierte en símbolo del poder del hombre.

Como todo gira en torno al falo, la sexualidad se ha reducido a genitalidad, todo pasa por esa zona, como si el resto del cuerpo fuera insensible, incapaz de proporcionar sensaciones placenteras. La penetración, la eyaculación, el orgasmo se han convertido en finalidad y no en una parte del proceso a la que podemos acceder o no según lo decidamos. La reducción a la genitalidad esta íntimamente ligada a la idea de tradición religiosa que dice que el sexo es para la procreación. En esta idea la  genitalidad y la procreación sí son importantes pues de otro modo no se lograría el embarazo. En esta visión todos los juegos sexuales son considerados “previos” o modos que debe llevar a la penetración y por esta a la reproducción. Nuevamente hallamos que al sexo se le da obligatoriamente una finalidad más allá de sí mismo, de su propia satisfacción, del gusto y el placer, ya deja de ser una cuestión de las personas de compartirse y disfrutarse para ser una especie de máquina que debe dar un resultado, que debe producir algo.



Esto no es casual o “natural”, por el contrario, muestra la profunda actividad de la sociedad sobre el deseo,  es el resultado de distintas estrategias de poder organizadas con una clara finalidad política.

Fueron las feministas las que impusieron el lema “lo personal es político”. Aún en aquellas situaciones que consideramos más íntimas, más individuales, podemos encontrar la marca de la sociedad, que en este caso, nos llega por medio de los estereotipos que fijan lo que debe ser considerado masculino y lo que es femenino, el modo de realizar el acto sexual, las orientaciones permitidas y las prohibidas, la fidelidad tanto como la promiscuidad, así como la finalidad del sexo.


Esto no es inocente, como dije, es un ejercicio de poder y tiene como objetivo sostener este poder. La primera operación fue dividir a la humanidad en dos sectores definidos como totalmente diferentes, como sexo opuesto, con una frontera que nunca debía ser cruzada.

Luego de dividida se adjudicaron características determinadas: inteligente–emotiva, activo-pasiva, productor-reproductora, conductor-conducida, agresivo-sumisa, y podríamos seguir horas así, siempre con pares irreconciliables. Entre las cualidades que se le aplicaron al hombre están aquellas que determinan que debe ser el que dirige, el superior, restando para la mujer las complementarias.
Solamente faltaba imponer esto desde la cuna con un sello indeleble en la mente de todas las personas y el trabajo ya estaba completo.

En la parte fijada para el varón esta como centro el pene capaz de darle placer a su dueño y a sus mujeres, su “instinto” sexual  indómito que siempre requiere satisfacción y esta siempre dispuesto, su capacidad orgásmica que no se discute.

Por eso para el hombre fingir el orgasmo es mucho más que mantener quieta la situación o contenta a la pareja, implica asentarse en el lugar del que siempre puede, del que tiene una sexualidad libre dudas y siempre dispuesta. Liberarnos también es romper con este estereotipo de superhéroe y aceptar nuestra humanidad de hombres y mujeres, diferentes pero no opuestos.

Nuestra cultura ha convertido al acto sexual en una actividad que puede ser sometida a estadísticas, que puede ser medida, que da o quita reputación. Las ideas de éxito y fracaso tienen un peso importantísimo, la cantidad y la obtención de orgasmos serían sus indicadores.  Para el hombre común no llegar a un término aceptable es caer en la humillación.

Las personas no siempre queremos  tener sexo y no siempre podemos vivenciar el orgasmo,  eso no tiene que nada que ver con nuestra capacidad sexual, con nuestra virilidad o feminidad.


Es necesario que recuperemos, y si no la tenemos, la construyamos, la idea de que somos organismos vivos sumamente complejos. Que estar vivos significa ser cambiantes, como el clima, como las mareas, como los vientos. La libertad también se alcanza dejando de lado los estereotipos, la genitalidad obligatoria, la penetración compulsiva, la medición de nuestros logros o fracasos en la cama o donde fueren, el orgasmo a ultranza.



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