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El discurso
antimaternal
Siguiendo
con la costumbre de traer temas que nos sirvan para preguntarnos otras cosas,
para no tomar como natural o como verdad absoluta algo que nos fue enseñado e
impreso en nuestra carne, hoy convoqué a una mujer que siempre me provoca y me
sugiere otras ideas y modos de ver las cosas, ella es Beatriz Gimeno. Esta vez
va a hablar de la maternidad, o en realidad tendríamos que decir, tal como ella
misma lo expresa, de la “anti maternidad”.
Ya sabemos
que no existen los instintos, ni los maternales ni los otros, ahora debemos
enfrentar a este mandato social que obliga a ser “madre” o “padre”, o sea que
nos vuelve a atar a un destino biológico que deja de lado la cultura, la
elección.
Beatriz Gimeno |
A
continuación este interesante artículo:
“El otro día, en la penumbra de una reunión nocturna,
hablando
de esas cosas que no suelen mencionarse a plena luz del día,
varias
amigas terminamos hablando con franqueza absoluta de
la maternidad. Y tras la
charla, fuimos varias también las que acabamos coincidiendo en que al feminismo
le queda mucho por decir acerca de la maternidad, aun cuando se pudiera pensar
que ya lo ha dicho todo; al fin y al cabo, la maternidad es uno de sus temas de
siempre. Pudimos constatar que, a pesar de que la maternidad ha sido estudiada,
analizada y cuestionada, y que la reivindicación de los derechos reproductivos
es una constante dentro del feminismo, no hay propiamente dentro de éste un
discurso claramente antimaternal.
Aunque la maternidad aparentemente haya cambiado mucho de
aspecto, tenemos derecho a preguntarnos si este cambio ha sido algo más que un
simple modernizarse para seguir siendo, en el fondo, un discurso prescriptivo
que pretende seguir manteniendo plenamente operativo el eterno binomio
mujer-madre, aunque ahora se trate de una mujer moderna y una madre también
moderna. El feminismo, en mi opinión, tiende a ignorar la naturaleza compulsiva
de la maternidad y a quitar importancia a su papel en la comprensión de la
discriminación estructural e ideológica de las mujeres. El tabú que se cierne
sobre cualquier discurso antimaternal dentro del feminismo no hace sino
evidenciar el carácter conflictivo de una cuestión que no sólo afecta a la
configuración de la identidad de las mujeres sino al mantenimiento mismo del
orden social en su conjunto.
No puede ser que de una experiencia humana con esa capacidad
tan poderosa para cambiar la vida de cualquier mujer no existan apenas
discursos negativos, aunque sólo sea por pluralidad
Durante la mayor parte de su historia moderna, el principal
objetivo del feminismo ha sido por una parte defender una condición maternal
compatible con la vida (en el sentido más literal), o bien, en los países
ricos, defender una organización maternal que permita ser madre sin dejar de
ser igual. Y siendo estas dos preocupaciones lógicas y justas, eso no quiere
decir que se deban sofocar otras posibilidades de pensar la maternidad. En
general, salvo excepciones, son pocas las voces que han formulado discursos
contrarios a una cuestión que, simplemente, se asume como lo normal, natural,
inevitable, incuestionable, etc. Casi todas las posiciones feministas acerca de
la maternidad parten, en todo caso, de la posición que da por hecho y no
cuestiona, ni política ni vitalmente, que la mayoría de las mujeres del planeta
quieren ser madres y que, en todo caso, ser madre es algo bueno.
Madre e hijo. Carlos Alonso Martinez Palomino |
No se trata aquí de opinar si la maternidad es buena o mala,
sino simplemente de llamar la atención sobre el hecho de que estamos ante una
institución tan inscrita en nuestra organización social y en nuestra
subjetividad que no admite ni un sólo discurso contrario, aun cuando fuera
minoritario. No puede ser que de una experiencia humana con esa capacidad tan
poderosa para cambiar la vida de cualquier mujer no existan apenas discursos
negativos, aunque sólo sea porque la pluralidad de puntos de vista es lo
esperable siempre ante cualquier asunto complejo. Y sin embargo, aquí no hay
diferentes puntos de vista o los puntos de vista negativos no se hacen
visibles. Lo cierto es que no existe ninguna otra institución social que goce
de ese mismo índice de aceptación y ausencia de crítica; y esto tiene que dar
que pensar. Es cierto que cuando hablamos del derecho al aborto o de los
derechos reproductivos, estamos asumiendo que esto incluye el derecho a no
tener ningún hijo, pero se trata de algo que queda implícito, que se supone,
pero no es un derecho que se explicite y mucho menos que se visibilice
culturalmente no sólo en pie de igualdad, sino siquiera con algún rasgo
positivo, como discurso alternativo a los discursos maternales hegemónicos.
Porque la cuestión es: ¿Se puede verdaderamente elegir algo
cuando una de las dos opciones es prácticamente un tabú social, científico,
político, etc.? Lo cierto es que las mujeres hacen sus elecciones acerca de la
maternidad en un contexto coercitivo acerca no sólo de no tener hijos sino
especialmente de tener acceso a las ventajas o a la felicidad que puede
proporcionar no tenerlos, así como a la ignorancia de los problemas, las
desventajas o la infelicidad que puede proporcionar tenerlos. Cualquier
posición, política o personal, contraria al discurso maternalista recibe una
sanción social, económica o psicológica brutal. Es en este sentido de falta de
alternativas en el que el discurso promaternal es totalitario.
No ser madre es una elección personal al alcance de muy
pocas mujeres en el mundo y se sigue llevando con discreción y sanciones
sociales. Hay otra cuestión aún más prohibida: la de ser madre y arrepentirse
El único discurso negativo sobre la maternidad que se
permite es el de la mala madre, la madre perversa, la que no quiere a sus
hijos/as, la que los maltrata. Y el discurso sobre la mala madre no sirve sino
para potenciar y prescribir un tipo de maternidad, precisamente la contraria,
la que ejerce la buena madre. Porque la mala madre es la peor imagen que
cualquier cultura reserva para algunas mujeres, las peores; nadie quiere ocupar
ese lugar. Una puede asumir desde el feminismo, e incluso defender
transgresoramente, que es una mala esposa, mala compañera, mala hija, mala
amante, mala trabajadora, mala mujer, mala en general (Las mujeres buenas van
al cielo, pero las malas van a todas partes), pero… ¿mala madre? Que la idea
nos resulte tan personalmente devastadora es síntoma de lo absolutamente férreo
que es el control sobre la maternidad y, por ende, sobre las mujeres. Ser mala
madre es casi lo peor que una mujer puede ser.
Foto señora Milton |
No ser madre es una elección personal al alcance de muy
pocas mujeres en el mundo y se sigue llevando con discreción, casi en soledad,
y sobre la que siguen recayendo sanciones sociales. La no-madre se pasará la
vida contestando a preguntas que dan por hecho que lo normal es elegir ser
madre. Pero aun cuando ese margen de elección sea muy estrecho, hay otra cuestión
aún más prohibida: la de ser madre y arrepentirse. Existen múltiples barreras
psicológicas y sociales para poder expresar algo como eso, para poder
expresárselo incluso a una misma. La madre que lo es y se arrepiente de esa
elección jamás lo confesará. Reconocerse arrepentida de la maternidad es lo
mismo que reconocer que no se quiere a los hijos, o que no se les quiere lo
bastante y ahí, de nuevo se entra en la categoría de mala madre. Y sin embargo,
la maternidad es una experiencia tan determinante en la vida de cualquier mujer
que, por supuesto, cabe la posibilidad de arrepentirse o de pensar que de haber
conocido lo que verdaderamente significaba ser madre, se hubiera escogido no
serlo. Y esto puede pensarse aún incluso queriendo a los propios hijos, o
queriéndoles mucho, no es contradictorio.
El amor maternal se supone siempre y en todo caso
incondicional; el amor paternal ni existe como categoría
Porque, además, ¿es obligatorio querer a los hijos? ¿Hay una
medida de amor mínimo obligatorio? La maternidad exige que se les quiera
siempre por encima de todo: por encima de una misma sobre todo; el amor
maternal se supone siempre y en todo caso incondicional, esa es una de sus
principales características. En realidad, eso es lo que define la maternidad. Sin
embargo, el amor del padre se supone mucho menos incondicional; de hecho, no
existe el amor paternal como categoría. Los padres suelen querer a sus hijos,
sí, pero sin que este amor esté categorizado como absoluto, como extremadamente
generoso o incondicional. Más bien parece que cada padre quiere a sus hijos/as
como puede o como quiere. El amor maternal, en cambio, no admite matices.
Y podemos incluso ir más allá: puede no quererse a los
propios hijos y no ser un monstruo. Los hijos se tienen en la completa
ignorancia; nadie sabe cómo será cuando lleguen e invadan la vida para siempre,
aun cuando todo esté lleno de imágenes positivas, casi celestiales, del estado
maternal. Y aun así, la desilusión, o el encontrarse con sentimientos que no
son los esperados no es tan infrecuente como se podría suponer: las depresiones
que sufren las madres en mayor medida que otras mujeres y que los hombres
pueden entenderse como un síntoma de algo inexpresado e inexpresable. Es
conocido que, en contra de lo que el mito de la maternidad expande, hay muchas
madres que necesitan tiempo para querer a sus bebés y para adecuarse a una
nueva vida para la que nadie nos ha preparado. Por otras razones es
perfectamente posible que una se separe emocionalmente de sus hijos/as cuando estos
se hacen adultos. A los hijos no se les quiere por instinto, tal cosa no
existe. A los hijos se les suele querer, sí, pero a veces no tan rápido como
nos dicen; a veces no tanto como se nos supone; a veces también el amor cambia
y se debilita con el tiempo y, finalmente, a veces, aun queriéndoles mucho, es
posible pensar en que la vida hubiera sido mejor si hubiéramos tomado la
decisión de no tenerlos; si alguien nos hubiera explicado de verdad lo que
significan, si hubiésemos tenido acceso a una pluralidad de discursos y no a
uno sólo. Y todos estos sentimientos, perfectamente humanos y tan normales como
los opuestos, no convierten a estas mujeres en malas personas, ni en
subhumanas. Pero no encontraremos ningún discurso, ningún personaje, ninguna historia,
que ofrezca no ya imágenes positivas, sino siquiera neutras de ninguna mujer
así.
Por el contrario, ya sabemos que existen múltiples discursos
y condicionamientos que conducen a ensalzar la maternidad y sabemos que esos
discursos promaternales se dan desde todos los espacios ideológicos, no sólo
desde los espacios conservadores. Además de los discursos promaternales propios
del sexismo, lo cierto es que periódicamente y desde espacios ideológicos
feministas aparecen discursos promaternales que ofrecen, supuestamente, nuevas
visiones de la maternidad que terminan siendo la de siempre: visiones místicas
y voluntaristas en las que se pretende despojar a la maternidad de sus antiguos
significados simplemente porque se desea. De hecho, es posible que el discurso
mayoritario en este momento dentro del feminismo sea el de una neomaternidad
romantizada que en realidad no ha existido nunca antes, pero que se presenta
como una recuperación de lo antiguo y de lo más natural. Muchas feministas
descubren ahora el placer de la maternidad y lo hacen como si fuese algo
novedoso, como si no lleváramos cientos de miles de años siendo madres. Todo se
vende con el frescor y el aroma de lo nuevo: el parto natural, la lactancia y
los placeres de la maternidad intensiva reaparecen en todos los ambientes y lo
hacen con la fuerza de la conversión. Además, se presentan nuevas situaciones
como las maternidades lesbianas o las maternidades mediante técnicas de
inseminación como actos de rebelión contra el patriarcado, dejando a un lado lo
que tienen de empeño consumista de adscripción capitalista, además de confirmar
más que disentir, del rol maternal tradicional.
Cualquier discurso oculto tiene algo que merece la pena
llevar a la luz; en este caso entender por qué no se (re)presenta la no
maternidad como una alternativa igual de enriquecedora que la otra. Por eso
creo que debemos reflexionar más sobre una institución maternal inscrita ahora
en el consumo de masas y en el esencialismo naturalista; debemos reclamar, como
poco, un espacio de reflexión sobre la antimaternidad. Y más aún porque nos
encontramos en un momento en el que el discurso dominante se está reforzando al
redefinir la maternidad a través de discursos que parecen menos patriarcales
pero que no ponen en cuestión lo fundamental: que el hecho de que la mujer
pueda tener hijos no explica ni justifica que quiera tenerlos; ni tampoco que
tenerlos sea bueno, mejor o siquiera apetecible.”
Beatriz Gimeno:
Activista lesbiana y feminista, escritora (de novela, ensayo y poesía) y
bloguera
Fuente: Pikara Magazine
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