martes, 4 de marzo de 2014

94 - Philomenas

94
Philomenas

Acabo de ver la película Philomena, realizada al mejor estilo inglés, con la distancia casi carente de demostraciones de afectos que los caracteriza. Confieso que mi parte latina quedó un poco desilusionada como con esas comidas sabrosas pero a las que sin embargo les falta algo, un poco de algún condimento que habría hecho la gran diferencia.


En ella se muestra sin dramatismos la apropiación de niños con fines de “adopción” realizada por parte de la iglesia católica en Irlanda.

Esto no podemos dejarlo reducido a ese momento y país, pues es el mismo procedimiento usado en las “colonias” con los hijos de las “salvajes idólatras” o en nuestras tierras. Son incontables las historias  en el norte argentino, aunque supongo que en el resto del país y de nuestra América se repiten.

Los derechos humanos, los derechos de los niños siempre resultan ser muy inferiores a la misión de la iglesia de salvar almas y proporcionar a los niños “buenos hogares católicos”. Hay que salvar a esas almas inocentes de padres que los pervertirán con creencias falsas o que los sumirán en la pobreza que los conducirá al mal camino, alejarlos de esas madres con sus ejemplos de incontinencia, de libertinaje pecaminoso, de promiscuidad. Es deber de la Santa Madre Iglesia cobijarlos y protegerlos, y si es necesario mentir, violar la ley, privar del derecho a la identidad, será necesario hacerlo y sostenerlo, y borrar todos los archivos probatorios y cerrar las bocas para siempre. Al fin y al cabo nada de esto es grave, nada que una buena confesión no perdonará y que seguramente Dios entenderá.











¿Un hecho casual?

Allí donde la iglesia católica impuso su poder esta práctica se cumplió, por lo que no cabe pensar que fue algo de unas pocas monjas, sino bien organizado y sostenido en el tiempo.

Recordemos también al papa Pío 12 quien puso bajo su cuidado a niños judíos, a los que, pasada la guerra, no quiso restituir a sus padres naturales. En la segunda guerra mundial, durante el Holocausto, miles de niños judíos encontraron refugio en monasterios, conventos y escuelas católicas. Niños provenientes de familias de religión judía fueron escondidos para ser protegidos de los alemanes con el visto bueno de Pío 12, de ese modo lograron ser salvados de una muerte segura. Ya terminada la guerra los familiares sobrevivientes comenzaron su búsqueda, pero en esto el papa fue inflexible, los niños, que ya habían sido bautizados y por lo tanto reconocidos como católicos,  no deberían ser devueltos a sus familias de origen salvo que ellas también aceptaran el bautismo y se comprometieran a darle educación cristiana.

Pío 12

Del lado nazi también jugaban sus negras cartas. En un discurso Himmler, comandante en jefe de las SS y luego ministro del interior, en 1943, en uno de los tres discursos que anuncian la “solución final” dijo:
 “Un SS debe tener fundamentalmente presente esto: con nadie que no sea de nuestra misma sangre hemos de ser honrados, decentes, leales y amigos. Me es completamente indiferente cómo les pueda ir a los rusos o a los checos. Todo lo que haya de buena sangre nuestra en otros nos lo llevaremos, robándoles los niños, si fuera necesario, para educarlos entre nosotros”.
Un querido amigo, Osvaldo Cucagna escribió un artículo al que llamó  “ Actualización de 'Cuestiones sobre la Historia del robo-desaparición de niños'” del que saqué algunos párrafos:


Juventudes nazis

En 1985, con motivo del 40º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, con la colaboración de todos los países europeos se hizo un documental sobre qué fue lo que pasó con los niños robados-desaparecidos. Allí aparecían madres que, cuarenta años después, reclamaban por sus hijos, y se daban datos que iban de los doscientos mil a ochocientos mil niños robados, sobre todo en Polonia, Yugoslavia, el resto de los países del Este y la Unión Soviética…..

“Gitta Sereny, periodista e historiadora húngara, trabajó con estos niños robados tratando de conseguir la devolución a sus verdaderos padres, como funcionaria encargada del bienestar infantil en la UNRRA (United Nation Relief and Rehabilitation Administration), en la zona norteamericana de Alemania, en 1945, estando a cargo del equipo de Rastreo de Niños durante un semestre. De entrada logró rescatar a unos cuarenta y cinco niños, de tres a ocho años, a los que, con doscientos de otras regiones, llevó a Polonia en la primavera de 1946.

Ese Programa de Rastreo de Niños se abandonó poco después, cuando sólo se había descubierto una fracción del presunto total de 250.000 (teniendo en cuenta esto sólo para el área de control de Estados Unidos en Alemania). Centenares de niños a los que se había ubicado y miles que restaban ser hallados fueron sometidos al máximo dolor de no ser devueltos a sus verdaderas familias. Dice Gitta Sereny: 
“En una de las decisiones más arbitrarias jamás adoptadas por la burocracia, los gobiernos británico y norteamericano, ahora inmersos en la guerra fría con los Soviets, decretaron que no debían devolverse los niños para que fueran educados en el comunismo. En una carta de respuesta a mis protestas, el Departamento de Estado norteamericano dijo que estaba actuando totalmente en beneficio de los niños, porque no se debía permitir que los sometieran al adoctrinamiento que sin duda soportarían y cuya seguridad física no podía garantizarse si volvían a la Unión Soviética... fueron enviados al exterior: Estados Unidos, Australia y Canadá, para vivir en otro país extraño, con una lengua desconocida, nuevamente adoptados o prohijados por extranjeros”.
 
Niños en campo de exterminio nazi cerca de 1945. Foto World History Archive Cordon Press
En el delito de trata de personas se contempla la explotación sexual, la laboral, la extracción de órganos pero no la explotación afectiva a la que es sometido un niño, una niña, cuando se la apropia, se lo aísla de sus verdaderos cariños, de quienes ama y por quienes es amado, y se lo conduce seductoramente a tomar afecto a sus tenedores. Al menos en los otros casos no existe tal perversión, tal grado de manipulación.

Nunca fue más clara esa frase que dice que el camino al infierno esta pavimentado de buenas intenciones. En este caso la iglesia y los apropiadores tranquilamente se sienten felices consigo mismos, con su conciencia libre de culpas, pues han hecho una “buena acción”, han librado a ese pequeño, a esa niña, de un destino tan atroz, seguramente en la peor pobreza material o espiritual y les han dado “una vida mejor”.
Claro que seguramente no todo es tan santo, que las familias elegidas han sido aquellas con cierta capacidad económica, buenas contribuyentes económicas a la santa causa.

Al final de la película se habla del perdón. Este es un tema harto remanido en el norte, en el protestantismo. Para el católico el perdón lo da el cura, en secreto, para algunas creencias no católicas el perdón lo da dios previo a la confesión pública la que es vista como una clara señal de arrepentimiento. Recordemos el asunto sexual del expresidente de Estados Unidos Bill Clinton con Mónica Lewinsky que se apaciguó cuando este reconoció y pidió perdón público, o también cuando el Papa Juan Pablo 2do pidió perdón por los abusos de la Inquisición.







León Ferrari




Pedir perdón cuando no hay un cambio notorio en la conducta, cuando no se busca reparar efectivamente el daño hecho, cuando no se trata de volver atrás, es una simple palabra que se lleva el viento, es otra forma del engaño y un nuevo acto de violencia hacia la víctima.

Ahora, cuando ni siquiera el culpable quiere pedirlo siempre se puede apelar a la llamada  “reconciliación” que no es otra cosa que el perdón dado a quien no lo ha solicitado y ni siquiera cree que deba hacerlo. Esto parece un mal chiste. Ni el pedido de perdón ni la supuesta reconciliación borran los hechos, no anulan las consecuencias, no hacen desaparecer el dolor y la injusticia causadas, solamente apuntan a cerrar el libro y ponerlo en algún estante muy alto donde ya no sea visto. El reclamo de justicia abierto molesta, señala, y no permite al culpable caminar con cara inocente al sol. Perdón y reconciliación solamente permiten que el perverso, el depredador, el apropiador puedan caminar por la calle con tranquilidad porque han sido exculpados.
Reconozco que hay actos de perdón que muestran la nobleza de quien los otorga, pero no en este caso porque un padre no puede perdonar el daño que se ha causado a un niño, a una niña, a esos que son sus hijos. No puede ni debe, porque será tarea de ellos enfrentar la realidad.

Ni olvido ni perdón dice la oración activista, pero cuidado, que no es una súplica, no se está implorando sino exigiendo, se está apuntando a la cabeza con esas palabras, señalando directamente al alma, si es que poéticamente podemos aceptar que exista al menos por un rato.

Ni olvido ni perdón por los jóvenes secuestrados, torturados, asesinados y sus cuerpos desaparecidos, por los niños apropiados por tantas “buenas personas” las que ciertamente les han dado un hogar cristiano y libre de malas ideas. Ni olvido ni perdón para  quienes persisten en no hacer aparecer las listas, en no dejar descansar los cuerpos, en entorpecer los juicios, en negar su colaboracionismo, tampoco para quienes bendijeron picanas y permiten comulgar a torturadores y asesinos.
Philomena habla de todo esto, del pecado que es siempre de los otros, de la orgullosa monja que se cree superior porque tiene el himen intacto, o las ideas o las creencias que corresponden también intactas, de los apropiadores con coches caros y tapados de visón y  de los otros que también se creen mejores porque se llevado-salvado un niño condenado.



Reconciliación……Comenzaré a pensar en perdonar a la iglesia cuando devuelva los tesoros que arrebató a los americanos, cuando pida perdón a los dioses de nuestras tierras, cuando hable de su complicidad con las matanzas dictatoriales; comenzaré a pensar quizá en perdonar a los militares cuando entreguen los cuerpos, cuando presentan las listas, cuando digan dónde están los niños arrebatados,  cuando marchen solos camino a los tribunales; veré que hago cuando los apropiadores sean capaces de reconocer su impiedad y egoísmo.

Me parece que por ahora puedo descansar, falta mucho, creo que demasiado tiempo, para que algo de esto comience. Y si lo hacen dentro de cien o quinientos años ya no me importará, no estaré para perdonar por lo tanto el pedido que hagan será estúpido.








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