martes, 29 de abril de 2014

99 - Caminan por el borde

99
Caminan por el borde

 
Cartoneritos. Raquel Sarangello



Caminan por el borde de la calle, del mundo, sin permiso para la vereda.
Silenciosos.
Arrastran tras de sí la montaña, sin decir palabra, sin alarido, aunque hasta el cielo podría, esta vez, escucharlos.
Son hormigas urbanas con su carga mil veces mayor que sus flacos cuerpos.

Cartonero haciendo la calle. Alicia Campagno



A veces se detienen, doblan y cargan, doblan y cargan.
Brutal caricatura de la pobreza. Solamente el pobre debe arrastrar por las calles los cadáveres secos de sus posibilidades, en enormes sacos que adivino blancos, blancos para no herir la mirada sensible de los ministros.


Casi me he convencido que son una creación macabra de mi mente enferma. No es posible que existan porque sólo yo puedo verlos. La gente pasa a su lado, casi los lleva por delante, muchos hasta parecen esquivarlos, y no los ven, no notan su fantasmal presencia.


Y todo transcurre como debe ser.
En una hora que no he podido precisar, desaparecen, se esfuman en plena calle. Ellos, sus carros, sus cargas. No han alterado el ritmo de la ciudad, no han molestado a las buenas gentes que todos somos, no han entorpecido a la producción ni al comercio.

Ellos no hacen historia, apenas un número en las estadísticas mentirosas ¿cuál es el índice del dolor? ¿a cuánto llega la amargura?
Apenas son “planes sociales”, el nuevo nombre que tiene la vieja beneficencia. Las monedas suficientes para aplacar nuestra formación cristiana que no permitiría ver morir de hambre a un “prójimo”, al menos abiertamente. Las dádivas suficientes para mantenerlos en la pobreza y la dependencia atada a las ruedas de los actos públicos y las marchas.
Ellos también tienen un nuevo nombre, ya no son cartoneros, son “recicladores urbanos”.

Cuadro de esta Ciudad Autónoma de Buenos Aires que con otros nombres y formas también aparece en muchas otras de este país, de este planeta.
 
Cartonero. Ignacio Apellaniz Coliqueo

Mientras tanto los que gobiernan hablan de ellos, de todo el bien que les hacen, de todo lo que han logrado para su beneficio, de la inclusión, de la promoción social, de la educación y del trabajo.  Los religiosos también hablan de ellos, de su Cristo que fue pobre, de que los pobres son bienaventurados  y que sin examen de ingreso serán recibidos en algún reino celestial y que su religión es para ellos.

Algo no entiendo, cómo es que de años y años de dedicar tanta honestidad, tanto amor, tanta solidaridad, para los más pobres, ellos siguen estando en la calle, ellos siguen arrastrando sus carros llenos de cartones y vistiendo la ropa que encuentran por ahí.
 
Cartonero. Miguel Angel Raúl Lucero 

Son las madres con los hijos y los maridos que deambulan espectrales en el anochecer. Sórdidas imágenes que el asfalto no logra exorcizar y cada día reaparecen mostrando lo que no debe ser visto, lo que las luces de los coches parecen no alumbrar.

Los otros y otras hablan, se con-duelen  hundidos en sus sillones demasiado mullidos, en sus casas de gobierno o catedrales o despachos o barrios  construidos solamente para ellos, mientras tanto  guardan su dinero no tan bien habido, en secreto. Y mañana, cuando  se levanten, nuevamente trabajarán por “la gente”, por el bien común, por el prójimo, por el Cristo que todos somos, por los pobres del mundo…..
Y todas y todos duermen tranquilos porque saben que los jueces son sus camaradas y que dios no existe.





Otra imagen en la ciudad, esta sí es para ser vista, está ahí para que la vean y usen. Ellas también son juguetes de las calles, comodines útiles de la ley.
Se les dio la calle como herencia, no había otra cosa que entregarles que no fuera su precario destino, su destino sin gloria ni luces ni siquiera compasión.
Fueron lanzadas al mundo de los lobos que solamente buscan satisfacerse, calmar su hambre de muerte, quizá por esto también se les puso de nombre “lobas”.
Son ofrecidas en el sacro oficio para calmar al dios hombre, la paga es la excusa el símbolo de la humillación escrito en su carne, en su mente.
Los habitantes caminan, la vereda no es un lugar para estar, solamente ella está en su “parada”, ella quieta en espera de lo que ya sabe nunca la redimirá porque quien llega ni siquiera la ve.
En los ojos de ese otro solamente es volumen, alguna forma corporal que lo concita, un nombre de fantasía solamente porque debe tener una manera de ser llamada.

 
Prostituta gorda y mosquetero. Picasso. 1968










También hablan de ellas, también dicen acerca de sus derechos, de que son dueñas de sus cuerpos, que eligen por propia voluntad y deseo.
¿cuál es el derecho a ser abusada, a ser prostituida? ¿quién le habló de sus derechos cuando a los 12 años fue lanzada a los lobos?


Calle con buscona de rojo. Kirchner



Eva tentadora, Eva provocadora, la que trae el pecado al mundo, la que lleva a Adán a su perdición. Ellas, dicen, eligen los burdeles, las rutas, las calles. Prefieren la ignominia, el rechazo, el abuso, su cuerpo usado por un cualquiera, el daño y la enfermedad. Ellas deciden, eligen…..


Entonces, creo que entendí mal, muy mal, no hablan de sus derechos, lo que dicen es que son perversas, que nacieron quizá desviadas, torcidas, putas. Que su naturaleza extraviada las lleva a preferir la ruta, las sábanas o la oscuridad de la plaza.
Dicen que hay que dejarlas ahí, que no se les llene la cabeza con pretensiones de libertad, que les digamos que son “trabajadoras como cualquier otra”.

Hablan y hablan y cada palabra es oro, son dólares salidos de las cuevas. Silencios, complicidades, y ojos que no ven.  Cada vez que dicen que es lo mismo ser bancaria, ama de casa, maestra o prostituta, facturan. Cuando acuden a los ministerios o hacen marchas para pedir que se las reconozca como “trabajadoras” también facturan. Jueces comisarios políticos proxenetas dejan correr algo de su oscura fortuna para que nada cambie, para que esas mujeres que no son vistas, sigan en ese lugar de la calle, de la ruta.

Y algunas izquierdas y otras derechas en esto acuerdan, no es cuestión de ideología, sino de necesidad, de la necesidad del varón de tener su muñeca de carne y hueso y del capitalista de tener una caja de dinero en efectivo, rápido y sin problemas, siempre disponible.
Sombras apenas en una noche sin luz. Ellas también fantasmas a los que no alcanzan los Derechos Humanos, la inclusión social.

Todo es cuestión de suerte, del lugar en que cada uno nació, a eso se reduce todo. No hablemos de clases sociales, no hablemos de desigualdad, de la riqueza que siempre se distribuye hacia el mismo lado. Porque hay gente importante, esa que se mueve en su mundo ajeno a lo que sucede en el pavimento y que algún día, quizá, tenga libros con su biografía y hasta cuadros o estatuas, y otras que somos totalmente prescindibles, que no sumamos, que no figuramos en ningún listado vip, números de estadísticas oficiales que a nadie importa.

¿qué sería del mundo sin los cartoneros, sin los villeros, sin las putas que marcan el límite de la ciudad, el borde por el que ellos y ellas siempre deben caminar?


 
Los primeros funerales. Louis-Ernest Barrias







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