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Inseguridad y
gobernabilidad
En los 90
viajé varias veces a México. Entre otras cosas
en ese momento me llamaron muchísimo la atención dos, una era la cantidad
de marchas, todas hacia el zócalo de la ciudad de México Distrito Federal,
donde se encuentra el palacio de gobierno.
Eran marchas multitudinarias, todas tranquilas; la otra la cantidad de
guardias de seguridad privada.
Todavía en
Buenos Aires no se acostumbraba a este tipo de seguridad, por eso mismo me
llamó tanto la atención ver que allí, casi todos los comercios, tenían su
propio personal. La justificación que
todas las personas a las que en ese momento interrogué me dieron, fue la
enorme inseguridad. A tal punto que me repetían una serie de indicaciones, por ejemplo
recuerdo la de no llevar documentos o la
visa de viajero sino una fotocopia de los mismos, también acerca de qué tipos
de taxis abordar y otras.
Pasaron los
años y hoy veo que eso es lo común en mi ciudad, tanto la inseguridad como los
guardias privados, también puedo agregar las marchas.
Diariamente
las noticias acerca de robos, homicidios y otras violencias nos goléan. El
miedo comienza a ordenar nuestros movimientos, tomamos cuidados extras, nos
preocupamos por nuestras personas cercanas, hacemos o dejamos de hacer cosas.
Lo cierto
es que la violencia crece y ya no es necesario ver nuestra realidad a la luz de
lo que sucedía hace cuarenta años, ahora la podemos ir midiendo en función de
muy pocos años.
Este
aumento y las consecuencias no creo que sean casuales, parecieran ser un plan bien
elaborado y que en algunos países se viene cumpliendo puntualmente.
Como de
costumbre, reclamamos a los gobiernos por “seguridad”, en todas sus variantes
que van desde la mano dura hasta una verdadera asistencia a los sectores vulnerados,
los resultados que obtenemos de estos pedidos ya los conocemos.
Es difícil,
pero tenemos que empezar a hacerlo, reconocer que la delincuencia es parte de
una política deliberada, que no es espontánea.
No
olvido que este es un tema complejo tampoco lo quiero reducir a una
fórmula simple, ni olvido el marco general que implica la creciente desigualdad
económica y social hasta llegar a la exclusión que genera el capitalismo. Creo que todo es perfectamente instrumentado
para obtener réditos políticos. De otro
modo es inentendible que con todos los servicios de inteligencia o espionaje
interno que están funcionando, con la
capacidad que tienen los gobiernos con las fuerzas de seguridad a su disposición,
con todos los informes que los mismos vecinos aportan pues se sabe quiénes son
y dónde están algunos criminales, con todo esto no se logre, no digo acabar,
sino al menos contener el avance de la criminalidad.
Tengo que
pensar entonces que si no hace algo es porque la finalidad es esa.
Las culpas
van y vienen, que es el gobierno que no hace nada, que es la justicia que no
funciona, lo cierto es que la violencia
crece. Un dato que no tomaré en esta
charla pero que señalo porque es indicativo, es que el narcotráfico se ha
instalado y se suceden los hechos de homicidios, y eso no es posible sin
complicidad de estamentos de los tres poderes.
Muchas
veces se habla de la “ausencia del estado” lo que me parece que es erróneo. El
Estado, o más precisamente, los gobiernos, han dejado determinadas funciones
para ocuparse fundamentalmente de otras.
Se ha retirado de la educación, la salud, la seguridad, del ordenamiento
de la convivencia y ha puesto todas sus energías en que estas funciones pasaran
a los privados, es así como crece la educación privada, los sistemas de
cobertura médica prepagos, la seguridad también privada. Todo es parte de aquel
sistema de desligarse de todo lo fundamental y que hace principalmente a la vida de la mayoría de las
personas.
No tenemos
que engañarnos, esto significa aumento de la desigualdad, crecimiento
geométrico de la desigual distribución de la riqueza, en definitiva, es un
golpe a la democracia.
La igualdad
es el requisito básico para que exista democracia, para que todos y todas
tengamos similares posibilidades de desarrollo personal, si esto no se cumple
tampoco se pude hablar de libertad porque sería ilusorio, un autoengaño porque
cuando no se tienen posibilidades de elección en función de las propias
motivaciones y del crecimiento personal no hay libertad.
La
posibilidad de elegir entre varios males no es libertad.
Este
esquema rompe con la solidaridad, crea resentimiento y malestar, sobre todo
cuando no se tienen proyectos de vida que puedan ser cumplidos, cuando se vive
de la limosna de los gobiernos, cuando se es excluido, o cuando diariamente las
posibilidades se ven disminuidas y a la presión aumentar.
La
violencia no es causa, es consecuencia. Obedece a determinadas razones que si
no son atendidas generarán más violencia.
Muestra la
ruptura entre los profesionales del poder, los que gobiernan y las personas del
llano, claramente se ve y se escucha en los discursos la brecha que existe
entre quienes tienen asegurado su porvenir, quienes en la función pública se han enriquecido y
que viven en una nube rosada y el resto de la población, expuesta a los tarifazos, a los despidos, al
sueldo que hambrea, a la ruleta rusa de los robos y homicidios.
La
seguridad es también un gran negocio y bastante perverso porque los mismos que
cuidan muchas veces son los mismos que descuidan y cometen los delitos de los
que dicen protegernos.
La
inseguridad también es conveniente porque nos reduce, nos hace temerosos, la
calle y la puerta de nuestra casa se vuelven límites que es peligroso
traspasar, y sobre todo nos mantiene ocupados, tanto que dejamos de mirar hacia
los corruptos, hacia los negociados, hacia el abuso de poder y la injusticia.
Nos divide
porque estamos más atentos a cuidarnos del vecino o del extraño que a
preguntarnos de dónde viene todo esto y a quienes beneficia realmente.
La
violencia permitida y hasta diría, incentivada, es también una herramienta de
eso que llaman gobernabilidad, o sea la capacidad de amedrentar y hacer que las personas hagan y piensen
aquello que unos pocos poderosos quieren.
Eso que llaman “gobernabilidad” es el estado en que la gente
se halla sometida para que cumpla con
los objetivos que los poderosos se han fijado para sí mismos, para que las
industrias y comercio funcionen incrementando el dinero, para que millones de
personas todos los días concurran a sus trabajos alienantes para producir una
riqueza de la que reciben limosnas, y si se resisten, si deciden romper esta
cadena, terminarán en la calle, alejados del “bien común”, abandonados por el
resto de la buena y trabajadora
sociedad.
Mientras tanto desde los púlpitos, desde los balcones
gubernamentales, desde los magisterios, desde los partidos políticos, los
bancos, las confederaciones de trabajadores, de empleados, de comerciantes, de
industriales, del campo, repiten y graban en nuestro achicado cerebro el
“relato” del buen ciudadano, bajo pena de que si no fuera cumplido vendrá el
infierno, la miseria y la cárcel. Lo grave, es que estas no son falsas promesas,
claro, salvo la del infierno que hasta ahora nadie ha podido probar que se
cumpla.
Cuando nos preguntamos por qué todos y todas soportamos
aquello que nos quita posibilidades de una buena vida, por qué agachamos la
cabeza y no nos rebelamos, tenemos que tener en cuenta todas estas formas que
desde el poder se ejercen.
En aquel experimento en que los perros eran sometidos a
descargas eléctricas sin razón aparente, se logró que estos, aún pudiendo
escapar, no lo hicieran, aceptando pasivamente nuevas descargas. Se les enseñó a no defenderse. ¿Qué otra cosa
significan los “monos sabios”? aquellos que ante un hecho, quizá una
injusticia, enseñan a no ver, no oír y callar.
¿Sabios o esclavizados? Recuerdo aquel lema de la dictadura militar: “el
silencio es salud”.
Rompamos con los monos no sabios, veamos, oigamos hablemos
gritemos porque el silencio no fue ni es
salud, y sobre todo unámonos. Contra uno
podrán, contra muchos lo pensarán, ante un pueblo huirán.
Termino con una frase de la tragedia “Ayax” escrita por
Sofocles. Ya en el año 400 antes de Cristo este escritor tenía bastante clara
cuál es la base del poder usado para someter a las personas y obtener
privilegios, y de cómo sostenerse en el mismo:
“…sólo un malvado osaría sostener que un simple
ciudadano no debe respetar las órdenes de sus superiores, porque nunca serán
obedecidas las leyes en ciudad en que no haya temor. “
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