jueves, 18 de septiembre de 2014

122 - Inseguridad y gobernabilidad

122
Inseguridad y gobernabilidad

En los 90 viajé varias veces a México. Entre otras cosas  en ese momento me llamaron  muchísimo la atención dos, una era la cantidad de marchas, todas hacia el zócalo de la ciudad de México Distrito Federal, donde se encuentra el palacio de gobierno.  Eran marchas multitudinarias, todas tranquilas; la otra la cantidad de guardias de seguridad privada.

Todavía en Buenos Aires no se acostumbraba a este tipo de seguridad, por eso mismo me llamó tanto la atención ver que allí, casi todos los comercios, tenían su propio personal. La justificación que  todas las personas a las que en ese momento interrogué me dieron, fue la enorme inseguridad. A tal punto que me repetían  una serie de indicaciones, por ejemplo recuerdo  la de no llevar documentos o la visa de viajero sino una fotocopia de los mismos, también acerca de qué tipos de taxis abordar y otras.
Pasaron los años y hoy veo que eso es lo común en mi ciudad, tanto la inseguridad como los guardias privados, también puedo agregar las marchas.
Diariamente las noticias acerca de robos, homicidios y otras violencias nos goléan. El miedo comienza a ordenar nuestros movimientos, tomamos cuidados extras, nos preocupamos por nuestras personas cercanas, hacemos o dejamos de hacer cosas.
Lo cierto es que la violencia crece y ya no es necesario ver nuestra realidad a la luz de lo que sucedía hace cuarenta años, ahora la podemos ir midiendo en función de muy pocos años.

Este aumento y las consecuencias no creo que sean  casuales, parecieran ser un plan bien elaborado y que en algunos países se viene cumpliendo puntualmente.



Como de costumbre, reclamamos a los gobiernos por “seguridad”, en todas sus variantes que van desde la mano dura hasta una verdadera asistencia a los sectores vulnerados, los resultados que obtenemos de estos pedidos ya los conocemos.
Es difícil, pero tenemos que empezar a hacerlo, reconocer que la delincuencia es parte de una política deliberada, que no es espontánea.

No olvido  que este es un tema  complejo tampoco lo quiero reducir a una fórmula simple, ni olvido el marco general que implica la creciente desigualdad económica y social hasta llegar a la exclusión  que genera el capitalismo.  Creo que todo es perfectamente instrumentado para obtener réditos políticos.  De otro modo es inentendible que con todos los servicios de inteligencia o espionaje interno que están funcionando, con la  capacidad que tienen los gobiernos con las fuerzas de seguridad a su disposición, con todos los informes que los mismos vecinos aportan pues se sabe quiénes son y dónde están algunos criminales, con todo esto no se logre, no digo acabar, sino al menos contener el avance de la criminalidad.
Tengo que pensar entonces que si no hace algo es porque la finalidad es esa.

Las culpas van y vienen, que es el gobierno que no hace nada, que es la justicia que no funciona, lo cierto es que la  violencia crece. Un  dato que no tomaré en esta charla pero que señalo porque es indicativo, es que el narcotráfico se ha instalado y se suceden los hechos de homicidios, y eso no es posible sin complicidad de estamentos de los tres poderes.

Muchas veces se habla de la “ausencia del estado” lo que me parece que es erróneo. El Estado, o más precisamente, los gobiernos, han dejado determinadas funciones para ocuparse fundamentalmente de otras.  Se ha retirado de la educación, la salud, la seguridad, del ordenamiento de la convivencia y ha puesto todas sus energías en que estas funciones pasaran a los privados, es así como crece la educación privada, los sistemas de cobertura médica prepagos, la seguridad también privada. Todo es parte de aquel sistema de desligarse de todo lo fundamental y que hace  principalmente a la vida de la mayoría de las personas. 
No tenemos que engañarnos, esto significa aumento de la desigualdad, crecimiento geométrico de la desigual distribución de la riqueza, en definitiva, es un golpe a la democracia.
La igualdad es el requisito básico para que exista democracia, para que todos y todas tengamos similares posibilidades de desarrollo personal, si esto no se cumple tampoco se pude hablar de libertad porque sería ilusorio, un autoengaño porque cuando no se tienen posibilidades de elección en función de las propias motivaciones y del crecimiento personal no hay libertad. 
La posibilidad de elegir entre varios males no es libertad.

Este esquema rompe con la solidaridad, crea resentimiento y malestar, sobre todo cuando no se tienen proyectos de vida que puedan ser cumplidos, cuando se vive de la limosna de los gobiernos, cuando se es excluido, o cuando diariamente las posibilidades se ven disminuidas  y a  la presión aumentar.

La violencia no es causa, es consecuencia. Obedece a determinadas razones que si no son atendidas generarán más violencia.

Muestra la ruptura entre los profesionales del poder, los que gobiernan y las personas del llano, claramente se ve y se escucha en los discursos la brecha que existe entre quienes tienen asegurado su porvenir, quienes  en la función pública se han enriquecido y que viven en una nube rosada y el resto de la población,  expuesta a los tarifazos, a los despidos, al sueldo que hambrea, a la ruleta rusa de los robos y homicidios.

La seguridad es también un gran negocio y bastante perverso porque los mismos que cuidan muchas veces son los mismos que descuidan y cometen los delitos de los que dicen protegernos.
La inseguridad también es conveniente porque nos reduce, nos hace temerosos, la calle y la puerta de nuestra casa se vuelven límites que es peligroso traspasar, y sobre todo nos mantiene ocupados, tanto que dejamos de mirar hacia los corruptos, hacia los negociados, hacia el abuso de poder y la injusticia.
Nos divide porque estamos más atentos a cuidarnos del vecino o del extraño que a preguntarnos de dónde viene todo esto y a quienes beneficia realmente.

La violencia permitida y hasta diría, incentivada, es también una herramienta de eso que llaman gobernabilidad, o sea la capacidad de amedrentar  y hacer que las personas hagan y piensen aquello que unos pocos poderosos quieren.





Eso que llaman “gobernabilidad” es el estado en que la gente se halla  sometida para que cumpla con los objetivos que los poderosos se han fijado para sí mismos, para que las industrias y comercio funcionen incrementando el dinero, para que millones de personas todos los días concurran a sus trabajos alienantes para producir una riqueza de la que reciben limosnas, y si se resisten, si deciden romper esta cadena, terminarán en la calle, alejados del “bien común”, abandonados por el resto de la buena y trabajadora  sociedad.
Mientras tanto desde los púlpitos, desde los balcones gubernamentales, desde los magisterios, desde los partidos políticos, los bancos, las confederaciones de trabajadores, de empleados, de comerciantes, de industriales, del campo, repiten y graban en nuestro achicado cerebro el “relato” del buen ciudadano, bajo pena de que si no fuera cumplido vendrá el infierno, la miseria y la cárcel. Lo grave, es que estas no son falsas promesas, claro, salvo la del infierno que hasta ahora nadie ha podido probar que se cumpla.

Cuando nos preguntamos por qué todos y todas soportamos aquello que nos quita posibilidades de una buena vida, por qué agachamos la cabeza y no nos rebelamos, tenemos que tener en cuenta todas estas formas que desde el poder se ejercen.

En aquel experimento en que los perros eran sometidos a descargas eléctricas sin razón aparente, se logró que estos, aún pudiendo escapar, no lo hicieran, aceptando pasivamente nuevas descargas.  Se les enseñó a no defenderse. ¿Qué otra cosa significan los “monos sabios”? aquellos que ante un hecho, quizá una injusticia, enseñan a no ver, no oír y callar.  ¿Sabios o esclavizados? Recuerdo aquel lema de la dictadura militar: “el silencio es salud”.

Rompamos con los monos no sabios, veamos, oigamos hablemos gritemos  porque el silencio no fue ni es salud, y sobre todo unámonos.  Contra uno podrán, contra muchos lo pensarán, ante un pueblo huirán.

Termino con una frase de la tragedia “Ayax” escrita por Sofocles. Ya en el año 400 antes de Cristo este escritor tenía bastante clara cuál es la base del poder usado para someter a las personas y obtener privilegios, y de cómo sostenerse en el mismo:


“…sólo un malvado osaría sostener que un simple ciudadano no debe respetar las órdenes de sus superiores, porque nunca serán obedecidas las leyes en ciudad en que no haya temor. “ 






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