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Es su vida, no en su
muerte
Desde el
comienzo quiero aclarar que me referiré a un par de organizaciones solo a
título de ejemplo, esto no significa poner en tela de juicio la actividad que
hayan realizado, no es el tema de esta columna.
Tomo como ejemplo
estas dos porque son conocidas hasta mundialmente, no es necesario entonces
explicar y porque además en ellas se ve claramente el proceso que quiero
mostrar. No pretendo hablar de su tarea ni de quienes las integran sino del uso
que se da de las mismas y de su representación en el imaginario social.
Tomo para
graficar a las Madres de Plaza de Mayo encabezada Hebe de Bonafini , y las Abuelas de Plaza de
Mayo con Estela de Carlotto al frente. Podría tomar otras más, menos conocidas,
creo que con estas dos como ejemplificación es suficiente.
De tal modo
se han identificado estos nombres, las imágenes de las personas, con estas
organizaciones que basta nombrar a la
institución para que inmediatamente también representemos a quien la dirige, lo
mismo sucede a la inversa, nombramos a la persona y de inmediato aparece
relacionada con la asociación.
Esto nos
parece natural, del mismo modo que San Martín esta unido al cruce de los Andes
y la liberación de tres países, que Sarmiento aparece ligado a las escuelas. Todo esto no es natural, al contrario, es un
proceso cultural afianzado y reiterado. Toda sociedad jerárquica cuida y
sostiene este procedimiento porque necesita justificar y mantener firme la
diferencia de clases, tiene que asegurarse de grabar en el inconciente de todas
las personas que existen seres superiores, que son los encargados de encabezar
la marcha del mundo, el país, las ciudades, las jefaturas, y el resto, los que
debemos estar agradecidos de la entrega y labor de estas grandes y únicas personas.
La creación de ídolos es el mecanismo, entre otros, que garantiza el sostenimiento
de esta división clasista jerárquica.
Estas
personas son investidas desde el poder y aún desde nuestra propia imaginación,
de una serie de características especiales: heroísmo, entrega, inteligencia,
capacidad, fortaleza de espíritu, claridad de pensamiento y tantas otras.
Seguramente tendrán algunos de estos rasgos, difícilmente todos, y también transpirarán,
tendrán dolores de hígado, podrán ser tercas hasta el hartazgo,
malhumoradas, despóticas y otras modalidades de su personalidad también
cuestionables. No son estos los que quienes hacen su dibujo para el público
muestran, y si dado el personaje resulta imposible ocultarlos, los justifican y
adornan como parte de su compromiso.
Este es el
procedimiento que desde esta sociedad jerarquizada se pone en marcha y
convirtió a dos mujeres en prototipos de
militancia. Esta es la lógica capitalista aplicada a estos temas, es la lógica
que dice que quien se enriquece se lo merece porque es mejor, más inteligente,
más capaz que el resto que solamente
serviríamos para trabajar y procrear. Es la que dice que el rico se mueve en un
mundo parecido al de los dioses olímpicos, con problemas y luchas entre ellos,
pero dioses al fin. De este modo al mismo tiempo que se nos impone como meta de
toda vida eso que llaman “crecer” “superarse” “ser alguien” “ser conocido” se
nos dice que es solamente para unos pocos dotados. Así, de manera en apariencia tan sencilla, se
produce la gran ruptura social entre la
elite elegida, la casta superior, los que han nacido para mandar, y el resto,
eso que llamamos pueblo. El ejemplo más claro es el de aquellos emperadores
japoneses que no podían ser mirados de tan superiores que eran, llegando a ser
hijos del mismo sol. Con esta operación
se logra quitar la atención de todas aquellas personas que desde su comienzo
acompañaron, sostuvieron y se jugaron por estas organizaciones y de las
personas que aún hoy son las que trabajan.
Este endiosamiento en el que los egos personales caen tan fácilmente, no
es inocente, no es casual, se sostiene para mostrar al pueblo su supuesta
inferioridad, su incapacidad para dirimir los grandes temas.
Se habla de
estas dos figuras de estas asociaciones y difícilmente podremos recordar los
nombres de todas las otras madres y abuelas que las formaron y también
lucharon.
Me detuve
unos minutos a pensar acerca de los nombres de estas organizaciones y a lo que
hacen referencia: madres, abuelas y una
plaza. Los nombres resaltan la función
social de estas mujeres, su rol dentro de un esquema de crianza, dentro de la familia creada por la burguesía.
También una plaza caracterizada por la sede del poder político partidario. Por
inferencia, en un segundo momento podemos hablar de los “hijos” o de los
“nietos”, en el nombre no aparecen explicitados, se supone que si son madres o
abuelas es porque hay o hubo hijos o nietos, pero como dijera, es una
suposición, ahí también están ausentados.
Podríamos decir, entonces, que lo importante es lo sucedido a esas
mujeres en cuanto madres y abuelas y en el ámbito del poder. Por eso
inmediatamente asociamos con su dolor, su búsqueda, su frustración, incluso con
los homicidios de algunas de ellas; hablamos de su fortaleza, tenacidad y
valentía. Seguramente tienen todas estas características, sin darnos cuenta
hemos perdido el objetivo que no son
ellas, con esta operación corrimos del centro de la mira a los hijos y los
nietos, no cualquier hijo o nieto.
No
cualquier hijo o nieto. Son hijos que un día fueron secuestrados, torturados y
asesinados con los métodos más horrorosos que la humanidad ha podido crear. Son
nietos que fueron robados, tomados como objetos que podían ser regalados,
“apropiados” o sea tomados como objeto-propiedad y de ese modo negada su
dignidad de personas.
Esto
tampoco es casual, también obedece a la lógica de esta sociedad y que es
sostenida cuidadosamente por la mayoría de los partidos políticos y los
gobiernos, más allá de lo que dicen. Lo
que resulta imperioso es nuevamente desaparecer a los hijos, si eso no
sucediera, tendríamos que también declarar el motivo por el que fueron
secuestrados, tendríamos que hablar de sus ideales, de sus búsquedas, de sus
anhelos por un mundo distinto.
Esto es muy
peligroso porque si recordáramos y comparáramos
aquello que llamaban igualdad social con lo que hoy sucede, o liberación
o imperialismo o aquel reclamo hoy muy muerto y sepultado de reforma agraria,
muchos eslóganes políticos partidarios con que nos llenan los oídos hoy ya
caerían convertidos en cenizas. Mejor no
recordar todo esto porque entonces tendríamos también que gritar que su lucha
fue contra el capitalismo, que sabían
que no existe un capitalismo bueno, uno de rostro humano, que el consumo no es
la solución sino la cadena, y que con el imperio no se transa.
Festejemos
la aparición de un nieto, es justo y necesario y nos conecta con la alegría de
la vida, es retornar a alguien su dignidad, decirle su origen. También señalar
a quienes lo dañaron directa o indirectamente, a quienes lo tomaron bajo
títulos mentirosos como un objeto obtenido con sangre. Todo esto es valedero y
debe hacerse pero también es necesario repetir hasta el cansancio los nombres
de sus padres y el objetivo de su lucha y los ideales que los sostuvieron hasta
su último momento sino todo queda reducido a una búsqueda de personas.
Hablemos de
los hijos secuestrados y desaparecidos por
hacer frente a este sistema,
hacer frente al capitalismo, festejemos a los nietos recuperados porque
ellos son la prueba de la voluntad de aquellos luchadores, ellos son el
objetivo de la memoria, no su muerte, sí su deseo de un verdadero y profundo
cambio social.
Nosotros,
los que tenemos y no traicionamos nuestra memoria, debemos seguir nombrándolos
inseparables de sus ideas y compromiso.
Y también
recordemos a
Julio López
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