sábado, 6 de septiembre de 2014

121 - En su vida, no en su muerte

121
Es su vida, no en su muerte  

Desde el comienzo quiero aclarar que me referiré a un par de organizaciones solo a título de ejemplo, esto no significa poner en tela de juicio la actividad que hayan realizado, no es el tema de esta columna.
Tomo como ejemplo estas dos porque son conocidas hasta mundialmente, no es necesario entonces explicar y porque además en ellas se ve claramente el proceso que quiero mostrar. No pretendo hablar de su tarea ni de quienes las integran sino del uso que se da de las mismas y de su representación en el imaginario social.

Tomo para graficar a las Madres de Plaza de Mayo encabezada  Hebe de Bonafini , y las Abuelas de Plaza de Mayo con Estela de Carlotto al frente. Podría tomar otras más, menos conocidas, creo que con estas dos como ejemplificación es suficiente.
De tal modo se han identificado estos nombres, las imágenes de las personas, con estas organizaciones que basta nombrar  a la institución para que inmediatamente también representemos a quien la dirige, lo mismo sucede a la inversa, nombramos a la persona y de inmediato aparece relacionada con la asociación.

Esto nos parece natural, del mismo modo que San Martín esta unido al cruce de los Andes y la liberación de tres países, que Sarmiento aparece ligado a las escuelas.  Todo esto no es natural, al contrario, es un proceso cultural afianzado y reiterado. Toda sociedad jerárquica cuida y sostiene este procedimiento porque necesita justificar y mantener firme la diferencia de clases, tiene que asegurarse de grabar en el inconciente de todas las personas que existen seres superiores, que son los encargados de encabezar la marcha del mundo, el país, las ciudades, las jefaturas, y el resto, los que debemos estar agradecidos de la entrega y labor de estas grandes y únicas personas. La creación de ídolos es el mecanismo, entre otros, que garantiza el sostenimiento de esta división clasista jerárquica.

Estas personas son investidas desde el poder y aún desde nuestra propia imaginación, de una serie de características especiales: heroísmo, entrega, inteligencia, capacidad, fortaleza de espíritu, claridad de pensamiento y tantas otras. Seguramente tendrán algunos de estos rasgos, difícilmente todos, y también  transpirarán,  tendrán dolores de hígado, podrán ser tercas hasta el hartazgo, malhumoradas, despóticas y otras modalidades de su personalidad también cuestionables. No son estos los que quienes hacen su dibujo para el público muestran, y si dado el personaje resulta imposible ocultarlos, los justifican y adornan como parte de su compromiso.



Este es el procedimiento que desde esta sociedad jerarquizada se pone en marcha y convirtió a dos mujeres en  prototipos de militancia. Esta es la lógica capitalista aplicada a estos temas, es la lógica que dice que quien se enriquece se lo merece porque es mejor, más inteligente, más capaz que el resto  que solamente serviríamos para trabajar y procrear. Es la que dice que el rico se mueve en un mundo parecido al de los dioses olímpicos, con problemas y luchas entre ellos, pero dioses al fin. De este modo al mismo tiempo que se nos impone como meta de toda vida eso que llaman “crecer” “superarse” “ser alguien” “ser conocido” se nos dice que es solamente para unos pocos dotados.   Así, de manera en apariencia tan sencilla, se produce  la gran ruptura social entre la elite elegida, la casta superior, los que han nacido para mandar, y el resto, eso que llamamos pueblo. El ejemplo más claro es el de aquellos emperadores japoneses que no podían ser mirados de tan superiores que eran, llegando a ser hijos del mismo sol.  Con esta operación se logra quitar la atención de todas aquellas personas que desde su comienzo acompañaron, sostuvieron y se jugaron por estas organizaciones y de las personas que aún hoy son las que trabajan.  Este endiosamiento en el que los egos personales caen tan fácilmente, no es inocente, no es casual, se sostiene para mostrar al pueblo su supuesta inferioridad, su incapacidad para dirimir los grandes temas.
Se habla de estas dos figuras de estas asociaciones y difícilmente podremos recordar los nombres de todas las otras madres y abuelas que las formaron y también lucharon.




Me detuve unos minutos a pensar acerca de los nombres de estas organizaciones y a lo que hacen referencia: madres, abuelas y  una plaza. Los nombres  resaltan la función social de estas mujeres, su rol dentro de un esquema de crianza,  dentro de la familia creada por la burguesía. También una plaza caracterizada por la sede del poder político partidario. Por inferencia, en un segundo momento podemos hablar de los “hijos” o de los “nietos”, en el nombre no aparecen explicitados, se supone que si son madres o abuelas es porque hay o hubo hijos o nietos, pero como dijera, es una suposición, ahí también están ausentados.  Podríamos decir, entonces, que lo importante es lo sucedido a esas mujeres en cuanto madres y abuelas y en el ámbito del poder. Por eso inmediatamente asociamos con su dolor, su búsqueda, su frustración, incluso con los homicidios de algunas de ellas; hablamos de su fortaleza, tenacidad y valentía. Seguramente tienen todas estas características, sin darnos cuenta hemos perdido el  objetivo que no son ellas, con esta operación corrimos del centro de la mira a los hijos y los nietos, no cualquier hijo o nieto.

No cualquier hijo o nieto. Son hijos que un día fueron secuestrados, torturados y asesinados con los métodos más horrorosos que la humanidad ha podido crear. Son nietos que fueron robados, tomados como objetos que podían ser regalados, “apropiados” o sea tomados como objeto-propiedad y de ese modo negada su dignidad de personas.

Esto tampoco es casual, también obedece a la lógica de esta sociedad y que es sostenida cuidadosamente por la mayoría de los partidos políticos y los gobiernos, más allá de lo que dicen.  Lo que resulta imperioso es nuevamente desaparecer a los hijos, si eso no sucediera, tendríamos que también declarar el motivo por el que fueron secuestrados, tendríamos que hablar de sus ideales, de sus búsquedas, de sus anhelos por un mundo distinto.
Esto es muy peligroso porque si recordáramos y comparáramos  aquello que llamaban igualdad social con lo que hoy sucede, o liberación o imperialismo o aquel reclamo hoy muy muerto y sepultado de reforma agraria, muchos eslóganes políticos partidarios con que nos llenan los oídos hoy ya caerían convertidos en cenizas.  Mejor no recordar todo esto porque entonces tendríamos también que gritar que su lucha fue contra el capitalismo,  que sabían que no existe un capitalismo bueno, uno de rostro humano, que el consumo no es la solución sino la cadena, y que con el imperio no se transa.

Festejemos la aparición de un nieto, es justo y necesario y nos conecta con la alegría de la vida, es retornar a alguien su dignidad, decirle su origen. También señalar a quienes lo dañaron directa o indirectamente, a quienes lo tomaron bajo títulos mentirosos como un objeto obtenido con sangre. Todo esto es valedero y debe hacerse pero también es necesario repetir hasta el cansancio los nombres de sus padres y el objetivo de su lucha y los ideales que los sostuvieron hasta su último momento sino todo queda reducido a una búsqueda de personas.

Hablemos de los hijos secuestrados y desaparecidos por  hacer frente a este sistema,  hacer frente al capitalismo, festejemos a los nietos recuperados porque ellos son la prueba de la voluntad de aquellos luchadores, ellos son el objetivo de la memoria, no su muerte, sí su deseo de un verdadero y profundo cambio social.

Nosotros, los que tenemos y no traicionamos nuestra memoria, debemos seguir nombrándolos inseparables de sus ideas y compromiso.

Y también recordemos a
Julio López







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