Este trabajo esclarece una vez más que les humanes nos
manejamos más por nuestros sentimientos y creencias que por la racionalidad.
La "mística", los personalismos, las creencias
todas (políticas, partidarias, religiosas, partidarias, familiares, etc.), las militancias,
las adhesiones a los liderazgos, se convierten en enormes fuerzas cuando
movilizan nuestra base infantil y afectiva, volviéndonos ciegos a otras
realidades. Es el origen de las oposiciones, de los "enemigos", de
los otros "odiados", de lo que hay que destruir. Muestran los
aspectos tanáticos destructivos, dañosos, mortales- de la humanidad.
La lógica que guía es muy simple, conocida, pero no por eso
desenmascarada: “ellos o nosotros”.
Las creencias separan, dividen, enfrentan, muestran la
imposibilidad de construir, de ir hacia un mundo más humano.
Junto con esto aparece la tan mentada “fe” que no es otra
cosa que la sumisión, la aceptación lisa y llana de algo que de otro modo sería
rechazado. Se apela a la fe cuando se nos quiere hacer tragar una roca
indigerible porque si no fuera así no sería necesario convocar a ninguna fe,
bastaría con que la persona pensara en las cualidades, aciertos y desaciertos,
de eso que tiene delante. Decir que es una persona de fe significa que ese
sujeto cumple con la mayoría de los requisitos que le son exigidos y además es
capaz de jugarse por ellos, no habla del valor de la persona en sí misma, sino
de la medida en que el líder puede contar con su apoyo y hasta sacrificio.
Fe a un personaje, a un dios, a un santo, a un rito, a una
persona, a un líder, a un proyecto, a un ideal, y a todo lo que se nos pueda
ocurrir, es parte del mismo siniestro juego de destrucción, de embrutecimiento.
Las creencias requieren del sometimiento a ellas y de la fe
para ser sostenidas. Es el drenaje de energías vitales que se van agotando en
la medida en que robotizan a la persona, mientras ellas, las creencias, son
robustecidas.
Creencia, fe, conllevan a la “esperanza”, a otra creencia
por la que se supone que actuando, pensando, sintiendo, matando, mintiendo,
torturando, de determinada manera y en función del ideal-proyecto-lider-dios,
se alcanzará el objetivo feliz que se desea.
Ser “intelectual”, tener diplomas, no aleja del peligro de
volverse creyente, al contrario, puede llegar a preparar el camino para serlo.
"Las SS era un
asunto de militantes. Gente muy convencida de lo que decía y hacía, y muy
preparada".
Alberto B Ilieff
Asesinos de las SS con doctorado
El historiador francés Christian Ingrao subraya en un
estudio monumental el papel decisivo de los intelectuales en la élite de la
Orden Negra de Himmler
Jacinto Antón
Barcelona 22 JUN 2017 -
La imagen que se tiene popularmente de un oficial de las SS
es la de un individuo cruel hasta el sadismo, corrupto, cínico, arrogante,
oportunista y no muy cultivado. Alguien que inspira (aparte de miedo) una
repugnancia instantánea y una tranquilizadora sensación de que es un ser muy distinto,
un verdadero monstruo. El historiador francés especializado en el nazismo
Christian Ingrao (Clermont-Ferrand, 1970) nos ofrece ahora un perfil muy
diferente, y desasosegante. Hasta el punto de identificar a un alto porcentaje
de los mandos de las SS y de su servicio de seguridad, el temido SD, como
verdaderos "intelectuales comprometidos".
El término, que ha escandalizado en el mundo intelectual
francés, resulta escalofriante cuando se piensa que esos son los hombres que
estuvieron a la cabeza de las unidades de exterminio. En su libro de reciente
aparición en castellano Creer y destruir, los intelectuales en la máquina de
guerra de las SS (Acantilado, 2017) Ingrao analiza pormenorizadamente la
trayectoria y las experiencias de ochenta de esos individuos que eran
académicos —juristas, economistas, filólogos, filósofos e historiadores— y a la
vez criminales. Hay un fuerte contraste entre ellos y el cliché del oficial de
las SS. Asesinos de masas en uniforme con un doctorado en el bolsillo, como describe
el propio autor. Lo que hicieron los "intelectuales comprometidos" ,
teóricos y hombres de acción, de las SS fue espantoso. Ingrao cita el caso del
jurista y oficial de la SD Bruno Müller, a la cabeza de una de las secciones
del Einsatzgruppe D, una de las unidades móviles de asesinato en el Este, que
la noche del 6 de agosto de 1941 al transmitir a sus hombres la nueva consigna
de exterminar a todos los judíos de la ciudad de Tighina, en Ucrania, se hizo
traer una mujer y a su bebé y los mató él mismo con su arma para dar ejemplo de
cuál iba a ser la tarea.
Christian Ingrao, retrtado en Barcelona.
Christian Ingrao, retrtado en Barcelona. MASSIMILIANO
MINOCRI
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"Resulta curioso que Müller y otros como él, gente muy
formada, pudieran meterse así en la práctica genocida", dice Ingrao que ha
presentado su libro en Barcelona, "pero el nazismo es un sistema de
creencias que genera mucho fervor, que cristaliza esperanzas y que funciona
como una droga cultural en la psique de los intelectuales".
El historiador recalca que el hecho es menos excepcional de
lo que parece. "En realidad, si examinamos las masacres de la historia
reciente veremos que hay intelectuales bajo el felpudo. En Ruanda, por ejemplo,
los teóricos de la supremacía hutu, los ideólogos del Hutu Power, eran diez
geógrafos de la Universidad de Lovaina. Casi siempre que hay asesinatos de
masas hay intelectuales detrás". Pero, uno no espera eso de los
intelectuales alemanes. Ingrao ríe amargamente. "Es cierto que eran los
grandes representantes de la intelectualidad europea, pero la generación de
intelectuales que nos ocupa experimentó en su juventud la radicalización
política hacia la extrema derecha con marcado énfasis en el imaginario
biológico y racial que se produjo masivamente en las universidades alemanas
tras la Gran Guerra. Y entraron de manera generalizada en el nazismo a partir
de 1925". Las SS, explica, a diferencia de las vocingleras SA, ofrecían a
los intelectuales un destino mucho más elitistas.
¿Pero el nazismo no les inspiraba repugnancia moral?
"Desgraciadamente, la moral es una construcción social y política para
estos intelectuales. La Primera Guerra Mundial ya los había marcado: aunque la
mayoría eran demasiado jóvenes para haber luchado, el duelo por la muerte
generalizada de parientes y la sensación de que se libraba un combate defensivo
por la supervivencia de Alemania, de la civilización contra la barbarie,
prendieron en ellos. La invasión de la URSS en 1941 significó el retorno a una
guerra total aún más radicalizada por el determinismo racial. Hasta entonces
había sido una guerra de venganza, pero a partir de 1941 se convirtió en una
gran guerra racial, y una cruzada. Era la confrontación decisiva frente a un
enemigo eterno que tenía dos caras: la del judío bolchevique y la del judío
plutócrata de la Bolsa de Londres y Wall Street. Para los intelectuales de las
SS, no había diferencia entre la población civil judía que exterminaban al
frente de los Einsatzgruppen y las tripulaciones de bombarderos que lanzaban
sus bombas sobre Alemania. En su lógica, parar a los bombarderos implicaba
matar a los judíos de Ucrania. Y si no sería el final de Alemania. Ese
imperativo construyó la legitimidad del genocidio. Era 'o ellos o
nosotros".
Así se explican casos como el de Müller. "Antes de
matar a la mujer y el niño habló a sus hombres del peligro mortal que afrontaba
Alemania. Era un teórico de la germanización que trabajaba para crear una nueva
sociedad, así que el asesinato era una de sus responsabilidades para crear la
utopía. Curiosamente Había que matar a los judíos para cumplir los sueños nazis".
Ingrao sostiene que los intelectuales de las SS no eran
oportunistas, sino personas ideológicamente muy comprometidas, activistas con
una cosmovisión en la que se daban la mano el entusiasmo, la angustia y el
pánico, y que, paradójicamente, abominaban de la crueldad. "Las SS era un
asunto de militantes. Gente muy convencida de lo que decía y hacía, y muy
preparada". Pues resulta más preocupante aún. "Por supuesto. Hay que
aceptar la idea de que el nazismo era atractivo y que atrajo como moscas a las
élites intelectuales del país”.
Fuente
http://cultura.elpais.com/cultura/2017/06/21/actualidad/1498069163_921732.html
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