131
Palabras sueltas 3
Eduardo
Galeano – “La memoria
rota”*
“Que la fortuna se ha hecho titiritera y tan pronto
te muestra un país como lo oculta”
Abú Bakr b. Sárim, poeta de Sevilla, siglo XIII.
La cultura de consumo, que exige comprar, condena
todo lo que vende al desuso inmediato: las cosas envejecen en un parpadeo, para
ser reemplazadas por otras cosas de vida fugaz. El shopping center, templo
donde se celebran las misas del consumo, es un buen símbolo de los mensajes
dominantes en la época nuestra: existe fuera del tiempo y del espacio, sin edad
y sin raíz, y no tiene memoria. Y la televisión es el vehículo donde esos
mensajes se irradian de la manera más eficaz.
La tele nos acribilla con imágenes que nacen para
ser olvidadas en el acto. Cada imagen sepulta a la imagen anterior y sólo
sobrevive hasta la imagen siguiente. Los acontecimientos humanos, convertidos
en objeto de consumo, mueren, como las cosas, en el instante en que son usados.
Cada noticia está divorciada de su propio pasado y divorciada del pasado de las
demás. En la era del zapping, no se sabe si cuanto más nos informamos, más
conocemos o más ignoramos.
Los medios de comunicación y los centros de
educación no suelen contribuir mucho, que digamos, a la integración de la
realidad y su memoria. La cultura de consumo, cultura del desvinculo, nos
adiestra para creer que las cosas ocurren porque sí. Incapaz de reconocer sus
orígenes, el tiempo presente proyecta el futuro como su propia repetición,
mañana es otro nombre de hoy: la organización desigual del mundo, que humilla a
la condición humana, pertenece al orden eterno, y la injusticia es una
fatalidad que estamos obligados a aceptar o aceptar.
El poder no admite más raíces que las que necesita
para proporcionar coartadas a sus crímenes; la impunidad exige la desmemoria.
Hay países y personas exitosas y hay países y personas fracasadas, porque la
vida es un sistema de recompensas y castigos que premia a los eficientes y
castiga a los inútiles. Para que las infamias puedan ser convertidas en
hazañas, hay que romper la memoria: la memoria del norte se divorcia de la
memoria del sur, la acumulación se desvincula del vaciamiento, la opulencia no
tiene nada que ver con el despojo. La memoria rota nos hace creer que la
riqueza es inocente de la pobreza y que la desgracia no paga, desde hace siglos
o milenios, el precio de la gracia. Y nos hace creer que estamos condenados a
la resignación.
**********
Venus Verticordia. Dante Gabriel Rossetti |
“Ellos se pasaban la
vida explorándose a sí mismos como personas que hacían música, curaban,
cocinaban, contaban historias y se daban nuevos nombres con cada mejora
personal. Yo empecé a contribuir en la
exploración de mis aptitudes para la tribu, refiriéndome a mí misma
burlonamente como Recolectora de Excrementos.
Aquel día una
preciosa jovencita se acercó a la maleza y emergió como por arte de magia con
una hermosa flor amarilla de largo tallo.
Se ató el tallo alrededor del cuello de tal modo que la flor le colgara
sobre el pecho como una joya valiosa.
Los miembros de la tribu se reunieron en tomo a ella y le dijeron que
estaba preciosa, y que había hecho una maravillosa elección. Se pasó el día recibiendo cumplidos. Yo notaba que resplandecía porque se sentía
especialmente guapa.
Mientras la
contemplaba recordé un incidente acaecido en mi consultorio justo antes de
abandonar Estados Unidos. Me visitó una
paciente que sufría de un grave síndrome de estrés. Cuando le pregunté qué estaba ocurriendo en
su vida, me contó que su compañía aseguradora había aumentado la prima por uno
de sus collares de diamantes en ochocientos dólares. Alguien de Nueva York le había garantizado
que podría hacerle un duplicado exacto del collar con piedras falsas. Iba a coger un avión, permanecería allí
mientras se lo hicieran, y luego volvería para meter los diamantes en la cámara
acorazada de un banco. Con esto no
eliminaría la cuantiosa prima del seguro ni la necesidad de tenerlo, puesto que
ni siquiera en la mejor cámara acorazada de un banco se puede garantizar una
seguridad absoluta, pero la prima se reduciría considerablemente.
Recuerdo que le
pregunté por un baile anual que debía celebrarse en breve. La mujer contestó que la imitación estaría
lista para entonces y que pensaba llevarla.
Al final de nuestro
día en el desierto, la muchacha de la tribu de los Auténticos depositó la flor
en el suelo y la devolvió a la madre tierra.
Había servido a su propósito. Estaba
muy agradecida por ello y había conservado el recuerdo de toda la atención
recibida durante el día. Era la
confirmación de su atractivo personal, pero no se había apegado al objeto en
sí. La flor se marchitaría, moriría y
volvería a convertirse en humus y a reciclarse una vez más.
Pensé en mi
paciente. Luego miré a la joven
aborigen. Su joya tenía un significado;
la nuestra un valor monetario.
Pensé que realmente
alguien en este mundo había equivocado el sistema de valores, pero no creia que
fueran aquellos seres primitivos, en la tierra de Australia, llamada de Nunca
Jamás.”
De “Las voces del desierto” Marlo Morgan
“Voces del desierto” tal como fue conocida en
castellano, fue la primera novela de
Marlo Morgan una escritora y médica estadounidense nacida en 1937. Es una obra
de ficción que narra las experiencias vividas junto a aborígenes australianos.
El objetivo sería mandar un mensaje a los occidentales para que se acerquen a
la naturaleza y al espíritu.
Esto no cayó muy bien a los aborígenes
australianos quienes mostraron indignación por el distorsionado retrato que
hace de su cultura.
Aunque sea una obra de ficción sobrecargada de
romanticismo y por lo tanto de puro idealismo, los extremos que representan los
personajes nos sirven para ubicarnos más hacia un polo u otro y de ese modo
reconocer a qué le damos significado.
Los humanos no nacemos buenos o malos, vamos
siendo armados como un rompecabezas especialmente durante nuestros primeros
años, cuando todavía no podemos discernir, cuando nuestro mundo esta señoreado
por los casi superhumanos padres, cuando somos curiosidad sin límites. Vamos
absorbiendo y las piezas se van
encajando en nuestro interior, algunas veces con amor, otra con amenazas y
violencia. Hoy, ya lejos de la infancia, tenemos la posibilidad del pensamiento
y elegir cómo queremos ser, de sacar piezas, reubicarlas o arrojarlas al pasado
para siempre. El significado que nos damos a nosotros mismos y a nuestras vidas
no es intrascendente, al contrario, nos modifica y también a nuestro mundo.
No creamos en seres ideales, esos que se nos
venden buenos, unidos a la naturaleza, o
a dios, a la patria, entregados al sacerdocio, a los demás o a cualquier
otra cuestión. Los seres que son vendidos como puros, esos que se revisten de
amor y compasión, suelen hacerlo para ocultar sus profundas maldades, sus
mezquindades. Las ropas blancas son siempre las más sucias.
Esa
jovencita indígena que se nos propone como ideal también cortó un ser
vivo, amputó una planta solamente para satisfacer su vanidad, para mostrarse
ante los demás, para ser elogiada, del mismo modo que la paciente
estadounidense con sus trozos de carbón brillante se pasea por los salones para
obtener similares elogios.
No hay naturaleza a la que volver porque allí
donde el ser humano pone su mirada, ahí esta la cultura. Somos cultura,
entonces todos nuestros actos también lo son. Hasta que no nos hagamos
enteramente cargo de esto, hasta que no sepamos hasta lo más pequeño de cada
una de nuestras células que debemos ser responsables de esta capacidad que es
también una condena, nada podremos cambiar. Hasta que no sepamos que todo lo
que hacemos no es natural, sino que produce ruptura, corta y se inserta en lo
natural modificándolo para toda la eternidad y que entonces somos responsables
tanto de lo que significa cortar una flor como de atesorar carbones brillantes
y de sus consecuencias, nada podremos cambiar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario