jueves, 13 de noviembre de 2014

131 - Palabras sueltas 3

131
Palabras sueltas 3





Eduardo Galeano – “La memoria rota”*




“Que la fortuna se ha hecho titiritera y tan pronto te muestra un país como lo oculta”
Abú Bakr b. Sárim, poeta de Sevilla, siglo XIII.





La cultura de consumo, que exige comprar, condena todo lo que vende al desuso inmediato: las cosas envejecen en un parpadeo, para ser reemplazadas por otras cosas de vida fugaz. El shopping center, templo donde se celebran las misas del consumo, es un buen símbolo de los mensajes dominantes en la época nuestra: existe fuera del tiempo y del espacio, sin edad y sin raíz, y no tiene memoria. Y la televisión es el vehículo donde esos mensajes se irradian de la manera más eficaz.

La tele nos acribilla con imágenes que nacen para ser olvidadas en el acto. Cada imagen sepulta a la imagen anterior y sólo sobrevive hasta la imagen siguiente. Los acontecimientos humanos, convertidos en objeto de consumo, mueren, como las cosas, en el instante en que son usados. Cada noticia está divorciada de su propio pasado y divorciada del pasado de las demás. En la era del zapping, no se sabe si cuanto más nos informamos, más conocemos o más ignoramos.

Los medios de comunicación y los centros de educación no suelen contribuir mucho, que digamos, a la integración de la realidad y su memoria. La cultura de consumo, cultura del desvinculo, nos adiestra para creer que las cosas ocurren porque sí. Incapaz de reconocer sus orígenes, el tiempo presente proyecta el futuro como su propia repetición, mañana es otro nombre de hoy: la organización desigual del mundo, que humilla a la condición humana, pertenece al orden eterno, y la injusticia es una fatalidad que estamos obligados a aceptar o aceptar.




El poder no admite más raíces que las que necesita para proporcionar coartadas a sus crímenes; la impunidad exige la desmemoria. Hay países y personas exitosas y hay países y personas fracasadas, porque la vida es un sistema de recompensas y castigos que premia a los eficientes y castiga a los inútiles. Para que las infamias puedan ser convertidas en hazañas, hay que romper la memoria: la memoria del norte se divorcia de la memoria del sur, la acumulación se desvincula del vaciamiento, la opulencia no tiene nada que ver con el despojo. La memoria rota nos hace creer que la riqueza es inocente de la pobreza y que la desgracia no paga, desde hace siglos o milenios, el precio de la gracia. Y nos hace creer que estamos condenados a la resignación.



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Venus Verticordia. Dante Gabriel Rossetti

“Ellos se pasaban la vida explorándose a sí mismos como personas que hacían música, curaban, cocinaban, contaban historias y se daban nuevos nombres con cada mejora personal.  Yo empecé a contribuir en la exploración de mis aptitudes para la tribu, refiriéndome a mí misma burlonamente como Recolectora de Excrementos.
Aquel día una preciosa jovencita se acercó a la maleza y emergió como por arte de magia con una hermosa flor amarilla de largo tallo.  Se ató el tallo alrededor del cuello de tal modo que la flor le colgara sobre el pecho como una joya valiosa.  Los miembros de la tribu se reunieron en tomo a ella y le dijeron que estaba preciosa, y que había hecho una maravillosa elección.  Se pasó el día recibiendo cumplidos.  Yo notaba que resplandecía porque se sentía especialmente guapa.
Mientras la contemplaba recordé un incidente acaecido en mi consultorio justo antes de abandonar Estados Unidos.  Me visitó una paciente que sufría de un grave síndrome de estrés.  Cuando le pregunté qué estaba ocurriendo en su vida, me contó que su compañía aseguradora había aumentado la prima por uno de sus collares de diamantes en ochocientos dólares.  Alguien de Nueva York le había garantizado que podría hacerle un duplicado exacto del collar con piedras falsas.  Iba a coger un avión, permanecería allí mientras se lo hicieran, y luego volvería para meter los diamantes en la cámara acorazada de un banco.  Con esto no eliminaría la cuantiosa prima del seguro ni la necesidad de tenerlo, puesto que ni siquiera en la mejor cámara acorazada de un banco se puede garantizar una seguridad absoluta, pero la prima se reduciría considerablemente.
Recuerdo que le pregunté por un baile anual que debía celebrarse en breve.  La mujer contestó que la imitación estaría lista para entonces y que pensaba llevarla.
Al final de nuestro día en el desierto, la muchacha de la tribu de los Auténticos depositó la flor en el suelo y la devolvió a la madre tierra.  Había servido a su propósito.  Estaba muy agradecida por ello y había conservado el recuerdo de toda la atención recibida durante el día.  Era la confirmación de su atractivo personal, pero no se había apegado al objeto en sí.  La flor se marchitaría, moriría y volvería a convertirse en humus y a reciclarse una vez más.
Pensé en mi paciente.  Luego miré a la joven aborigen.  Su joya tenía un significado; la nuestra un valor monetario.
Pensé que realmente alguien en este mundo había equivocado el sistema de valores, pero no creia que fueran aquellos seres primitivos, en la tierra de Australia, llamada de Nunca Jamás.”

De “Las voces del desiertoMarlo Morgan

 
Indígenas gomera. Jean Bethencourt. siglo 15 

“Voces del desierto” tal como fue conocida en castellano,  fue la primera novela de Marlo Morgan una escritora y médica estadounidense nacida en 1937. Es una obra de ficción que narra las experiencias vividas junto a aborígenes australianos. El objetivo sería mandar un mensaje a los occidentales para que se acerquen a la naturaleza y al espíritu.
Esto no cayó muy bien a los aborígenes australianos quienes mostraron indignación por el distorsionado retrato que hace de su cultura.

Aunque sea una obra de ficción sobrecargada de romanticismo y por lo tanto de puro idealismo, los extremos que representan los personajes nos sirven para ubicarnos más hacia un polo u otro y de ese modo reconocer a qué le damos significado.

Los humanos no nacemos buenos o malos, vamos siendo armados como un rompecabezas especialmente durante nuestros primeros años, cuando todavía no podemos discernir, cuando nuestro mundo esta señoreado por los casi superhumanos padres, cuando somos curiosidad sin límites. Vamos absorbiendo  y las piezas se van encajando en nuestro interior, algunas veces con amor, otra con amenazas y violencia. Hoy, ya lejos de la infancia, tenemos la posibilidad del pensamiento y elegir cómo queremos ser, de sacar piezas, reubicarlas o arrojarlas al pasado para siempre. El significado que nos damos a nosotros mismos y a nuestras vidas no es intrascendente, al contrario, nos modifica y también a nuestro mundo.

No creamos en seres ideales, esos que se nos venden buenos, unidos a la naturaleza, o  a dios, a la patria, entregados al sacerdocio, a los demás o a cualquier otra cuestión. Los seres que son vendidos como puros, esos que se revisten de amor y compasión, suelen hacerlo para ocultar sus profundas maldades, sus mezquindades. Las ropas blancas son siempre las más sucias.

Esa  jovencita indígena que se nos propone como ideal también cortó un ser vivo, amputó una planta solamente para satisfacer su vanidad, para mostrarse ante los demás, para ser elogiada, del mismo modo que la paciente estadounidense con sus trozos de carbón brillante se pasea por los salones para obtener similares elogios.
No hay naturaleza a la que volver porque allí donde el ser humano pone su mirada, ahí esta la cultura. Somos cultura, entonces todos nuestros actos también lo son. Hasta que no nos hagamos enteramente cargo de esto, hasta que no sepamos hasta lo más pequeño de cada una de nuestras células que debemos ser responsables de esta capacidad que es también una condena, nada podremos cambiar. Hasta que no sepamos que todo lo que hacemos no es natural, sino que produce ruptura, corta y se inserta en lo natural modificándolo para toda la eternidad y que entonces somos responsables tanto de lo que significa cortar una flor como de atesorar carbones brillantes y de sus consecuencias, nada podremos cambiar.






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