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Encendiendo luces
La
investigadora española Sánchez
Avilés acaba de presentar el libro
'Mercados ilegales y violencia armada', en el que vincula dos temas de
carácter internacional como son los conflictos armados en un contexto de
globalización y la expansión de la criminalidad internacional organizada.
En otras entradas de esta columna he tocado estos temas y he
pretendido señalar como se relacionan profundamente entre sí y con el entramado
mayor que es la sociedad capitalista.
Hablar de mercados legales e ilegales es establecer una división
inocente que solamente podrá ser útil para una estadística oficial pues ambas
modalidades revierten una en la otra. Mostré esto al hablar de la prostitución,
que en nuestro país es legal y la trata de personas, que es un delito, pero que
sin embargo están profundamente unidas, siendo una la causa de la otra y como
ambas sostienen económicamente cajas negras que hacen al sistema político y de
seguridad, y en definitiva, a todo el sistema. Si hablamos de la trata de
personas con fines de explotación laboral hallamos lo mismo y de manera mucho
más clara, lo que producen los trabajadores esclavos es llevado al mercado
legal por las grandes marcas de ropa y de ese modo blanqueado. Lo que hace
Sánchez Avilés con estos temas es agregarle un nuevo componente como son los
conflictos armados.
Ella dice
que partir del fin de la guerra fría ha
cambiado la modalidad de las luchas armadas siendo cada vez menores entre
ejércitos de diferentes países y gobiernos para darse un aumento de los
conflictos internos, con una mayor aparición de grupos armados que no son ejércitos
regulares sino grupos rebeldes, milicias, terroristas y/o criminalidad organizada, un
fenómeno que está también detrás de la expansión de los mercados ilegales.
Esta autora
señala expresamente:
“Crimen organizado siempre ha habido, y
desde siglos atrás, pero con la economía neoliberal se ha incrementado su
intensidad».
La
anulación de las barreras fronterizas que interrumpían el tráfico de
mercaderías entre los países y continentes bajo la gran consigna que es la
globalización, sumado a la caída de las ideas de bien común, de comunidad, colocando en su lugar la del incremento sin
límites de las fortunas en manos de unos pocos, y la tendencia a llevar todo al
plano industrial o sea al de la producción y la obtención de beneficios, ya
fuere la fabricación de locomotoras como la llamada “industria del
entretenimiento” o la “industria sexual”. Estos son algunos de los elementos
que permiten que el crimen organizado, del que la trata de personas, la
prostitución y el narcotráfico son un
claro ejemplo, crezca velozmente y adquiera mayor penetración social.
Recordemos
que la llegada del liberalismo y su actual etapa significaron la drástica
reducción de las funciones de los estados, delegando al sector privado muchas
de las tareas que antes habían reservado para sí, quedando convertidos en meros
administradores y garantes de cierto grado de paz social suficiente para
posibilitar la concreción de los negocios.
Es así que Sánchez
Avilés dice:
«Los Estados han
perdido su capacidad para controlar la economía, y estamos viendo cómo surgen
actividades que conectan los mercados legales con los ilegales, como el tráfico
de armas ilícitas, de armas de fuego, de órganos, de minerales y especies
protegidas, pero también de servicios entre comillas, como trata de personas
con fines de explotación sexual y de esclavitud, tráfico de inmigrantes, o las
apuestas y los juegos ilegales, y los ciberdelitos. Y también se ofrecen servicios
a empresas y gobiernos, como blanqueo de dinero, corrupción, piratería,
extorsión...”
En algunos casos los
gobiernos son débiles para enfrentar estas situaciones, en otras cómplices
cuando no partícipes.
Si analizamos los conflictos bélicos llegamos a un punto en
el que es difícil determinar por qué motivos se libran determinadas batallas,
como aclara la autora:
«Los dos fenómenos
están tan fusionados que es difícil distinguir los objetivos y las motivaciones
de los grupos criminales, y de los contendientes del conflicto»
Esto es debido a que los grupos armados, llámese como se
prefiera, rivalizan por el control de territorios con los mismos gobiernos,
esto es conocido en amplios sectores latinoamericanos en los que los cárteles
han formado una especie de gobierno paralelo llegando a cobrar impuestos u
ofrecer protección; al mismo tiempo hay
gobiernos que favorecen la trata de personas, el tráfico de armas, el lavado de
dinero, el narcotráfico y obtienen su
parte en todo esto.
La situación se vuelve más compleja y contribuye a que los
límites se borren, si consideramos que esos grupos armados han penetrado los
gobiernos financiando campañas políticas
partidarias o directamente imponiendo candidatos o ejerciendo presión económica
y política.
A todo esto se le ha dado un título filosófico que le da
hasta carácter académico, se le dice: pragmatismo. Ser pragmático no es otra
cosa que hacer valer aquello de que el fin justifica los medios, o más
caseramente, no importa cómo si obtengo lo que quiero. No es otra cosa que la
justificación y santificación del más crudo egoísmo con total desinterés por
los demás. El prójimo ha dejado de existir, lo han matado, ahora estamos
rodeados de escalones por los que trepar a las alturas deseadas.
Todo este panorama no es totalmente desconocido por los que
caminamos por las calles del mundo, y nos lleva a una desconfianza fundada,
cada día mayor, en las llamadas instituciones y en el mismo sistema
“democrático”. Pero esta desconfianza no es gratuita, el alerta no es suficiente
para protegernos pues en muchos casos es usado desde el poder para fomentar la
inseguridad y el individualismo.
Lo cierto es que los límites se han derrumbado, no hay
separación tal entre lo legal y lo ilegal, entre gobiernos y organizaciones criminales,
la ostentación del dinero mal habido así como la corrupción ya no es necesario
ocultarlas porque todo ha contribuido a que la ley haya caído, a que quede como
simple letra en algún código que pronto también será inútil, salvo para
encarcelar a quienes ya están vulnerados en sus derechos y posibilidades.
Cuando las instituciones sociales ya no revisten garantía
alguna, cuando la ley ha sido vaciada de significado y capacidad de
ordenamiento, se abre el camino hacia un individualismo extremo y violento. Si
no hay una ley que medie, es fácil caer en creer que los problemas se pueden
solucionar mediante la violencia, la intimidación, el sometimiento del otro al
que vivo como un enemigo que seguramente quiere dañarme tanto como yo a él.
Grito. Oswaldo Guayasamín |
Recordemos que todo se relaciona con todo, por lo tanto no
puedo tener paz, pretender acercarme a
la armonía si estoy en medio de un mundo que se desborda.
Trato de ser optimista y pensar que este momento de
desintegración dará lugar a otra configuración social, a otro tipo de
relaciones que, espero, serán más humanas, más propicias para la vida y el
desarrollo.
Pero, cuidado, el optimismo es como la esperanza, puede ser
una ilusión poderosa capaz de hechizarnos con su encanto y sumirnos en una
parálisis mortal. Es necesario que ya comencemos a construir esas nuevas formas
de encontrarnos y mirar al mundo.
Es necesario que quienes sí tenemos principios, sí
sostenemos una moral, sí vivimos en un mundo de y con personas, no escondamos
estos valores, al contrario, con ellos confrontaremos a esta ola de suicidio
colectivo que va impregnando todo.
Para vencer a la oscuridad basta con encender un fósforo.
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