sábado, 11 de julio de 2015

166 - Encendiendo luces

166
Encendiendo luces

La investigadora española  Sánchez Avilés acaba de presentar el libro 'Mercados ilegales y violencia armada', en el que vincula dos temas de carácter internacional como son los conflictos armados en un contexto de globalización y la expansión de la criminalidad internacional organizada.

En otras entradas de esta columna he tocado estos temas y he pretendido señalar como se relacionan profundamente entre sí y con el entramado mayor que es la sociedad capitalista.  Hablar de mercados legales e ilegales es establecer una división inocente que solamente podrá ser útil para una estadística oficial pues ambas modalidades revierten una en la otra. Mostré esto al hablar de la prostitución, que en nuestro país es legal y la trata de personas, que es un delito, pero que sin embargo están profundamente unidas, siendo una la causa de la otra y como ambas sostienen económicamente cajas negras que hacen al sistema político y de seguridad, y en definitiva, a todo el sistema. Si hablamos de la trata de personas con fines de explotación laboral hallamos lo mismo y de manera mucho más clara, lo que producen los trabajadores esclavos es llevado al mercado legal por las grandes marcas de ropa y de ese modo blanqueado. Lo que hace Sánchez Avilés con estos temas es agregarle un nuevo componente como son los conflictos armados.

Ella dice que  partir del fin de la guerra fría ha cambiado la modalidad de las luchas armadas siendo cada vez menores entre ejércitos de diferentes países y gobiernos para darse un aumento de los conflictos internos, con una mayor aparición de grupos armados que no son ejércitos regulares sino grupos rebeldes, milicias,  terroristas y/o criminalidad organizada, un fenómeno que está también detrás de la expansión de los mercados ilegales.



Esta autora señala expresamente:
Crimen organizado siempre ha habido, y desde siglos atrás, pero con la economía neoliberal se ha incrementado su intensidad».

La anulación de las barreras fronterizas que interrumpían el tráfico de mercaderías entre los países y continentes bajo la gran consigna que es la globalización, sumado a la caída de las ideas de bien común, de comunidad,  colocando en su lugar la del incremento sin límites de las fortunas en manos de unos pocos, y la tendencia a llevar todo al plano industrial o sea al de la producción y la obtención de beneficios, ya fuere la fabricación de locomotoras como la llamada “industria del entretenimiento” o la “industria sexual”. Estos son algunos de los elementos que permiten que el crimen organizado, del que la trata de personas, la prostitución y el narcotráfico  son un claro ejemplo, crezca velozmente y adquiera mayor penetración social.

Recordemos que la llegada del liberalismo y su actual etapa significaron la drástica reducción de las funciones de los estados, delegando al sector privado muchas de las tareas que antes habían reservado para sí, quedando convertidos en meros administradores y garantes de cierto grado de paz social suficiente para posibilitar la concreción de los negocios.
Es así que Sánchez Avilés dice:
«Los Estados han perdido su capacidad para controlar la economía, y estamos viendo cómo surgen actividades que conectan los mercados legales con los ilegales, como el tráfico de armas ilícitas, de armas de fuego, de órganos, de minerales y especies protegidas, pero también de servicios entre comillas, como trata de personas con fines de explotación sexual y de esclavitud, tráfico de inmigrantes, o las apuestas y los juegos ilegales, y los ciberdelitos. Y también se ofrecen servicios a empresas y gobiernos, como blanqueo de dinero, corrupción, piratería, extorsión...”



 En algunos casos los gobiernos son débiles para enfrentar estas situaciones, en otras cómplices cuando no partícipes.

Si analizamos los conflictos bélicos llegamos a un punto en el que es difícil determinar por qué motivos se libran determinadas batallas, como aclara la autora:
«Los dos fenómenos están tan fusionados que es difícil distinguir los objetivos y las motivaciones de los grupos criminales, y de los contendientes del conflicto»

Esto es debido a que los grupos armados, llámese como se prefiera, rivalizan por el control de territorios con los mismos gobiernos, esto es conocido en amplios sectores latinoamericanos en los que los cárteles han formado una especie de gobierno paralelo llegando a cobrar impuestos u ofrecer protección;  al mismo tiempo hay gobiernos que favorecen la trata de personas, el tráfico de armas, el lavado de dinero, el narcotráfico  y obtienen su parte en todo esto.
La situación se vuelve más compleja y contribuye a que los límites se borren, si consideramos que esos grupos armados han penetrado los gobiernos  financiando campañas políticas partidarias o directamente imponiendo candidatos o ejerciendo presión económica y política.

A todo esto se le ha dado un título filosófico que le da hasta carácter académico, se le dice: pragmatismo. Ser pragmático no es otra cosa que hacer valer aquello de que el fin justifica los medios, o más caseramente, no importa cómo si obtengo lo que quiero. No es otra cosa que la justificación y santificación del más crudo egoísmo con total desinterés por los demás. El prójimo ha dejado de existir, lo han matado, ahora estamos rodeados de escalones por los que trepar a las alturas deseadas.

Todo este panorama no es totalmente desconocido por los que caminamos por las calles del mundo, y nos lleva a una desconfianza fundada, cada día mayor, en las llamadas instituciones y en el mismo sistema “democrático”. Pero esta desconfianza no es gratuita, el alerta no es suficiente para protegernos pues en muchos casos es usado desde el poder para fomentar la inseguridad y  el individualismo.

Lo cierto es que los límites se han derrumbado, no hay separación tal entre lo legal y lo ilegal, entre gobiernos y organizaciones criminales, la ostentación del dinero mal habido así como la corrupción ya no es necesario ocultarlas porque todo ha contribuido a que la ley haya caído, a que quede como simple letra en algún código que pronto también será inútil, salvo para encarcelar a quienes ya están vulnerados en sus derechos y posibilidades.
Cuando las instituciones sociales ya no revisten garantía alguna, cuando la ley ha sido vaciada de significado y capacidad de ordenamiento, se abre el camino hacia un individualismo extremo y violento. Si no hay una ley que medie, es fácil caer en creer que los problemas se pueden solucionar mediante la violencia, la intimidación, el sometimiento del otro al que vivo como un enemigo que seguramente quiere dañarme tanto como yo a él.

Grito. Oswaldo Guayasamín

Recordemos que todo se relaciona con todo, por lo tanto no puedo tener paz,  pretender acercarme a la armonía si estoy en medio de un mundo que se desborda.

Trato de ser optimista y pensar que este momento de desintegración dará lugar a otra configuración social, a otro tipo de relaciones que, espero, serán más humanas, más propicias para la vida y el desarrollo.

Pero, cuidado, el optimismo es como la esperanza, puede ser una ilusión poderosa capaz de hechizarnos con su encanto y sumirnos en una parálisis mortal. Es necesario que ya comencemos a construir esas nuevas formas de encontrarnos y mirar al mundo.
Es necesario que quienes sí tenemos principios, sí sostenemos una moral, sí vivimos en un mundo de y con personas, no escondamos estos valores, al contrario, con ellos confrontaremos a esta ola de suicidio colectivo que va impregnando todo.




  Para vencer a la oscuridad basta con encender un fósforo.







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