domingo, 1 de noviembre de 2015

180 - Inmoralidad capitalista y ordoliberalismo

180
Inmoralidad capitalista y ordoliberalismo

Fue en el 2.010 que Le Monde Diplomatique publicó un artículo escrito por el filósofo francés Yvon Quiniou llamado “La impostura del capitalismo moral” que me parece interesante de compartir en estos momentos en que se habla de un “capitalismo con rostro humano”, de limitar sus “excesos”, de centrar el interés no en la renta sino en las personas, de tener en cuenta el “bien común”, en definitiva,  de su moralización.
Se dice todo esto al mismo tiempo que por todos los medios, incluso los discursos oficiales, se habla del consumo, de incentivarlo, se mide el progreso por la cantidad de compras que las personas hacemos y se tiene como positiva la acción de la minería contaminante, la extracción petrolera no convencional, los agrotóxicos y transgénicos.  Y si esto no alcanzara, se busca ampliar el mercado incorporando  todo aquello que pueda dar ganancias económicas sin importar el costo humano ni social, me estoy refiriendo a legalizar la venta de drogas e incluso fomentar y reglamentar la prostitución.
Se habla de todo esto en una continuidad perversa en que pareciera que es posible limitar al capitalismo  y al mismo tiempo favorecerlo sin tener en cuenta a los humanos ni las consecuencias de esta actitud.



El filósofo se pregunta: ¿No sería tiempo de moralizar el capitalismo?, y reconoce que esta pregunta ya implica que el capitalismo es inmoral. Cita a autores liberales para quienes la moral solamente es aplicable para los humanos pues solamente los humanos podemos realizar acciones que caen dentro de la esfera moral, no los sistemas como el capitalismo o conocimientos técnicos-científicos en los que cabe la economía.
Este es un principio muy querido por el liberalismo, no solamente relativiza la moral volviéndola una cuestión netamente individual, la quita del ámbito político y social. También de este modo crea la ilusión de que los sistemas sociales, en este caso el económico, son una especie de mecanismos, de ruedas y resortes que escapan al designio de las personas, que adquieren vida propia con una conducta un tanto azarosa, equiparándolos de este modo a la naturaleza. Quiniou dice que considerarlos así es tomarlos como si fueran “una realidad objetiva y absoluta, decretada independiente de los hombres (cuando son ellos los que la hacen) y sometida a leyes implacables, análogas a las de la naturaleza y que, por supuesto, no habría que juzgar: no se critica la ley de la gravedad… incluso cuando ocasionalmente pueda hacer mal.”
La moral no sería aplicable entonces, no se puede juzgar a un sistema con los criterios que se usan para los humanos, de este modo, según confirma Yvon Quiniou “La moral aparece entonces en una posición de exterioridad, ya que el capitalismo se sitúa fuera del campo: ni moral ni inmoral, sino amoral.”. Esto es conclusivo, cierra toda posibilidad de evaluarlo y de este modo también se borra de un plumazo la idea de justicia social. ¿Desde dónde decir que la distribución de la riqueza es injusta? Podemos decir que esta distribución es  injusta  así como la naturaleza cuando distribuye el talento entre los hombres, pero eso, para el liberalismo,  no implica que sea inmoral.

Prestemos atención que esta ideología es la que se impone y naturaliza cuando escuchamos hablar del mercado, de oferta y demanda, de niveles de inflación, de rentabilidad, de eficiencia, de productividad, etc. No se habla de personas sino de mecanismos o leyes que en sí mismos no son buenos ni malos, solamente son eso, resortes y engranajes, ante los cuales solamente podemos precavernos para que seamos favorecidos o no dañados.

Yvon Quiniou  recordando a Marx  dice que  al contrario de la opinión liberal “la economía está constituida por prácticas por las que algunos (los capitalistas) se comportan de una determinada manera con respecto a otros (los obreros y asalariados en general) explotándolos, sometiéndolos a ritmos infernales, despidiéndolos so pretexto de competitividad, u oponiéndolos los unos contra los otros mediante una cultura de resultados o nuevas reglas de management, que hoy se sabe hasta qué punto generan un sufrimiento laboral verdaderamente insoportable.”

Esto significa que todos los sistemas sociales son creaciones humanas, son prácticas, modos de relación, y que por lo tanto, en cuanto conductas pueden y deben ser evaluados en términos morales. Al mismo tiempo, y vale precisar esto, al haber sido instituidos por las personas  no son parte de la naturaleza ni tienen “leyes” en el mismo sentido que aquella, y lo que es más importante, los humanos no estamos sometidos a ellos y ni debemos acatarlos, sino que está en nuestras posibilidades cambiar estos sistemas, incluso eliminarlos para poner otros en su lugar. Debemos romper con la idea de que solamente los individuos podemos ser considerarnos bajo el aspecto moral y ampliar la mirada sobre todas nuestras acciones aún las que aparecen como alejadas, por lo tanto, los sistemas, en cuanto creaciones humanas, deben ser también puestos bajo la óptica moral en cuanto favorecen o dañan a la personas.




Otro filósofo, Immanuel Kant  estableció que el criterio de lo universal ordena respetar al otro y no instrumentalizarlo, y exige promover su autonomía.  Esto implica suprimir toda dominación, opresión y explotación en cuanto  rompen con este respeto y vuelven a las personas instrumentos, objetos para beneficio de algunos,  al tiempo que limitan su autonomía  e impiden su desarrollo personal.
Si analizamos al capitalismo desde esta perspectiva y sobre todo en vista a las consecuencias prácticas que ha tenido y sigue ejerciendo sobre las comunidades, como fomenta la creación y sostenimiento de la pobreza, de la exclusión, de los conflictos sociales, de la destrucción del planeta y por lo tanto, de la humanidad en cuanto especie,  iremos viendo su verdadera cara.

Cito el párrafo con que Ivon Quiniou cierra su artículo:
“En verdad la moralización del capitalismo se revela rigurosamente imposible, ya que este es en sí mismo inmoral, se pone al servicio de una minoría afortunada, instrumentalizando a los trabajadores y negando su autonomía. En realidad, exigir su moralización debería llevar a exigir su supresión, cualquiera fuese la dificultad de la tarea.”





Incluyo aquí el artículo: El “Ordoliberalismo” de José María Mella Marques* que fue publicado en octubre del 2.015 por Other News y que muestra el posicionamiento que hace de sí mismo el capitalismo y su pretención de estar más allá de lo moral e incluso de las leyes y la democracia misma. (*Catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid.)

“Un estudiante me preguntó recientemente cómo era posible que el acuerdo económico impuesto a Grecia por la troika fuese en contra de las decisiones democráticas del pueblo griego. La respuesta me permitió explicarle las bases doctrinales de la UE actual.

La UE se asienta fundamentalmente sobre las bases del llamado “ordoliberalismo”- pensamiento económico dominante en Alemania-, que tiene su origen en la Escuela de Friburgo nacida en los años 30 del pasado siglo.

El “ordoliberalismo”, doctrina incuestionable para la clase dirigente alemana, se basa en normas jurídicas dotadas de un rango superior a la soberanía política. Son normas inmutables, no sometidas al voto democrático. El soporte último de la ley no es el Parlamento alemán, sino el Tribunal Constitucional.

No son las mayorías políticas o los resultados de un referéndum los que determinan el orden jurídico. Al contrario, las normas jurídicas son las que determinan las relaciones del Estado con la economía. Y, además, para evitar un uso arbitrario de la acción de gobierno, la intervención en la economía debe hacerse por instituciones “independientes”.

Una institución “independiente” es el Banco Central Europeo (BCE), hecho a la medida del Bundesbank, el banco central alemán. El objetivo fundamental del BCE es la estabilidad de precios; objetivo que forma parte de las normas jurídicas y, por tanto, es ajeno al debate político.

Esta es una diferencia importante con los bancos centrales de los países anglosajones (Reserva Federal de Estados Unidos, el Banco de Inglaterra), donde el pleno empleo y el crecimiento económico son objetivos principales y sus políticas son objeto de controversia pública.

En el caso del Bundesbank y del BCE, el objetivo de estabilidad monetaria exige el control de la evolución de la cantidad de dinero y de la inflación como prioridades absolutas. Cualquier exceso de demanda sobre oferta que pueda poner en peligro el objetivo de precios debe ser controlado de inmediato. De ahí que el comportamiento de los agentes sociales (trabajadores, empresarios y gobiernos), en materia de salarios, precios y políticas económicas, deban atenerse a los mandatos del BCE.

El objetivo de estabilidad monetaria determinó en 1999 el llamado “Pacto de Estabilidad” por el cual los Estados miembros de la Eurozona están obligados a tener presupuestos equilibrados y no incurrir en déficits públicos excesivos (superiores al 3% del PIB). Por si fuera poco con dicho Pacto, recuerden los lectores que el gobierno español tuvo que modificar la Constitución en 2011 -artículo 135- en apenas semanas, por exigencia de la troika, para garantizar los preceptos europeos de déficit estructural (diferencia entre ingresos y gastos públicos de carácter permanente, sin tener en cuenta los efectos del ciclo económico).

En 2013, entró en vigor el “Pacto Fiscal Europeo”, para incrementar la disciplina fiscal de la eurozona, que introduce la llamada “regla de oro presupuestaria” que limita el déficit estructural al 0,5% del PIB, aunque la ley de Estabilidad Presupuestaria y Sostenibilidad Financiera de España de 2012 ha sido aún más estricta marcando como objetivo el 0%. Otro día hablaremos de los propósitos y de las realidades.

El “ordoliberalismo” significa que estos preceptos no pueden, insisto, verse contrariados por el ejercicio de la democracia, porque forman parte de “la economía y sus reglas”. Son los componentes de la “jaula de hierro” de la Escuela de Friburgo a los que, como dijo un periodista de Le Monde Diplomatique recientemente, la economía y los políticos deben someterse.

Pues bien, el “ordoliberalismo” sostiene sin matices que en Grecia hay que controlar el déficit y la deuda pública, sea como sea. Así se entiende que Juncker, el presidente de la Comisión Europea, declare “No puede haber elección democrática en contra de los tratados europeos” o que Schäuble, el ministro de finanzas alemán, sentencie que “No se puede dejar que unas elecciones cambien cualquier cosa”.

Así se entiende un poco más, creo yo, lo que pasó con el acuerdo del trece de julio pasado entre Grecia y la Eurozona.”









No hay comentarios:

Publicar un comentario