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Inmoralidad
capitalista y ordoliberalismo
Fue en el
2.010 que Le Monde Diplomatique publicó un artículo escrito por el filósofo
francés Yvon Quiniou llamado “La
impostura del capitalismo moral” que me parece interesante de compartir en
estos momentos en que se habla de un “capitalismo con rostro humano”, de
limitar sus “excesos”, de centrar el interés no en la renta sino en las
personas, de tener en cuenta el “bien común”, en definitiva, de su moralización.
Se dice todo esto al mismo tiempo que por todos los medios,
incluso los discursos oficiales, se habla del consumo, de incentivarlo, se mide
el progreso por la cantidad de compras que las personas hacemos y se tiene como
positiva la acción de la minería contaminante, la extracción petrolera no
convencional, los agrotóxicos y transgénicos. Y si esto no alcanzara, se busca ampliar el
mercado incorporando todo aquello que
pueda dar ganancias económicas sin importar el costo humano ni social, me estoy
refiriendo a legalizar la venta de drogas e incluso fomentar y reglamentar la
prostitución.
Se habla de todo esto en una continuidad perversa en que
pareciera que es posible limitar al capitalismo
y al mismo tiempo favorecerlo sin tener en cuenta a los humanos ni las
consecuencias de esta actitud.
El filósofo se pregunta: ¿No sería tiempo de moralizar el
capitalismo?, y reconoce que esta pregunta ya implica que el capitalismo es
inmoral. Cita a autores liberales para quienes la moral solamente es aplicable
para los humanos pues solamente los humanos podemos realizar acciones que caen
dentro de la esfera moral, no los sistemas como el capitalismo o conocimientos
técnicos-científicos en los que cabe la economía.
Este es un principio muy querido por el liberalismo, no
solamente relativiza la moral volviéndola una cuestión netamente individual, la
quita del ámbito político y social. También de este modo crea la ilusión de que
los sistemas sociales, en este caso el económico, son una especie de
mecanismos, de ruedas y resortes que escapan al designio de las personas, que
adquieren vida propia con una conducta un tanto azarosa, equiparándolos de este
modo a la naturaleza. Quiniou dice que considerarlos así es tomarlos como si
fueran “una realidad objetiva y absoluta,
decretada independiente de los hombres (cuando son ellos los que la hacen) y
sometida a leyes implacables, análogas a las de la naturaleza y que, por
supuesto, no habría que juzgar: no se critica la ley de la gravedad… incluso
cuando ocasionalmente pueda hacer mal.”
La moral no sería aplicable entonces, no se puede juzgar a
un sistema con los criterios que se usan para los humanos, de este modo, según
confirma Yvon Quiniou “La moral aparece
entonces en una posición de exterioridad, ya que el capitalismo se sitúa fuera
del campo: ni moral ni inmoral, sino amoral.”. Esto es conclusivo, cierra
toda posibilidad de evaluarlo y de este modo también se borra de un plumazo la
idea de justicia social. ¿Desde dónde decir que la distribución de la riqueza
es injusta? Podemos decir que esta distribución es injusta
así como la naturaleza cuando distribuye el talento entre los hombres,
pero eso, para el liberalismo, no
implica que sea inmoral.
Prestemos atención que esta ideología es la que se impone y
naturaliza cuando escuchamos hablar del mercado, de oferta y demanda, de niveles
de inflación, de rentabilidad, de eficiencia, de productividad, etc. No se
habla de personas sino de mecanismos o leyes que en sí mismos no son buenos ni
malos, solamente son eso, resortes y engranajes, ante los cuales solamente
podemos precavernos para que seamos favorecidos o no dañados.
Yvon Quiniou
recordando a Marx dice que al contrario de la opinión liberal “la economía está constituida por prácticas
por las que algunos (los capitalistas) se comportan de una determinada manera
con respecto a otros (los obreros y asalariados en general) explotándolos,
sometiéndolos a ritmos infernales, despidiéndolos so pretexto de
competitividad, u oponiéndolos los unos contra los otros mediante una cultura
de resultados o nuevas reglas de management, que hoy se sabe hasta qué punto
generan un sufrimiento laboral verdaderamente insoportable.”
Esto significa que todos los sistemas sociales son
creaciones humanas, son prácticas, modos de relación, y que por lo tanto, en
cuanto conductas pueden y deben ser evaluados en términos morales. Al mismo
tiempo, y vale precisar esto, al haber sido instituidos por las personas no son parte de la naturaleza ni tienen
“leyes” en el mismo sentido que aquella, y lo que es más importante, los humanos
no estamos sometidos a ellos y ni debemos acatarlos, sino que está en nuestras
posibilidades cambiar estos sistemas, incluso eliminarlos para poner otros en
su lugar. Debemos romper con la idea de que solamente los individuos podemos
ser considerarnos bajo el aspecto moral y ampliar la mirada sobre todas
nuestras acciones aún las que aparecen como alejadas, por lo tanto, los
sistemas, en cuanto creaciones humanas, deben ser también puestos bajo la
óptica moral en cuanto favorecen o dañan a la personas.
Otro filósofo, Immanuel Kant
estableció que el criterio de lo universal ordena respetar al otro y no
instrumentalizarlo, y exige promover su autonomía. Esto implica suprimir toda dominación,
opresión y explotación en cuanto rompen
con este respeto y vuelven a las personas instrumentos, objetos para beneficio
de algunos, al tiempo que limitan su
autonomía e impiden su desarrollo
personal.
Si analizamos al capitalismo desde esta perspectiva y sobre
todo en vista a las consecuencias prácticas que ha tenido y sigue ejerciendo
sobre las comunidades, como fomenta la creación y sostenimiento de la pobreza,
de la exclusión, de los conflictos sociales, de la destrucción del planeta y
por lo tanto, de la humanidad en cuanto especie, iremos viendo su verdadera cara.
Cito el párrafo con que Ivon Quiniou cierra su artículo:
“En verdad la
moralización del capitalismo se revela rigurosamente imposible, ya que este es
en sí mismo inmoral, se pone al servicio de una minoría afortunada,
instrumentalizando a los trabajadores y negando su autonomía. En realidad,
exigir su moralización debería llevar a exigir su supresión, cualquiera fuese
la dificultad de la tarea.”
Incluyo aquí el artículo: El “Ordoliberalismo” de José María Mella Marques* que fue publicado en
octubre del 2.015 por Other News y que muestra el posicionamiento que hace de
sí mismo el capitalismo y su pretención de estar más allá de lo moral e incluso
de las leyes y la democracia misma. (*Catedrático de la Universidad Autónoma de
Madrid.)
“Un estudiante me preguntó recientemente cómo era posible
que el acuerdo económico impuesto a Grecia por la troika fuese en contra de las
decisiones democráticas del pueblo griego. La respuesta me permitió explicarle
las bases doctrinales de la UE actual.
La UE se asienta fundamentalmente sobre las bases del
llamado “ordoliberalismo”- pensamiento económico dominante en Alemania-, que
tiene su origen en la Escuela de Friburgo nacida en los años 30 del pasado
siglo.
El “ordoliberalismo”, doctrina incuestionable para la clase
dirigente alemana, se basa en normas jurídicas dotadas de un rango superior a
la soberanía política. Son normas inmutables, no sometidas al voto democrático.
El soporte último de la ley no es el Parlamento alemán, sino el Tribunal
Constitucional.
No son las mayorías políticas o los resultados de un
referéndum los que determinan el orden jurídico. Al contrario, las normas
jurídicas son las que determinan las relaciones del Estado con la economía. Y,
además, para evitar un uso arbitrario de la acción de gobierno, la intervención
en la economía debe hacerse por instituciones “independientes”.
Una institución “independiente” es el Banco Central Europeo
(BCE), hecho a la medida del Bundesbank, el banco central alemán. El objetivo
fundamental del BCE es la estabilidad de precios; objetivo que forma parte de
las normas jurídicas y, por tanto, es ajeno al debate político.
Esta es una diferencia importante con los bancos centrales
de los países anglosajones (Reserva Federal de Estados Unidos, el Banco de
Inglaterra), donde el pleno empleo y el crecimiento económico son objetivos
principales y sus políticas son objeto de controversia pública.
En el caso del Bundesbank y del BCE, el objetivo de
estabilidad monetaria exige el control de la evolución de la cantidad de dinero
y de la inflación como prioridades absolutas. Cualquier exceso de demanda sobre
oferta que pueda poner en peligro el objetivo de precios debe ser controlado de
inmediato. De ahí que el comportamiento de los agentes sociales (trabajadores,
empresarios y gobiernos), en materia de salarios, precios y políticas
económicas, deban atenerse a los mandatos del BCE.
El objetivo de estabilidad monetaria determinó en 1999 el
llamado “Pacto de Estabilidad” por el cual los Estados miembros de la Eurozona
están obligados a tener presupuestos equilibrados y no incurrir en déficits
públicos excesivos (superiores al 3% del PIB). Por si fuera poco con dicho
Pacto, recuerden los lectores que el gobierno español tuvo que modificar la
Constitución en 2011 -artículo 135- en apenas semanas, por exigencia de la
troika, para garantizar los preceptos europeos de déficit estructural
(diferencia entre ingresos y gastos públicos de carácter permanente, sin tener
en cuenta los efectos del ciclo económico).
En 2013, entró en vigor el “Pacto Fiscal Europeo”, para
incrementar la disciplina fiscal de la eurozona, que introduce la llamada
“regla de oro presupuestaria” que limita el déficit estructural al 0,5% del
PIB, aunque la ley de Estabilidad Presupuestaria y Sostenibilidad Financiera de
España de 2012 ha sido aún más estricta marcando como objetivo el 0%. Otro día
hablaremos de los propósitos y de las realidades.
El “ordoliberalismo” significa que estos preceptos no
pueden, insisto, verse contrariados por el ejercicio de la democracia, porque
forman parte de “la economía y sus reglas”. Son los componentes de la “jaula de
hierro” de la Escuela de Friburgo a los que, como dijo un periodista de Le
Monde Diplomatique recientemente, la economía y los políticos deben someterse.
Pues bien, el “ordoliberalismo” sostiene sin matices que en
Grecia hay que controlar el déficit y la deuda pública, sea como sea. Así se
entiende que Juncker, el presidente de la Comisión Europea, declare “No puede
haber elección democrática en contra de los tratados europeos” o que Schäuble,
el ministro de finanzas alemán, sentencie que “No se puede dejar que unas
elecciones cambien cualquier cosa”.
Así se entiende un poco más, creo yo, lo que pasó con el
acuerdo del trece de julio pasado entre Grecia y la Eurozona.”
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