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Madres e hijos
En nuestro
encuentro anterior hablamos de la película “Discípulo” la que desarrolla una
historia de Jesús alternativa. Recordemos que en ella se lo muestra como un
líder político que adhiere a la lucha armada contra el invasor romano hasta el punto de pretender tomar por la
fuerza al templo. En esta película no hay milagros, ni luego de ser crucificado
resucita.
Estos
relatos acerca de la vida de Jesús no son nuevos, incluso hay aquellos que lo
hacen casado con María Magdalena y no muerto en la cruz, sino anciano y rodeado
de hijos.
A dos mil
años de distancia y pasado todo por el tamiz de la fe y de los intereses de las
distintas empresas religiosas, es muy difícil poder saber cómo fue realmente
aquella vida.
Esta
película transgrede el relato oficial, nos da otra posibilidad, pero sí hay
algo inalterable que me llamó la atención, que no pude dejar de ver. El papel
de la mujer.
Hay dos
personajes centrales mujeres, María, la madre de Jesús, y María también, una
mujer en prostitución. El nombre que las aúna pareciera querer indicar una raíz
común, la solidaridad profunda del hecho de ser mujeres y al mismo tiempo también
marca la diferencia tradicional, la mujer de su casa, madre, esposa, privada y
la otra, la pública, la de todos, la de la calle.
La película
no se aleja de este estereotipo, al contrario, lo deja claramente en evidencia
y constantemente lo contrapone.
Pero hay
otro hecho mucho más impactante. María la madre, quiere alejar a Jesús de su
camino político, de sus “sueños” como ella dice y para eso contrata, paga, a
María la mujer en prostitución. Ambas se convierten por este pacto económico en
aliadas, ambas se convierten en la piedra que se pondrá delante de Jesús. Es más, la madre presencia cuando María trata
de seducir a Jesús. Ambas entonces juegan un mismo papel, aparecen como las tentadoras, como las que
buscan sacar al hombre de su camino, una de las frases dice acerca de la
serpiente que todas ellas llevan en su interior. Esta es la idea tradicional,
la mujer es el pecado, la mujer es la que lleva al vicio y la perdición, todas
son Eva que tienta a Adán y por la que la humanidad perdió el paraíso. El
hombre, para alcanzar su meta, para purificarse, debe huir, alejarse de ellas.
Esta es la dicotomía que atraviesa los tiempos patriarcales, el hombre
representante de la ley, del camino recto, el sol, la luz, el padre, la razón, y la mujer, lo retorcido, lo que trasgrede, la
luna, lo escondido, lo emocional, las pasiones, la madre.
Antiguo bronce italiano. Jesús y María Magdalena besándose |
Esto es
mucho más gráfico si prestamos atención a que la película nos dice que Jesús
pertenecía a la secta de los nazarenos y que había hecho voto de castidad,
entonces la presencia de la mujer tentadora, en prostitución, que se dedica a
seducirlo, cómplice de la madre, es mucho más impactante.
Lo
paradójico de esta película y que es lo que nos debe remitir a la cuestión
social que revela, es que mientras se permite desmitificar a la figura de una
persona que es adorada como dios por miles de millones de personas, que no se
detiene en convertirlo en líder político favorable a la lucha armada, sí se
frena cuando se trata del lugar de la mujer y de los papeles trágicos que le
son asignados: madre decente o prostituta. Y aclaro lo de “madre decente”
porque también, socialmente estigmatizadas, las hay aquellas que no son madres de
“familia”.
Uso la
palabra “trágico” para indicar que la
situación de la mujer pareciera ser un destino marcado por el universo y del
qué no puede alejarse, no puede liberarse sino que está condenada a repetirlo
incansablemente. Íntimamente relacionado a esto está la cuestión de la
maternidad. Fíjense hasta qué punto está presente en la sociedad de nuestros
tiempos, que cuando aquellas que no tuvieron hijos se acercan a los treinta
años entran en crisis. Angustia y culpa las comienzan a invadir porque no están
cumpliendo con el mandato, no están llegando a lo que se supone que es la
experiencia máxima para toda mujer: ser madre.
La medicina
aporta nuevas posibilidades como la inseminación artificial, por la que pueden
prescindir de la intervención de un hombre, o incluso algunas acceden a un
hombre solamente para quedar embarazadas, porque lo importante no es el vínculo
con un par, sino la concreción de la maternidad.
Esto sin
hablar de aquellas parejas que prefieren el trámite corto, comprar un bebé. El
acto fundacional de esta fallida para siempre maternidad es la compra de un
objeto humano, la apropiación y el cambio de su identidad. Aquí aparece
claramente mostrado el origen violento e impuesto de esa vinculación.
En todos
estos casos el hijo no es la resultante de una relación, aunque fuese casual,
sino del deseo de alguien de acceder a un título, a una experiencia que le dará
sentido a su vida. El hijo, para siempre, queda marcado como el suplemento, lo
segundo que viene a completar a esa mujer.
A partir de
ese momento el vínculo ya queda marcado, y como lo muestra la película, María
no quiso dejar de ser “madre” en el sentido de la que posee un hijo, y por eso
no pudo aceptar a Jesús en su libertad para elegir por dónde ir, buscó interrumpir
sus “sueños”. Al final Jesús muere pero cumpliendo su ideal, llevando a cabo el
sentido que le había dado a su propia vida, muy distinto sería seguir vivo para
cumplir el sueño de su madre.
Es
necesario que la semilla brote para generar nueva vida, que el bebé salga de la
panza y comience su independencia. Por eso cuando a Jesús le dijeron que su
madre y hermanos lo esperaban, él contestó que su familia era la que estaba
junto a él, la que lo seguía y acompañaba en la tarea que se había dado. Rompe
con la sangre, con el apellido, con la tradición, se da un nombre propio y es
así que declara su adultez y su no-dependencia, ya ha dejado de ser hijo para
ser hombre.
Quienes no
atraviesan este momento quedarán hijos por siempre, no importa que hagan en lo
externo, podrán llegar a tener cientos de hijos, a ser héroes nacionales, o gobernantes de millones, pero lo cierto es que su vida estará signada
por el hecho de ser el que vino a darle un sentido a esa mujer convirtiéndola
en “ madre”.
Anna Lea Merritt |
La
subjetividad del hombre esta partida, por un lado el mandato social de
acercarse a la mujer y formar una familia, la heterosexualidad como norma, la
virilidad que se prueba por la capacidad de conquista y de satisfacer a una
mujer, y por el otro, el temor a que ella nos domine, que nos vuelva
“pollerudos” y nos someta sobre todo con su cuerpo, con su sexualidad,
recordemos aquella frase que dice que
tres pelos tiran más que una yunta de bueyes. El deseo nos acerca pero siempre
esta un alerta, algo que nos aleja y nos hace sentir más seguros entre hombres.
Casi todos los chistes machistas hacen referencia a esto. La mujer debe ser
mantenida alejada, en un espacio diferente y subestimado por aquello de “son
cosas de mujeres”.
Esta
ambivalencia está presente, en mayor o menor grado según la historia de cada
hombre. Amor y miedo que puede convertirse en odio, transitan nuestras
relaciones. Una muestra acabada de todo
esto son los casos de acoso en que la mujer aparece como muy atrayente y al
mismo tiempo como lo que debe ser denigrado, se le debe meter mano, se la debe
presionar en el trabajo, se la debe hacer sentir inferior y sin salida. Las
miradas acosadoras de los hombres que se fijan en la mujer y no la dejan aún
cuando ella da muestras de incomodidad. Por no hablar también de los famosos
piropos que muchas veces son insultos apenas disfrazados. Hasta culminar en las situaciones más graves
como son las violencias de género
intrafamiliar y los feminicidios que antes románticamente eran llamados
“crímenes pasionales”, cuando en realidad son asesinatos a mujeres por el hecho
de ser mujeres.
No quiero
que se entienda que anudo la violencia del hombre hacia la mujer con haber
tenido una madre sobreprotectora o abandónica, porque no es la intención de
estas palabras. Sí lo es mostrar como aún en películas que quieren transgredir
las normas se cuida que no se revierta el papel de la mujer y como eso ya es un
acto de violencia que determina como si fuera un destino a más de la mitad de
la humanidad; y por el otro como esa misma violencia actúa sobre los hombres
para convertirlos en gendarmes que deben con su miedo y violencia sostener a
las mujeres en esa posición.
Madres e hijos. Jorge Vega |
Los
estereotipos o las metas que otros nos fijan siempre son castradoras, siempre
nos limitan y reducen, no importa cuáles sean estos objetivos , que tan buenos
y deseables parezcan, nos lastiman porque no nos dejan elegir a nosotros,
porque son impuestas y porque nos enceguecen, no nos dejan ver que ser humano,
humana, no pasa por cumplir alguna condición especial.
Y ya que
estamos hablando de las historias sobre Jesús, recuerdo ahora una frase
evangélica que se ajusta a lo que hablamos, y dice:
“Miren cómo
crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan y les digo que ni Salomón en
todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos”
Creo que
también ella es una invitación a despojarnos de tanta exterioridad, de tanto
poseer, o de los deseos de ser tal o cual
cosa o llegar a ser. Dejar de lado todo esto para vivir nuestra vida con la seguridad de
que no tenemos otras, que no hay revancha, por lo que tenemos que aprovechar
todo lo que podamos esta.
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