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Eutanasia. Yo decido
¿Qué es la eutanasia?
Según la Organización Mundial de
la Salud (OMS) es la acción médica de provocar la muerte del paciente.
Es una de las elecciones que más
polémica despierta en todo el mundo, ya que se considera que la vida humana es
lo más importante.
Hay dos maneras de realizar la
eutanasia: por acción directa, por ejemplo proporcionando una inyección letal al enfermo, o por acción indirecta como podría ser dejar
de darle soporte básico para que el paciente no sobreviva.
O sea que la eutanasia consiste en la acción u
omisión del médico, enfermero o auxiliar sanitario que provoca deliberadamente
la muerte del paciente a su propio pedido o de sus familiares, con el fin de
eliminar el dolor.
A partir de acá podemos entrar en disquisiciones de
detalle, que aunque son importantes, requieren de conocimientos especiales,
como por ejemplo saber que no toda vez que se suspende un soporte vital,
como el alimento o el agua vía sonda, se comete eutanasia. Es el caso en que el
soporte deja de cumplir las funciones previstas por ejemplo, cuando deja de
hidratar, o cuando el paciente entra en estado agónico en la etapa final de esa
evolución. En cambio, sí es eutanasia
la ayuda o la cooperación a un suicidio, aunque sea para evitar sufrimientos o porque la calidad de vida de la persona no
alcanza un mínimo aceptable por enfermedades degradantes o la ancianidad
avanzada.
También interviene en esto el
concepto que se tenga acerca de la
muerte. Hoy se considera que la persona ha fallecido cuando hay muerte encefálica,
aunque su corazón siga latiendo. Llegado a este punto se debe retirar el
soporte.
En nuestra charla no es el aspecto
médico el que más nos interesa, aunque a través de este podemos ver que hay una
serie de límites y consideraciones tanto éticas como legales que deben ser
tenidas en cuenta.
En nuestra sociedad ya sea a partir del momento de la concepción hasta el nacimiento, como la
muerte, se hallan cargados de enorme significado. Por eso todo lo referente a
la anticoncepción, al aborto y en el otro punto, a la eutanasia y el suicidio aparece
como sumamente conflictivos.
¿Quiénes deciden sobre estos
aspectos fundamentales?
Por ahora a los simples humanos que
los tenemos que vivir se nos ha quitado la posibilidad de elección. Son los
gobiernos, las leyes, las religiones quienes deciden por nosotros, cuando es
nuestro cuerpo, es nuestra vida y nuestra propia moral la que esta en juego. No
estoy hablando de aquellos casos en que mi acción compromete la salud o la vida
de otra persona, como podría ser lastimar o matar a otro ser humano; estoy
hablando cuando son mi propio cuerpo, mi estar en el planeta, mi dolor físico o
mental el que me agobia.
Me motivó a reflexionar sobre este
tema una noticia que informaba que una persona transexual, tras haber
completado su cambio de sexo, no aceptó su nueva condición y solicitó se la autorizase
a morir por sentirse un "monstruo" tras su transformación física. El
Estado belga aceptó su petición de morir alegando un "sufrimiento
psicológico insoportable". *
En este caso el deterioro
importante de la calidad de vida no es
debido a una enfermedad física incurable sino a un sufrimiento psicológico
calificado de “insoportable”. Esta última
palabra nos da una clave, fuera de mí nadie puede decirme que es, repito, para
mí, soportable o no, solamente yo puede calificar mi sufrimiento. Esto implica
un corrimiento de la autoridad médica o moral, ellas en todo caso quedan como
observadoras o testigos, el centro es de quien padece, el único que puede hablar
por sí mismo y decir qué siente y si quiere seguir soportando ese dolor o no.
Saber qué pasa en otros países,
conocer otros pensamientos, muchas veces es liberador, abre nuevas puertas o
preguntas. Yo desconocía que Bélgica legalmente ya tuviera en parte resueltas
estas cuestiones. Es más, esta práctica que fue aprobada en el 2002 y es cada
vez más utilizada, actualmente una de cada 50 muertes en ese país se debe a
ella.
A continuación expondré un párrafo que no merece comentario, que a
todas luces muestra la arbitrariedad y capricho con que desde una situación de poder algunos se
expresan en relación a estos temas.
“No todos
los asuntos morales tienen el mismo peso moral que el aborto y la eutanasia.
Por ejemplo, si un católico discrepara con el Santo Padre sobre la aplicación
de la pena de muerte o en la decisión de hacer la guerra, éste no sería
considerado por esta razón indigno de presentarse a recibir la Sagrada
Comunión. Aunque la Iglesia exhorta a las autoridades civiles a buscar la paz,
y no la guerra, y a ejercer discreción y misericordia al castigar a criminales,
aún sería lícito tomar las armas para repeler a un agresor o recurrir a la pena
capital. Puede haber una legítima diversidad de opinión entre católicos
respecto de ir a la guerra y aplicar la pena de muerte, pero no, sin embargo,
respecto del aborto y la eutanasia.”
Estas palabras son del ex papa Benedicto XVI, en
una carta de Joseph Ratzinger al cardenal Theodore McCarrick, arzobispo de
Washington DC del año 2004. **
O sea que yo como hombre o mujer no puedo decidir
sobre esa célula originada en una relación sexual y que si no hago algo,
seguirá su desarrollo hasta convertirse en una persona que no deseo, ni quiero,
tampoco puedo decidir sobre la finalización de mi vida, esto lo tengo vedado
sin posibilidad alguna de discusión, pero, y esto es lo interesante, sí puedo
decretar una guerra, ordenar bombardear ciudades, como Hiroshima o Nagasaki,
matar miles de personas y dejar aún muchas más con secuelas irreparables. Si
esto no fuera real, si esto no estuviera decretado desde uno de los grandes
poderes de la tierra, sería considerado un absurdo sacado de alguna mala
comedia.
Esto no es nuevo, ya en 1995 el papa Juan
Pablo II en la encíclica Evangelium Vitae dijo:
“El hombre, rechazando u olvidando su relación fundamental
con Dios, cree ser criterio y norma de sí mismo y piensa tener el derecho de
pedir incluso a la sociedad que le garantice posibilidades y modos de decidir
sobre la propia vida en plena y total autonomía.”
O sea que no
podemos ser “criterio y norma” de nosotros mismos porque eso significaría
reconocer nuestra soberanía, nuestro poder de decisión y autonomía. Eso sería
romper las cadenas que nos hacen bajar la cabeza ante otros humanos, porque no
nos engañemos, este no es un asunto con ningún dios, sino con esos hombres que
se titulan profetas, oráculos, vicarios de dios, porque son ellos los que nos
quieren fijar las normas, son ellos los que nos dicen que no puedo tener una
muerte asistida o un aborto legal pero sí me autorizan a matar en una guerra, a
torturar o a hacer vuelos de la muerte, si eso beneficia sus intereses.
Es más que obvio
que ninguno de nosotros ha podido elegir ser concebido o nacer, ni siquiera en
qué circunstancias, si además tampoco
podemos elegir nuestra muerte, la vida ya no es una elección, ya no es un
regalo, sino una imposición, una obligación. De este modo también se nos ha
arrebatado poder elegir vivir, poder elegir gozar plenamente porque ahora todo
esta marcado por la obligación de vivir. Claro, igualmente tengo la opción del
suicidio, de dejar a un lado estas ordenanzas, pero será un acto solitario,
intrascendente, que no otorgará derechos a otros, todo lo contrario,
seguramente aparecerán algunos psicólogos moralizantes que fácilmente dirán que
mi suicidio obedece a causas patológicas, a traumas infantiles.
Una auténtica muerte digna, la
eutanasia, implica nuestro derecho a no sufrir inútilmente, a que se respete
nuestra libertad de conciencia, a conocer la verdad de la propia
situación, a decidir por nosotros mismos sobre las intervenciones a las que seremos
sometidos, a mantener un diálogo confiado con los médicos, familiares, amigos,
a recibir asistencia espiritual si la deseamos. Estos derechos legitiman la decisión de
renunciar a los tratamientos excepcionales en la fase terminal. Todo esto en el
caso de una enfermedad, y si no la hubiere, si fuera únicamente un sufrimiento
personal y que como tal no tiene porque ser entendido por los demás, o
simplemente haber llegado a un punto de sinsentido, de vacío y decido de manera
conciente terminar con mi vida, también es un acto de crueldad que se me
obligue a continuar o a convertir mi muerte en un suicidio, en un acto más de
padecimiento, de angustia, para mí y para quienes me aman.
Este es otro derecho a conseguir,
este es otro límite que tenemos que imponerle a los sádicos de siempre, a
quienes disfrutan y también se enriquecen con la muerte y el dolor de los
demás.
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