sábado, 12 de octubre de 2013

69 - Eutanasia. Yo decido

69
Eutanasia. Yo decido


¿Qué es la eutanasia?
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) es la acción médica de provocar la muerte del paciente.
Es una de las elecciones que más polémica despierta en todo el mundo, ya que se considera que la vida humana es lo más importante.
Hay dos maneras de realizar la eutanasia: por acción directa, por ejemplo proporcionando  una inyección letal al enfermo,  o por acción indirecta como podría ser dejar de darle soporte básico para que el paciente no sobreviva.
O sea que  la eutanasia consiste en la acción u omisión del médico, enfermero o auxiliar sanitario que provoca deliberadamente la muerte del paciente a su propio pedido o de sus familiares, con el fin de eliminar el dolor. 

A partir de acá podemos entrar en disquisiciones de detalle, que aunque son importantes, requieren de conocimientos especiales, como por ejemplo saber que  no toda vez que se suspende un soporte vital, como el alimento o el agua vía sonda, se comete eutanasia. Es el caso en que el soporte deja de cumplir las funciones previstas por ejemplo, cuando deja de hidratar, o cuando el paciente entra en estado agónico en la etapa final de esa evolución.  En cambio, sí es eutanasia la ayuda o la cooperación a un suicidio, aunque sea para evitar sufrimientos o  porque la calidad de vida de la persona no alcanza un mínimo aceptable por enfermedades degradantes o la ancianidad avanzada.

También interviene en esto el concepto que se tenga acerca de la  muerte. Hoy se considera que la persona  ha fallecido cuando hay muerte encefálica, aunque su corazón siga latiendo. Llegado a este punto se debe retirar el soporte.

En nuestra charla no es el aspecto médico el que más nos interesa, aunque a través de este podemos ver que hay una serie de límites y consideraciones tanto éticas como legales que deben ser tenidas en cuenta.



En nuestra sociedad  ya sea a partir del momento de  la concepción hasta el nacimiento, como la muerte, se hallan cargados de enorme significado. Por eso todo lo referente a la anticoncepción, al aborto y en el otro punto, a la eutanasia y el suicidio aparece como sumamente conflictivos.

¿Quiénes deciden sobre estos aspectos fundamentales?

Por ahora a los simples humanos que los tenemos que vivir se nos ha quitado la posibilidad de elección. Son los gobiernos, las leyes, las religiones quienes deciden por nosotros, cuando es nuestro cuerpo, es nuestra vida y nuestra propia moral la que esta en juego. No estoy hablando de aquellos casos en que mi acción compromete la salud o la vida de otra persona, como podría ser lastimar o matar a otro ser humano; estoy hablando cuando son mi propio cuerpo, mi estar en el planeta, mi dolor físico o mental el que me agobia.

Me motivó a reflexionar sobre este tema una noticia que informaba que una persona transexual, tras haber completado su cambio de sexo, no aceptó su nueva condición y solicitó se la autorizase a morir por sentirse un "monstruo" tras su transformación física. El Estado belga aceptó su petición de morir alegando un "sufrimiento psicológico insoportable". *

En este caso el deterioro importante de la calidad de vida  no es debido a una enfermedad física incurable sino a un sufrimiento psicológico calificado de “insoportable”.  Esta última palabra nos da una clave, fuera de mí nadie puede decirme que es, repito, para mí, soportable o no, solamente yo puede calificar mi sufrimiento. Esto implica un corrimiento de la autoridad médica o moral, ellas en todo caso quedan como observadoras o testigos, el centro es de quien padece, el único que puede hablar por sí mismo y decir qué siente y si quiere seguir soportando ese dolor o no.
Saber qué pasa en otros países, conocer otros pensamientos, muchas veces es liberador, abre nuevas puertas o preguntas. Yo desconocía que Bélgica legalmente ya tuviera en parte resueltas estas cuestiones. Es más, esta  práctica que fue aprobada en el 2002 y es cada vez más utilizada, actualmente una de cada 50 muertes en ese país se debe a ella.



A continuación expondré  un párrafo que no merece comentario, que a todas luces muestra la arbitrariedad y capricho con que  desde una situación de poder algunos se expresan en relación a estos temas.

“No todos los asuntos morales tienen el mismo peso moral que el aborto y la eutanasia. Por ejemplo, si un católico discrepara con el Santo Padre sobre la aplicación de la pena de muerte o en la decisión de hacer la guerra, éste no sería considerado por esta razón indigno de presentarse a recibir la Sagrada Comunión. Aunque la Iglesia exhorta a las autoridades civiles a buscar la paz, y no la guerra, y a ejercer discreción y misericordia al castigar a criminales, aún sería lícito tomar las armas para repeler a un agresor o recurrir a la pena capital. Puede haber una legítima diversidad de opinión entre católicos respecto de ir a la guerra y aplicar la pena de muerte, pero no, sin embargo, respecto del aborto y la eutanasia.”
Estas palabras son del ex papa Benedicto XVI, en una carta de Joseph Ratzinger al cardenal Theodore McCarrick, arzobispo de Washington DC del año 2004. **

O sea que yo como hombre o mujer no puedo decidir sobre esa célula originada en una relación sexual y que si no hago algo, seguirá su desarrollo hasta convertirse en una persona que no deseo, ni quiero, tampoco puedo decidir sobre la finalización de mi vida, esto lo tengo vedado sin posibilidad alguna de discusión, pero, y esto es lo interesante, sí puedo decretar una guerra, ordenar bombardear ciudades, como Hiroshima o Nagasaki, matar miles de personas y dejar aún muchas más con secuelas irreparables. Si esto no fuera real, si esto no estuviera decretado desde uno de los grandes poderes de la tierra, sería considerado un absurdo sacado de alguna mala comedia.

Esto no es nuevo, ya en 1995 el papa Juan Pablo II en la encíclica Evangelium Vitae dijo:
“El hombre, rechazando u olvidando su relación fundamental con Dios, cree ser criterio y norma de sí mismo y piensa tener el derecho de pedir incluso a la sociedad que le garantice posibilidades y modos de decidir sobre la propia vida en plena y total autonomía.”

O sea que no podemos ser “criterio y norma” de nosotros mismos porque eso significaría reconocer nuestra soberanía, nuestro poder de decisión y autonomía. Eso sería romper las cadenas que nos hacen bajar la cabeza ante otros humanos, porque no nos engañemos, este no es un asunto con ningún dios, sino con esos hombres que se titulan profetas, oráculos, vicarios de dios, porque son ellos los que nos quieren fijar las normas, son ellos los que nos dicen que no puedo tener una muerte asistida o un aborto legal pero sí me autorizan a matar en una guerra, a torturar o a hacer vuelos de la muerte, si eso beneficia sus intereses.

Es más que obvio que ninguno de nosotros ha podido elegir ser concebido o nacer, ni siquiera en qué circunstancias,  si además tampoco podemos elegir nuestra muerte, la vida ya no es una elección, ya no es un regalo, sino una imposición, una obligación. De este modo también se nos ha arrebatado poder elegir vivir, poder elegir gozar plenamente porque ahora todo esta marcado por la obligación de vivir. Claro, igualmente tengo la opción del suicidio, de dejar a un lado estas ordenanzas, pero será un acto solitario, intrascendente, que no otorgará derechos a otros, todo lo contrario, seguramente aparecerán algunos psicólogos moralizantes que fácilmente dirán que mi suicidio obedece a causas patológicas, a traumas infantiles.

Una auténtica muerte digna, la eutanasia, implica nuestro derecho a no sufrir inútilmente, a que se respete nuestra libertad de  conciencia, a conocer la verdad de la propia situación, a decidir por nosotros mismos  sobre las intervenciones a las que seremos sometidos, a mantener un diálogo confiado con los médicos, familiares, amigos, a recibir asistencia espiritual si la deseamos.  Estos derechos legitiman la decisión de renunciar a los tratamientos excepcionales en la fase terminal. Todo esto en el caso de una enfermedad, y si no la hubiere, si fuera únicamente un sufrimiento personal y que como tal no tiene porque ser entendido por los demás, o simplemente haber llegado a un punto de sinsentido, de vacío y decido de manera conciente terminar con mi vida, también es un acto de crueldad que se me obligue a continuar o a convertir mi muerte en un suicidio, en un acto más de padecimiento, de angustia, para mí y para quienes me aman.



Este es otro derecho a conseguir, este es otro límite que tenemos que imponerle a los sádicos de siempre, a quienes disfrutan y también se enriquecen con la muerte y el dolor de los demás.







La mayoría de las IMAGENES han sido tomadas desde la web, si algún autor no está de acuerdo en que aparezcan por favor enviar un correo a  alberto.b.ilieff@gmail.com y serán retiradas inmediatamente. Muchas gracias por la comprensión.











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