miércoles, 7 de mayo de 2014

101 - Selfie

101

Selfie

Indudablemente estamos en una época en la que la tecnología abre nuevas e impensadas posibilidades, muchas de ellas desconcertantes para quienes tenemos algunos años de caminar en este planeta.  Por ejemplo, de manera impensada, de pronto, de forma  totalmente independiente de la mirada de los adultos, y como corresponde, de nuestra autorización,  los jóvenes abren caminos para su expresión.

Se mira, se pone en pose, levanta su teléfono celular, el flash ilumina su piel. Mira la foto, se gusta, busca sus contactos y la manda.

Estoy hablando de las llamadas selfies que no son otra cosa que especies de autorretratos, de fotos que la persona misma se saca y luego hace públicas mandándolas en mensajes telefónicos a sus amigos o subiéndolas a las redes sociales. De este modo lo que comienza siendo un acto individual, de la persona en relación con su propia imagen, se convierte en público, tanto que una vez accedida la imagen a internet o aún a los teléfonos, escapa al poder de control y preservación del fotógrafo y es lanzada a las ondas que surcan el mundo.
El deseo de impactar, de ser visto y volverse popular, tan típico de la adolescencia, es el que impulsa a quienes resultan ser fotógrafos y publicistas al mismo tiempo.

Es desde acá que podemos pensar diferentes líneas, todas inacabadas porque esto está sucediendo ahora, también es inacabado, y no sabemos hacia dónde irá, ni siquiera sabemos si irá  mucho más allá de esto,  tampoco tenemos la distancia suficiente como para poder medirlo.

Voy a centrarme en la selfie sexual la que ya no se trata del autorretrato que muestra la cara, la expresión de alguien. Esto pareciera que no alcanza, es necesario  que la imagen este sexualizada, que sea provocativa, las chicas en posturas aprendidas de la televisión o de tapas de revistas y los varones en postura de macho mostrando su desnudez.  Y esto también es significativo, el cuerpo y su sexualidad son las estrellas.

Es el cuerpo semi o directamente desnudo, son los genitales expuestos, incluso el acto sexual autoerótico o compartido.  Es todo aquello que por tanto tiempo fue prohibido, rechazado, oculto lo que hace explosión en las manos de las y los jóvenes.






¿Podemos calificar de exhibicionistas estas conductas?



No podemos negar el deseo de mostrarse y de impactar  que es más que evidente, pero me parece que este fenómeno no se agota en esto. Calificar de manera cuasi psiquiátrica y por lo tanto peyorativa a estos hechos  nos alejarán de su comprensión como fenómeno social, compartido por los jóvenes sin distinción de clase social.  Se trata de algo masivo, y evidentemente comunicacional. Es una forma de autoexpresión que trasmite un mensaje.

Quizá debamos ver en esto todo un acto revolucionario, disruptivo, que hace añicos las condiciones previas que nos fueron impuestas, por ejemplo la división entre lo que es privado y que, por lo tanto, debe quedar dentro de la intimidad de la propia casa, de la pareja, y lo público, lo destinado a todos y todas.

Algo que se nos escapa en esta consideración es que indudablemente la selfie es producto de una comunidad, un mensaje entre pares, una forma de integrarse y también de cohesionar al grupo. Porque la cámara es el tercero, son todos mis amigos y conocidos, es el mundo en que soy alguien que está ahí contemplando lo que hago. Es una forma de compartirse, de entregarse a todos quienes están  presentes en la cámara. Desde siempre ella fue intermediaria, o más precisamente, representante de quienes luego recibirán, verán, la fotografía.  ¿Podemos pensar que es una especie de sexo grupal sublimado?  Es el juego de lo virtual, que podemos tomarlo como que es y no es al mismo tiempo y con igual verosimilitud, porque en el momento en que levanto la cámara esos otros no están, pero sí están en mi motivación, como causa y destino, como terceros para los que también realizo la escena. Y si en lugar de una foto es una cámara de video que está trasmitiendo, ya todo sucede en tiempo real, es en este aquí y ahora que estoy con mi cuerpo, con mi sexo y también con esos otros que desde algún lugar están conmigo y con las emociones y excitaciones que les provoco.
Lo que compartimos no es cualquier cosa, es lo íntimo que al mismo tiempo es lo transgresor, lo que rompe con el pasado y la tradición, lo que impone una nueva visión.
Aquello que estuvo cubierto de vergüenza, encorsetado, cubierto de telas, puntillas, botones, corbatas, la sede del pecado y de nuestra condenación, destinado únicamente para el sacramento matrimonial, es despojado de su aureola y  dejado en la impudicia, que según la Real Academia es “deshonestidad, falta de recato y pudor”.
Al pecado se le quita el velo y se lo expone públicamente pero esta vez no es para el escarnio, no vendrán pedradas homicidas, ni excomuniones u hogueras.
Ser mirado, ser visto es lo que en ese momento me arma, me integra y sobre todo con mi sexualidad.




Me resulta difícil expresar todo esto sin repetir constantemente palabras como “cuerpo” y “sexualidad” o “sexo”, seguramente es porque las sefies sexuales son precisamente solo esto, sin palabras, sin sonidos ni movimientos. No pretenden ser un relato, un legado a la posteridad, un mensaje a descifrar, aunque también puedan ser todo esto.


¿Cómo juega la inmediatez?
En mi vida que en términos históricos no es tan larga,  me he constituido en testigo y al mismo tiempo participante del cambio del tiempo. Tomo como ejemplo el café. Recuerdo que en mi infancia era un proceso que llevaba bastante tiempo: hervir el agua, poner el café en el filtro, hacer pasar por él el agua, y luego de eso servirlo. Llegó luego el instantáneo, unas cucharadas en la taza, azúcar, y agua caliente y listo. Los más exquisitos lo preferían batido, con espuma, lo que sí llevaba más tiempo. Con las cafeteras eléctricas  casi se prescinde de nuestra actividad, es poner agua fría y el café en el lugar indicado, encenderla y  al rato ya tenemos la preparación.  Nuestros hijos son de esta época de tiempos que se van acortando y en los que se puede hacer café, estar con la computadora y hablar por teléfono todo al mismo tiempo, y quizá cada tanto echar una mirada al televisor encendido.
La rapidez, el ya mismo, es parte de esto que para sus autores es un simple juego, me saco la foto y  ahora, sin necesidad de procesos mayores o esperas, puedo mandarla a mis amigos, y sé que en unos instantes ellos las recibirán y me contestarán y hasta puedo imaginar mientras tanto sus reacciones.
Lo mismo sucede cuando subo a internet la imagen, ella de pronto aparece a la vida en millones de aparatos y queda ahí, siempre ahí, en un instante que puede también ser eterno.


Esta vocación de volverse imperecedera de la imagen quizá sea la que impulsó a aquellos pintores de las cavernas  y a partir de ellos a todos los que siguieron detrás, pero seguramente no es esto lo que motiva a los adolescentes, para ellos la inmortalidad no tiene sentido, su presente es tan urgente y agotador en su presencia que el tiempo, todo el tiempo de manera concentrada, es eso que están viviendo.

Es su cuerpo desnudo, su sexualidad emancipada que recorre los mundos virtuales para gritar que existen, que tienen vida.

Quizá los jóvenes puedan quitar de lo corporal la suciedad, la descomposición del pecado y la carne con que fue infectada y recuperar aquella visión de lo bello, de la armonía en las formas, la concreción del equilibrio de las constelaciones, pero ya no como línea pura, ideal, despojada, sino como encarnación, como redondeces y miembros plenos.

En estos temas es muy fácil caer en la aceptación o el rechazo, ambas posturas nos alejan y no nos ayudan a comprender.
 Es un proceso cultural que los humanos estamos construyendo en este mismo momento, y como tal debe tener muchísimos y variados antecedentes. Muchas son las líneas que se cruzan y los límites que si antes eran difusos, ahora lo son más, por ejemplo la separación entre erotismo y pornografía, entre privado y público, la  interrogación acerca de qué es lo íntimo.
No debemos pensar que esto es algo de los jóvenes, quizá ya comenzó cuando Miguel Ángel y sus contemporáneos se atrevieron a desnudar a sus modelos y ponerlos en pleno Vaticano, cuando la desnudez salió de los prostíbulos y los teatros de mala fama y se pudo ver en el cine arte, en escenarios de calidad, y también en la televisión “de entretenimiento” y hasta se atrevió a presentarse en las playas.

Indudablemente se inscribe en una significación de lo corporal que se está construyendo en este mismo momento y que no solamente aparece en la selfie, también se evidencia en las cirugías plásticas que lo modifican para embellecerlo según el concepto de moda, en las dietas, en la gimnasia casi obligada, en la sexualidad también exigida  al punto que ser virgen pasada la primera adolescencia es tener algún tipo de trastorno, en la flacura o musculación, en fin, de variedad de hechos que sumados nos hablan de un interés muy importante alrededor de todo lo corporal, su belleza y sexualidad.   



Dando vueltas por internet descubrí que esto de autorretratarse con una cámara no es nuevo, al parecer la primera fue en 1839 en Filadelfia. Luego en 1920 cinco fotógrafos se reunieron y se autofotografiaron con la cámara de su negocio. Claro,  en ese momento no la mandaron al ciberespacio porque todavía no se podía.








 La mayoría de las IMAGENES han sido tomadas desde la web, si algún autor no está de acuerdo en que aparezcan por favor enviar un correo a  alberto.b.ilieff@gmail.com y serán retiradas inmediatamente. Muchas gracias por la comprensión.


Se puede disponer de las notas publicadas siempre y cuando se cite al autor/a y la fuente.








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