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Selfie
Indudablemente
estamos en una época en la que la tecnología abre nuevas e impensadas
posibilidades, muchas de ellas desconcertantes para quienes tenemos algunos
años de caminar en este planeta. Por
ejemplo, de manera impensada, de pronto, de forma totalmente independiente de la mirada de los
adultos, y como corresponde, de nuestra autorización, los jóvenes abren caminos para su expresión.
Se mira, se
pone en pose, levanta su teléfono celular, el flash ilumina su piel. Mira la
foto, se gusta, busca sus contactos y la manda.
Estoy
hablando de las llamadas selfies que no son otra cosa que especies de
autorretratos, de fotos que la persona misma se saca y luego hace públicas
mandándolas en mensajes telefónicos a sus amigos o subiéndolas a las redes
sociales. De este modo lo que comienza siendo un acto individual, de la persona
en relación con su propia imagen, se convierte en público, tanto que una vez
accedida la imagen a internet o aún a los teléfonos, escapa al poder de control
y preservación del fotógrafo y es lanzada a las ondas que surcan el mundo.
El deseo de
impactar, de ser visto y volverse popular, tan típico de la adolescencia, es el
que impulsa a quienes resultan ser fotógrafos y publicistas al mismo tiempo.
Es desde
acá que podemos pensar diferentes líneas, todas inacabadas porque esto está
sucediendo ahora, también es inacabado, y no sabemos hacia dónde irá, ni
siquiera sabemos si irá mucho más allá
de esto, tampoco tenemos la distancia
suficiente como para poder medirlo.
Voy a
centrarme en la selfie sexual la que ya no se trata del autorretrato que
muestra la cara, la expresión de alguien. Esto pareciera que no alcanza, es
necesario que la imagen este sexualizada,
que sea provocativa, las chicas en posturas aprendidas de la televisión o de
tapas de revistas y los varones en postura de macho mostrando su desnudez. Y esto también es significativo, el cuerpo y
su sexualidad son las estrellas.
Es el
cuerpo semi o directamente desnudo, son los genitales expuestos, incluso el
acto sexual autoerótico o compartido. Es
todo aquello que por tanto tiempo fue prohibido, rechazado, oculto lo que hace
explosión en las manos de las y los jóvenes.
¿Podemos
calificar de exhibicionistas estas conductas?
No podemos
negar el deseo de mostrarse y de impactar
que es más que evidente, pero me parece que este fenómeno no se agota en
esto. Calificar de manera cuasi psiquiátrica y por lo tanto peyorativa a estos
hechos nos alejarán de su comprensión
como fenómeno social, compartido por los jóvenes sin distinción de clase
social. Se trata de algo masivo, y
evidentemente comunicacional. Es una forma de autoexpresión que trasmite un
mensaje.
Quizá
debamos ver en esto todo un acto revolucionario, disruptivo, que hace añicos
las condiciones previas que nos fueron impuestas, por ejemplo la división entre
lo que es privado y que, por lo tanto, debe quedar dentro de la intimidad de la
propia casa, de la pareja, y lo público, lo destinado a todos y todas.
Algo que se
nos escapa en esta consideración es que indudablemente la selfie es producto de
una comunidad, un mensaje entre pares, una forma de integrarse y también de
cohesionar al grupo. Porque la cámara es el tercero, son todos mis amigos y
conocidos, es el mundo en que soy alguien que está ahí contemplando lo que
hago. Es una forma de compartirse, de entregarse a todos quienes están presentes en la cámara. Desde siempre ella
fue intermediaria, o más precisamente, representante de quienes luego
recibirán, verán, la fotografía.
¿Podemos pensar que es una especie de sexo grupal sublimado? Es el juego de lo virtual, que podemos tomarlo
como que es y no es al mismo tiempo y con igual verosimilitud, porque en el
momento en que levanto la cámara esos otros no están, pero sí están en mi
motivación, como causa y destino, como terceros para los que también realizo la
escena. Y si en lugar de una foto es una cámara de video que está trasmitiendo,
ya todo sucede en tiempo real, es en este aquí y ahora que estoy con mi cuerpo,
con mi sexo y también con esos otros que desde algún lugar están conmigo y con
las emociones y excitaciones que les provoco.
Lo que
compartimos no es cualquier cosa, es lo íntimo que al mismo tiempo es lo
transgresor, lo que rompe con el pasado y la tradición, lo que impone una nueva
visión.
Aquello que
estuvo cubierto de vergüenza, encorsetado, cubierto de telas, puntillas,
botones, corbatas, la sede del pecado y de nuestra condenación, destinado
únicamente para el sacramento matrimonial, es despojado de su aureola y dejado en la impudicia, que según la Real
Academia es “deshonestidad, falta de recato y pudor”.
Al pecado
se le quita el velo y se lo expone públicamente pero esta vez no es para el
escarnio, no vendrán pedradas homicidas, ni excomuniones u hogueras.
Ser mirado,
ser visto es lo que en ese momento me arma, me integra y sobre todo con mi
sexualidad.
Me resulta
difícil expresar todo esto sin repetir constantemente palabras como “cuerpo” y
“sexualidad” o “sexo”, seguramente es porque las sefies sexuales son
precisamente solo esto, sin palabras, sin sonidos ni movimientos. No pretenden
ser un relato, un legado a la posteridad, un mensaje a descifrar, aunque
también puedan ser todo esto.
¿Cómo juega
la inmediatez?
En mi vida
que en términos históricos no es tan larga,
me he constituido en testigo y al mismo tiempo participante del cambio
del tiempo. Tomo como ejemplo el café. Recuerdo que en mi infancia era un
proceso que llevaba bastante tiempo: hervir el agua, poner el café en el
filtro, hacer pasar por él el agua, y luego de eso servirlo. Llegó luego el
instantáneo, unas cucharadas en la taza, azúcar, y agua caliente y listo. Los
más exquisitos lo preferían batido, con espuma, lo que sí llevaba más tiempo.
Con las cafeteras eléctricas casi se
prescinde de nuestra actividad, es poner agua fría y el café en el lugar
indicado, encenderla y al rato ya
tenemos la preparación. Nuestros hijos
son de esta época de tiempos que se van acortando y en los que se puede hacer
café, estar con la computadora y hablar por teléfono todo al mismo tiempo, y
quizá cada tanto echar una mirada al televisor encendido.
La rapidez,
el ya mismo, es parte de esto que para sus autores es un simple juego, me saco
la foto y ahora, sin necesidad de
procesos mayores o esperas, puedo mandarla a mis amigos, y sé que en unos
instantes ellos las recibirán y me contestarán y hasta puedo imaginar mientras
tanto sus reacciones.
Lo mismo
sucede cuando subo a internet la imagen, ella de pronto aparece a la vida en
millones de aparatos y queda ahí, siempre ahí, en un instante que puede también
ser eterno.
Esta
vocación de volverse imperecedera de la imagen quizá sea la que impulsó a
aquellos pintores de las cavernas y a
partir de ellos a todos los que siguieron detrás, pero seguramente no es esto
lo que motiva a los adolescentes, para ellos la inmortalidad no tiene sentido, su
presente es tan urgente y agotador en su presencia que el tiempo, todo el
tiempo de manera concentrada, es eso que están viviendo.
Es su
cuerpo desnudo, su sexualidad emancipada que recorre los mundos virtuales para
gritar que existen, que tienen vida.
Quizá los
jóvenes puedan quitar de lo corporal la suciedad, la descomposición del pecado
y la carne con que fue infectada y recuperar aquella visión de lo bello, de la
armonía en las formas, la concreción del equilibrio de las constelaciones, pero
ya no como línea pura, ideal, despojada, sino como encarnación, como redondeces
y miembros plenos.
En estos
temas es muy fácil caer en la aceptación o el rechazo, ambas posturas nos
alejan y no nos ayudan a comprender.
Es un proceso cultural que los humanos estamos
construyendo en este mismo momento, y como tal debe tener muchísimos y variados
antecedentes. Muchas son las líneas que se cruzan y los límites que si antes
eran difusos, ahora lo son más, por ejemplo la separación entre erotismo y
pornografía, entre privado y público, la interrogación acerca de qué es lo íntimo.
No debemos
pensar que esto es algo de los jóvenes, quizá ya comenzó cuando Miguel Ángel y
sus contemporáneos se atrevieron a desnudar a sus modelos y ponerlos en pleno
Vaticano, cuando la desnudez salió de los prostíbulos y los teatros de mala
fama y se pudo ver en el cine arte, en escenarios de calidad, y también en la
televisión “de entretenimiento” y hasta se atrevió a presentarse en las playas.
Indudablemente
se inscribe en una significación de lo corporal que se está construyendo en
este mismo momento y que no solamente aparece en la selfie, también se
evidencia en las cirugías plásticas que lo modifican para embellecerlo según el
concepto de moda, en las dietas, en la gimnasia casi obligada, en la sexualidad
también exigida al punto que ser virgen
pasada la primera adolescencia es tener algún tipo de trastorno, en la flacura
o musculación, en fin, de variedad de hechos que sumados nos hablan de un
interés muy importante alrededor de todo lo corporal, su belleza y sexualidad.
Dando vueltas por internet descubrí que esto de
autorretratarse con una cámara no es nuevo, al parecer la primera fue en 1839
en Filadelfia. Luego en 1920 cinco fotógrafos se reunieron y se
autofotografiaron con la cámara de su negocio. Claro, en ese momento no la mandaron al ciberespacio
porque todavía no se podía.
La mayoría de las IMAGENES han sido
tomadas desde la web, si algún autor no está de acuerdo en que aparezcan por
favor enviar un correo a
alberto.b.ilieff@gmail.com y serán retiradas inmediatamente. Muchas
gracias por la comprensión.
Se puede disponer de las notas publicadas siempre y
cuando se cite al autor/a y la fuente.
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