sábado, 31 de mayo de 2014

104 - El poeta, ¿un excluido?


104
El poeta, ¿un excluido?


El texto que a continuación les dejo pareciera haber sido escrito ayer pero no es así, fue escrito para una mesa redonda cuyo tema era el del título, que se llevó a cabo en el primer Festival Internacional de Poesía desarrollado en la Feria del Libro del 2006.
Al leerlo recuerdo un comentario de Marx que decía que la filosofía debe servir para cambiar el mundo, y quizá, la poesía también puede hacer otro tanto.
No es que el arte tenga que decir algo determinado aunque siempre nosotros, con nuestra propia capacidad creadora, le damos algún sentido, lo dotamos de significado.
Como todo lo podemos relacionar con todo trazando así líneas que unen puntos más allá de los horizontes, también lo hacemos con las formas, los sonidos, las luces.  Como dice Eduardo Mileo, autor del texto, “nombrando al mundo me completo”.


El poeta, ¿un excluido?
Por Eduardo Mileo

“Lo que por un lado es vacío —lo que escribo se aleja en ese momento de mí—, por el otro es plenitud: nombrando al mundo me completo. Lo que es oscuro y me pierde, laberinto de mí, se vuelve luminoso y claro, espacio abierto. Generación de la mudanza, lucidez del instante, secreción visceral de la conciencia, grito ensimismado, apocalíptica visión del paraíso, cactus, desierto, inundación, potencia, fracaso de la inercia, tormenta en reposo, sexo de los dioses, pájaro del deseo.

La poesía es concentración, y en ella las cosas se manifiestan como extractos, se expresan como agujeros
negros de sentido. La melodía verbal se ajusta en ritmos que combinan frases y silencios y que, en algunos casos, producen la armonía de versos simultáneos. De todos modos, los armónicos de ciertas palabras resuenan en la cámara natural del silencio poético, pueblan los coros del vacío.
Niña nube. Sol Halabi


La belleza que ofrece la poesía es una belleza íntima, porque la poesía nos hace bellos y, en ese trance, nos vuelve dioses de nosotros mismos. Pero en esa operación en la que participamos todos, como poetas o como lectores, la poesía nos hace universales, nos convierte en universo.


Es por eso que, entre todas las cosas, la poesía une mis fragmentos, me establece en la categoría de lo humano, de lo que es capaz de amar. Ante la poesía quedo perplejo: me obliga a mirarla de frente, me impide mentir; soy los que soy sin ambages. Me une y, por tanto, me libera: me pone dentro de mí. Al volverme humano, me desaliena, me corta la retirada, me ubica en la tierra, me da realidad. Por eso también me eleva en un único cuerpo con los que luchan, me solidariza con los trabajadores, porque soy uno de ellos, 
me da el coraje de sentir que soy muchos, y de combatir con todos ellos por otro mundo que —no tengo dudas— está en este.

La poesía es revolucionaria porque violenta el lenguaje, lo mueve, lo deshace, y luego salta hacia el abismo entre los escombros. La poesía es la paria de la literatura, porque no tiene nada que perder, y ha ganado mordiendo lo que de santo tienen nuestras letras. La poesía está excluida porque la poesía es excluyente, y no puede ser de otro modo en un sistema que solamente será poético en sus ruinas.
Parece un contrasentido sentirse excluido en una sociedad en la que la mayoría de la gente está excluida; es por lo menos una contradicción estar excluido en la mayoría. Si la mitad de la población de este país no ha leído un libro en los últimos seis meses, cabría preguntarse cuántos de esa mitad han comido todos los días. Si una gran cantidad de gente en este país carece de agua y vive a la intemperie, el poeta solamente podrá hablar de sed y de frío.

Este viaje fue un error (detalle) Alejandra Pizarnik

Hoy en la Argentina la cultura está vedada a millones de personas que, lejos del placer de la lectura, ni siquiera obtiene el de un plato caliente. Las relaciones sociales de la sociedad capitalista han llegado a tal punto de descomposición que los trabajadores ni siquiera pueden hacer lo mínimo que requiere la subsistencia: vender su fuerza de trabajo por un salario de hambre.
Pero, no obstante esta tragedia, esta glorificación de la miseria humana que es el capitalismo, los que sienten el estilete de la poesía en la garganta continúan dándonos una de las pocas cosas por las cuales nuestra especie puede sentirse orgullosa: las obras del lenguaje humano.

grabador: Utagawa Kuniyoshi



Desde el siglo IV a. C., en que Platón nos echó de su República, los poetas vagamos sin rumbo, y en el siglo XXI nos echan los diarios de sus suplementos literarios, las editoriales de sus catálogos y los funcionarios de sus programas culturales. La poesía ya no es necesaria, porque el capitalismo produce analfabetos.
El poeta es un excluido porque la poesía es exigente, y los defensores de estas relaciones sociales quieren conformismo, lobotomía, anestesia.
El poeta es un excluido porque es un explotado y, como todos los explotados de este país, no vive de lo que crea.



Los capitalistas excluyen a los trabajadores del goce de las mercancías que éstos producen, cuando no los privan del pan, del techo y del abrigo y los incluyen en la larga fila de los desocupados, esa lista negra de la exclusión. Si los trabajadores osan levantar la voz de los piquetes, elevar el puño de la huelga, los capitalistas responden con el silencio de las cárceles y el petróleo de las gendarmerías.
El poeta es un excluido porque la mayoría de este país está excluida. El capitalismo es ya incapaz de alimentar y dar cobijo a sus modernos esclavos, y el poeta canta la desdicha, porque es uno de ellos. Pero los obreros se levantan y luchan por su salario, por su derecho a la protesta, y en esa lucha se alzan contra las armas de sus verdugos, por un mundo donde un ademán no cueste la vida, donde no haya explotadores ni explotados. Y el poeta canta entonces la rebelión, y festeja la libertad de su dicha.
Íntima religión, la poesía es cosmos revelado; anatomía del instinto, es una ética que se hace al andar. Con la poesía desaliento el olvido, diluyo el silencio, habito el universo, invento el amor.”

 
El grito de los excluidos



 Poesía hallada en el bolsillo de un combatiente vietnamita muerto durante la guerra

Ho Thien - El niño que no habló

Tenía doce años aquel niño
vietnamita cuyo nombre no sé
los mercenarios lo capturaron junto a su padre
cuyo nombre no sé, una mañana en los Grandes Altiplanos.
El Boina Verde miró al muchacho flaco
sus ojos de cabra herida y se convenció pronto
de que bastaba amedrentarlo para hacerlo hablar.
Así el Boina Verde dio una rápida orden:
y los mercenarios se llevaron al padre tras la verde muralla
“ahora fuera, muchacho, dinos dónde está el Frente
dinos dónde está el Frente o matamos a tu padre”.
Delgado era el muchacho, delgados sus ojos impávidos
delgada su voz cuando repuso no.
“Un solo minuto, muchacho -aulló el Boina Verde-
para decir dónde está el Frente o hacer morir a tu padre”
y el pulso con el reloj se acercó a su cara,
corría la manecilla un paso tras otro.
“Ya basta, muchacho, faltan diez segundos,
así que fuerza, muchacho, dinos dónde está el Frente”.
Después la manecilla de plata en el pulso del Boina Verde
despedazó con el último paso el tiempo el cielo de los árboles
“maten al viejo” -aulló el Boina Verde
tras la verde muralla se oyeron los rápidos golpes.
El cielo y el bosque quedaron en silencio entonces
y los mercenarios en silencio, sólo el niño lloraba,
en silencio el Boina Verde, sólo el niño
sentado en la tierra lloraba
como lloran los niños cuando muere su padre.
“Rayos -dijo un mercenario al Boina Verde-
el muchacho no sabía nada, hemos matado al viejo por nada”
así se fueron, los mercenarios y el Boina Verde,
en cambio el muchacho sabía. Todo lo sabía, del Frente,
las cuevas, las pistas, los caminos, los nombres.
Y en aquel mismo instante
Inexorablemente protegido por la coraza de su llanto
tierno niño cuyo nombre no sé,
el Frente movía en los Grandes Altiplanos su paso de tigre.
Eso lo ha escrito Ho Thien, de la cuarta unidad de llanura,
lo oyó narrar a una mujer en Dalat sobre los Altiplanos
sesenta días después del año nuevo.







Ilustración: Luis Parejo




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