118
Sólo se trata de comercio
El romanticismo es un movimiento cultural y político
originado a finales del siglo 18 que dio
prioridad a los sentimientos.
Se caracterizó por una importante valoración de lo personal,
lo subjetivo y del individualismo como absoluto, hace un culto de la
personalidad, del yo ante lo general o universal.
Sus héroes y heroínas son rebeldes que luchan por su
libertad, son los que se oponen a la autoridad y transgreden las leyes para
alcanzar esa libertad y el amor, los
espacios en que se mueven no son los luminosos sino los nocturnos, sórdidos,
marginales.
Es el que también da cabida a lo exótico y extravagante.
Es un estilo en que se resalta lo instintivo, lo pasional y
sentimental, lo irracional, lo subjetivo en contraposición a todo lo racional.
De ahí su prédica a favor del sexo libre.
Una nota también característica fue el idealismo extremo que
lo apartaba de la realidad, la que era considerada miserable y materialista, de
ahí que el tema de la muerte, los suicidios, la enfermedad, lejos de ser
rechazados eran buscados o anhelados. Es parte de este idealismo la creación
del amor romántico, excelso, puro, alejado de todo deseo carnal, el papel de la
mujer como devota esposa, abnegada madre, entregada en alma al hombre, la imagen
caballeresca del príncipe azul que llevará a su Dulcinea a un bello mundo de
amor, es el héroe cruzado movido por un alto ideal que se reviste de epopeya.
Se buscaba embellecer, sublimar, adornar la realidad para quitar de ella lo
sórdido, rutinario y convencional.
Esta introducción no es para hablar de arte, sino para
ubicarnos en un discurso actual que busca confundirnos, que se reviste de
términos y características románticas para ocultarnos la realidad.
Por todo el mundo, y esto no es una metáfora, estos grupos
de los que voy a hablar se hallan en todos los continentes con un discurso casi
idéntico, acceden a medios de difusión, a políticos partidarios, a funcionarios
y a ongs, gracias a su enorme poder económico. Se trata de los grupos de tratantes
de personas y proxenetas, que tal es su poder económico que crean
organizaciones no gubernamentales, ponen dinero para una supuesta lucha contra
el HIV, crean asociaciones de mujeres en prostitución, tienen permanente
llegada a legisladores y funcionarios gubernamentales. Ellos revisten a la prostitución con todas las
galas que el romanticismo les presta,
convierten a quienes ejercen esta actividad en una especie de heroínas
transgresoras que luchan por su libertad y derechos. Personas que son víctimas
de una sociedad injusta e hipócrita. Nos hablan de una sexualidad libre,
desprejuiciada, casi se podría decir generosa.
Mantienen un doble discurso que tanto las muestra como
transgresoras, como denunciantes de la doble moral, como las que se enfrentan a
la “moralina”, y al mismo tiempo como
deseosas de integrarse a esa sociedad que señalan, de ser reconocidas por esa
moral hipócrita. En este sentido apunta frases tales como: mi cuerpo es mío,
tenemos derechos, es nuestra elección, elegimos, lo hacemos por propia
voluntad.
Lo irracional del romanticismo se hace evidente en el
discurso en un eslogan a modo de título identificatorio, que resulta ser un
oximorón, esas frases que unen dos
términos opuestos entre sí como por ejemplo “la luz oscura”, “pureza sucia”, y
en nuestro caso se trata del título: trabajadora
sexual.
El sexo en sí mismo es libertad, es un deseo que no obedece
a nuestro ego, a nuestras razones, que no sabe de conveniencias ni de
intereses, tampoco hace caso a momentos y lugares oportunos. Como todo deseo
tiene su propia lógica, no es ciego ni indiferente a la realidad, es sensible,
por esto elige, no cualquiera lo satisface, es cambiante, aquello que ayer
busqué quizá hoy no me satisfaga. Es el
juego librado a sí mismo que busca el placer. Sexo y placer no podemos
separarlos, son la piel encendida y el calor brotado que se solaza con su
propia agitación. No puede ser compelido ni obligado porque es energía, sangre,
potencia, arrebato. Por eso los antiguos para graficarlo no encontraron mejor
manera que convertirlo en dioses: Eros, Afrodita y el juguetón Cupido.
Por otro lado tenemos al trabajo, que podemos caracterizarlo
como la ejecución de tareas que implican un esfuerzo físico o mental y
que tienen como objetivo la producción de bienes y servicios para atender las
necesidades humanas. Todos sabemos de
qué hablamos, lo decimos contantemente: me dio trabajo, fue un trabajo enorme,
cuesta trabajo y otras similares. Ahí no es el placer lo que se busca, aunque
en algunos casos algunas personas puedan unir la obtención de bienes con el
placer. El trabajo, y sobre todo en nuestra sociedad estandarizada, obedece a
reglas, tiene momentos y oportunidades y tiene un método. No se agota en sí
mismo porque su objetivo es la producción.
Mientras el sexo fue convertido en un dios, el trabajo es una maldición
divina. Se dice que cuando los primeros humanos Eva y Adán “pecaron”, entre
otras cosas, dios los condenó a tener que trabajar para comer, para subsistir.
Trabajo y placer obedecen a dos lógicas muy diferentes,
hasta podríamos decir antagónicas. Reglamentar la sexualidad, imponerle cuotas,
horarios, precios es convertirla en un objeto más entre otros tantos, en
definitiva es matarla. De lograrse esto se habría obtenido el sueño del industrialismo
capitalista y de la moral religiosa:
sería el sometimiento del sentir, de la vibración, de la excitación, en otras
palabras, de la persona.
Por esto hablar de “trabajadora/o sexual” es plantear un
imposible, es declarar una mentira, porque si es trabajo carece de sexualidad,
si es sexo nunca puede ser trabajo.
The Economist es una publicación semanal británica dedicada a las relaciones internacionales y la economía. El 80% de sus ventas se producen fuera de Inglaterra, lo que no deja de ser un indicador. Cuenta con una Unidad de Inteligencia que publica informes de situación política y económica de distintos países, en especial del tercer mundo, destinados a los inversores extranjeros.
Esta considerada una publicación liberal,
tanto en lo económico como en lo político y las costumbres. Favorece el libre
comercio, la propiedad privada, la libertad de prensa, las libertades
políticas, la democracia de partidos, y la no intervención de los gobiernos
respecto a los individuos y la empresa privada. Con esta caracterización quiero
mostrar que no se trata de una publicación de “izquierda”, que apoye a
movimientos contestatarios o transgresores, todo lo contrario, su finalidad es
robustecer y sostener el ideario neoliberal. *
La traigo a colación porque es precisamente The Economist
quien viene a romper con el disfraz de libertad y derechos con que el
proxenetismo tapa a la prostitución. Es
ella la que expresa sin tapujos lo que
no se quiere mostrar, dado que está dirigida a un público determinado que son
los poderosos que manejan políticas y economías de los países y deben decidir
sus inversiones.
El artículo que les citaré habla de la prostitución en
internet y concluye que entre las muchas facetas de la prostitución, hay una
que no es ni victimización ni violencia, sino puro negocio, una simple
compra-venta de servicios.
Asegura que internet hará aún más libre ese mercado al
independizarlo del control del
proxenetismo y favorecer la empresa individual, los sitios especializados
permitirán un intercambio y evaluación de oferta y demanda.
Aboga porque los gobiernos se alejen del tema. Según esta
publicación pretender abolir la prostitución o controlarla es una tarea inútil
que los distrae de terminar con la trata de personas y la prostitución
infantil. Los gobiernos deberían dedicarse a desalentar y castigar esos
crímenes y dejar que los adultos que dan su consentimiento sexual lo negocien
en forma segura y privada.
Esta nota periodística no niega la realidad prostituyente,
reconoce la victimización y la violencia, la marginalidad de las víctimas. Tampoco
oculta lo negativo que resulta el turismo sexual y cita expresamente a dos
países que son siempre puestos como ejemplo reglamentarista: Alemania y
Holanda.
Aún aceptando esto, considera que existe una prostitución
sin violencia y conveniente que es la alejada de proxenetas y madamas, un mito
que se impone de la mano del neoliberalismo, la del cuetapropismo y que en nuestro
medio quiere adquirir una forma de cooperativa.
Lo importante y que quiero mostrar es que ni una sola vez se
nombra la palabra “derechos”, ni “sexualidad” “ni cuerpo” y si se habla de
libertad es la del mercado, la del comercio. Rompe con el mito romántico de la
prostitución como un asunto de derechos, de sexualidad o libertad y la muestra
como lo que es, una forma de compra-venta.
*Ver una descripción más completa en
No hay comentarios:
Publicar un comentario