domingo, 17 de agosto de 2014

119 - Palestina

119
Palestina

Las noticias escritas, habladas, virtuales, llenan los espacios con un arrastre que suena a cansancio. No es posible hablar de la muerte, las palabras ante ella se muestran vapor volviendo a la sonoridad vacía que fue su origen.
Palestina queda en la historia como la fuerza por la vida, ella es vida, es lo opuesto a la muerte que la tiene cercada, por ello puede y debe ser nombrada.

Ella no es únicamente aquella pequeña fracción de tierra, es también el espejo que nos refleja, que muestra a este mundo que hemos sabido o no sabido construir.





Las condiciones de vida y también de intento de matar al pueblo palestino es el recordatorio de la
profunda marea de destrucción que recorre la tierra . Más que ser algo local, en el distante Medio Oriente, es global, muestra el dominio de unos, el sometimiento vergonzoso de otros, el desentendimiento de muchos.
Demuestra que la construcción de la paz interesa a pocos  y que los Derechos Humanos son más declarados que cumplidos.

Cabe preguntarse ¿dónde están los estados democráticos que dicen defender la libertad y estar basados en el poder del pueblo?
Cabe preguntarse también ¿dónde están los mecanismos internacionales tan prontos a crear y justificar guerras pero tan incapaces de detenerlas?

¿Para qué sostener un aparato gigantesco como las Naciones Unidas que demuestran ser totalmente ineficaces?
Quizá sea injusto en esto, quizá la ONU cumpla adecuadamente el cometido de sostener y justificar las políticas violentas, de enmascarar con nombres y declaraciones lo que las palabras no pueden decir porque tendrían que poner en la voz  acerca de la muerte, de la destrucción, del dolor, de la injusticia.




Cuántas hipócritas declaraciones acerca de la paz, del diálogo, del entendimiento son escupidas al viento para que no sean escuchadas las explosiones, vistos los misiles o los cadáveres de los niños.

No creo que sea posible llamar conflicto armado o guerra  cuando de un lado hay más de 1.600 muertos y alrededor de 9.000 heridos, la mayoría civiles, y del otro han muerto unas 70 personas, la enorme desproporción habla por sí misma. ¿dónde está la tan mentada peligrosidad de los palestinos? ¿cuál es su poder de fuego que pone en peligro a un estado protegido y abastecido por la potencia imperial? ¿o se trata de una evidente mentira como fueron las supuestas armas químicas de Irak?
Esta enorme diferencia  grita la injusticia que no se quiere nombrar.

Escuelas, hospitales, barrios enteros destruidos. Dirán que son errores, daños colaterales, o seguirán como si nada, como si esa destrucción nada significara.
Si escucho atronar a la diputada israelí Ayelet Shaked al decir que hay que asesinar a todas las madres palestinas porque dan a luz a “pequeñas serpientes” “Tienen que morir y sus casas tienen que ser demolidas. Son nuestros enemigos y nuestras manos deberían estar manchadas de su sangre. Esto se aplica igual a las madres de los terroristas fallecidos.” queda mucho más claro que se trata de un genocidio.

Tendría que escribirlo así, con mayúsculas, GENOCIDIO, porque pareciera que el mundo no se ha enterado, que esta sordo y ciego aunque la masacre puede ser vista y escuchada por televisión.

Hay quienes hablan de las causas, de las razones, de los motivos económicos, religiosos, sociales como si alguno de ellos o todos juntos, justificaran el asesinato de un pueblo indefenso. Y aunque algunos  medios pregonen otra cosa, se trata del pueblo palestino indefenso porque las adhesiones de algunos países o las protestas o marchas no sirven para que ellos se escuden de los misiles y porque toda su sangre caída así lo testimonia.


Palestina
Ricardo Luis Plaul
(Desde Buenos Aires, Argentina. Especial para Argenpress Cultural)

Corceles de fuego y odio
cabalgan las noches infinitas de dolor.
Poderosos demonios juegan a orillas
del absurdo. Un olor nauseabundo alimenta
la locura, aceita sus armas.
Ni los nuevos dioses, ni los antiguos,
se conmovieron en el trono del espanto,
la vida echaba raíces en otros lares.
El cielo era tan sólo una avenida de la muerte.
¿Quiénes escuchan con el corazón acorazado?
Lagañas de dinero supuran en sus ojos.
Hay un dolor antiguo en las entrañas del mundo,
las máscaras imperiales encubren su crimen.
Un espiral de buitres sobrevuelan los restos del festín.
Las palabras sangran en la mesa de las negociaciones.
Cada familia que cae abulta en sus bolsillos mercenarios.
¿En qué torre duerme la conciencia aletargada?
La Paz esconde su vergüenza, salones suntuosos acunan su muerte,
En tus ojos - niños llora la Justicia,
antes de cegarse para siempre.


Palestina también son los africanos, más de mil muertos en poco tiempo por el ébola, otros que no interesan, otros que son tratados como sobrantes humanos por las potencias. Son esos mismos que caen rendidos por el hambre, las mujeres violadas que van errantes por la tierra, es aquella fotografía del buitre esperando el fin del niño, también son esos que quedan por siempre en el mar al que se lanzaron en busca de una marea que los alejara  de la violencia constante y de la muerte.

Los europeos del este o los latinoamericanos tratados como castas inferiores, como aquellos que están para servir o para la criminalidad, otros no queridos, otros sobrantes, porque no son ellos los que interesan sino sus tierras, su comida, su petróleo, sus aguas y montañas.

Palestina es el mundo dividido entre los poderosos. Es la muerte, igual que genocidio acá también tendría que gritar la palabra, escribirla con mayúsculas: LA MUERTE, para que sea oída, leída, vista.

Sombras oscuras recorren los cielos, los ojos se opacan, la luz pierde fuerza porque hemos entregado nuestro poder a quienes nos dañan, armamos pastores cuando no somos rebaño ni los necesitamos, nosotros mismos pagamos las armas con las que nos apuntarán, votamos a quienes sabemos nos engañan, a los que secuestran la verdad, a los que siembran metralla.

Palestina es un punto en el globo terráqueo, y si no es allí se llamará de otra manera, tendrá otras latitudes y longitudes, los pueblos hambreados, la tierra explotada, las democracias mentidas, los bosques cortados, el engaño en las casas de gobiernos.
No debemos dejar que duerman tranquilos.
El viento que arrebatan los fantasmas sin descanso de Hiroshima y Nagasaki, de los secuestrados y desaparecidos por las dictaduras, el silencio de los que no tienen voz ni ojos, están de nuestro lado.

Despertemos que todavía es tiempo.

Esa es la llamada “tierra santa” a la que miles peregrinan buscando lo que tienen en su pecho, en su casa, en su vecino, porque solamente el humano es sagrado, fuera de él no hay nada. Esa llamada “tierra santa” revela lo que esos dioses son capaces de anidar.  Muestra como una raza o un pueblo o aunque sea un solo hombre, o mujer,  que se titule “elegido” puede provocar.

Todavía podemos entender que así como construimos este sistema de cosas, como lo seguimos manteniendo, así también está en nuestra capacidad cambiarlo, hacer otro en que los humanos seamos el centro, no un medio o un número más.
Una tierra en que los genocidas, los asesinos, los torturadores, los codiciosos, los impotentes desesperados por poder, ya no tengan posibilidad de ser.







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