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Palestina
Las
noticias escritas, habladas, virtuales, llenan los espacios con un arrastre que
suena a cansancio. No es posible hablar de la muerte, las palabras ante ella se
muestran vapor volviendo a la sonoridad vacía que fue su origen.
Palestina queda
en la historia como la fuerza por la vida, ella es vida, es lo opuesto a la
muerte que la tiene cercada, por ello puede y debe ser nombrada.
Ella no es
únicamente aquella pequeña fracción de tierra, es también el espejo que nos
refleja, que muestra a este mundo que hemos sabido o no sabido construir.
Las
condiciones de vida y también de intento de matar al pueblo palestino es el
recordatorio de la
profunda
marea de destrucción que recorre la tierra . Más que ser algo local, en el
distante Medio Oriente, es global, muestra el dominio de unos, el sometimiento
vergonzoso de otros, el desentendimiento de muchos.
Demuestra
que la construcción de la paz interesa a pocos
y que los Derechos Humanos son más declarados que cumplidos.
Cabe
preguntarse ¿dónde están los estados democráticos que dicen defender la
libertad y estar basados en el poder del pueblo?
Cabe
preguntarse también ¿dónde están los mecanismos internacionales tan prontos a
crear y justificar guerras pero tan incapaces de detenerlas?
¿Para qué
sostener un aparato gigantesco como las Naciones Unidas que demuestran ser
totalmente ineficaces?
Quizá sea
injusto en esto, quizá la ONU cumpla adecuadamente el cometido de sostener y
justificar las políticas violentas, de enmascarar con nombres y declaraciones
lo que las palabras no pueden decir porque tendrían que poner en la voz acerca de la muerte, de la destrucción, del
dolor, de la injusticia.
Cuántas
hipócritas declaraciones acerca de la paz, del diálogo, del entendimiento son
escupidas al viento para que no sean escuchadas las explosiones, vistos los
misiles o los cadáveres de los niños.
No creo que
sea posible llamar conflicto armado o guerra
cuando de un lado hay más de 1.600 muertos y alrededor de 9.000 heridos,
la mayoría civiles, y del otro han muerto unas 70 personas, la enorme
desproporción habla por sí misma. ¿dónde está la tan mentada peligrosidad de
los palestinos? ¿cuál es su poder de fuego que pone en peligro a un estado
protegido y abastecido por la potencia imperial? ¿o se trata de una evidente
mentira como fueron las supuestas armas químicas de Irak?
Esta enorme
diferencia grita la injusticia que no se
quiere nombrar.
Escuelas,
hospitales, barrios enteros destruidos. Dirán que son errores, daños
colaterales, o seguirán como si nada, como si esa destrucción nada significara.
Si escucho atronar
a la diputada israelí Ayelet Shaked al decir que hay que asesinar
a todas las madres palestinas porque dan a luz a “pequeñas serpientes” “Tienen
que morir y sus casas tienen que ser demolidas. Son nuestros enemigos y
nuestras manos deberían estar manchadas de su sangre. Esto se aplica igual a
las madres de los terroristas fallecidos.” queda mucho más claro que
se trata de un genocidio.
Tendría que escribirlo así, con mayúsculas, GENOCIDIO,
porque pareciera que el mundo no se ha enterado, que esta sordo y ciego aunque
la masacre puede ser vista y escuchada por televisión.
Hay quienes hablan de las causas, de las razones, de los
motivos económicos, religiosos, sociales como si alguno de ellos o todos juntos,
justificaran el asesinato de un pueblo indefenso. Y aunque algunos medios pregonen otra cosa, se trata del
pueblo palestino indefenso porque las adhesiones de algunos países o las
protestas o marchas no sirven para que ellos se escuden de los misiles y porque
toda su sangre caída así lo testimonia.
Palestina
Ricardo Luis Plaul
(Desde Buenos Aires, Argentina. Especial para Argenpress Cultural)
Corceles de fuego y
odio
cabalgan las noches
infinitas de dolor.
Poderosos demonios
juegan a orillas
del absurdo. Un olor
nauseabundo alimenta
la locura, aceita sus
armas.
Ni los nuevos dioses,
ni los antiguos,
se conmovieron en el
trono del espanto,
la vida echaba raíces
en otros lares.
El cielo era tan sólo
una avenida de la muerte.
¿Quiénes escuchan con
el corazón acorazado?
Lagañas de dinero
supuran en sus ojos.
Hay un dolor antiguo
en las entrañas del mundo,
las máscaras
imperiales encubren su crimen.
Un espiral de buitres
sobrevuelan los restos del festín.
Las palabras sangran
en la mesa de las negociaciones.
Cada familia que cae
abulta en sus bolsillos mercenarios.
¿En qué torre duerme
la conciencia aletargada?
La Paz esconde su
vergüenza, salones suntuosos acunan su muerte,
En tus ojos - niños
llora la Justicia,
antes de cegarse para
siempre.
Palestina también son los africanos, más de mil muertos en
poco tiempo por el ébola, otros que no interesan, otros que son tratados como
sobrantes humanos por las potencias. Son esos mismos que caen rendidos por el
hambre, las mujeres violadas que van errantes por la tierra, es aquella
fotografía del buitre esperando el fin del niño, también son esos que quedan
por siempre en el mar al que se lanzaron en busca de una marea que los
alejara de la violencia constante y de
la muerte.
Los europeos del este o los latinoamericanos tratados como
castas inferiores, como aquellos que están para servir o para la criminalidad,
otros no queridos, otros sobrantes, porque no son ellos los que interesan sino
sus tierras, su comida, su petróleo, sus aguas y montañas.
Palestina es el mundo dividido entre los poderosos. Es la
muerte, igual que genocidio acá también tendría que gritar la palabra,
escribirla con mayúsculas: LA MUERTE, para que sea oída, leída, vista.
Sombras oscuras recorren los cielos, los ojos se opacan, la
luz pierde fuerza porque hemos entregado nuestro poder a quienes nos dañan,
armamos pastores cuando no somos rebaño ni los necesitamos, nosotros mismos
pagamos las armas con las que nos apuntarán, votamos a quienes sabemos nos
engañan, a los que secuestran la verdad, a los que siembran metralla.
Palestina es un punto en el globo terráqueo, y si no es allí
se llamará de otra manera, tendrá otras latitudes y longitudes, los pueblos
hambreados, la tierra explotada, las democracias mentidas, los bosques
cortados, el engaño en las casas de gobiernos.
No debemos dejar que duerman tranquilos.
El viento que arrebatan los fantasmas sin descanso de
Hiroshima y Nagasaki, de los secuestrados y desaparecidos por las dictaduras,
el silencio de los que no tienen voz ni ojos, están de nuestro lado.
Despertemos que todavía es tiempo.
Esa es la llamada “tierra santa” a la que miles peregrinan
buscando lo que tienen en su pecho, en su casa, en su vecino, porque solamente
el humano es sagrado, fuera de él no hay nada. Esa llamada “tierra santa”
revela lo que esos dioses son capaces de anidar. Muestra como una raza o un pueblo o aunque
sea un solo hombre, o mujer, que se titule
“elegido” puede provocar.
Todavía podemos entender que así como construimos este
sistema de cosas, como lo seguimos manteniendo, así también está en nuestra
capacidad cambiarlo, hacer otro en que los humanos seamos el centro, no un
medio o un número más.
Una tierra en que los genocidas, los asesinos, los
torturadores, los codiciosos, los impotentes desesperados por poder, ya no
tengan posibilidad de ser.
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