Adán y Eva. Lucas Cranach.1528 |
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Solamente sexo 2
Encontré entre los textos que tengo guardados, porque alguna vez me han parecido
interesantes, este atribuido al profesor Félix López que habla de la valoración
que le damos a la sexualidad:
“ sin duda alguna la
sexualidad está supravalorada e infravalorada. Supravalorada en el sentido de
que a veces se espera del sexo lo que no puede dar (…) infravalorada en el
sentido de que muchas veces se tiene actividad sexual con mucha banalidad o
superficialidad, con lo cual no le das valor. Sin embargo no se tiene en cuenta
su enorme riqueza, porque el ser humano es el único ser vivo que puede tomar
decisiones sobre su sexualidad. Puede decir sí o puede decir no, y esto es lo
que dignifica la sexualidad humana”.
Es difícil hallar en un texto sobre sexualidad una
referencia tan clara a la dignidad, y es precisamente eso, la capacidad que
tenemos únicamente los humanos de tomar decisiones sobre nuestra vida y eso
implica, claro está, la sexualidad. Mediante esas decisiones vamos creando esto
que llamamos cultura y que nos aleja definitivamente y sin posibilidad alguna
de retorno, de la animalidad.
Aunque en nuestras sociedades existe sofisticación en muchos
aspectos como puede ser las artes plásticas en general, en la preparación de
comidas, en las formas de servirlas y de comerlas, en las vestimentas, en el
diseño de objetos apenas visibles hasta los mayores del mundo, lo sexual lo
hemos dejado a un costado, como un elemento de la simple animalidad incapaz de
recibir el mismo grado de educación y sofisticación. Por este motivo hasta hace muy poco tiempo se
hablaba de la sexualidad como de una de las formas del “instinto”, algo
arraigado en el cuerpo y que exigía una respuesta a su insistente y repetitiva apetencia,
bajo pena, en caso de no ser satisfecho, de enormes estragos llegando al delito
mismo.
El cristianismo no es ajeno a todo esto, su virulencia
odiosa se dirigió hacia el aspecto corporal de lo humano, lo convirtió en una
suerte de caja de Pandora de todos los males y el sexo como el principal
demonio, por lo tanto, debía ser controlado aún con torturas y hogueras.
Hoy que creemos disponer de libertad sexual, cuando las
relaciones sexuales en algunos casos han llegado a convertirse en una especie
de pase y modo de pertenencia o una forma más de obtener ganancias económicas,
hoy que creemos habernos alejado de los límites morales y los prejuicios,
simplemente seguimos atados a esa manera de pensar y vivir la sexualidad como
una necesidad “instintiva” que requiere ser descargada y no como una de las
formas de nuestra vida que también requieren de cuidado, atención y
aprendizaje. En muchos casos seguimos el ejemplo animal o pornográfico, similar a la comida chatarra, pero con
estrictos límites.
Se lo considera parte de nuestra bestialidad, necesidad
urgente, pero también se nos dice y pide que nos contengamos, que seamos
vírgenes, incluso muchos hombres y
mujeres se vanaglorian de ser célibes. ¿En qué quedamos? Si es instinto no podemos oponernos a él,
ahora si llegamos a la contención es porque tenemos dominio aún sobre nuestro
sexo.
Entre mis papeles hallé una frase que me impactó por su
simpleza, su autor es Butch Hancock:
"La vida en Lubbock, Texas, me ha
enseñado dos cosas. Una es que Dios te ama y vas a quemarte en el infierno. La
otra es que el sexo es la cosa más horrible y sucia sobre la faz de la tierra
por lo que debes reservarlo para alguien a quien ames."
Chris Williams |
Gracias a este juego
enfermo de etiquetar y denigrar algunos sectores de nuestra humanidad mientras
que elevamos otros y hasta llegamos a convertir en sublimes fantasías como la
de que poseemos un espíritu o un alma, todo lo referido a la sexualidad se ha
convertido en un campo minado, y desprovisto de todo habitante. Nos creemos
atravesados e incluso, presionados y dirigidos por él, de ese modo lo
enajenamos, renegamos de él y nos negamos a apropiarlo.
Un pensador que se dedicó a investigar este tema fue Michel
Foucault quien vio que la cultura hace que todo lo relacionado con la
sexualidad, aún lo más conservador y represivo pueda ser considerado como
“transgresión”, cuando, en realidad, de esa manera, mediante ese mecanismo
social, lo que se ha logrado es alienarlo, separarlo como algo extraño, y así
someterlo a control y normalización. El
resultado es un sexo dividido, inconsistente, limitado a ser una relación
corporal y muchas veces a tal punto que queda relegado a una esquemática
genitalidad cuando no a un fin reproductivo o un intercambio pago.
Ya los griegos tenían muy claro que la sexualidad se halla
comprimida en los moldes sociales que aún fijan límites a lo permitido y a lo
que está prohibido y por lo tanto llamado a ser transgresor, por este motivo,
quien transgrede lo que logra es sostener la norma. Un viejo dicho griego
sostiene:
"Tenemos chicos
para nuestro placer, concubinas para nuestras necesidades sexuales y esposas
para llevar la casa y darnos hijos".
Quizá por esto Beatriz Preciado ha escrito lo que sigue;
"Obviamente no
creo que pueda haber una verdad sexual escondida debajo de una gran capa de represiones
sociales. No confío nada en el deseo, no creo en absoluto que haya un deseo
anterior a un conjunto de normas o acuerdos sociales, sino que el deseo se crea
en esa red de relaciones, del mismo modo que no hay una identidad que precede
las interpelaciones normativas. Cuando digo deseo no me refiero a la noción
psicoanalítica o inconsciente de deseo sino a cómo el placer y el cuerpo se
estructura en una red de relaciones. Desaprender tus 'propios' deseos, aquello
que culturalmente aprendemos a desear, es una especie de tarea muy larga pero
fundamental. "
Ella saca de lo corporal, de lo biológico, de lo
inmodificable, de lo instintivo, de lo que no puede ser contenido a la
sexualidad y la pone en pleno juego de lo cultural. Es de este juego de relaciones
que surge y es sostenido y solamente mediante la modificación de esta trama se
podrá crear una nueva sexualidad.
Ella también nos propone un camino personal, individual si
se quiere, que es el de “Desaprender tus
'propios' deseos, aquello que culturalmente aprendemos a desear”. Esto significa ponernos en cuestión,
interrogándonos a nosotros mismos acerca de la libertad y motivación de
nuestros actos y de las ideas que los sostienen. En esto radicará la verdadera
transgresión no en el sentido de no acatamiento de una norma, de ir más allá de
ella, sino de la superación. En el
primer caso la ley se mantiene, simplemente se la ha atravesado, en el segundo,
la misma norma ha caído al perder su significado. Esta es otra cara de la
dignidad humana, la capacidad de no estar ni siquiera sometidos a los programas
que ha fijado la sociedad, la cultura, en nuestros cerebros.
Quizá lo rescatable de algunos mitos religiosos es que
muestran al héroe como aquel que es capaz de
independizarse de las ataduras de las buenas costumbres y las
convenciones y seguir su propio camino. Como aquel Juan Salvador Gaviota que a
fuerza de su propio esfuerzo logró transgredir sus limitaciones.
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