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Abuso en familia
Creemos que
las cosas han cambiado, si bien esto en parte es cierto, si vamos un poco más
allá de la superficie vemos que en lo profundo se siguen sosteniendo y eso es
debido a que están arraigadas en nuestra mente y muchas veces no nos atrevemos
a pensar que son un factor cultural que podría no existir o ser de otra manera.
Por
ejemplo, si se nos pregunta qué entendemos por familia, una gran parte de la
población dirá: padre, madre e hijos y estará convencida de esto, aunque si se
mira alrededor veremos que esta es solamente una de otras posibilidades.
Esta idea
de familia ejerce como un mandato, como si fuera el modelo ideal detrás del
cual debemos correr bajo pena de sentirnos incompletos, fallidos.
Tampoco es
cuestión de romper con aquel modelo tradicional y descartarlo, sino aceptar que
existen varias alternativas y que podemos transitar entre ellas, o de una a
otra, según el momento y circunstancias de nuestra vida.
Algo que
también sería conveniente ir revisando es la familia como institución cerrada.
La familia sigue siendo considerada un gueto, un baluarte al que no se debe
penetrar con una mirada externa. Así como mi casa es mi castillo, mi familia es
mi reino, y dentro de él, los niños son los súbditos. Muchas veces escucho decir:
“está con sus padres”, “lo tiene la familia”, referido a algún niño, como si
eso significara que se encuentra seguro, protegido.
Como tantos
otros temas “la familia” es una creación ideológica relativamente actual,
contemporánea a la creación de la esfera privada de la vida, aquella vedada a
la intervención del estado. A partir de esto se nos dijo que la familia es la
“célula básica de la sociedad” lo que nos hace pensar que es como un ladrillo,
con cientos de ellos, ordenados,
podríamos hacer una pared; cientos de familias ordenadas serían la
sociedad. De este modo se nos hace impensable que pudiera existir una sociedad
con un ordenamiento diferente al dado por este tipo de familia que llamamos
burguesa. Invirtiendo el orden
podríamos pensar que la sociedad es la
célula que permite la emergencia, no de un tipo, sino de muchas modalidades de
convivencia.
Aquello de
la “sagrada familia” nos recuerda todo esto, se supone que con esa frase se
refiere a la mítica formada por María, José y Jesús, pero también significa que
ese núcleo, no solamente al aquel de Jesús, es sagrado, no puede ser
modificado. El cristianismo es garante de esta ideología, por eso eleva sus
gritos cuando algo puede ser alterado, como sucede con el matrimonio
igualitario.
La idealización
generada por esta ideología es la que impide ver qué ocurre realmente en estos
núcleos.
Las
instituciones cerradas, volcadas sobre sí mismas, son las que más favorecen la
emergencia de situaciones perversas, dañosas para la vida precisamente por ser
reductos ocultos a los ojos de los demás, por eso es precisamente en estos
lugares donde el abuso hacia los niños es más frecuente.
Detengámonos
un momento en este punto, que necesariamente debemos considerar al hablar de la
familia porque es precisamente en su interior donde se produce frecuentemente
el abuso hacia los niños y no estoy hablando únicamente del sexual, que lo hay
y mucho, sino también del abuso de poder, de la violencia, del sometimiento y
la humillación.
El abuso es
la irrupción en la vida del pequeño del horror, de lo que no puede ser pensado
y procesado, de lo que excede, pues es inentendible que quien dice amarme,
cuidarme, es quien me violenta, me falta el respeto, abusa de mi cuerpo y de mi
mente y de ese modo me daña.
A partir de
estos hechos ¿en quién podrá confiar el niño y luego hombre, mujer?
Lo grave es
que el niño que ha nacido en un lugar donde se lo castiga físicamente, se le
tira del pelo, se le grita, se lo insulta o se lo denigra, al no tener otro
punto de comparación, creerá que esto es lo que corresponde, que esto es lo
“normal”, que ese es el trato entre los humanos. Aprenderá a comportarse de ese
modo y llevará esas conductas a su relación con el mundo, con sus compañeros de
juego, con los otros y más adelante hacia sus propios hijos. La violencia ya esta enraizada.
Claro que
siente dolor, soledad, humillación, pero debe callarlas, a lo sumo su llanto
indicará algo de esto. Esta en un mundo de adultos del que depende, no puede manejarse por sí
mismo, no tiene posibilidades de sobrevivir sin esos u otros adultos, por lo
que reprime sus sentimientos, los oculta incluso de sí mismo. Además ese mismo
mundo que lo hace sufrir le dice que lo ama, que lo está cuidando y
protegiendo, es así que se va tejiendo una trama en que el amor, el cuidado,
quedan atados a la violencia siendo la base que posteriormente permitirá
justificar y hasta considerar positivas
aquellas conductas que invaden y atentan contra los demás, siempre y cuando se
hagan por lo que alguien considera que es “por su bien”.
Lo que
hemos llamado educación en general ha sido sinónimo de sometimiento. El niño
era considerado como una mata de instintos desenfrenados a los que se debía
poner en caja, era necesario apelar a todo por sacarlo de la animalidad.
El
aplastamiento del otro se ha convertido en un método social, en el modo
privilegiado de mantener el orden. En la escuela, el trabajo, aún en la vida
privada, el disciplinamiento es la regla, el temor al desorden, a aquello que
los políticos anuncian como “el caos”, aparece como el gran fantasma.
La
propiedad privada ha invadido todo el sistema y los niños han pasado también a
constituirse en parte de este rubro: ellos pertenecen a sus padres. Son tomados muchas veces como objetos,
posesiones, prolongaciones de los egos
de sus progenitores. Padres y madres imponen al niño sus propios deseos y
mediante ellos intentan obtener gratificaciones para sí mismos, sin importantes
esa personita que tienen delante. El
niño aparece unido, no se le permite discriminarse, diferenciarse e ir
estableciendo su propia personalidad y a partir de ahí sus proyectos. Cuando
escucho a un padre o madre decir que está orgulloso de su hijo, me alerto
porque muchas veces significa que lo que hace ese padre es tomar los logros de
su hijo para reforzar su autoestima considerando que fue muy buen educador, que
ha sabido llevarlo por el buen camino y que el hijo ha realizado las
expectativas que fueron depositadas en él.
Hace muchos
años una película, de la que ni siquiera recuerdo el nombre, mostraba la vida
de una niña a la que una madre abusiva quería convertir en estrella de cine. Le
imponía estudiar actuación y canto, la llevaba a cuanta audición existía. Tengo
muy presentes unas imágenes en que,
previa a una de estas pruebas, la madre viste a la niña como una muñeca,
vestido con puntillas y moños en el cabello y la deja sentada esperando en la
puerta mientras ella termina de arreglarse. Pasan unos niños, se arma un juego,
la pequeña participa y se ensucia el vestido. Al darse cuenta irrumpe en llanto
¿por el vestido sucio o por terror a su madre?
La madre la ve así y como la hora estaba cerca inmediatamente le cambia
la ropa y le dice que ahora no es momento de llorar, que mañana tendrá tiempo.
No le importó su hija, el dolor, la angustia,
solamente su objetivo de convertirla, convertirse, en estrella de cine, y así
la niña dejó de llorar, y no solamente en ese momento, sino en el resto de los
momentos de su vida en que debió dejar correr lo que sentía, lo fue postergando y junto con las lágrimas
todos sus sentimientos, sus deseos, sus metas para ser lo que la madre quería
esperando obtener su amor, sin darse cuenta que nunca tendría lo que buscaba
porque su madre no la amaba a ella sino a la prolongación de su propio ego. Se postergó
en esa espera ilusoria, insensata, mientras el alcohol ocupó el lugar vacío.
Todavía nos
cuesta entender que los niños son personas y que merecen todo nuestro respeto y
cuidado y que no se limita únicamente a darles ropa, comida y mandarlos a la escuela,
ni siquiera es necesario que estemos todo el tiempo con ellos, basta con que
aprendamos a escucharlos y a diferenciarnos,
saber que ellos y nosotros somos diferentes, y que no han nacido para completarnos ni para
darle un significado, una razón a nuestra vida. Para lograr esto es menester
haber alcanzado nuestra propia independencia, habernos podido separar de
nuestros padres y sus mandatos y frustraciones y ser nosotros mismos. A veces
para llegar a esto debemos oponernos, luchar, y atrevernos a seguir adelante
aún con su desaprobación, porque al fin y al cabo, esta es nuestra única
vida y solamente nosotros podemos
vivirla.
También
debemos afrontar nuestras frustraciones, aceptar aquello que pudimos o quisimos
haber sido pero no lo logramos, cerrar definitivamente el capítulo de esa parte
de nuestro pasado con el dolor que implica para no seguir buscando completar lo
que ya es imposible.
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