147
Rápido y vacío
Cuanto más avanza la modernidad más nos cuesta entender que
somos una integridad, que no estamos formados por partes independientes, cada
una con su lógica propia y persiguiendo sus propios objetivos. Del mismo modo
que tampoco estamos separados del entorno físico y humano que nos rodea, antes
bien, estamos íntimamente unidos a ellos.
En este esquema de fragmentación hablamos de razonamiento
por un lado y sentimientos por el otro, como si fueran entes separados,
inconexos, sin relación entre ellos, sin darnos cuenta que ambos son modos de
expresarse de un único ser, ambos parte
de un mismo cuerpo.
Es nuestra educación la que nos obliga a verlos como si
fueran dos inquilinos, a veces un tanto molestos, de nuestra persona. Seres
capaces de ensañarse en peleas interminables, muchas veces por niñerías, y
otras concilian amigablemente y entonces estamos en paz.
Del mismo modo que tenemos una mano que en nada se parece a
los dientes y cada uno tiene una función específica y bien diferenciada, otro
tanto sucede con los sentimientos y razonamientos. Esto también contribuye a
confundirnos y creerlos definitivamente separados.
Si prestamos atención a nuestra experiencia diaria nos damos
cuenta que si pensamos determinadas cosas aparecerán los sentimientos que en
ese momento dado les corresponden, por ejemplo, si pienso en alguien amado
ausente sentiré tristeza. Recíprocamente,
los sentimientos se acompañan con imágenes, recuerdos, pensamientos pero la
cultura se impone y no tomamos en cuenta nuestra propia vivencia que nos habla
de unidad.
La sociedad nos ha empujado a esta separación que termina
haciéndonos caer en ilusiones como la de que existe algo como la objetividad, o
sea la capacidad de elaborar
pensamientos totalmente independientes de las condiciones que nos rodean, de
nuestra propia experiencia y vida, claros y límpidos, libres de toda
subjetividad y sentimientos. La
contrapartida a esta supuesta objetividad es la de colocar a los sentimientos del lado de la animalidad, de lo
incontrolable, ilógico e irracional. Se nos dice que debemos guiarnos por los
pensamientos claros y definidos y sospechar de lo sensible, lo afectivo.
Cuando aceptamos esta visión terminamos viviendo en dos
mundos, la mayor parte de las veces irreconciliables, mundos que no terminamos
de comprender porque en esta desunión, en este esquema dicotómico, no hay
manera de entender.
El pensamiento colocado en un más allá independiente lo
conduce rápidamente hacia la alienación,
endiosado como el gran camino. Tenemos que preguntarnos de qué pensamiento
estamos hablando porque las ideas sin el
ancla del sentimiento se vuelven unas máquinas frías, indiferentes, guiadas por
metas y objetivos, sin el límite de los principios.
Otra pregunta fundamental es a qué llama “pensar” el
consumidor.
La gran cantidad de estímulos, la enorme información que
circula en todo momento, las computadoras llenas de archivos así como nuestras
cabezas y la necesidad de que todo sea rápido, pues llega nueva tecnología,
nuevos productos, formatos, modelos, nuevos informes televisivos, las películas
premiadas que se renuevan y mil cosas más
que no podemos dejar pasar y debemos inmediatamente incorporar para
seguir vigentes. Todo nos exige rapidez,
aprender a lo sumo que botón presionar.
Con la misma rapidez con que incorporamos, desechamos, sin
preguntarnos nada. La cantidad y velocidad no nos dan tiempo para detenernos en
una idea, un sentimiento, una sensación, procesarlas, darles nuestra propia
forma y sentido y luego, incluirlas en todo o en parte, o sacarlas de nuestro
interior. Este proceso es parte del vivir, pero sin mediación de nuestra
interioridad no hay proceso, no hay vida, solamente un mecanismo sin sentido.
Ya todo es transcurrir en un sobrevuelo rápido, el paseo por
el shopping, no se llega a la experiencia, a aprender de nosotros mismos, a
guardar archivos con sentido, capaces de nutrirnos. Hablar de la experiencia
suena a viejo, pasado de moda, a verdad,
y sabemos que este mundo posmoderno odia las verdades, las ideologías, los
principios, los valores, lo que sea capaz de unir a las personas y hacernos
pensar. Todo se ha vuelto relativo, por eso dicen que la experiencia no sirve,
el bien y el mal dependen de para quién, cuándo y cómo.
Este modo de llevar adelante nuestra vida esta dando lugar a
un tipo de relación humana que todavía no llegamos a vislumbrar cómo será, pero
que ya tenemos algunos puntos para considerar.
Uno de ellos, tomando los dichos de un filósofo, la liquidez
de los sentimientos. Estos se han vuelto superficiales, cambiantes, sin raíces.
Es como la palabra “amistad” en las redes sociales, se pueden tener miles de
amigos sin que realmente se les haya visto nunca la cara y ni siquiera sepamos
si realmente existen o son personajes. La rapidez nos obliga a relaciones
muchas veces de uso, para tapar ausencias, sin que nos demos el tiempo
necesario para conocer a la persona. De esta manera nunca llegamos a constituir
al otro, quedamos encerrados en nuestro narcisismo en un mundo de sombras y
espejismos.
Es típico de este modo de relación ver reuniones en las que
el centro son los celulares, no la charla cara a cara, los mensajes supersintéticos
que son enunciados muchas veces
solamente comprendidos, y a veces ni siquiera eso, entre quienes
participan del código.
Para que surja el otro debemos tener tiempo, constancia,
buscar la profundidad que nos permita ver qué tenemos en común, y cuál es la
diferencia.
Estamos construyendo un mundo sin erotismo, porque este requiere tiempo, distancia,
establecer un juego de luces y sombras en que cada uno se va desplegando. Es
necesario conocer la sensibilidad de quien tengo a mi lado, saber que esta presente,
ver los destellos de su piel, y que me sepa también presente, con el deseo que
nos llama y también con la diferencia que es en definitiva la que nos invita a
jugar. Sin esto queda el mecanismo, satisfacer mi necesidad de manera
autoerótica en que el otro, la otra, solamente es el objeto que me permitirá
calmar mi deseo.
Esta sociedad nos lleva a la pornografía y a la prostitución
en las que todo es impersonal. El erotismo queda necesariamente afuera, son
partes de cuerpos sin historia, un deseo desgajado de la integridad de la
persona que busca ser consumido y consumir. Es el mercado en funcionamiento, la
mercadería, el precio, el hombre frente a la máquina-muñeca-cuerpo pago para la
rápida, muy rápida y disfuncional
liberación de la tensión. No es raro que cada vez más se hable del
orgasmo, de los multiorgasmos, cuando todo apunta a la falta del mismo.
A esta altura debemos preguntarnos qué ha quedado de la
sexualidad después de convertirla en un servicio
Santa Teresa. Bernini |
El cuadro se completa cuando la sexualidad desaparece para
dar lugar al deber. El sexo se ha
convertido en un deber, algo que se debe cumplir necesariamente, es “lo sano”,
lo “libre”. Es parte de la producción, un trabajo más pero con el deber
agregado de tener siempre ganas, de tener que disfrutarlo, de los orgasmos
plenos, sin tabúes ni restricciones, sin hacernos responsables de lo qué
hacemos y de cómo lo hacemos.
Roto el erotismo, reprimida la sexualidad, la libertad y salud quedan como simples
enunciados, y la pornografía, las muñecas inflables, el sexo casual, la
descarga paga de la prostitución, aparecen como salida, del mismo modo que el
mensajito en el celular se cree que es una charla, y que el emoticón es un
sentimiento.
Hemos creado el mundo de la comunicación sin comunicación,
todo se ha sexualizado pero sin sexualidad, se grita acerca de la libertad pero
se sostiene un mercado en que todo tiene un precio, se invaden países por la
democracia pero se sostienen gobiernos basados en la desigualdad, el espionaje,
el enfrentamiento y la mentira. Si nuestra vida no es llenada con el fútbol,
las peleas entre bailarinas, y algún escándalo político, podríamos llegar a
darnos cuenta del vacío, de la falta de sentido. ¡Qué bueno sería llegar a ese
punto en que ya no tengamos posibilidad de engañarnos! Pasado el mareo, la
depresión, los ataques de pánico, podríamos comenzar a hacer algo, a definir
nosotros mismos nuestros propios sentidos.
No es necesario esperar a que esto suceda, podemos hacerlo
en este mismo momento preguntándonos acerca de nuestra vida, nuestros deseos y
objetivos, ver dónde ha quedado olvidada la sonrisa y la ternura.
Podemos hacerlo, seamos subversivos de la mirada, de la
caricia, de las palabras llenas de nuestras verdades, grandes o pequeñas, y
sobre todo sepamos que lo fundamental no tiene ni tendrá precio. Que vos,
aquel, aquella, yo, todos y todas somos
el máximo valor porque tenemos esta única e irrepetible vida sin un más allá
que nos compense por no haber
aprovechado este presente.
La mayoría de las IMAGENES han sido
tomadas desde la web, si algún autor no está de acuerdo en que aparezcan por
favor enviar un correo a
alberto.b.ilieff@gmail.com y serán retiradas inmediatamente. Muchas
gracias por la comprensión.
Se puede disponer de las notas publicadas siempre y
cuando se cite al autor/a y la fuente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario