lunes, 2 de febrero de 2015

147 - Rápido y vacío

147
Rápido y vacío


Cuanto más avanza la modernidad más nos cuesta entender que somos una integridad, que no estamos formados por partes independientes, cada una con su lógica propia y persiguiendo sus propios objetivos. Del mismo modo que tampoco estamos separados del entorno físico y humano que nos rodea, antes bien, estamos íntimamente unidos a ellos.

En este esquema de fragmentación hablamos de razonamiento por un lado y sentimientos por el otro, como si fueran entes separados, inconexos, sin relación entre ellos, sin darnos cuenta que ambos son modos de expresarse de un único ser,  ambos parte de un mismo cuerpo.
Es nuestra educación la que nos obliga a verlos como si fueran dos inquilinos, a veces un tanto molestos, de nuestra persona. Seres capaces de ensañarse en peleas interminables, muchas veces por niñerías, y otras concilian amigablemente y entonces estamos en paz.
Del mismo modo que tenemos una mano que en nada se parece a los dientes y cada uno tiene una función específica y bien diferenciada, otro tanto sucede con los sentimientos y razonamientos. Esto también contribuye a confundirnos y creerlos definitivamente separados.
Si prestamos atención a nuestra experiencia diaria nos damos cuenta que si pensamos determinadas cosas aparecerán los sentimientos que en ese momento dado les corresponden, por ejemplo, si pienso en alguien amado ausente sentiré tristeza.  Recíprocamente, los sentimientos se acompañan con imágenes, recuerdos, pensamientos pero la cultura se impone y no tomamos en cuenta nuestra propia vivencia que nos habla de unidad.



La sociedad nos ha empujado a esta separación que termina haciéndonos caer en ilusiones como la de que existe algo como la objetividad, o sea  la capacidad de elaborar pensamientos totalmente independientes de las condiciones que nos rodean, de nuestra propia experiencia y vida, claros y límpidos, libres de toda subjetividad y sentimientos.  La contrapartida a esta supuesta objetividad es la de colocar a los  sentimientos del lado de la animalidad, de lo incontrolable, ilógico e irracional. Se nos dice que debemos guiarnos por los pensamientos claros y definidos y sospechar de lo sensible, lo afectivo.
Cuando aceptamos esta visión terminamos viviendo en dos mundos, la mayor parte de las veces irreconciliables, mundos que no terminamos de comprender porque en esta desunión, en este esquema dicotómico, no hay manera de entender.

El pensamiento colocado en un más allá independiente lo conduce  rápidamente hacia la alienación, endiosado como el gran camino. Tenemos que preguntarnos de qué pensamiento estamos hablando porque  las ideas sin el ancla del sentimiento se vuelven unas máquinas frías, indiferentes, guiadas por metas y objetivos, sin el límite de los principios.

Otra pregunta fundamental es a qué llama “pensar” el consumidor.
La gran cantidad de estímulos, la enorme información que circula en todo momento, las computadoras llenas de archivos así como nuestras cabezas y la necesidad de que todo sea rápido, pues llega nueva tecnología, nuevos productos, formatos, modelos, nuevos informes televisivos, las películas premiadas que se renuevan y mil cosas más  que no podemos dejar pasar y debemos inmediatamente incorporar para seguir vigentes. Todo nos exige rapidez,  aprender a lo sumo que botón presionar.

Con la misma rapidez con que incorporamos, desechamos, sin preguntarnos nada. La cantidad y velocidad no nos dan tiempo para detenernos en una idea, un sentimiento, una sensación, procesarlas, darles nuestra propia forma y sentido y luego, incluirlas en todo o en parte, o sacarlas de nuestro interior. Este proceso es parte del vivir, pero sin mediación de nuestra interioridad no hay proceso, no hay vida, solamente un mecanismo sin sentido.
Ya todo es transcurrir en un sobrevuelo rápido, el paseo por el shopping, no se llega a la experiencia, a aprender de nosotros mismos, a guardar archivos con sentido, capaces de nutrirnos. Hablar de la experiencia suena a viejo,  pasado de moda, a verdad, y sabemos que este mundo posmoderno odia las verdades, las ideologías, los principios, los valores, lo que sea capaz de unir a las personas y hacernos pensar. Todo se ha vuelto relativo, por eso dicen que la experiencia no sirve, el bien y el mal dependen de para quién, cuándo y cómo.

Este modo de llevar adelante nuestra vida esta dando lugar a un tipo de relación humana que todavía no llegamos a vislumbrar cómo será, pero que ya tenemos algunos puntos para considerar.
Uno de ellos, tomando los dichos de un filósofo, la liquidez de los sentimientos. Estos se han vuelto superficiales, cambiantes, sin raíces. Es como la palabra “amistad” en las redes sociales, se pueden tener miles de amigos sin que realmente se les haya visto nunca la cara y ni siquiera sepamos si realmente existen o son personajes. La rapidez nos obliga a relaciones muchas veces de uso, para tapar ausencias, sin que nos demos el tiempo necesario para conocer a la persona. De esta manera nunca llegamos a constituir al otro, quedamos encerrados en nuestro narcisismo en un mundo de sombras y espejismos.



Es típico de este modo de relación ver reuniones en las que el centro son los celulares, no la charla cara a cara, los mensajes supersintéticos que son enunciados muchas veces  solamente comprendidos, y a veces ni siquiera eso, entre quienes participan del código.
Para que surja el otro debemos tener tiempo, constancia, buscar la profundidad que nos permita ver qué tenemos en común, y cuál es la diferencia.
Estamos construyendo un mundo sin erotismo,  porque este requiere tiempo, distancia, establecer un juego de luces y sombras en que cada uno se va desplegando. Es necesario conocer la sensibilidad de quien tengo a mi lado, saber que esta presente, ver los destellos de su piel, y que me sepa también presente, con el deseo que nos llama y también con la diferencia que es en definitiva la que nos invita a jugar. Sin esto queda el mecanismo, satisfacer mi necesidad de manera autoerótica en que el otro, la otra, solamente es el objeto que me permitirá calmar mi deseo.

Esta sociedad nos lleva a la pornografía y a la prostitución en las que todo es impersonal. El erotismo queda necesariamente afuera, son partes de cuerpos sin historia, un deseo desgajado de la integridad de la persona que busca ser consumido y consumir. Es el mercado en funcionamiento, la mercadería, el precio, el hombre frente a la máquina-muñeca-cuerpo pago para la rápida, muy rápida y disfuncional  liberación de la tensión. No es raro que cada vez más se hable del orgasmo, de los multiorgasmos, cuando todo apunta a la falta del mismo.
A esta altura debemos preguntarnos qué ha quedado de la 
sexualidad después de convertirla en un servicio
Santa Teresa. Bernini
medido.



El cuadro se completa cuando la sexualidad desaparece para dar lugar al deber.  El sexo se ha convertido en un deber, algo que se debe cumplir necesariamente, es “lo sano”, lo “libre”. Es parte de la producción, un trabajo más pero con el deber agregado de tener siempre ganas, de tener que disfrutarlo, de los orgasmos plenos, sin tabúes ni restricciones, sin hacernos responsables de lo qué hacemos y  de cómo lo hacemos.
Roto el erotismo, reprimida la sexualidad,  la libertad y salud quedan como simples enunciados, y la pornografía, las muñecas inflables, el sexo casual, la descarga paga de la prostitución, aparecen como salida, del mismo modo que el mensajito en el celular se cree que es una charla, y que el emoticón es un sentimiento.

Hemos creado el mundo de la comunicación sin comunicación, todo se ha sexualizado pero sin sexualidad, se grita acerca de la libertad pero se sostiene un mercado en que todo tiene un precio, se invaden países por la democracia pero se sostienen gobiernos basados en la desigualdad, el espionaje, el enfrentamiento y la mentira. Si nuestra vida no es llenada con el fútbol, las peleas entre bailarinas, y algún escándalo político, podríamos llegar a darnos cuenta del vacío, de la falta de sentido. ¡Qué bueno sería llegar a ese punto en que ya no tengamos posibilidad de engañarnos! Pasado el mareo, la depresión, los ataques de pánico, podríamos comenzar a hacer algo, a definir nosotros mismos nuestros propios sentidos.
No es necesario esperar a que esto suceda, podemos hacerlo en este mismo momento preguntándonos acerca de nuestra vida, nuestros deseos y objetivos, ver dónde ha quedado olvidada la sonrisa y la ternura.


Podemos hacerlo, seamos subversivos de la mirada, de la caricia, de las palabras llenas de nuestras verdades, grandes o pequeñas, y sobre todo sepamos que lo fundamental no tiene ni tendrá precio. Que vos, aquel, aquella, yo,  todos y todas somos el máximo valor porque tenemos esta única e irrepetible vida sin un más allá que  nos compense por no haber aprovechado este presente.




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