martes, 11 de febrero de 2014

91- Daños colaterales

91
Daños colaterales

Hoy quiero comenzar con algunas cifras:

En la primera guerra mundial que se desarrolló entre 1914 y 1918 en la que participaron las grandes
potencias del mundo, murieron más de 9 millones de soldados.

Trinchera británica. lra guerra mundial

En la segunda guerra mundial, una cantidad media aproximada es de 70 millones de personas 
muertas.
2da guerra mundial




En el llamado Holocausto hasta ahora se dice que murieron 6 millones
los que no eran solamente judíos sino que también eran gitanos, homosexuales, comunistas.












En la guerra de Vietnam se calcula que fueron muertos dos millones 
de civiles y aproximadamente un millón cuatrocientos mil combatientes.












Las bombas estadounidenses sobre Hiroshima y Nagasaki en Japón
 en principio mataron 220 mil personas.










Aunque todavía no puede ser estimado, se calcula  que fueron 225.000 los muertos civiles y militares en las guerras de Irak y Afganistán. 

En la guerra de Malvinas fueron muertas cerca de 904  personas.

Este es un pequeño repaso sobre las guerras más importantes, dejando de lado muchísimas otras como pueden ser las sostenidas por Israel y sus vecinos árabes o las africanas o las americanas.

Lo que debe despertarnos y convocar a nuestra sorpresa son las cantidades de personas muertas, en una hablamos de 9 millones, en la otra de 70 y a esto debemos agregar las graves consecuencias físicas y psíquicas de los que no murieron.

Hablamos de millones de vidas, familias, sueños, de seres humanos como vos, tu hermano, tu padre que un día fueron mandados a la batalla y fueron asesinados.


No legitimemos aquello que nos debe poner los pelos de punta, que  debe hacer sonar todas nuestras alertas, porque ellos no fueron héroes o mártires, sino personas sacrificadas, muertas por un tiro o una bomba. Aunque las guerras desde los gobiernos sean legitimadas, se busque y convenzan a muchos de la necesidad de ellas, son máquinas de asesinar. El muerto en combate no es menos muerto que cualquier otro ni tuvo ni tendrá algún cielo especial esperándolo. No debemos ni podemos aceptar que un gobierno pueda mandar a matar, porque si es moralmente intolerable el asesinato de un ser humano por manos de cualquier otro, lo debe ser también para los gobiernos. Esto vale en todo momento, no solamente en relación a las guerras, sino también en la supuesta vida en paz en la que muchos se hacen los desentendidos y apoyan o encubren a asesinos y violentos de cualquier tipo.

El mundo cambiará cuando entendamos que ningún ideal, ningún principio ni creencia habilitan a dañar a un ser humano porque cualquier vida es muy superior a todo ideal o creencia. Se nos enseñó que es heroico o bueno morir por un principio, por una fe, pero ninguno de ellos vale lo que una vida porque ellos no tienen existencia y el humano sí la tiene, y eso implica que es un proyecto, sueños, amores y dolores, logros y fracasos mientras que el resto son simples ideas vacías que ni siquiera se pueden tocar. Estas ideas pueden ser un camino a seguir, un punto al que pretender llegar aunque sepamos que nunca lo haremos, pero ese camino jamás puede incluir el dañar a otros, la violencia nunca puede ser justificada.
 
Bob Marley

Bob Marley escribió lo siguiente:

“Tú dices que amas la lluvia y sin embargo usas paraguas cuando llueve.
Tú dices que amas el sol, pero siempre buscas una sombra cuando el sol brilla.
Tú dices que amas el viento, pero cierras las ventanas cuando el viento sopla.
Por eso es que tengo miedo cuando dices que me amas”










Qué fácil es hacer llamamientos para la paz, hablar de diálogos, de concertación, de ponernos de acuerdo, hablar de amor,  cuando lo único que se busca es el propio interés, vencer al que se halla en este momento del otro lado del escritorio, aunque ayer estuviera junto a nosotros.

El fin justifica los medios, eso dicen, y si el fin no es el entendimiento o el beneficio de ambos, sino la mayor ganancia, sacarte de la ruta porque sos mi competidor, anularte como persona o como quien piensa, desea o siente de manera diferente, no podrá haber paz ni igualdad.

Si vivir es difícil los humanos nos especializamos en hacerlo todavía más dificultoso, en poner obstáculos, hacer trampas, mentir.

Los grandes enunciadores de proclamas se ocupan de nuestra sexualidad, se interesan por quién deseamos y que hacemos o dejamos de hacer con nuestros cuerpos, nos hablan de futuros, proyectos, programas, izquierdas, derechas, revoluciones y otras palabras tan importantes e impactantes, y al mismo tiempo tan vacías y malsanas. Digo malsanas porque nos ponen delante ilusiones que van envenenando nuestra energía, nuestras ganas de ir, porque construyen frustraciones y abandonos. Fomentan nuestra esperanza sabiendo que es una pesada ancla que nos detendrá en el flujo mientras creeremos que vamos hacia la meta.








Entre tanto, mientras llenan el aire con sus sonidos mentirosos, van construyendo los muros y fosos que separan los pueblos, se apropian de la tierra de los débiles, explotan al asalariado, se adueñan del cuerpo de las mujeres, trafican drogas y van preparando la próxima guerra, porque ellas son necesarias, nos dicen, porque ellas nos traerán la democracia, la libertad, los derechos humanos, la paz. Estúpidamente todavía los escucho argumentar que la guerra es la política por otros medios. 

Los daños colaterales, los millones de personas asesinadas, no son significativos, sí es importante no destruir los pozos petroleros, las minas, las industrias, sino qué sentido tendría la guerra. Mientras tanto ellos están en sus torres y balcones mirando hacia el horizonte, seguros que el olor a pólvora no contaminará su perfume importado.

Es sabio aceptar que la violencia engendra violencia, que el que siembra  vientos recoge tempestades, tan sabio como saber que este círculo infernal debe ser cortado, hecho añicos con nuestra intervención, parando la injusticia, la desigualdad, quitando las caretas. Hay muchas verdades dichas, pero no todas lo son.

El mundo solamente tiene sentido si es para nosotros, los humanos, por eso cuando se mata a uno solo de estos hombres, mujeres, se está acabando con la humanidad, se está diciendo que son otros los destinos, una sola persona es toda la humanidad.


Oliverio Girondo


Tardará, tardará. Ya sé que todavía los émbolos, la usura, el sudor, las bobinas, seguirán produciendo, al por mayor, en serie, iniquidad, ayuno, rencor, desesperanza; para que las lombrices, con huecos portasenos, las vacas de embajada, los viejos paquidermos de esfínteres crinados, se sacien de adulterios, de hastío, de diamantes, de caviar, de remedios. Ya sé que todavía pasarán muchos años para que estos crustáceos del asfalto y la mugre se limpien  la cabeza, se alejen de la envidia, no idolatren la saña, no adoren la impostura, y abandonen la costra de opresión, de ceguera, de mezquindad, de bosta. Pero, quizás, un día, antes de que la tierra se canse de atraernos y brindarnos su seno, el cerebro les sirva para sentirse humanos, ser hombres, ser mujeres, no cajas de caudales, ni perchas desoladas, someter a las ruedas, impedir que nos maten, comprobar que la vida se arranca y despedaza los chalecos de fuerza de todos los sistemas; y descubrir, de nuevo, que todas las riquezas se encuentran en nosotros y no bajo la tierra.
Y entonces… ¡Ah! Ese día abriremos los brazos sin temer que el instinto nos muerda los garrones, ni recelar de todo, hasta de nuestra sombra; seremos capaces de acercarnos al pasto, a la noche, a los ríos, sin rubor, mansamente, con las pupilas claras, con las manos tranquilas, y usaremos palabras sustanciosas, auténticas, no como esos vocablos erizados de inquina que babean las hienas al instarnos al odio, ni aquellos que se asfixian en estrofas de almíbar y fustigada clara de huevo corrompido, sino palabras simples, de arroyos, de raíces, que en vez de separarnos nos acerquen un poco; o mejor todavía, guardaremos silencio para tomar el pulso a todo lo que existe, y vivir el milagro de cuanto nos rodea, mientras alguien nos diga, con una voz de roble, lo que desde hace siglos esperamos en vano.”                        

Oliverio Girondo










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