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Daños
colaterales
Hoy
quiero comenzar con algunas cifras:
En
la primera guerra mundial que se desarrolló entre 1914 y 1918 en la que
participaron las grandes
potencias del mundo, murieron más de 9 millones de soldados.
Trinchera británica. lra guerra mundial |
En
la segunda guerra mundial, una cantidad media aproximada es de 70 millones de personas
muertas.
2da guerra mundial |
En el llamado Holocausto hasta ahora se
dice que murieron 6 millones
los que no eran solamente judíos sino que también
eran gitanos, homosexuales, comunistas.
En la guerra de Vietnam se calcula que
fueron muertos dos millones
de
civiles y aproximadamente un millón
cuatrocientos mil combatientes.
Las bombas
estadounidenses sobre Hiroshima y Nagasaki en Japón
en principio mataron 220
mil personas.
Aunque todavía no puede ser estimado, se
calcula que fueron 225.000 los muertos civiles y militares en las guerras de Irak y
Afganistán.
En la guerra de Malvinas fueron muertas cerca de 904 personas.
Este es un pequeño repaso sobre las guerras más importantes, dejando de
lado muchísimas otras como pueden ser las sostenidas por Israel y sus vecinos
árabes o las africanas o las americanas.
Lo que debe despertarnos y convocar a nuestra sorpresa son las
cantidades de personas muertas, en una hablamos de 9 millones, en la otra de 70
y a esto debemos agregar las graves consecuencias físicas y psíquicas de los
que no murieron.
Hablamos de millones de vidas, familias, sueños, de seres humanos como
vos, tu hermano, tu padre que un día fueron mandados a la batalla y fueron
asesinados.
No legitimemos aquello que nos debe poner los pelos de punta, que debe hacer sonar todas nuestras alertas,
porque ellos no fueron héroes o mártires, sino personas sacrificadas, muertas
por un tiro o una bomba. Aunque las guerras desde los gobiernos sean
legitimadas, se busque y convenzan a muchos de la necesidad de ellas, son
máquinas de asesinar. El muerto en combate no es menos muerto que cualquier
otro ni tuvo ni tendrá algún cielo especial esperándolo. No debemos ni podemos
aceptar que un gobierno pueda mandar a matar, porque si es moralmente
intolerable el asesinato de un ser humano por manos de cualquier otro, lo debe
ser también para los gobiernos. Esto vale en todo momento, no solamente en
relación a las guerras, sino también en la supuesta vida en paz en la que
muchos se hacen los desentendidos y apoyan o encubren a asesinos y violentos de
cualquier tipo.
El mundo cambiará cuando entendamos que ningún ideal, ningún principio
ni creencia habilitan a dañar a un ser humano porque cualquier vida es muy
superior a todo ideal o creencia. Se nos enseñó que es heroico o bueno morir
por un principio, por una fe, pero ninguno de ellos vale lo que una vida porque
ellos no tienen existencia y el humano sí la tiene, y eso implica que es un
proyecto, sueños, amores y dolores, logros y fracasos mientras que el resto son
simples ideas vacías que ni siquiera se pueden tocar. Estas ideas pueden ser un
camino a seguir, un punto al que pretender llegar aunque sepamos que nunca lo
haremos, pero ese camino jamás puede incluir el dañar a otros, la violencia
nunca puede ser justificada.
Bob Marley escribió lo siguiente:
“Tú dices que amas la lluvia y sin
embargo usas paraguas cuando llueve.
Tú dices que amas el sol, pero
siempre buscas una sombra cuando el sol brilla.
Tú dices que amas el viento, pero
cierras las ventanas cuando el viento sopla.
Por eso es que tengo miedo cuando
dices que me amas”
Qué fácil es hacer llamamientos para la paz, hablar de diálogos, de
concertación, de ponernos de acuerdo, hablar de amor, cuando lo único que se busca es el propio
interés, vencer al que se halla en este momento del otro lado del escritorio,
aunque ayer estuviera junto a nosotros.
El fin justifica los medios, eso dicen, y si el fin no es el
entendimiento o el beneficio de ambos, sino la mayor ganancia, sacarte de la
ruta porque sos mi competidor, anularte como persona o como quien piensa, desea
o siente de manera diferente, no podrá haber paz ni igualdad.
Si vivir es difícil los humanos nos especializamos en hacerlo todavía
más dificultoso, en poner obstáculos, hacer trampas, mentir.
Los grandes enunciadores de proclamas se ocupan de nuestra sexualidad,
se interesan por quién deseamos y que hacemos o dejamos de hacer con nuestros
cuerpos, nos hablan de futuros, proyectos, programas, izquierdas, derechas,
revoluciones y otras palabras tan importantes e impactantes, y al mismo tiempo
tan vacías y malsanas. Digo malsanas porque nos ponen delante ilusiones que van
envenenando nuestra energía, nuestras ganas de ir, porque construyen
frustraciones y abandonos. Fomentan nuestra esperanza sabiendo que es una
pesada ancla que nos detendrá en el flujo mientras creeremos que vamos hacia la
meta.
Entre tanto, mientras llenan el aire con sus sonidos mentirosos, van
construyendo los muros y fosos que separan los pueblos, se apropian de la
tierra de los débiles, explotan al asalariado, se adueñan del cuerpo de las
mujeres, trafican drogas y van preparando la próxima guerra, porque ellas son
necesarias, nos dicen, porque ellas nos traerán la democracia, la libertad, los
derechos humanos, la paz. Estúpidamente todavía los escucho argumentar que la
guerra es la política por otros medios.
Los daños colaterales, los millones de personas asesinadas, no son
significativos, sí es importante no destruir los pozos petroleros, las minas,
las industrias, sino qué sentido tendría la guerra. Mientras tanto ellos están
en sus torres y balcones mirando hacia el horizonte, seguros que el olor a
pólvora no contaminará su perfume importado.
Es sabio aceptar que la violencia engendra violencia, que el que
siembra vientos recoge tempestades, tan
sabio como saber que este círculo infernal debe ser cortado, hecho añicos con
nuestra intervención, parando la injusticia, la desigualdad, quitando las
caretas. Hay muchas verdades dichas, pero no todas lo son.
El mundo solamente tiene sentido si es para nosotros, los humanos, por
eso cuando se mata a uno solo de estos hombres, mujeres, se está acabando con
la humanidad, se está diciendo que son otros los destinos, una sola persona es
toda la humanidad.
Oliverio Girondo |
“Tardará,
tardará. Ya sé que todavía los émbolos, la usura, el sudor, las bobinas,
seguirán produciendo, al por mayor, en serie, iniquidad, ayuno, rencor,
desesperanza; para que las lombrices, con huecos portasenos, las vacas de
embajada, los viejos paquidermos de esfínteres crinados, se sacien de
adulterios, de hastío, de diamantes, de caviar, de remedios. Ya sé que todavía
pasarán muchos años para que estos crustáceos del asfalto y la mugre se
limpien la cabeza, se alejen de la
envidia, no idolatren la saña, no adoren la impostura, y abandonen la costra de
opresión, de ceguera, de mezquindad, de bosta. Pero, quizás, un día, antes de
que la tierra se canse de atraernos y brindarnos su seno, el cerebro les sirva
para sentirse humanos, ser hombres, ser mujeres, no cajas de caudales, ni
perchas desoladas, someter a las ruedas, impedir que nos maten, comprobar que
la vida se arranca y despedaza los chalecos de fuerza de todos los sistemas; y
descubrir, de nuevo, que todas las riquezas se encuentran en nosotros y no bajo
la tierra.
Y entonces… ¡Ah! Ese día abriremos
los brazos sin temer que el instinto nos muerda los garrones, ni recelar de
todo, hasta de nuestra sombra; seremos capaces de acercarnos al pasto, a la
noche, a los ríos, sin rubor, mansamente, con las pupilas claras, con las manos
tranquilas, y usaremos palabras sustanciosas, auténticas, no como esos vocablos
erizados de inquina que babean las hienas al instarnos al odio, ni aquellos que
se asfixian en estrofas de almíbar y fustigada clara de huevo corrompido, sino
palabras simples, de arroyos, de raíces, que en vez de separarnos nos acerquen
un poco; o mejor todavía, guardaremos silencio para tomar el pulso a todo lo
que existe, y vivir el milagro de cuanto nos rodea, mientras alguien nos diga, con
una voz de roble, lo que desde hace siglos esperamos en vano.”
Oliverio Girondo
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