sábado, 15 de febrero de 2014

92 - Hojas al pasar

Salvador Dalí

92
Hojas al pasar


Siguiendo mi costumbre de dejarme llevar por mis propios vientos y con un destino apenas entrevisto, hoy buscaremos otras palabras cercanas a la belleza pero no olvidadas del compromiso.
Será como un descanso merecido,  esos que se disfrutan con una sonrisa.
Nos dedicaremos a textos sueltos, sin buscar coherencia y si alguna resulta, será por puro efecto del caos.

Jorge Debravo escribió esta poesía que les dejo: No te ofrezco la paz, hermano hombre



“No te ofrezco la paz, hermano hombre,
porque la paz no es una medalla:
la paz es una tierra esclavizada
y tenemos que ir a liberarla.
Yo te pido el amor y la ternura,
el músculo, los gritos y las garras,
la agilidad del pie, el fuego del canto,
la hoguera del deseo y la mirada.
Pertrechado con luz, con alegría,
con sueños, cuerpos y almas,
saldremos a tomar la paz a golpes
aunque tengamos que despedazarla.”




Esto me hace acordar a aquello de “tomar el cielo por asalto”, la acción decidida y jugada del que no espera ni ruega ni hace ofrendas sino que trepa murallas, derriba puertas, grita todo lo que hay que gritar. No será la joven decorosa que ante el deseo baja la mirada vergonzosa, ni la perdida en sueños de pañales y cacerolas. Como nos dice Oliverio Girondo en este extracto de Se me importa un pito:

Mujer volando




“No se me importa un pito que las mujeres 
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; 
un cutis de durazno o de papel de lija. 
Le doy una importancia igual a cero, 
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco 
o con un aliento insecticida. 
Soy perfectamente capaz de soportarles 
una nariz que sacaría el primer premio 
en una exposición de zanahorias; 
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, 
bajo ningún pretexto, que no sepan volar. ”


Josephine Wall


Volar, tener altura, ser capaz de sostener el hechizo y la fuerza, la que rechaza anonadarse, volverse pequeña y al contrario, levanta sus pechos y es toda presencia.
Seguramente no será la voz de los humildes la que conmueva la tierra. Tampoco la de los esperanzados. Quizá sea esto lo que les quiero expresar en el siguiente texto que nos dice que Cultivemos la Esperanza:

“Cultivemos la esperanza, ella nos permite levantar la cabeza,  deslizar la mirada lejos buscando  el tiempo que todavía no llegó. Nos pone la alegría necesaria para poder seguir con la mochila cargada, aplastante.
Es la promesa de la redención que algún día alcanzaremos, aquel momento feliz de estirar la columna  y abrir las manos.
Bendita esperanza que nos permite tolerar la sed de hoy, esta quemazón dentro del cuerpo, los pies cansados de arrastrar las calles hacia la oficina, y nos  deja este gesto en la cara parecido  una triste mueca que simula una sonrisa.
Bendita esperanza la de los peregrinos del subterráneo, de los andadores de bancos, la de las piernas hinchadas de las vendedoras, del viernes que tarda en llegar y el domingo que ya acabó.
Ella nos dice: esta no es la vida, todavía falta, todavía falta.
Bendita esperanza que nos llevás por el camino de la ilusión que nos desangra.
Bendita esperanza de lo por venir, que no es porvenir sino agonía y lo que llegará vendrá con mortaja.”

La esperanza publicada como una bendición desde tiempos bíblicos, tirada a la multitud desprevenida desde púlpitos y balcones. Alerta primera: palabra dicha por cura, monje, pastor, rabino, imán, mahatma, gurú, brahmán, sacada del libro de las mil frases bonitas de la new age, ¡cuidado! Sospechar, repasarla con la mirada y los oídos como si de voces fantasmales se tratase, buscar sus dobles y triples sentidos, y luego, cuando se la cree inocente, dejarla en cuarentena como se hace con los archivos sospechados de contener virus.
Un párrafo aparte merece la nada, imposible mezclarlo con estas cosas. Bien sabemos  acerca de ella, ya vamos deletreando, con un claro esfuerzo, su falta de nombre, como para que quiera imponernos su ausencia.
Tan apartado debemos colocarlo que, luego, aunque con las uñas demos vuelta toda la tierra, y la arena, no lo hallaremos. Y también sabemos que debemos buscarlo, que no podemos dejarlo olvidado en ningún lado, como cualquier nadería caída, pues en ello se nos va la vida.
Podemos jugar inventándole un nombre y lo llamaremos santo grial, o sabiduría, o paraíso, o pureza, inocencia,  también le podría caber, por ejemplo,  terrible maldad, demonio todopoderoso. No importa cómo lo llamemos, estamos condenados a buscarlo. Buscarlo ahí precisamente dónde nada está, pues desde siempre dijimos que es aparte. 
Contamos con la fe, esperanza y caridad, con la regla de tres simple y la compuesta, con axiomas y el video del hombre pisando la luna, igualmente no nos sirven, porque siempre la nada merece un párrafo aparte.
  
Daniil Kharms

Ahora veamos dos cuentos escritos por Daniil Kharms , acá va el primero:

“Había un hombre pelirrojo que no tenía ojos ni orejas. Ni siquiera tenía cabello, así que eso de que era pelirrojo es un decir.
            No podía hablar porque no tenía boca. Tampoco tenía nariz.
            Ni siquiera tenía brazos ni piernas. Tampoco tenía estómago ni espalda ni espina dorsal ni intestinos de ningún tipo. De hecho, no tenía nada. De modo que es muy difícil entender de quién estamos hablando.
            Tal vez sea mejor ya no hablar nada más de él.”




Escher



















El segundo se llama Un soneto y dice:


“Hoy me sucedió algo extraño: de repente olvidé si primero venía el 7 o el 8. Fui con mis vecinos para conocer su opinión sobre esa secuencia. La extrañeza de ellos y la mía fueron grandes cuando, de pronto, descubrieron que ellos tampoco podían recordar cuál era el orden de esos números. Ellos se acordaban de contar 1, 2, 3, 4, 5, 6, pero olvidaban qué número seguía. Entonces decidimos ir a la tienda más cercana, la que está en la esquina de las calles Znamenskaya y Basseinaya, para consultar ese asunto con la cajera. La cajera nos sonrió como padeciéndonos, se sacó de la boca un martillito y, moviendo su nariz con suavidad hacia adelante y atrás, nos dijo:
            –En mi opinión, el siete viene después del ocho sólo si el ocho viene después del siete.
            Le dimos las gracias a la cajera y contentos salimos de la tienda. Pero luego, pensando con cuidado en lo que dijo la cajera, nos pusimos tristes porque sus palabras estaban vacías de significado.
            ¿Qué se supone que haríamos? Fuimos al Jardín Primavera y empezamos a contar árboles, pero al llegar al seis nos deteníamos y empezábamos a discutir. Algunos opinaron que el siete era el que seguía; pero otros decían que era el ocho. Estuvimos discutiendo mucho tiempo cuando, por un golpe de suerte, un niño se cayó de una banca y se quebró las quijadas. Eso nos distrajo de nuestra discusión.
            Y cada quien se fue a su casa.”

Escher


Dos palabras acerca de este autor que es tan desconcertante. Nació en 1905 en Rusia. Se dedicó a escribir libros para niños e historias cortas en las que aparece retratada la pobreza y opresión y más profundamente la liviandad y falta de sentido, a través de la sátira y la fantasía. Quizá por eso sus historias pueden ser leídas de manera hilvanada pero destaca lo ilógico, lo absurdo e inexplicable. Su vida no fue muy buena, fue declarado enemigo del Soviet y encarcelado por último en la prisión de Leningrado Nº1, donde murió de inanición en 1942.


 
What  the moon saw










No hay comentarios:

Publicar un comentario