Salvador Dalí |
92
Hojas al pasar
Siguiendo
mi costumbre de dejarme llevar por mis propios vientos y con un destino apenas
entrevisto, hoy buscaremos otras palabras cercanas a la belleza pero no
olvidadas del compromiso.
Será como
un descanso merecido, esos que se
disfrutan con una sonrisa.
Nos
dedicaremos a textos sueltos, sin buscar coherencia y si alguna resulta, será
por puro efecto del caos.
Jorge Debravo
escribió esta poesía que les dejo: No
te ofrezco la paz, hermano hombre
“No te ofrezco la paz, hermano hombre,
porque la paz no es una medalla:
la paz es una tierra esclavizada
y tenemos que ir a liberarla.
Yo te pido el amor y la ternura,
el músculo, los gritos y las garras,
la agilidad del pie, el fuego del
canto,
la hoguera del deseo y la mirada.
Pertrechado con luz, con alegría,
con sueños, cuerpos y almas,
saldremos a tomar la paz a golpes
aunque tengamos que despedazarla.”
Esto me hace acordar a aquello de “tomar el cielo por
asalto”, la acción decidida y jugada del que no espera ni ruega ni hace
ofrendas sino que trepa murallas, derriba puertas, grita todo lo que hay que
gritar. No será la joven decorosa que ante el deseo baja la mirada vergonzosa, ni
la perdida en sueños de pañales y cacerolas. Como nos dice Oliverio Girondo en
este extracto de Se me importa un pito:
Mujer volando |
“No se me
importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar. ”
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar. ”
Josephine Wall |
Volar, tener altura, ser capaz de sostener el hechizo y la
fuerza, la que rechaza anonadarse, volverse pequeña y al contrario, levanta sus
pechos y es toda presencia.
Seguramente no será la voz de los humildes la que conmueva
la tierra. Tampoco la de los esperanzados. Quizá sea esto lo que les quiero
expresar en el siguiente texto que nos dice que Cultivemos la Esperanza:
“Cultivemos la esperanza, ella nos permite
levantar la cabeza, deslizar la mirada
lejos buscando el tiempo que todavía no
llegó. Nos pone la alegría necesaria para poder seguir con la mochila cargada,
aplastante.
Es la promesa de la redención que algún día
alcanzaremos, aquel momento feliz de estirar la columna y abrir las manos.
Bendita esperanza que nos permite tolerar la
sed de hoy, esta quemazón dentro del cuerpo, los pies cansados de arrastrar las
calles hacia la oficina, y nos deja este
gesto en la cara parecido una triste
mueca que simula una sonrisa.
Bendita esperanza la de los peregrinos del
subterráneo, de los andadores de bancos, la de las piernas hinchadas de las
vendedoras, del viernes que tarda en llegar y el domingo que ya acabó.
Ella nos dice: esta no es la vida, todavía
falta, todavía falta.
Bendita esperanza que nos llevás por el camino
de la ilusión que nos desangra.
Bendita esperanza de lo por venir, que no es
porvenir sino agonía y lo que llegará vendrá con mortaja.”
La
esperanza publicada como una bendición desde tiempos bíblicos, tirada a la
multitud desprevenida desde púlpitos y balcones. Alerta primera: palabra dicha
por cura, monje, pastor, rabino, imán, mahatma, gurú, brahmán, sacada del libro
de las mil frases bonitas de la new age, ¡cuidado! Sospechar, repasarla con la
mirada y los oídos como si de voces fantasmales se tratase, buscar sus dobles y
triples sentidos, y luego, cuando se la cree inocente, dejarla en cuarentena
como se hace con los archivos sospechados de contener virus.
Un párrafo
aparte merece la nada, imposible mezclarlo con estas cosas. Bien sabemos acerca de ella, ya vamos deletreando, con un
claro esfuerzo, su falta de nombre, como para que quiera imponernos su
ausencia.
Tan
apartado debemos colocarlo que, luego, aunque con las uñas demos vuelta toda la
tierra, y la arena, no lo hallaremos. Y también sabemos que debemos buscarlo,
que no podemos dejarlo olvidado en ningún lado, como cualquier nadería caída,
pues en ello se nos va la vida.
Podemos
jugar inventándole un nombre y lo llamaremos santo grial, o sabiduría, o
paraíso, o pureza, inocencia, también le
podría caber, por ejemplo, terrible
maldad, demonio todopoderoso. No importa cómo lo llamemos, estamos condenados a
buscarlo. Buscarlo ahí precisamente dónde nada está, pues desde siempre dijimos
que es aparte.
Contamos
con la fe, esperanza y caridad, con la regla de tres simple y la compuesta, con
axiomas y el video del hombre pisando la luna, igualmente no nos sirven, porque
siempre la nada merece un párrafo aparte.
Ahora
veamos dos cuentos escritos por Daniil Kharms , acá va el primero:
“Había un hombre
pelirrojo que no tenía ojos ni orejas. Ni siquiera tenía cabello, así que eso
de que era pelirrojo es un decir.
No podía hablar porque no tenía
boca. Tampoco tenía nariz.
Ni siquiera tenía brazos ni
piernas. Tampoco tenía estómago ni espalda ni espina dorsal ni intestinos de
ningún tipo. De hecho, no tenía nada. De modo que es muy difícil entender de
quién estamos hablando.
Tal vez sea mejor ya no hablar nada
más de él.”
Escher |
El segundo se llama Un soneto y dice:
“Hoy
me sucedió algo extraño: de repente olvidé si primero venía el 7 o el 8. Fui
con mis vecinos para conocer su opinión sobre esa secuencia. La extrañeza de
ellos y la mía fueron grandes cuando, de pronto, descubrieron que ellos tampoco
podían recordar cuál era el orden de esos números. Ellos se acordaban de contar
1, 2, 3, 4, 5, 6, pero olvidaban qué número seguía. Entonces decidimos ir a la
tienda más cercana, la que está en la esquina de las calles Znamenskaya y
Basseinaya, para consultar ese asunto con la cajera. La cajera nos sonrió como
padeciéndonos, se sacó de la boca un martillito y, moviendo su nariz con
suavidad hacia adelante y atrás, nos dijo:
–En mi opinión, el siete viene
después del ocho sólo si el ocho viene después del siete.
Le dimos las gracias a la cajera y
contentos salimos de la tienda. Pero luego, pensando con cuidado en lo que dijo
la cajera, nos pusimos tristes porque sus palabras estaban vacías de
significado.
¿Qué se supone que haríamos? Fuimos
al Jardín Primavera y empezamos a contar árboles, pero al llegar al seis nos
deteníamos y empezábamos a discutir. Algunos opinaron que el siete era el que
seguía; pero otros decían que era el ocho. Estuvimos discutiendo mucho tiempo
cuando, por un golpe de suerte, un niño se cayó de una banca y se quebró las
quijadas. Eso nos distrajo de nuestra discusión.
Y cada quien se fue a su casa.”
Escher |
Dos palabras acerca de este autor que es tan desconcertante.
Nació en 1905 en Rusia. Se dedicó a escribir libros para niños e historias
cortas en las que aparece retratada la pobreza y opresión y más profundamente
la liviandad y falta de sentido, a través de la sátira y la fantasía. Quizá por
eso sus historias pueden ser leídas de manera hilvanada pero destaca lo
ilógico, lo absurdo e inexplicable. Su vida no fue muy buena, fue declarado
enemigo del Soviet y encarcelado por último en la prisión de Leningrado Nº1,
donde murió de inanición en 1942.
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