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Ida y vuelta
Estos
últimos siglos son de transición. Hablando del último recorrido histórico y de
manera un tanto arbitraria, podemos decir que partimos de aquella etapa donde
solamente éramos un pequeño elemento de algo mucho mayor y que se consideraba
fundamental que era la religión impuesta y hegemónica junto con el sistema de
gobierno y que dio lugar a los estados totalitarios desde las monarquías hasta
los “democráticos” ya fueren de derecha como de izquierda. Esto no se modificó
ni siquiera en los llamados gobiernos comunistas.
Esta
modalidad exigía el sometimiento de la persona a las directivas consideradas
superiores y que reglaban toda la vida, aún la íntima. Tomemos como ejemplo la
medicalización de la sexualidad como
forma de controlarla que llegó a considerar la masturbación como una práctica
nociva para la salud, otro ejemplo fue la prohibición del disfrute por parte de
la mujer. El trabajo se volvió un eje central tanto como manera de alejarse del
“vicio” y del “pecado” como medio de adquirir valor personal al ser “socialmente
útil y productivo”, en contraposición a ser un “parásito”. Las alegorías tanto
del occidente capitalista como el comunismo exaltan al trabajador y a la
producción.
(poner
imágenes de producción, trabajo, )
En
Argentina algunas monedas tenían símbolos de este tipo como ser espigas de
trigo o cabezas de ganado vacuno.
El péndulo osciló y
hoy estamos en otro punto, muchas veces un tanto engañoso porque aquel
sometimiento de la persona al sistema aparece ahora muy disimulado, encubierto
a tal punto que no nos damos cuenta que seguimos bajo parámetros que nos resultan totalmente
extraños y de los que no hemos participado pues nos han sido tan impuestos como
antes lo fue la religión.
Hoy lo que aparece a
primera vista y que tiende a ser el fiel desde el cual organizamos nuestros
actos es el individuo al que entendemos como autosuficiente y no necesario de
justificación. El propio interior se ha
convertido en la verdad. Acá debemos andar con cuidado porque es cierto que lo
que siento o pienso para mí es una verdad, si me duele no dudo de eso, y aunque
me digan que no es así, igual sigo sintiendo el dolor. Esto se vuelve problemático cuando lo
convierto en absoluto, cuando quiero que sea una regla para todos.
Las publicidades, los
discursos están dirigidos al individuo al que se lo define como algo difuso. Ya
cuando hasta no hace mucho se hablaba del ciudadano también se refería a una entelequia,
una generalización, pero que al menos
tenía ciertas características, el ciudadano no era cualquier personas. Cuando pasamos a
hablar de “la gente” no existe delimitación alguna, pueden serlo todos sin
distinción y esto es parte de la trampa que no se dice, lo mismo sucede cuando
se nos define como consumidores. Al
individualizar tanto se cae en la generalización que termina siendo nuevamente
la base para la manipulación.
Esto se ve muy
claramente cuando se coloca al individuo como centro autosuficiente. Si quiero
tener tal vestido o tal consola de juegos con que lo desee alcanza. Desde todos
los ámbitos se nos impulsa a eso, ahora somos “consumidores”, a tal punto que existen los “derechos del
consumidor” como si este fuera una entidad independiente.
El consumidor es la
síntesis, se organiza a sí mismo en base a sus “ganas”. He conocido personas
que se definen como “gánicas” o sea que ellos toman algo tan superficial como la inclinación
momentánea para organizar sus conductas.
Aquello que conocimos como la palabra dada, el compromiso, se estrellan contra
las ganas. La responsabilidad esta en relación a sí mismo y nada más. Si dije
que iría a tal cita y no tengo ganas de concurrir, con eso basta. Si la otra
persona fue y se quedó esperando ya es su responsabilidad, no tengo nada que
ver con eso. La alegría o el dolor del otro no tienen porque afectarme, si lo
hacen es mi responsabilidad y tendré que ver qué me sucede.
La polaridad que nos
hace objeto de algo mayor tanto como la individualista, están desequilibradas.
Fueron dos biólogos
chilenos, Humberto Maturana y Francisco Varela quienes explicaron que los seres vivos somos
sistemas 'cerrados' y al mismo tiempo 'abiertos'.
Un sistema cerrado es
aquel que tiene capacidad de autoregulación, esto lo realiza cada ser vivo
desde el complejo cuerpo de los animales superiores, pasando por los órganos y
finalizando en la célula más pequeña. Cuando hace mucho calor perdemos humedad
mediante la transpiración, por eso bebemos más agua para equilibrarla. A su vez
la transpiración elimina calor para mantener constante nuestra temperatura
corporal, logrando así la autoregulación. Si nos detenemos en este aspecto
vemos que cada individuo realiza estas operaciones por sí mismo con total
independencia de los otros individuos e incluso de su parte racional pues esto
no esta organizado por la mente pensante sino que son procesos automáticos
anclados en la parte corporal.
Al mismo tiempo los
seres vivos somos sistemas ‘abiertos’ lo que significa que desde el comienzo de
nuestra evolución como especie o como individuo, interactuamos e intercambiamos
materia y energía con los otros sistemas que nos rodean. Esto es lo que nos
permite relacionarnos y formar parte del ecosistema y por lo tanto es un
procedimiento necesario para mantenernos vivos.
Esta necesidad de
recibir y estar entregados al afuera es básica, general, forma parte de toda
especie viva y es lo que nos forma. Volviendo al ejemplo anterior, cuando hace
mucho calor debemos recibir del exterior agua para mantener nuestro equilibrio,
si eso no sucediera, pondríamos en serio peligro nuestra vida, pudiendo llegar
a la muerte. Lo mismo sucede con los alimentos, nosotros no podemos generar
internamente lo que nos sostendrá, debemos necesariamente recibir el aporte del
ecosistema.
Hay una constante
interacción entre un supuesto afuera y un supuesto adentro. Digo “supuesto”
porque la separación es ficticia, nuestra piel es el límite pero no es sólido
sino poroso, nos comunica constantemente con el afuera y sus estímulos. Una
forma de tortura es encerrar a una persona en una habitación sin luz y sin que
le lleguen sonidos. Esta privación sensorial con el paso del tiempo lleva a la
persona a tener alucinaciones, a tal punto necesitamos para nuestro equilibrio
del medio.
De este modo tanto el
cierre sobre sí mismo como la apertura al medio son imprescindibles para la
existencia de un organismo vivo, en un constante equilibrio en el que uno
favorece al otro. Este fue el camino de la evolución, no lo fue la
supervivencia del más fuerte, sino del más apto, de aquel que pudo establecer
un buen ritmo entre apertura y cierre, en su colaboración con el ecosistema del
que forma parte. Por esto decimos que la regulación de la naturaleza no es
jerárquica sino que son los efectos de colaboración, de intercambio, los que
potencian al sistema.
Por todo esto existe
el alerta hacia el cuidado del ecosistema, porque la destrucción del mismo
también implicará la nuestra como especie.
Toda esta divagación
es para ayudarnos a entender que tanto el totalitarismo que nos vuelca al
exterior como el individualismo pecan por destructivos, porque solamente tienen
en cuenta una de las posibilidades de la vida y excluyen la otra.
Esto también implica
al pensamiento. Ser solamente receptivos
de las ideas de los demás, ser seguidores, militantes, fanáticos, creyentes,
“orgánicos” es romper el equilibrio que en definitiva nos lleva a la
discapacidad del pensamiento, a repetir como loros y aún caer en esa especie de locura que es
contradecirnos según sople el viento. Lo mismo sucede si nos quedamos
únicamente con nuestras ideas, estas se vuelven famélicas, sin capacidad
reproductiva y nos llevan también a la muerte del pensamiento.
Abrir y cerrar el
sistema, tomar del medio, asimilar, descartar lo que no me conviene, incorporar
lo que me alimenta, devolver al ecosistema lo producido, en una constante ida y
vuelta, es parte del flujo de la vida, de la alternancia natural del respirar
en el que se inspira, se incorpora y se expira, se libera.
Cuando nos toman y
nos etiquetan como “consumidores” nos están volviendo unos monstruos obesos,
dependientes, adictos.
Rechacemos toda
masificación por altamente dañina tanto
como la excesiva individuación.
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