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Y todo sigue igual…
Encontré una entrevista en la que el psicoanalista y
pensador Slavoj Zizek *expone algo que me interesó inmediatamente, me dejó
pensando y luego me deprimió porque muestra y confirma algo que en mi
experiencia veo y me rebela: la quietud en la que todos estamos formados. Este
deambular zombi en el que nos creemos vivos y dueños de nuestro destino cuando
en realidad solamente decidimos muy poco de lo que, en definitiva, es
intrascendente. Nos agotamos en pensar si sacamos créditos, en preocuparnos
porque nuestro hijo obtenga buenas notas, en cambiar el coche o serle
infiel a nuestra pareja. Y así transcurrimos hasta el momento final.
En este reportaje Zizek en un párrafo dice:
“Nuestra posición
natural es la hipocresía: deseamos algo pero preferimos no tener lo que
queremos. Un ejemplo político brutal: hoy está de moda decir que la gente
quiere tener voz, participar en política. No. La mayoría, no. Esto es lo
problemático cuando se dice: “Necesitamos una ciudadanía más activa”. Que la
gente debe participar en las decisiones, en reuniones, en sus comunidades
locales, etcétera. No es así, salvo en situaciones de emergencia, en estos
hermosos momentos de revueltas y demás. Pero en el largo plazo, lo que la gente
quiere es un orden público, organización estatal, que las cosas funcionen y me
permitan hacer bien mi trabajo.”
¿es así como dice Zizek?
La realidad pareciera
confirmar sus palabras.
Desde hace muchos años participo en distintos espacios
dedicados especialmente al tema de la prostitución-trata de personas desde una
visión abolicionista y centrada en la igualdad de género. Aunque es un tema que
inmediatamente convoca pues nos concierne a todos y todas, por lo que es
difícil que no nos veamos comprometidos con alguna postura u opinión al
respecto, pasado ese primer momento cada uno tiende a volver a lo suyo previo.
El interés o preocupación quizá queden pero relegados a un fondo que puede
esperar, mientras en el primer plano reaparecen los temas cotidianos.
Muchas personas se contentan con mandar una adhesión o poner
su firma en un petito y con eso se dan por complacidas con su intervención del
mismo modo que el creyente religioso diciendo una oración piensa que ya ha
hecho suficiente y que el resto es responsabilidad de su dios.
Esto se parece mucho a quien ha visto un partido por
televisión y luego dice: “ganamos” como
si realmente hubiera corrido un centímetro en la cancha.
Lo cierto es que Zizek hizo una radiografía de por qué
estamos en el mundo en la situación actual, y desde esa visión, con una muy
opaca perspectiva de que las cosas cambien porque nosotros no cambiaremos.
Al actuar de ese modo, o quizá mejor dicho, al no actuar,
dejamos el campo libre para que algunos pocos amantes del poder y buscadores de
tesoros se apropien de los gobiernos y desde allí ejerzan sus directivas
inconsultas con un total desprecio por quienes somos llamados “pueblo” o sus
sinónimos ideológicos: “ciudadanos”, “gente”.
De este modo se crea la división entre la autollamada “clase
política” o sea los iluminados que saben cómo solucionar los problemas de todos
y se dedican supuestamente a eso, y el resto, estos todos que ya no tenemos voz
porque tuvimos votos y somos “representados”.
Quizá esto también nos explique por qué millones de personas
de religión judía caminaron tranquilamente cargando sus valijas hacia los
trenes que los llevarían a los campos de concentración, y porque, una vez en
ellos, no se rebelaron. Seguramente habrían muerto miles antes las balas nazis,
pero seguramente eso hubiera podido cambiar la historia, sino en todo, sí en lo
que a ellos concierne.
Los humanos somos organismos vivos y por lo tanto
cambiantes, por eso no tomemos esto como una predicción sino como una lectura lejana
y limitada de nuestra realidad actual, algo que nosotros mismos podemos
modificar.
Desde niños se nos prepara para delegar responsabilidades,
para que las decisiones las tomen otros, para pensar que nosotros no podemos
salvo lo rutinario y anecdótico. Es parte de la educación que desde el
nacimiento se nos ha impartido: madres que determinan qué les gusta o no a sus
hijos, si debemos ser simpatizantes de un club de fútbol o si nos debe gustar
jugar a ese deporte y de ahí en adelante todo el andamiaje cultural preparado
para “orientar”, que en definitiva es dirigir, nuestras elecciones hasta llegar
a que las campanadas, los timbres, los despertadores y cronómetros ordenen
nuestras vidas.
No es fácil dejar todo esto de lado, pero no es imposible,
al contrario, comenzar a hacerlo es liberador y para eso tenemos una parte
nuestra fundamental que siempre jugará de nuestro lado, esa parte es el sentir,
es aquello de que: sólo la emoción me
mantiene vivo.
Los sentimientos y también las preguntas: ¿para qué? ¿quién ordena eso? ¿por qué tengo
que hacerlo? ¿quiero hacerlo? ¿está de acuerdo con mi sentir y pensar? ¿creo
que es así? ¿lo hago por cómodo? ¿por obediencia debida? ¿por orgánico?
Este mundo, este sistema social, los dioses que adoramos,
son nuestra responsabilidad, no surgieron de un huevo mágico ni se mantienen
por obra de la providencia divina, sino porque delegamos en esa especie de
papás y mamás que mienten saberlo casi todo, que saben las soluciones a los “problemas de la gente” porque ellos “andan, caminan la calle y el país” o
porque tienen línea directa y personal con dios.
Que ellos ocupen esos lugares de fantasía también es
responsabilidad nuestra, están ahí porque los dejamos y hasta se lo pedimos.
Cambiando esto, seremos capaces de cambiar la historia.
Este artículo también me llevó a otra pregunta: ¿queremos
realmente un cambio social? ¿pretendemos una sociedad igualitaria? Quizá sea como dicen acerca de los indignados
europeos, o de los distintos grupos que se movilizan por alguna causa, que lo
que buscan es acceder a la riqueza que no les llega, que no pretenden modificar
la situación sino poder consumir más, ascender en la pirámide o no ser
descendidos de su nivel. Volvemos a lo que dice Zizek:
“lo que la gente
quiere es un orden público, organización estatal, que las cosas funcionen y me
permitan hacer bien mi trabajo.”
O sea que no pretenden el cambio, al contrario, exigen el
mantenimiento del orden ya dado pero con mayores beneficios para ellos.
Las revueltas no buscan poner en cuestión el sistema a
partir de la toma de conciencia de la injusticia social y de lo arbitrario de
los procedimientos gubernamentales, a partir de saber que existen otras
posibilidades más humanas. No, lo que quieren es alcanzar su ideal burgués,
convertirse ellos mismos en los de arriba. Vana ilusión, a lo sumo recibirán
algunas monedas más, quizá obtendrán que asfalten su calle o pongan alumbrado
público, no mucho más que eso porque el sistema no está creado para cuidar a
las personas y permitirles el mayor desarrollo personal posible. Querer que “las cosas funcionen y me permitan hacer mi
trabajo” es no entender que sí están funcionando pero que el beneficio es
para otros. Es tener una visión demasiado corta e ilusoria.
“Y me permitan hacer
mi trabajo” es pedir ser atado a la
rueda con cadenas más largas, que me den un bono, unas monedas por ese tiempo
que jamás recuperaré y por vivir una vida que no tiene otro sentido que el
trabajar, y en el tiempo restante, comer, tomar y tener sexo.
Seguramente es por eso que siempre se vota a quien los
terminará traicionando, que la boleta electoral es como la carta a los reyes
magos, simple juego de fantasía.
Estas columnas no tendrían sentido si no creyera que todo se
puede cambiar, que como dijo Shakespeare, que estamos hechos del mismo material
que los sueños. Solamente es necesario reorientarlos, conducirlos hacia un
mañana más luminoso, a la utopía posible.
*http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Slavoj-Zizek-humor-filosofo-lacaniano_0_900509954.html
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