domingo, 17 de noviembre de 2013

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¿Lo Necesito?  1

Comencemos con algunas cifras aproximadas solamente para tener una idea del tema:

760 millones de personas en el mundo no tienen acceso al agua potable. Tengamos en cuenta que ahí también están incluidas muchas personas argentinas.

Alrededor de 47 mil personas mueren de hambre diariamente.

Casi cerca de 900 millones de personas se hallan desnutridas, repito, 900 millones.

El peligro de hablar de cantidades, como estas, es que se disimula la magnitud del problema, se habla de miles o millones y eso ayuda a que no se vea a las personas, al dolor del hambre, de las enfermedades y las muertes.

Las palabras también podemos usarlas para no darnos cuenta de la magnitud de este verdadero genocidio del que no es solamente responsable un gobierno, sino todos los gobiernos del mundo y el sistema ideológico-económico que es el capitalismo neoliberal.



“Morir de hambre” para algunos de nosotros es una metáfora que podemos usar cuando un vacío en el estómago nos recuerda que necesitamos comer,  muy alejada de la realidad de lo que realmente significa la muerte, la agonía, por falta de alimentación.

No voy a hablar acá de lo que significa la desnutrición, se ha hablado ya bastante y se ha hecho poco o nada. Lo que sí me interesa es poner en relación dos datos, el de los 900 millones de personas desnutridas con este otro: en el mundo hay 1.600.000 personas con sobrepeso, casi el doble. Mientras algunos no reciben aportes suficiente que les permitan vivir, otros tienen exceso. Recuerdo ahora que en Haití, luego de la catástrofe del 2010, las madres hacían “galletitas” de tierra para que sus hijos comieran y no sintieran el dolor del hambre, para que sus pancitas recibieran al menos algo.

Si bien el sobrepeso no significa mejor nutrición, es indudable que la posibilidad de ingerir comidas es muchísimo mayor.

Este es un dato indudable de la desigualdad de condiciones en que los humanos vivimos. Esto mismo lo podemos repetir con otros datos, por ejemplo, el acceso al agua potable, a la salud, al trabajo, a la educación. Mientras en algunos sectores del mundo sobra y es despilfarrado, en el otros falta y lleva a la enfermedad y la muerte.


Esta desigualdad a esta altura de nuestra cultura, de los logros obtenidos, no puede ni debe ser considerada natural. Ahí donde vemos a alguien padeciendo hambre, sufriendo una enfermedad que actualmente puede ser combatida, no teniendo educación, estamos viendo un producto del accionar humano, no es algo natural, no tiene que ver con los pueblos o los continentes sino con la violencia, con el genocidio lento. Siempre que vemos a una persona en esas condiciones debemos saber que hay otra que la esta depredando, que se está quedando con su parte de vida.

Todo esto tampoco es nuevo ni desconocido, sabemos que es producto del sistema capitalista, que la acumulación de riqueza exige no detenerse nunca y que todos los medios sean tomados como lícitos, no importando el daño que puedan causar si se logra el fin de la acumulación del capital. Un ejemplo también conocido son los laboratorios que experimentan con permiso o sin él, en seres humanos sus productos. Pero cuidado en hacer caer toda la responsabilidad en ellos, porque para hacerlo necesitan la complicidad de médicos que sin advertirle a sus pacientes les dan la medicación y con los resultados llenan las planillas que remiten a los laboratorios y esto a cambio de una comisión o premios importantes, y también debemos incluir a funcionarios y organizaciones no gubernamentales. Otra modalidad en la que no me detendré, que muestra que para el capitalismo el fin justifica los medios, es la guerra.

Esta acumulación desenfrenada no solamente es propia de las empresas, de las organizaciones, de los gobiernos, sino también de cada uno de nosotros, es lo que llamamos consumismo.

Hagamos la primera diferenciación: consumir es necesario para la vida. Como seres vivos necesitamos imprescindiblemente de recursos que deben provenir desde el exterior, tanto físicos como psícosociales, necesitamos comida, oxígeno, agua, vestimenta, sol, tanto como cuidados, respeto, valoración, amor, medios para el desarrollo intelectual. Estos recursos son los mínimos y apuntan a cubrir nuestras necesidades, implican una profunda conexión con el medio ambiente del que proceden esos aportes. No hay modo de separarnos de lo que está más allá de nuestra piel porque sin eso no podríamos seguir vivos.
Esto es muy diferente al consumismo, que es una elaboración posterior, que puede estar basada o no en nuestras necesidades, y que es netamente cultural, social.

Cada vez que escucho a un político profesional hablar de “incentivar el consumo” o que toma como medida de “progreso” o “crecimiento” el aumento o disminución del consumo, suenan mis alarmas para indicarme que estoy en zona de peligro. Una vez satisfechas las necesidades vitales, el crecimiento o el desarrollo personal no pasan por cuánto ni por qué se consume. Al igual que el rating televisivo no es indicador de la calidad de un programa, el nivel de consumo no señala el grado de sabiduría, de comprensión, de empatía, de solidaridad, o de buen vivir, para no hablar de “felicidad”, que una persona ha alcanzado. Esos políticos profesionales mienten porque lo que quieren imponernos es el consumismo, no buscan que tengamos agua potable, sino que sea embotellada, de determinada marca, con o sin sales o minerales, con o sin gas, y dos litros por día, a nuestra sed también le han puesto una medida; y ya no alcanza con tener un televisor, lo mejor son varios, y si es posible inteligentes, y además teléfonos celulares de última generación. Seguramente para eso tendremos que tener una tarjeta de crédito y llenarnos de cuotas, y tendremos que trabajar para cubrir esas deudas que seguirán cuando nuestro celular se haya roto o haya quedado desactualizado y así se construye el círculo infernal que seguirá aún más allá de nuestra muerte porque las cuotas seguirán, por eso mismo cuando nos dan un crédito cualquiera aunque no lo sepamos, también estamos comprando un seguro de vida a favor de quien nos dio el crédito, no sea que muramos y la empresa pierda dinero.

Para el capitalismo la falta de trabajo no implica sufrimiento de la gente, sino falta de capacidad de compra, el que no trabaja no gana y por lo tanto no puede comprar, por eso mismo no interesa a este sistema  el excluido,  el que está por debajo del nivel, el paria.

Las empresas obtienen su ganancia del trabajo ajeno y también imponiendo pautas de consumo, vendiéndonos sus productos innecesarios, superfluos, y muchas veces que van francamente en contra nuestra salud. Esto lo logran distorsionando nuestra idea de las necesidades, haciéndonos creer que ellas son múltiples, feroces, que deben ser satisfechas urgentemente, y que nuestra felicidad depende de eso. Cada publicidad, cada vidriera, nos están indicando esto, seremos jóvenes, hermosos, sanos, tendremos miles de amores y sexo a disposición, siempre con una sonrisa, con ropa suntuosa y perfumes capaces de conmover al mundo.


El budismo dice que una de las causas del sufrimiento es el deseo. La solución no es consumir más, buscando inútilmente agotarlo porque jamás lo lograremos, sino algo más simple, dejarlo de lado. La felicidad ilusoria puesta en las cosas o personas nos lleva necesariamente a la frustración y sobre todo en una  época signada por el rápido envejecimiento de todo, y este resultado, esta infelicidad, en lugar de hacernos parar y reflexionar acerca de qué estamos haciendo, el sistema nos dice que al contrario, debemos salir a buscar nuevos objetos, nuevas sensaciones, nuevas formas y colores, huir de nuestro interior hacia algo que nos dice esta afuera, en algún lugar, en algún objeto. Este es el nuevo paraíso prometido por la religión empresarial, con sus mandamientos de oferta y demanda, con el dios mercado. El  pecado es no consumir. Un  jugador de fútbol famoso ante la dificultad de encontrar un pasaje de aéreo dijo, aunque para su beneficio, por ahora, no lo hizo: no importa, puedo comprar un avión.  

La desatinada persecución de estas ilusiones no nos hace más felices, al contrario, más frustrados porque es mucho más lo que deseamos y no podemos tener, o lo que tenemos y ya no nos interesa, también rompe con el medio ambiente al depredarlo de manera inexorable, y también con lo social al ser causa de exclusión, de creciente desigualdad, de la desnutrición, prostitución, ignorancia, de la enfermedad y la muerte.

Al principio en cifras dije que cerca de 900 millones de personas se hallan desnutridas mientras 1.600.000 tienen sobrepeso, este resultado no es individual sino social, es la aplicación de políticas que desconocen a las personas, que están en función de las empresas y capitales.

No es raro que uno de los mayores daños de nuestro momento sea el consumo de drogas, de alcohol, la sobremedicación, el exceso de comidas y bebidas chatarra, la medicalización aún de los simples cambios de todo ser vivo.

Culpamos al drogadependiente, a su familia, y lo mandamos a una clínica que cobra muchísimo dinero por “recuperarlo”,  para no ver que él es la parte visible de una enorme empresa, y que esta empresa incluye a políticos profesionales, policías, jueces, y que lava su dinero en negocios lícitos y aún en donaciones caritativas, y que es parte fundamental del sistema capitalista que nos impulsa a consumir, o sea que es quien en definitiva llevó a ese niño, a ese joven a consumir drogas.

Al contrario delo que nos dicen, consumir lo innecesario nos causa daño y también a otros.







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