domingo, 6 de julio de 2014

111 - Como la rana

111
Como la rana

Esta noticia se conoció un año después de sucedido el hecho, lo que me prueba del  buen funcionamiento de las complicidades. No hubiera sido posible el ocultamiento por tanto tiempo sino fuera porque los mecanismos de autoprotección de la institución y el juego de lealtades internas no lo hubieran permitido.
Los autores tienen nombre y apellido, el resto de los intervinientes,  de los que por inacción dejaron hacer y el de quienes taparon todo esto, muy probablemente seguirá sin conocerse.
Esta noticia salió en los medios principales pero fue efímera, no tuvo ninguna relevancia.  Eso que debiera habernos más que preocupado, hecho ocupar del tema por las gravísimas consecuencias que implica, pasó sin pena ni gloria, y es de suponer  que también sin condena penal.
Lo grave, y ya veremos por qué, es que esto ha ocurrido en este sistema que llamamos democrático, en el que se supone están vigentes los derechos humanos.

En estas columnas muy seguido expreso que a tal o cual noticia no se le prestó la suficiente atención. Mientras notorias intrascendencias como puede ser lo acontecido en un programa de entretenimiento ocupa espacio y es repetido hasta el cansancio, cosas como la que enseguida expondré no concitan atención. ¿será porque la mayoría está de acuerdo con qué sucedan?  ¿estamos adormecidos? ¿aceptamos ser cómplices silenciosos también de esto? ¿será tanta la violencia que diariamente vivimos que un hecho así no resulta llamativo?














El 22 de abril de 2013  se tomaron unas fotografías en el pabellón de menores del Servicio Penitenciario de la Provincia de San Luis, en las que se ven jóvenes detenidos desnudos, arrodillados, con las manos en la espalda y la cabeza contra el piso. También aparecen policías con perros. Al verlas, de inmediato, fue inevitable relacionarlas con aquellas otras que circularon acerca de lo que soldados estadounidenses hicieron  a los detenidos  en la infame cárcel de Abu Ghraib  en Irak.

En ambos casos se tomaron fotografías lo que significa que para quienes cometieron este ataque a la dignidad humana, lo que estaban haciendo  no les parecía censurable sino todo lo contrario, algo digno de ser testimoniado mediante una cámara y luego circulado. Esto implica que además de quienes directamente cometieron el hecho, existe una cantidad de personas indeterminada, anónimas, que recibieron y seguramente  aplaudieron el procedimiento.

Inmediatamente se me ocurrió condenar a este tipo de instituciones. Bien sabemos que toda institución cerrada a la supervisión de la comunidad, y sobre todo aquellas que podemos llamar “totales” porque la vida de las personas transcurre dentro de ellas, como por ejemplo las cárceles, los internados, los conventos, se constituyen en circuitos cerrados, con una lógica y modos de relación que les son propios y que tienden a alejarse de los del resto de la sociedad. Las fuerzas armadas son un ejemplo muy claro, hasta tienen un código, el militar, que es propio.
Pasado este primer momento en que circunscribí el problema y le puse nombre y apellido: cárcel, me di cuenta que esto no es suficiente, que esto es lo que me enseñaron desde los gobiernos para que el tema nunca se profundice sino que se agote en la sanción a dos o tres personas. La cuestión es que si existen estas instituciones y si funcionan de un modo cerrado, de espaldas a la comunidad, es porque toda la sociedad lo tolera y sostiene. Recuerdo que en mi juventud existía el servicio militar obligatorio, la mayoría de la gente no estaba de acuerdo, solamente algunos que consideraban que era útil para “encarrilar” a los vagos e indisciplinados, pero lo cierto es que para el resto era una pérdida de tiempo importante, eran un año o dos en que los jóvenes eran sacados de sus estudios o trabajos –en aquel momento había trabajo. No obstante la oposición, el servicio militar obligatorio siguió perdurando, ello porque no hubo un movimiento claro y fuerte contra el mismo, el malestar se agotaba en comentarios y murmullos. Hoy, si esto sucede y si estas instituciones funcionan de este modo es porque, como a esta noticia, no le damos suficiente entidad.



Una vez más puedo comprender que es difícil erradicar una práctica, por malsana que fuere, cuando es parte de la cultura. Nos guste o no, la tortura, el trato inhumano, son parte de nuestro quehacer. Sin ir más lejos, recordemos los casos por todos conocidos de bullyng, de acoso, hostigamiento, de matonaje. Hasta no hace mucho que se le aplicara picana eléctrica a los detenidos era un procedimiento, si bien no legal, tolerado, y aún se escuchan voces que reivindican lo cometido por las fuerzas armadas y sus socios civiles y religiosos, durante la dictadura militar.

Lo sucedido en una cárcel de de San Luis es la chispa que indica que hay un cortocircuito eléctrico, la cuestión no queda encerrada entre esas paredes, ni siquiera en esa provincia. Quizá ninguno de nosotros seamos capaces de cometer un hecho así, pero seguramente hemos reído con chistes que denigran a otros, hemos visto programas televisivos en los que la humillación, en los que hacer pública la vida privada incluso de manera maliciosa es lo diario, hemos escuchado discursos políticos que atacan no a prácticas sino a las personas, hemos callado cuando un niño era maltratado. Y aunque parezca no relacionado, también es cómplice nuestro silencio ante lo que se les paga a los jubilados, a los que se tortura en sus últimos años, quienes sin  el apoyo del resto deben soportar  mayores sufrimientos. Seguramente esto que digo puede parecer extraño a aquello que las fotos han mostrado, no es así, todo está relacionado, un desamor lleva a otro. Si la sociedad que somos cada uno de nosotros,  fuera respetuosa de la integridad de los demás, cuidadosa de no lastimar, si pudiéramos ejercer una solidaridad humana, seguramente esto que hoy cuento no hubiera sucedido porque no existirían las cárceles, cuarteles, conventos, reclusorios, al menos tal como ahora están funcionando.





 Imaginen una olla llena de agua, en cuyo interior  nada tranquilamente una rana.
Esa olla se está calentando a fuego lento.
El agua se entibia y a la rana le resulta más agradable, quizá le traiga recuerdos de primavera mientras sigue nadando.
La temperatura del agua empieza a subir.

Ahora el agua está caliente y quizá nuestra rana comience a sentir un poco  de incomodidad, pero el calor le produce algo de fatiga y somnolencia, sus recuerdos del mediodía veraniego en que se tiraba a dormir debajo de las hojas.

Ahora el agua está bastante caliente  y nuestra rana ya siente desagrado, molestias, pero se halla adormecida, con las fuerzas menoscabadas, y piensa que así como la temperatura subió también bajará, que en un rato volverá a estar agradable y que ella recuperará su placer al nadar, así que se aquieta y decide aguantar. Crea su propia esperanza, se consuela pensando que todo acabará, que llegará nuevamente el frescor y el alivio de zambullirse en las aguas que corren.


Seguramente si la hubiéramos sumergido de golpe 
en la olla con el agua bien caliente, sus reflejos la 
abrían hecho  saltar, habría huido y con ello salvado su vida.



Este cuento nos muestra que  si estamos atentos a cuando las cosas comienzan a suceder y actuamos en ese momento, puede evitarse un daño mayor.  Cuando se produjo el acostumbramiento ya es mucho más difícil poder actuar porque no despierta nuestros reflejos, no reaccionamos sino, como la rana, nos dejamos adormecer aún más.

Aquellas situaciones que tiempo atrás nos hubieran horrorizado, bajo la acción del tiempo y la de los medios de control social, se han banalizado, se han convertido en parte de nuestra vida, nos hemos acomodado para hacerles un lugar y lograr que dejen de dolernos, de molestarnos hasta volvernos indiferentes. Han pasado a ser invisibles.




La humillación recibida por esos jóvenes en una penitenciaría, en el lugar donde precisamente se espera que se les enseñe respeto y que tienen derechos, en una institución de cuidado perteneciente a un gobierno, a un estado, nos debe alertar y mucho. Cuando desde los gobiernos se ejerce violencia, se usa el poder para someter, las armas contra quienes deben ser defendidos, estamos ya en un camino peligroso.
Los derechos humanos son de todos y deben ser defendidos por todos. Permitir que se abra una fisura sin que rápidamente sea reparada, es dejar abierta una herida que con el tiempo se irá profundizando.
De un huevo de serpiente solamente saldrá una serpiente, es inútil esperar otra cosa. Del abuso de poder aceptado, saldrá más abuso de poder.














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