sábado, 26 de julio de 2014

113 - Palabras sueltas

113
Palabras sueltas

Mediodía del sábado, busco el programa de radio acostumbrado. A la tarde jugará la selección Argentina en el Mundial de Fútbol. Uno de los comentaristas medianamente interesado en deportes, el otro total y explícitamente desinteresado en el tema y la tercera, una mujer, enfervorecida por el hecho deportivo.
Se inicia el programa y comentan, les recuerdo que es radio o sea que no veo la escena, dicen que ella trajo una bandera y gorros alusivos al mundial, claro, con los colores de la bandera Argentina. Los hombres se resisten a ponerse los tocados y ella los presiona hasta que acceden y el programa entonces toma el cauce acostumbrado.
Hasta aquí nada llamativo, es más, puede quedar dentro del rubro: intrascendencias, pero….inmediatamente pensé en lo que significa aceptar la diversidad.



Las personas nos definimos por nuestras acciones, por lo que efectivamente hacemos, nuestros hechos son nuestros testigos, no lo son las palabras. Si fueran ellas, por las palabras dichas por todos los políticos profesionales ya no habría hambre ni pobreza en el mundo, la paz y la cordialidad serían la regla, pero no es así. No es lo que decimos sino lo que hacemos nuestra tarjeta de presentación. Siempre tengo presente aquella frase adjudicada al mítico Jesús: por sus obras los conocerás.
Con esto quiero decir que podemos estar convencidos en la aceptación de la diversidad, en el valor del otro como persona con sus peculiaridades, aquellas que nos acercan y las que nos alejan, podemos incluso hablar del tema y convencer a otros pero todo esto no aparecer reflejado en nuestras acciones.
A esta comentarista la escuché varias veces hablar del tema pero llegado el momento perdió de vista sus convicciones y presionó para obtener una supuesta uniformidad con lo que es su propio pensamiento y sentir, no tomó en cuenta a sus compañeros. Su acción fue convertirlos en rebaño, igualarlos, perder su diversidad.
Es probable que hiciera esto para no sentirse sola en su sentir, en su “festejo”, rota la ilusión del “todos y todas”.
Lo diverso nos coloca en un lugar de extraños, de mutuamente extraños, nos deja en el lugar de la soledad del que salimos en busca del otro para encontrarnos en algunos puntos y momentos. Nos dice que no existe “media naranja” o ¨príncipe o princesa azul o verde”, que la idea de completud, de aquello que nos colme es una fantasía que nos daña y nos empuja a la búsqueda del paraíso, del más allá, de la felicidad, del “Dorado” de los conquistadores, todas quimeras imposibles de hallar porque no existen.

Se dice que añoramos el tiempo en que éramos uno con nuestra madre, envueltos en su piel y calor, acompasados por los latidos de su corazón. No lo creo. No hay nostalgias de lo vivido en el útero, no hay recuerdos de esa imposible unión porque desde el primer momento en que las células que luego seremos comenzaron a multiplicarse  ya dio principio la separación como camino  irreversible hasta aquella que será la última y definitiva.

Es en la soledad donde se despiertan nuestros temores, en los que nos reencontramos con las pesadillas, los dolores y vejeces que vamos cargando. Nos sentimos vulnerables, desnudos ante nuestra vanidad, esa que nos dice que nada hará que nos quedemos siendo lo que somos, que nos revela que no existe un cielo eterno en el que siempre estaremos, y que al mismo tiempo, para despertarnos,  nos grita que este es nuestro tiempo, que no hay otro, y que la soledad es nuestro refugio, desde la que podemos ser nosotros mismos, ser diversos y aceptar el ser efímero, cambiante y también diverso de los otros.



Vuelven aquellos versos que dicen:  
”Caminante no hay camino, se hace camino al andar”



La periodista no soportó su ser ella con sus sueños volcados en una cancha de fútbol, necesitó arroparse en sus compañeros.
Les puso sus gorros, los envolvió con sus banderas, los llamó “todos”, los designó “iguales” y quedó tranquila, se miró en ellos y ya no se sintió rara, ni tampoco a ellos, todo volvió a estar bien, no hubo separación.

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Aristóteles definió al hombre, no tengo muy claro si en esta definición incluía a la mujer también, y esto que digo no es un chiste machista, es más, estoy casi seguro que ella no estaba comprendida, decía, definió al hombre como un ser racional. Me parece que esto surge más de una expresión de deseo, de aspiraciones de un mundo ideal dónde las personas se movieran únicamente en función del razonamiento. Claro, para él sólo había un tipo de razonamiento que era el lógico, por lo que de su correcta aplicación todo el mundo tendría que llegar a conclusiones similares.

Puede que así lo sea, igualmente creo que a esta definición habría que agregarle “temeroso”, o sea racional y miedoso. Hasta ahora la racionalidad no nos ha aportado mayores seguridades, por el contrario, nos ha llevado a la posibilidad de destrucción del planeta, y,  sino de todo, a la del ser humano, seguro.
Es el miedo, la anticipación y el temor que nos provoca lo que actúa inhibitoriamente, frenando las fuerzas destructoras que hemos sabido convocar.
Por lo tanto, tendríamos que darle un valor especial, reconocer este sentimiento en su cara positiva, de cuidado, de preservación.
En nuestra cultura impregnada de la soldadesca romana y griega, de los santos conquistadores cruzados y luego de los más profanos, no por eso menos bendecidos, colonizadores buscadores de tesoros y de esclavos, hasta las actuales huestes imperiales, o su más chiquito ejemplo, las policías locales, el miedo no tiene lugar, y si aparece es para ser vilipendiado, denigrado. Ser tachado de “maricón” o “maricona”, miedoso, cagón, cobarde, y otras linduras que en este momento no tengo presentes, es ser señalado por el miedo, o por lo que los demás suponen es miedo.



En la escala social el amor está colocado por encima de todos los otros sentimientos, es el ideal al que se supone debemos llegar, desde el amor a los padres, a los hijos, a la familia, pasando por el amor al barrio, a  la patria, y terminando por el amor al enemigo. El enojo, la rabia, el furor son aceptados con condiciones, sobre todo dependiendo a quién están dirigidos. En algunos casos hasta son aconsejados como en los casos de rivalidad. El odio no está permitido, bajo este nombre pues basta con llamarlo de otro modo para que este todo en su lugar.   Dolor, tristeza, desazón, melancolía, son los tolerados, los que son aceptados aunque con limitaciones, no nos es permitido mantenerlos mucho tiempo, al contrario, cada vez más se les pone un límite contado en días y horas, luego de eso viene la medicación.
Con el miedo se tiene otra consideración. Dentro de nuestra sociedad estructurada y funcionalizada, salvo que se tengan bien delimitados los enemigos concretos, o al menos se suponga que lo están, por ejemplo, la delincuencia, los terroristas, los narcos etc, el miedo aparece envuelto en una idea de irracionalidad, de  locura, como algo fuera de lugar.
Nos olvidamos que no somos esos guerreros mitológicos que nos vendieron bajo un supuesto manto de heroísmo sacralizado,  en realidad se trataba de  personas mandadas a matar o a su propia  muerte cruenta, el campo de batalla no es de ninguna gloria sino de sangre.
No somos esos, por suerte, somos humanos con miedo y por ese simple sentimiento aprendemos a cuidarnos.
Los seres vulnerables somos los que tenemos temor, es nuestro alerta interno, aquello que nos advierte de un posible peligro para que nos protejamos porque nos conocemos frágiles, fácilmente dañables. No vivimos con conciencia de esto pues la vida se nos haría muy cuesta arriba, pero lo cierto es que muchas cosas, sin contar otras personas, pueden destruirnos o dejarnos bastante maltrechos.

El miedo está ahí, y es bueno escucharlo, permitirnos sentirlo.





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