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Palabras sueltas
Mediodía
del sábado, busco el programa de radio acostumbrado. A la tarde jugará la
selección Argentina en el Mundial de Fútbol. Uno de los comentaristas
medianamente interesado en deportes, el otro total y explícitamente
desinteresado en el tema y la tercera, una mujer, enfervorecida por el hecho
deportivo.
Se inicia
el programa y comentan, les recuerdo que es radio o sea que no veo la escena,
dicen que ella trajo una bandera y gorros alusivos al mundial, claro, con los
colores de la bandera Argentina. Los hombres se resisten a ponerse los tocados
y ella los presiona hasta que acceden y el programa entonces toma el cauce
acostumbrado.
Hasta aquí
nada llamativo, es más, puede quedar dentro del rubro: intrascendencias,
pero….inmediatamente pensé en lo que significa aceptar la diversidad.
Las
personas nos definimos por nuestras acciones, por lo que efectivamente hacemos,
nuestros hechos son nuestros testigos, no lo son las palabras. Si fueran ellas,
por las palabras dichas por todos los políticos profesionales ya no habría
hambre ni pobreza en el mundo, la paz y la cordialidad serían la regla, pero no
es así. No es lo que decimos sino lo que hacemos nuestra tarjeta de
presentación. Siempre tengo presente aquella frase adjudicada al mítico Jesús:
por sus obras los conocerás.
Con esto
quiero decir que podemos estar convencidos en la aceptación de la diversidad,
en el valor del otro como persona con sus peculiaridades, aquellas que nos
acercan y las que nos alejan, podemos incluso hablar del tema y convencer a
otros pero todo esto no aparecer reflejado en nuestras acciones.
A esta
comentarista la escuché varias veces hablar del tema pero llegado el momento
perdió de vista sus convicciones y presionó para obtener una supuesta
uniformidad con lo que es su propio pensamiento y sentir, no tomó en cuenta a
sus compañeros. Su acción fue convertirlos en rebaño, igualarlos, perder su
diversidad.
Es probable
que hiciera esto para no sentirse sola en su sentir, en su “festejo”, rota la
ilusión del “todos y todas”.
Lo diverso
nos coloca en un lugar de extraños, de mutuamente extraños, nos deja en el
lugar de la soledad del que salimos en busca del otro para encontrarnos en
algunos puntos y momentos. Nos dice que no existe “media naranja” o ¨príncipe o
princesa azul o verde”, que la idea de completud, de aquello que nos colme es
una fantasía que nos daña y nos empuja a la búsqueda del paraíso, del más allá,
de la felicidad, del “Dorado” de los conquistadores, todas quimeras imposibles
de hallar porque no existen.
Se dice que
añoramos el tiempo en que éramos uno con nuestra madre, envueltos en su piel y
calor, acompasados por los latidos de su corazón. No lo creo. No hay nostalgias
de lo vivido en el útero, no hay recuerdos de esa imposible unión porque desde el
primer momento en que las células que luego seremos comenzaron a
multiplicarse ya dio principio la
separación como camino irreversible
hasta aquella que será la última y definitiva.
Es en la
soledad donde se despiertan nuestros temores, en los que nos reencontramos con
las pesadillas, los dolores y vejeces que vamos cargando. Nos sentimos
vulnerables, desnudos ante nuestra vanidad, esa que nos dice que nada hará que
nos quedemos siendo lo que somos, que nos revela que no existe un cielo eterno
en el que siempre estaremos, y que al mismo tiempo, para despertarnos, nos grita que este es nuestro tiempo, que no
hay otro, y que la soledad es nuestro refugio, desde la que podemos ser
nosotros mismos, ser diversos y aceptar el ser efímero, cambiante y también
diverso de los otros.
”Caminante no hay camino, se hace camino al
andar”
La
periodista no soportó su ser ella con sus sueños volcados en una cancha de
fútbol, necesitó arroparse en sus compañeros.
Les puso
sus gorros, los envolvió con sus banderas, los llamó “todos”, los designó
“iguales” y quedó tranquila, se miró en ellos y ya no se sintió rara, ni
tampoco a ellos, todo volvió a estar bien, no hubo separación.
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Aristóteles
definió al hombre, no tengo muy claro si en esta definición incluía a la mujer
también, y esto que digo no es un chiste machista, es más, estoy casi seguro
que ella no estaba comprendida, decía, definió al hombre como un ser racional.
Me parece que esto surge más de una expresión de deseo, de aspiraciones de un
mundo ideal dónde las personas se movieran únicamente en función del
razonamiento. Claro, para él sólo había un tipo de razonamiento que era el
lógico, por lo que de su correcta aplicación todo el mundo tendría que llegar a
conclusiones similares.
Puede que
así lo sea, igualmente creo que a esta definición habría que agregarle
“temeroso”, o sea racional y miedoso. Hasta ahora la racionalidad no nos ha
aportado mayores seguridades, por el contrario, nos ha llevado a la posibilidad
de destrucción del planeta, y, sino de
todo, a la del ser humano, seguro.
Es el
miedo, la anticipación y el temor que nos provoca lo que actúa
inhibitoriamente, frenando las fuerzas destructoras que hemos sabido convocar.
Por lo
tanto, tendríamos que darle un valor especial, reconocer este sentimiento en su
cara positiva, de cuidado, de preservación.
En nuestra
cultura impregnada de la soldadesca romana y griega, de los santos
conquistadores cruzados y luego de los más profanos, no por eso menos
bendecidos, colonizadores buscadores de tesoros y de esclavos, hasta las
actuales huestes imperiales, o su más chiquito ejemplo, las policías locales,
el miedo no tiene lugar, y si aparece es para ser vilipendiado, denigrado. Ser
tachado de “maricón” o “maricona”, miedoso, cagón, cobarde, y otras linduras
que en este momento no tengo presentes, es ser señalado por el miedo, o por lo
que los demás suponen es miedo.
En la
escala social el amor está colocado por encima de todos los otros sentimientos,
es el ideal al que se supone debemos llegar, desde el amor a los padres, a los
hijos, a la familia, pasando por el amor al barrio, a la patria, y terminando por el amor al
enemigo. El enojo, la rabia, el furor son aceptados con condiciones, sobre todo
dependiendo a quién están dirigidos. En algunos casos hasta son aconsejados
como en los casos de rivalidad. El odio no está permitido, bajo este nombre
pues basta con llamarlo de otro modo para que este todo en su lugar. Dolor, tristeza, desazón, melancolía, son
los tolerados, los que son aceptados aunque con limitaciones, no nos es
permitido mantenerlos mucho tiempo, al contrario, cada vez más se les pone un
límite contado en días y horas, luego de eso viene la medicación.
Con el
miedo se tiene otra consideración. Dentro de nuestra sociedad estructurada y
funcionalizada, salvo que se tengan bien delimitados los enemigos concretos, o
al menos se suponga que lo están, por ejemplo, la delincuencia, los
terroristas, los narcos etc, el miedo aparece envuelto en una idea de
irracionalidad, de locura, como algo
fuera de lugar.
Nos
olvidamos que no somos esos guerreros mitológicos que nos vendieron bajo un
supuesto manto de heroísmo sacralizado,
en realidad se trataba de
personas mandadas a matar o a su propia
muerte cruenta, el campo de batalla no es de ninguna gloria sino de
sangre.
No somos
esos, por suerte, somos humanos con miedo y por ese simple sentimiento
aprendemos a cuidarnos.
Los seres
vulnerables somos los que tenemos temor, es nuestro alerta interno, aquello que
nos advierte de un posible peligro para que nos protejamos porque nos conocemos
frágiles, fácilmente dañables. No vivimos con conciencia de esto pues la vida
se nos haría muy cuesta arriba, pero lo cierto es que muchas cosas, sin contar
otras personas, pueden destruirnos o dejarnos bastante maltrechos.
El miedo
está ahí, y es bueno escucharlo, permitirnos sentirlo.
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