112
De la esclavitud a la prostitución
Hoy
compartiremos párrafos de un artículo que me pareció muy interesante y claro
que nos habla de una visión diferente del trabajo a la que se tiene
normalmente. Se llama “El trabajo en el capitalismo: de la esclavitud a
la prostitución”
“…lo que sucede en el mundo del trabajo
en el sistema capitalista. Y cuando hablo de lo que implica trabajar en el
capitalismo, me refiero no sólo a lo que sucede dentro de la fábrica, taller,
parcela, comercio y oficina (privada o gubernamental); también incluyo lo que
sucede cuando un desempleado acude desesperado a una entrevista de trabajo.
Así, en un sistema
económico como el nuestro que no garantiza el trabajo para todos, el problema
de los trabajadores empieza cuando, previamente, se encuentran desempleados. Es
fundamental entender que en este sistema el trabajo no se garantiza porque, de
hecho, el desempleo ocupa un lugar esencial en la dinámica del capitalismo.
Algunos economistas críticos han sostenido que el desempleo le sirve al
capitalismo para mantener los salarios bajos, pues entre más personas
desempleadas haya que quieran trabajar, los empleadores tendrán la oportunidad
de mantener y ofrecer un sueldo más bajo. Pero más allá de especular con la
oferta y la demanda de mano de obra, lo que casi no se menciona es que el
desempleo coloca a la persona en una situación de hambruna y precariedad que la
hace dócil frente al empleador, casi a punto de implorarle que por favor la
explote.
Este juego inherente
al capitalismo, donde se trata al trabajador como a una mercancía cualquiera,
al grado de orillarlo a considerarse a sí mismo como un objeto, lo criticó Marx
claramente en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844: “Cuando la oferta
es considerablemente mayor que la demanda, una parte de los obreros se ve
empujada a la mendicidad o condenada a morir de hambre. La existencia del
obrero se halla reducida, por tanto, a la condición propia de cualquier otra
mercancía. El obrero se ha convertido en un objeto y puede darse por satisfecho
cuando encuentra comprador”[2].
Cuando todavía no
conocía los Manuscritos de Marx, Georg Lukács,
desarrolló su teoría de la “cosificación” (también conocida como
“reificación”), partiendo del fetichismo de la mercancía de El capital. Dicho de manera sencilla, la “reificación”,
en el ámbito de las relaciones humanas consiste en tratar a las personas como
si fueran cosas. Pero eso no sucede, según Lukács, porque a alguien se le
ocurra tratar a una persona como a cualquier objeto; la “cosificación” no es un
problema de la voluntad de individuos aislados, es un problema inherente al
sistema capitalista cuya lógica mercantil poco a poco ha ido infectado todas
las relaciones entre humanos[3], y no sólo las relaciones en el ámbito
económico.
…
Sobre la misma línea
de Lukács, Axel Honneth dirá que en la actualidad no existe sólo el problema de
que una persona trate a otra como a un objeto. También existe el fenómeno de la
“autocosificación”, donde la persona se trata a sí misma como cosa, lo cual se
deja ver precisamente en las entrevistas de trabajo. Honneth asegura que en
décadas pasadas el entrevistador tenía como función la de “verificar mediante
documentos escritos, o testimonios de capacidad, la aptitud de un solicitante
para realizar una actividad específica”. Pero ahora, según él, las entrevistas
de trabajo sirven para que el entrevistado se venda a sí mismo, es decir:
“exigen que el solicitante ponga en escena de modo convincente y ostentoso de
qué manera se comprometerá con su trabajo, en vez de tener que informar acerca
de las cualificaciones que ya ha obtenido”[4].
Pero el problema no
acaba ahí, una vez que el trabajador, o la edecán, ha atravesado por las
penurias del desempleo y las humillaciones de la entrevista laboral, se
enfrentará, ahora sí, a la brutalidad de los medios de producción, donde tendrá
que sufrir las consecuencias de pertenecer a la clase social que no tiene otra
cosa que vender más que su propio pellejo. Nuevamente nos remitimos a Marx,
aquel filósofo que no estuvo enclaustrado en las paredes de alguna universidad
y presenció directamente cómo el trabajador del siglo XIX era tratado peor que
un esclavo. Para eso Marx usará dos tonos distintos: el humanista de los
Manuscritos de 1844, y el teórico social de El capital. En la primera obra nos
habla de la “enajenación” en el trabajo, que consiste en el sometimiento del
trabajador para realizar un trabajo propio de las bestias de carga; un trabajo
cuyos frutos le serán esquilmados por su patrón; un trabajo que “mortifica su cuerpo
y arruina su espíritu”[5]; un trabajo que está muy lejos de contribuir al
desarrollo, liberación y fortalecimiento de su esencia humana; y un trabajo del
que huirá “como de la peste, en cuanto cese la coacción física”[6].
En la segunda obra
Marx nos mostrará las situaciones que pueden ocurrir dentro del centro de
trabajo, y dentro de los eternos horarios de trabajo. En El capital aparecen
muchos ejemplos de cómo por la hambruna de capital en la Inglaterra
decimonónica, perecieron, hombres, mujeres y hasta niños de 8 años, tras
inhumanas jornadas de 16 horas, exceso de trabajo forzado, y salarios de
hambre. Es tan brutal el capitalismo en los centros de trabajo que no exageró
Marx cuando dijo que éste transforma la “sangre infantil en capital”[7]. Tampoco
se excedió cuando dijo que en la Inglaterra de ese tiempo, Dante hubiera
encontrado “sus más crueles fantasías infernales”[8].
Finalmente, muchos tal
vez pensarán que la comparación fue un exceso y, por lo mismo, consideren que
es peor el caso donde en un trabajo se orille a las mujeres a prostituirse, que
el caso donde se obligue a hombres, mujeres y niños a trabajar en condiciones
infrahumanas. Para nosotros las dos situaciones son igual de reprobables y la
comparación que hicimos no tuvo como objetivo señalar qué es mejor y qué peor,
sino el invitar a que, así como condenamos la posible red de prostitución
(desgraciadamente una entre mil), condenemos también las condiciones en las que
se trabaja en los sistemas capitalistas, mismas que no han cambiado desde los
tiempos en que Marx escribió. Además quisimos dar un panorama general de cómo
estamos dentro de un sistema que nos tiene agarrados del cuello antes de
trabajar (en el desempleo), en el proceso de ser seleccionados (en la
entrevista de trabajo), y dentro de los centros de trabajo (en la fábrica, la
oficina, el banco, la escuela, la parcela, el burdel, la oficina gubernamental,
etc.). Sólo nos faltó mencionar que “una vez que la explotación del obrero por
el fabricante ha concluido y aquél recibe el pago de su salario en efectivo,
caen sobre él las partes restantes de la burguesía: el casero, el tendero, el
prestamista, etcétera”[9].
En alguna charla anterior les comentaba que lo que llamamos
nuestro interior tiene sus raíces en el exterior. Es a través de nuestros
padres que ese exterior comienza a penetrar en nuestros cuerpos de bebés, es la
palabra, el lenguaje el que nos va formando y determinando nuestra moralidad,
usos y costumbres y el modo de pensar. Con
el tiempo nos vamos independizando de
nuestros padres e ingresan otras figuras importantes como pueden ser
maestros y otros adultos, más adelante, al irnos desarrollando, logramos formar
nuestro pensamiento propio, muchas veces luego de cuestionar y rechazar el que
nos fue inculcado. Este proceso no se produce de igual manera y profundidad en
todas las personas y muchas quedan ligadas a lo que les fue enseñado.
Cuando hablo del afuera, en este caso, también me estoy
refiriendo al capitalismo, que es el sistema
social que impera en nuestro planeta y tiende de manera imperialista a
imponerse de forma hegemónica. De todo lo que implica un sistema con estas
características tomo únicamente lo que se refiere a las relaciones que
establecemos con los demás y con nosotros mismos. Tal como dice este artículo y
lo remonta a Marx, la nota central es la cosificación, o sea no ver en el otro una persona sino algo
que puede satisfacer o interponerse a mis intereses, algo que puede aumentar
mis ganancias o producir pérdida.
El otro deja de ser alguien con raciocinio, con capacidad de
ejercer su libre albedrío en función de sus propios intereses para convertirse
en una pieza que debo manipular para que se ponga a mi servicio y al de mis
objetivos. Es muy claro que la pobreza
sostenida e instrumentada desde el poder sirve para tener mano de obra disponible, la que también es
usada por la política profesional y la religiosa. Otro ejemplo que me resulta muy claro es el
de la guerra en el que miles de personas son cosificadas y puestas como piezas
de ajedrez, simples figuras de plástico
o madera, que me permitirán obtener nuevos mercado que aumentarán mis rentas.
Ahora, visto desde el
interior esto se transforma en la concepción que tengo de mí mismo, ya
fuere como integridad psico física o como un objeto más entre tantos, como una
pieza más puesta en un estante del mercado.
En este segundo caso, lo que comenzó siendo exterior se ha convertido
en autocosificación. Esto sucede no como algo premeditado, o sea
que hemos pensado y decidido, sino como una especie de programa inconciente,
una matriz en la que voy encajando aquello que encuentro en mi camino en
relación conmigo mismo.
Esto se nota cuando hablo de “mi” cuerpo como algo externo a
mí, como una cosa que puedo manipular, armar y
desarmar, cuando me identifico
con los objetos que me rodean o con los que me visto, mucho más grave es cuando
ni siquiera es un objeto sino una marca.
El articulista titula su escrito: “de la esclavitud a la
prostitución” no en el sentido de una línea ascendente sino de casi equivalencia. En la esclavitud
alguien es mi propietario y yo soy su cosa, el objeto de su propiedad, en la
prostitución sucede otro tanto, soy una cosa que me ofrezco para quien quiera
pagar por mí. No importa que haya más o menos actitud pasiva en un caso u otro,
el fondo es el mismo, me han y me he cosificado, tengo un precio, soy algo en
el enorme mercado que es el mundo.
Es inútil pensar si es responsable la persona, ya fuere el
trabajador, el desocupado o la persona en prostitución, porque no está en
ninguno de ellos la causa sino en un sistema basado en lo deshumano, en la
cosificación, la compra venta, aún el
afecto convertido en un contrato, como si las personas fuéramos reemplazables piezas obsoletas de una máquina.
Mientras aceptemos estas
reglas de juego, este creciente materialismo que nos convierte en consumidores
y nos sometamos a su modo de concebir las relaciones, seguiremos presos y
condenados a perdernos a nosotros mismos.
Recordemos que nada es eterno y hasta la piedra más dura
termina por horadarse, no hay sistemas infalibles ni carentes de fisuras, si
buscamos esos espacios de salida en los que lo personal puede batir libremente
sus alas, estaremos derrotando a la usura; cada vez que nos atrevamos a hallar
placer en una flor, en un atardecer, en
la mirada inocente o en la mano tendida, o en la música que nos conmueve,
estaremos rompiendo el muro.
La libertad puede ser construida.
[2]Marx, Karl, y Engels, Federico: Escritos económicos
varios, Editorial Grijalbo, México, 1962, p. 28.
[3] Lukács, Georg: Historia y conciencia de clase, Vol. II,
Editorial Grijalbo, México, 1985, p. 11.
[4] Honneth, Axel: Reificación. Un estudio en la teoría del
reconocimiento, Katz, Buenos Aires, 2007, p. 144.
[5] Marx, Karl, y Engels, Federico: Escritos económicos
varios, Editorial Grijalbo, México, 1962, p. 66.
[6]Ibid., p. 66.
[7] Marx, Karl: El Capital, Tomo I, Vol. 1, Siglo XXI,
México, 1977, p. 327.
[8] Ibid., p. 296.
[9] Marx, Karl, y Engels, Friedrich: Manifiesto comunista,
Crítica, Barcelona, 1998, p. 49.
Fuente:
http://revoluciontrespuntocero.com/el-trabajo-en-el-capitalismo-de-la-esclavitud-a-la-prostitucion/
No hay comentarios:
Publicar un comentario