domingo, 6 de julio de 2014

112 - De la esclavitud a la prostitución

112
De la esclavitud a la prostitución

Hoy compartiremos párrafos de un artículo que me pareció muy interesante y claro que nos habla de una visión diferente del trabajo a la que se tiene normalmente. Se llama “El trabajo en el capitalismo: de la esclavitud a la prostitución”


“…lo que sucede en el mundo del trabajo en el sistema capitalista. Y cuando hablo de lo que implica trabajar en el capitalismo, me refiero no sólo a lo que sucede dentro de la fábrica, taller, parcela, comercio y oficina (privada o gubernamental); también incluyo lo que sucede cuando un desempleado acude desesperado a una entrevista de trabajo.

Así, en un sistema económico como el nuestro que no garantiza el trabajo para todos, el problema de los trabajadores empieza cuando, previamente, se encuentran desempleados. Es fundamental entender que en este sistema el trabajo no se garantiza porque, de hecho, el desempleo ocupa un lugar esencial en la dinámica del capitalismo. Algunos economistas críticos han sostenido que el desempleo le sirve al capitalismo para mantener los salarios bajos, pues entre más personas desempleadas haya que quieran trabajar, los empleadores tendrán la oportunidad de mantener y ofrecer un sueldo más bajo. Pero más allá de especular con la oferta y la demanda de mano de obra, lo que casi no se menciona es que el desempleo coloca a la persona en una situación de hambruna y precariedad que la hace dócil frente al empleador, casi a punto de implorarle que por favor la explote.

Este juego inherente al capitalismo, donde se trata al trabajador como a una mercancía cualquiera, al grado de orillarlo a considerarse a sí mismo como un objeto, lo criticó Marx claramente en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844: “Cuando la oferta es considerablemente mayor que la demanda, una parte de los obreros se ve empujada a la mendicidad o condenada a morir de hambre. La existencia del obrero se halla reducida, por tanto, a la condición propia de cualquier otra mercancía. El obrero se ha convertido en un objeto y puede darse por satisfecho cuando encuentra comprador”[2].



Cuando todavía no conocía los Manuscritos de Marx, Georg Lukács,  desarrolló su teoría de la “cosificación” (también conocida como “reificación”), partiendo del fetichismo de la mercancía de El capital.  Dicho de manera sencilla, la “reificación”, en el ámbito de las relaciones humanas consiste en tratar a las personas como si fueran cosas. Pero eso no sucede, según Lukács, porque a alguien se le ocurra tratar a una persona como a cualquier objeto; la “cosificación” no es un problema de la voluntad de individuos aislados, es un problema inherente al sistema capitalista cuya lógica mercantil poco a poco ha ido infectado todas las relaciones entre humanos[3], y no sólo las relaciones en el ámbito económico.
Sobre la misma línea de Lukács, Axel Honneth dirá que en la actualidad no existe sólo el problema de que una persona trate a otra como a un objeto. También existe el fenómeno de la “autocosificación”, donde la persona se trata a sí misma como cosa, lo cual se deja ver precisamente en las entrevistas de trabajo. Honneth asegura que en décadas pasadas el entrevistador tenía como función la de “verificar mediante documentos escritos, o testimonios de capacidad, la aptitud de un solicitante para realizar una actividad específica”. Pero ahora, según él, las entrevistas de trabajo sirven para que el entrevistado se venda a sí mismo, es decir: “exigen que el solicitante ponga en escena de modo convincente y ostentoso de qué manera se comprometerá con su trabajo, en vez de tener que informar acerca de las cualificaciones que ya ha obtenido”[4].

Pero el problema no acaba ahí, una vez que el trabajador, o la edecán, ha atravesado por las penurias del desempleo y las humillaciones de la entrevista laboral, se enfrentará, ahora sí, a la brutalidad de los medios de producción, donde tendrá que sufrir las consecuencias de pertenecer a la clase social que no tiene otra cosa que vender más que su propio pellejo. Nuevamente nos remitimos a Marx, aquel filósofo que no estuvo enclaustrado en las paredes de alguna universidad y presenció directamente cómo el trabajador del siglo XIX era tratado peor que un esclavo. Para eso Marx usará dos tonos distintos: el humanista de los Manuscritos de 1844, y el teórico social de El capital. En la primera obra nos habla de la “enajenación” en el trabajo, que consiste en el sometimiento del trabajador para realizar un trabajo propio de las bestias de carga; un trabajo cuyos frutos le serán esquilmados por su patrón; un trabajo que “mortifica su cuerpo y arruina su espíritu”[5]; un trabajo que está muy lejos de contribuir al desarrollo, liberación y fortalecimiento de su esencia humana; y un trabajo del que huirá “como de la peste, en cuanto cese la coacción física”[6].
 
Los pilares de la sociedad. George Grosz. 1926
En la segunda obra Marx nos mostrará las situaciones que pueden ocurrir dentro del centro de trabajo, y dentro de los eternos horarios de trabajo. En El capital aparecen muchos ejemplos de cómo por la hambruna de capital en la Inglaterra decimonónica, perecieron, hombres, mujeres y hasta niños de 8 años, tras inhumanas jornadas de 16 horas, exceso de trabajo forzado, y salarios de hambre. Es tan brutal el capitalismo en los centros de trabajo que no exageró Marx cuando dijo que éste transforma la “sangre infantil en capital”[7]. Tampoco se excedió cuando dijo que en la Inglaterra de ese tiempo, Dante hubiera encontrado “sus más crueles fantasías infernales”[8].

Finalmente, muchos tal vez pensarán que la comparación fue un exceso y, por lo mismo, consideren que es peor el caso donde en un trabajo se orille a las mujeres a prostituirse, que el caso donde se obligue a hombres, mujeres y niños a trabajar en condiciones infrahumanas. Para nosotros las dos situaciones son igual de reprobables y la comparación que hicimos no tuvo como objetivo señalar qué es mejor y qué peor, sino el invitar a que, así como condenamos la posible red de prostitución (desgraciadamente una entre mil), condenemos también las condiciones en las que se trabaja en los sistemas capitalistas, mismas que no han cambiado desde los tiempos en que Marx escribió. Además quisimos dar un panorama general de cómo estamos dentro de un sistema que nos tiene agarrados del cuello antes de trabajar (en el desempleo), en el proceso de ser seleccionados (en la entrevista de trabajo), y dentro de los centros de trabajo (en la fábrica, la oficina, el banco, la escuela, la parcela, el burdel, la oficina gubernamental, etc.). Sólo nos faltó mencionar que “una vez que la explotación del obrero por el fabricante ha concluido y aquél recibe el pago de su salario en efectivo, caen sobre él las partes restantes de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etcétera”[9].





En alguna charla anterior les comentaba que lo que llamamos nuestro interior tiene sus raíces en el exterior. Es a través de nuestros padres que ese exterior comienza a penetrar en nuestros cuerpos de bebés, es la palabra, el lenguaje el que nos va formando y determinando nuestra moralidad, usos y costumbres y  el modo de pensar. Con el tiempo nos vamos independizando de  nuestros padres e ingresan otras figuras importantes como pueden ser maestros y otros adultos, más adelante, al irnos desarrollando, logramos formar nuestro pensamiento propio, muchas veces luego de cuestionar y rechazar el que nos fue inculcado. Este proceso no se produce de igual manera y profundidad en todas las personas y muchas quedan ligadas a lo que les fue enseñado.

Cuando hablo del afuera, en este caso, también me estoy refiriendo al capitalismo, que es el sistema  social que impera en nuestro planeta y tiende de manera imperialista a imponerse de forma  hegemónica.  De todo lo que implica un sistema con estas características tomo únicamente lo que se refiere a las relaciones que establecemos con los demás y con nosotros mismos. Tal como dice este artículo y lo remonta a Marx, la nota central es la cosificación,  o sea no ver en el otro una persona sino algo que puede satisfacer o interponerse a mis intereses, algo que puede aumentar mis ganancias o producir pérdida.
El otro deja de ser alguien con raciocinio, con capacidad de ejercer su libre albedrío en función de sus propios intereses para convertirse en una pieza que debo manipular para que se ponga a mi servicio y al de mis objetivos.  Es muy claro que la pobreza sostenida e instrumentada desde el poder sirve para tener  mano de obra disponible, la que también es usada por la política profesional y la religiosa.  Otro ejemplo que me resulta muy claro es el de la guerra en el que miles de personas son cosificadas y puestas como piezas de ajedrez,  simples figuras de plástico o madera, que me permitirán obtener nuevos mercado que aumentarán mis rentas.

Ahora, visto desde el  interior esto se transforma en la concepción que tengo de mí mismo, ya fuere como integridad psico física o como un objeto más entre tantos, como una pieza más puesta en un estante del mercado.  En este segundo caso, lo que comenzó siendo exterior se ha convertido en  autocosificación.  Esto sucede no como algo premeditado, o sea que hemos pensado y decidido, sino como una especie de programa inconciente, una matriz en la que voy encajando aquello que encuentro en mi camino en relación conmigo mismo.  
Esto se nota cuando hablo de “mi” cuerpo como algo externo a mí, como una cosa que puedo manipular, armar y  desarmar,  cuando me identifico con los objetos que me rodean o con los que me visto, mucho más grave es cuando ni siquiera es un objeto sino una marca.
El articulista titula su escrito: “de la esclavitud a la prostitución” no en el sentido de una línea ascendente  sino de casi equivalencia. En la esclavitud alguien es mi propietario y yo soy su cosa, el objeto de su propiedad, en la prostitución sucede otro tanto, soy una cosa que me ofrezco para quien quiera pagar por mí. No importa que haya más o menos actitud pasiva en un caso u otro, el fondo es el mismo, me han y me he cosificado, tengo un precio, soy algo en el enorme mercado que es el mundo.







Es inútil pensar si es responsable la persona, ya fuere el trabajador, el desocupado o la persona en prostitución, porque no está en ninguno de ellos la causa sino en un sistema basado en lo deshumano, en la cosificación, la compra venta,  aún el afecto convertido en un contrato, como si las personas fuéramos reemplazables  piezas obsoletas de una máquina.
 Mientras aceptemos estas reglas de juego, este creciente materialismo que nos convierte en consumidores y nos sometamos a su modo de concebir las relaciones, seguiremos presos y condenados a perdernos a nosotros mismos.
Recordemos que nada es eterno y hasta la piedra más dura termina por horadarse, no hay sistemas infalibles ni carentes de fisuras, si buscamos esos espacios de salida en los que lo personal puede batir libremente sus alas, estaremos derrotando a la usura; cada vez que nos atrevamos a hallar placer en una flor, en un atardecer,  en la mirada inocente o en la mano tendida, o en la música que nos conmueve, estaremos rompiendo el muro.
La libertad puede ser construida.



[2]Marx, Karl, y Engels, Federico: Escritos económicos varios, Editorial Grijalbo, México, 1962, p. 28.
[3] Lukács, Georg: Historia y conciencia de clase, Vol. II, Editorial Grijalbo, México, 1985, p. 11.
[4] Honneth, Axel: Reificación. Un estudio en la teoría del reconocimiento, Katz, Buenos Aires, 2007, p. 144.
[5] Marx, Karl, y Engels, Federico: Escritos económicos varios, Editorial Grijalbo, México, 1962, p. 66.
[6]Ibid., p. 66.
[7] Marx, Karl: El Capital, Tomo I, Vol. 1, Siglo XXI, México, 1977, p. 327.
[8] Ibid., p. 296.
[9] Marx, Karl, y Engels, Friedrich: Manifiesto comunista, Crítica, Barcelona, 1998, p. 49.

Fuente:
http://revoluciontrespuntocero.com/el-trabajo-en-el-capitalismo-de-la-esclavitud-a-la-prostitucion/








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