115
Síndrome de Estocolmo
Un atracador, un presidiario y cuatro empleados convivieron seis días en
la bóveda de seguridad de un banco, y los rehenes entablaron una relación de
complicidad con sus secuestradores que acabó dando nombre a un término psicológico
de uso común en todo el mundo.
Jan Erik "Janne" Olsson entró el 23 de agosto de 1973
encapuchado, armado con una metralleta y con explosivos en la sucursal del
Kreditbank de la ciudad de Estocolmo, en Suecia.
Tomó como rehenes a cuatro empleados, tres mujeres y un hombre, y
solicitó: tres millones de coronas suecas, un coche y vía libre para salir de
Suecia, también que un conocido criminal entonces preso, Clarck Olofsson fuera
sacado de la cárcel y llevado al banco, esto último aceptado por la policía.
Allí permanecieron seis días, los últimos cuatro limitados a un espacio
reducido, después de que unos agentes lograran colarse en la entidad y cerrar
la bóveda para aislarlos.
Rehenes y secuestradores jugaron a las cartas y entablaron lazos afectivos.
En las conversaciones telefónicas mantenidas durante el cautiverio con
el primer ministro sueco, el secuestrado que ejercía de portavoz de los
rehenes, tomó claramente partido por Olsson frente a la policía. "Confío plenamente en ellos, viajaría
por todo el mundo con ellos", llegó a decir de sus secuestradores
dispuesta a aceptar la propuesta de Olsson de que los dejaran salir en coche
llevándose a dos rehenes, una idea rechazada por las autoridades.
Otra de las rehenes afirmó: «No me asusta Clark ni su compañero; me
asusta la policía».
Al cuarto día la policía taladró el techo de la bóveda: Olsson amenazó
con colocar sogas al cuello de los rehenes e hirió de un tiro a un agente.
Una rehén diría: "Nunca creí que Janne fuera a dispararnos. Pero
claro que tenía miedo de morir, de que la situación se descontrolase. No
sabíamos qué tenía pensado hacer la policía"
Al sexto día, la policía soltó gas lacrimógeno en la bóveda, y a los
pocos minutos, Olsson se rindió, sin que hubiera heridos. Los rehenes se negaron a salir antes que sus
captores, por miedo a que éstos fueran castigados y se despidieron de ellos con
abrazos.
"Sé que puede sonar un poco raro, pero no queríamos que la policía
les hiciera daño, una vez que todo había acabado".
Esta adhesión de quienes debieran haber temido a tan peligrosos
delincuentes unida a la cerrada defensa que de ellos hicieron, fue llamado
Síndrome de Estocolmo.
Se caracteriza por ser un proceso psicológico de
carácter inconsciente, en el que la
víctima desarrolla una relación de complicidad con su victimizador. Esta
situación puede llegar al extremo en que la víctima ayude a los captores a alcanzar sus fines o
evadir a la policía. Da cuenta de una situación paradójica en la que la persona
agredida reinterpreta la realidad a favor de su agresor, considerando que este
la está cuidando o que lo que está haciendo es correcto.
Desde el punto de
vista psicológico, este síndrome es considerado como una de las múltiples
respuestas emocionales que puede presentar el secuestrado a raíz de la
vulnerabilidad y extrema indefensión que produce el cautiverio. También podemos
hallarlo en otras situaciones que no llegan al extremo del secuestro como
pueden ser aquellas en que la vulnerabilidad haga que la víctima se aferre a
quien resulta ser su victimizador y lo convierta, incluso, en su salvador.
Hay que tener en
cuenta que en la trata de personas o en
situaciones de grave aislamiento social, como podría darse en la violencia
intrafamiliar hacia la mujer, en las que las condiciones y posibilidades de
sobrevivencia se hallan en manos de los captores, se establece una regresión
dependiente dado que la persona realmente depende material y afectivamente de
las decisiones y/o caprichos de quienes la retienen, o sea que la posibilidad de
muerte es real así como la vivencia de
situación sin escapatoria.
Es común que las
personas victimizadas ante la necesidad imperiosa de afecto y de una señal
esperanzadora se aferren y se sientan agradecidas del menor gesto benevolente
de parte de su agresor, provocando esto, en muchos casos, sentimientos
ambivalentes. Esta necesidad de cariño y de la sensación de que de algún modo
se esta protegida lleva a que inconcientemente aún los actos agresivos se los
haga encajar en un sistema de necesidad que los justifica, quitándoles de ese
modo lo imprevisible e incontrolable.
Se puede observar
luego de una liberación un sentimiento
de gratitud consciente hacia los secuestradores, tanto en los familiares
como en las víctimas directas. Agradecen el hecho de haberlos dejado salir con
vida, sanos y salvos y a veces recuerdan - sobre todo en las primeras semanas
posteriores a la liberación - a quienes fueron amables, o tuvieron gestos de
compasión y ayuda.
El síndrome sólo se
presenta cuando la persona víctima se identifica inconscientemente con su
agresor, pudiendo asumir la
responsabilidad de la agresión, o imitando física o moralmente la persona del
agresor, o adoptando ciertos símbolos de poder que lo caracterizan. Por ser un
proceso inconsciente la víctima siente y
cree que es razonable su actitud, sin darse cuenta de la identificación misma
ni asumirla como tal, la persona no se percata de ello, es el observador
externo quien puede encontrar desproporcionado e irracional que la víctima defienda o disculpe a los
agresores y justifique los motivos que tuvieron para dañarla.
Este mecanismo
ayuda a la persona a negar y no sentir
la amenaza de la situación y/o la violencia.
Puede ser
descripto como un estado disociativo por
el que la víctima niega la violencia del agresor, al tiempo que desarrolla un
vínculo con el lado que percibe más positivo de aquel. Para lograr esto ignora
sus propias necesidades mientras desarrolla una actitud hipervigilante ante las
de su agresor, mostrándose dispuesta a asumirlas como propias.
El principal logro
podría ser obtener un mejor nivel de ajuste al entorno amenazante sobre el que
ejerce nulo control.
Resumiendo, en
general este síndrome se puede dar en las siguientes circunstancias:
Cuando la persona en importante situación de vulnerabilidad
comprende que en la medida en que coopera es menos agredida.
Cuando las personas victimizadas
quieren protegerse, en el contexto de situaciones incontrolables, buscando cumplir
los deseos de sus agresores.
Cuando los violentos tienen rasgos de compasión o de reconocimiento
afectuoso lo que impacta vivamente en las personas sometidas a extrema carencia
de afecto. De aquí puede nacer una
relación emocional de las víctimas por agradecimiento con los autores del
delito.
Cuando la pérdida total del control
que sufre y el miedo que ello significa,
se hace soportable en la medida en que la víctima se identifica con los
objetivos y pensamientos del violento a quien se halla peligrosamente sometida.
El síndrome de
Estocolmo es más común en personas que han sido víctimas de alguno de las
siguientes situaciones de violencia:
Tratadas
Rehenes
Miembros de una
orden de culto.
Niñas y niños con
abuso psicológico.
Prisioneros de
guerra.
Mujeres en
Prostitución.
Prisioneros de
campos de concentración.
Víctimas de
incesto.
Es evidente que se
da en casos de importante desigualdad de fuerzas, la persona victimizada siente
que no puede controlar la situación y que está a expensas del violento.
Es muy evidente en
los casos de trata de personas en que el cautiverio duró bastante tiempo aún en
los casos en que la persona no fue limitada en su libertad sino convencida
mediante técnicas de persuasión coercitiva (ver artículo en este mismo blog)
por ejemplo a ejercer la prostitución. Cuando son rescatadas se resisten y
hasta huyen para no declarar contra sus captores o proxenetas. Es muy común que los y las proxenetas se
hagan llamar y que las mujeres captadas accedan: “mamita” o “papito”.
Para terminar les
dejo un párrafo de un excelente libro que se llama “Cárcel de mujeres” y que
fue escrito por Angélica Mendoza en los primeros años del siglo 20
“- Che,
Laura; ¿ tu marido es lindo?
-¡Macanudo
che! ¿no sabés? Me pinchó con la
cortaplumas. Yo me le escapé varias veces. Anduve con otro y mi marido lo
buscó. Cuando se encontraron empezó con vueltas pero mi marido gritaba: “
¡Quiero la mujer! ¡No quiero arreglos!”. El tipo le ofreció mil pesos, pero mi
marido no quiso saber nada. Yo, como vi que el tipo aflojaba, me escapé y volví
con el otro. Después me decía: “¡Visto, Ñata! ¡Solo yo te convengo como marido.
Todos los demás se cagan!”
-¡La que
los tiró! Si yo sé que un hombre me vende a otro lo ensucio de arriba abajo!
-¡No; si no
no es una venta! Es la ley de los cafishios. Si la mujer se les va con otro,
este tiene que largar vento, sino lo liquidan.” (Pág. 61)
La mayoría de las IMAGENES han sido tomadas desde la web, si algún autor no está de acuerdo en que aparezcan por favor enviar un correo a alberto.b.ilieff@gmail.com y serán retiradas inmediatamente. Muchas gracias por la comprensión
Se puede disponer de las notas publicadas siempre y
cuando se cite al autor/a y la fuente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario