lunes, 12 de noviembre de 2012

1- Comenzaré por presentarme




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Comenzaré por presentarme


Comenzaré por presentarme, pero no esperen un nombre y apellido y títulos y actividades que me sirvan de garantes.
Me pongo delante de Uds y uds de mí, desde  estos sonidos, desde estas palabras y serán ellas las que sirvan de tarjeta de presentación.

En estas columnas los y las invito  e invitaré a un juego divertido y por momentos un tanto inquietante.
Cuando les diga de qué se trata se darán cuenta que no es nada novedoso, sino uno de los más viejos del mundo, nació con el primer humano y terminará con el último.
Todos lo hemos jugado aún sin saberlo, con la inocencia del que mira al mundo y se extraña ante lo diverso, ante las palabras, ante la falta de razones.
Recuerdan cuando preguntaban a sus mayores, o ahora, que sus hijos o nietos les interrogan con el contundente “¿por qué esto?” “¿por qué aquello?” y más y más por qué hasta el cansancio.

El juego que estoy proponiendo es el de pensar. Sí, es un juego!!!  Claro que nos vendieron otra cosa, que nos repitieron hasta que se nos hizo carne que pensar es algo serio, muy serio, que es solo para algunos, que hay que tener conocimientos, y si es posible doctorados,  en especial ser doctores en palabras, en ideas, en sutilezas.

Nos convencieron de que era saludable anular nuestras neuronas, volverlas tontas y aburridas, y así volvimos nuestras vidas también tontas y aburridas. 

Por qué tanto esfuerzo? Por qué tanta energía puesta en silenciar nuestras cabezas?
Porque pensar es divertido, porque abre a nuevas ideas y las ideas nos llevan a sensaciones, a intereses, a inquietudes que piden ser investigadas. El pensamiento mueve nuestras almas, las saca de la modorra cotidiana y nos conmueve.
Si pensamos,  seguro algo vamos a hacer, aunque sea tirar a la basura el repasador que está roto, o mejor tirar los prejuicios, y mucho mejor tirar las ideas muertas.

Hay algo que tenemos que tener muy claro. Este es un juego de a uno, es siempre personal. Con esto no quiero decir que sea necesariamente solitario. Podemos jugar con otros como si fuera una partida de naipes,  te tiro una idea, vos me tirás otra y la dejo pasar, pero aquella otra la tomo porque sirve para mi juego,  en definitiva, yo armo mi juego y lo tengo en mi mano.
Acá no vale decirle al otro cuál es la carta que tiene que levantar o tirar, qué idea vale y cuál no, cada uno, cada una, arma su escalera de corazones o de espadas.

Este es un juego de libres. Por eso tenemos que atrevernos a intercalar, a mezclar, a buscar noviazgos, casamientos o enemistades entre ideas y situaciones. Y a aceptar el resultado, no importa cuál sea, por descabellado que nos parezca.
Todo esto quizá no sirva para construir una casa, o solucionar un problema económico, pero quizá sí para  contar a mis hijos un cuento, o reírme de mis ocurrencias, que no es poco.

Así llegamos a dos puntos importantes
Uno es la diversidad, el otro la verdad.


 
Mi idea o lo que pienso no tiene por qué ser igual a lo que ud piensa, porque todos y todas somos diversos. Hoy se habla por todos lados de la “diversidad” como si fuera la gran novedad de este siglo, como si nuestros antepasados, nuestros padres y abuelos, hubieran sido  idénticos entre sí o hubieran creído serlo o todos respondieran a un ideal humano. Decir que somos diversos es una verdad de Perogrullo porque no hay manera de poder ser idénticos, no hay manera de estar de acuerdo con un ideal, no importa el que sea. Ni siquiera idénticos a nosotros mismos porque minuto a minuto cambiamos, porque antes de pensar y decir todo esto yo era distinto, antes uds no existían, no me estaban escuchando, no sentía  la inquietud y el entusiasmo que siento ahora que hablo. Pensar que todos los de boca, o los de river, o los cristianos o los paraguayos, o los neuquenos, son iguales, es un mito, repito, un mito.
Acaso ¿somos una copia de nuestros padres? ¿somos idénticos a nuestros hermanos o hermanas? ¿a nuestros vecinos?

Nos vendieron este mito para uniformarnos, para hacernos creer que tenemos que parecernos  todos a todos y si notamos que en algo somos diferentes, entonces, alerta ¡!! aparece la culpa, la angustia, el miedo a ser descubiertos.  De este modo  nos obligamos a guardar silencio, a ocultarnos, a disimular, a fingir, a borrar nuestra hermosa diversidad.
Con esta cuestión de la uniformidad no necesitamos que alguien desde afuera nos presione, ya tenemos el censor dentro nuestro, en nuestra cabeza, y lo pusieron ahí la familia, nuestros padres y amigos, la escuela, las religiones  y todos los medios de comunicación.
Y es esto mismo, esta carga de hipocresía y fealdad la que trasmitimos a nuestros hijos, sobrinos, nietos. Con nuestras palabras, con nuestros ejemplos, con los retos, les enseñamos  que lo bueno es callar, es imitar a la mayoría, es ser parte sumisa y complaciente del rebaño.

La culpa es el policía interno, es el ojo que siempre está vigilando no solamente lo que hacemos sino hasta lo que pensamos y sentimos, nuestros deseos y sensaciones. Nada se le escapa, todo lo controla para evitar que nos desviemos siquiera un poquito de lo que corresponde, de la uniformidad.  A veces basta un solo deseo que no se ajusta a lo que esperan de nosotros, que no es lo que nos enseñaron, para desencadenar  toda una tormenta de culpa, de malestar conmigo mismo, hasta el punto en que necesitamos confesar a alguien, a una amiga, a un cura, a un psicólogo, ese mal deseo que  cargamos como un enorme peso sobre nuestra conciencia o en el peor de los casos, nos puede llevar a buscar un castigo.

Y si este programa no es suficiente, ahí están los amigos, y sobre todo los vecinos y vecinas para controlarnos, para ver quién entra o sale de nuestra casa, cómo nos vestimos, qué decimos; ahí están para señalarnos y acusarnos si es necesario o dejarnos la piel hecha tiritas con sus lenguas ultra filosas.  Son precisamente las vecinas y vecinos, o nuestros mismos familiares, los que actúan como policías de la mediocridad, o sea de lo uniforme. Si la culpa no alcanza, si pese a todo lo que nos inculcaron perseveramos en la diferencia, aparecen ellos siempre presentes y atentos  para señalarnos y acusarnos.

Amigos y amigas, eso que solemos llamar conciencia o moral, en realidad es como si fuera  un programa de computación que nos han metido por medio de la educación en nuestro cerebro para controlarnos y no tiene nada de santa, ni de moral ni de principios, es solamente un mecanismo de sometimiento más.  Con esto no quiero decir que la moral no exista, que la conciencia siempre sea un mecanismo perverso, no es así. Existen pero no como algo espontáneo, como ya puesto en nuestras cabezas antes del nacimiento, sino como resultado del propio pensamiento, de la propia experiencia y reflexión. Cada uno de nosotros crea la moral en cada momento.


Y de este modo volvemos a dónde comenzamos, al pensamiento y a esta invitación que les hago de atreverse, porque hay que ser una especie de héroe o heroína para no aceptar todo lo que nos dicen como si esa fuera la verdad, para  dejar de creer que ser “igualitos” , ser parte del rebaño, es lo bueno y “sano” .
Pero saben, siempre la ganancia es para el héroe, para la heroína, son ellos los que llegan al paraíso, a los jardines escondidos, que no son otra cosa que conocernos  a nosotros mismos y aceptarnos  en todo lo maravilloso y aterrador que tenemos.

Me escucho y todo esto me suena a muy intelectual, suena muy a púlpito o escritorio, por eso quiero que pensemos ahora en algunas maneras de ser diversos.

Soy diverso cuando me atrevo a decir NO cuando lo que se espera es que diga SI.
Cuando digo no al sexo porque no tengo ganas aunque seas mi pareja de años.
Cuando no siento amor por quienes me obliga la sociedad, la familia, a sentirlo.
Cuando tiro abajo los ídolos que me imponen los medios o la publicidad o los partidos políticos  o las iglesias y religiones.
Cuando no quiero ser de boca ni de river ni de ningún otro cuadro.
Cuando hago lo que me gusta porque me gusta aunque no me de dinero o fama
Cuando siento algo diferente a lo que supongo siente la mayoría de las personas.
Cuando decido no tener hijos.
Cuando quiero vestirme con pollera, o con pantalón, o con pantaloncito o con corbata o con lo que sea que los demás no esperan.
Cuando me gusta aquello que no esperan que me guste.
Cuando disfruto y no me canso de disfrutar.
Cuando opino porque se me canta o me silencio por lo mismo.

Podemos seguir esta lista y pasarnos años escribiéndola, esa tarea, ahora,  se las dejo a uds.
 




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