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Comenzaré
por presentarme
Comenzaré
por presentarme, pero no esperen un nombre y apellido y títulos y actividades
que me sirvan de garantes.
Me pongo
delante de Uds y uds de mí, desde estos
sonidos, desde estas palabras y serán ellas las que sirvan de tarjeta de
presentación.
En estas
columnas los y las invito e invitaré a
un juego divertido y por momentos un tanto inquietante.
Cuando les
diga de qué se trata se darán cuenta que no es nada novedoso, sino uno de los
más viejos del mundo, nació con el primer humano y terminará con el último.
Todos lo
hemos jugado aún sin saberlo, con la inocencia del que mira al mundo y se
extraña ante lo diverso, ante las palabras, ante la falta de razones.
Recuerdan
cuando preguntaban a sus mayores, o ahora, que sus hijos o nietos les
interrogan con el contundente “¿por qué esto?” “¿por qué aquello?” y más y más
por qué hasta el cansancio.
El juego
que estoy proponiendo es el de pensar. Sí, es un juego!!! Claro que nos vendieron otra cosa, que nos
repitieron hasta que se nos hizo carne que pensar es algo serio, muy serio, que
es solo para algunos, que hay que tener conocimientos, y si es posible
doctorados, en especial ser doctores en
palabras, en ideas, en sutilezas.
Nos
convencieron de que era saludable anular nuestras neuronas, volverlas tontas y
aburridas, y así volvimos nuestras vidas también tontas y aburridas.
Por qué
tanto esfuerzo? Por qué tanta energía puesta en silenciar nuestras cabezas?
Porque
pensar es divertido, porque abre a nuevas ideas y las ideas nos llevan a
sensaciones, a intereses, a inquietudes que piden ser investigadas. El
pensamiento mueve nuestras almas, las saca de la modorra cotidiana y nos
conmueve.
Si
pensamos, seguro algo vamos a hacer,
aunque sea tirar a la basura el repasador que está roto, o mejor tirar los
prejuicios, y mucho mejor tirar las ideas muertas.
Hay algo
que tenemos que tener muy claro. Este es un juego de a uno, es siempre
personal. Con esto no quiero decir que sea necesariamente solitario. Podemos
jugar con otros como si fuera una partida de naipes, te tiro una idea, vos me tirás otra y la dejo
pasar, pero aquella otra la tomo porque sirve para mi juego, en definitiva, yo armo mi juego y lo tengo en
mi mano.
Acá no vale
decirle al otro cuál es la carta que tiene que levantar o tirar, qué idea vale
y cuál no, cada uno, cada una, arma su escalera de corazones o de espadas.
Este es un
juego de libres. Por eso tenemos que atrevernos a intercalar, a mezclar, a
buscar noviazgos, casamientos o enemistades entre ideas y situaciones. Y a
aceptar el resultado, no importa cuál sea, por descabellado que nos parezca.
Todo esto
quizá no sirva para construir una casa, o solucionar un problema económico,
pero quizá sí para contar a mis hijos un
cuento, o reírme de mis ocurrencias, que no es poco.
Así llegamos
a dos puntos importantes
Uno es la
diversidad, el otro la verdad.
Mi idea o
lo que pienso no tiene por qué ser igual a lo que ud piensa, porque todos y
todas somos diversos. Hoy se habla por todos lados de la “diversidad” como si
fuera la gran novedad de este siglo, como si nuestros antepasados, nuestros
padres y abuelos, hubieran sido
idénticos entre sí o hubieran creído serlo o todos respondieran a un
ideal humano. Decir que somos diversos es una verdad de Perogrullo porque no
hay manera de poder ser idénticos, no hay manera de estar de acuerdo con un
ideal, no importa el que sea. Ni siquiera idénticos a nosotros mismos porque
minuto a minuto cambiamos, porque antes de pensar y decir todo esto yo era
distinto, antes uds no existían, no me estaban escuchando, no sentía la inquietud y el entusiasmo que siento ahora
que hablo. Pensar que todos los de boca, o los de river, o los cristianos o los
paraguayos, o los neuquenos, son iguales, es un mito, repito, un mito.
Acaso
¿somos una copia de nuestros padres? ¿somos idénticos a nuestros hermanos o
hermanas? ¿a nuestros vecinos?
Nos
vendieron este mito para uniformarnos, para hacernos creer que tenemos que
parecernos todos a todos y si notamos
que en algo somos diferentes, entonces, alerta ¡!! aparece la culpa, la
angustia, el miedo a ser descubiertos.
De este modo nos obligamos a
guardar silencio, a ocultarnos, a disimular, a fingir, a borrar nuestra hermosa
diversidad.
Con esta
cuestión de la uniformidad no necesitamos que alguien desde afuera nos
presione, ya tenemos el censor dentro nuestro, en nuestra cabeza, y lo pusieron
ahí la familia, nuestros padres y amigos, la escuela, las religiones y todos los medios de comunicación.
Y es esto
mismo, esta carga de hipocresía y fealdad la que trasmitimos a nuestros hijos,
sobrinos, nietos. Con nuestras palabras, con nuestros ejemplos, con los retos,
les enseñamos que lo bueno es callar, es
imitar a la mayoría, es ser parte sumisa y complaciente del rebaño.
La culpa es
el policía interno, es el ojo que siempre está vigilando no solamente lo que
hacemos sino hasta lo que pensamos y sentimos, nuestros deseos y sensaciones.
Nada se le escapa, todo lo controla para evitar que nos desviemos siquiera un
poquito de lo que corresponde, de la uniformidad. A veces basta un solo deseo que no se ajusta
a lo que esperan de nosotros, que no es lo que nos enseñaron, para
desencadenar toda una tormenta de culpa,
de malestar conmigo mismo, hasta el punto en que necesitamos confesar a
alguien, a una amiga, a un cura, a un psicólogo, ese mal deseo que cargamos como un enorme peso sobre nuestra
conciencia o en el peor de los casos, nos puede llevar a buscar un castigo.
Y si este
programa no es suficiente, ahí están los amigos, y sobre todo los vecinos y
vecinas para controlarnos, para ver quién entra o sale de nuestra casa, cómo
nos vestimos, qué decimos; ahí están para señalarnos y acusarnos si es
necesario o dejarnos la piel hecha tiritas con sus lenguas ultra filosas. Son precisamente las vecinas y vecinos, o
nuestros mismos familiares, los que actúan como policías de la mediocridad, o
sea de lo uniforme. Si la culpa no alcanza, si pese a todo lo que nos
inculcaron perseveramos en la diferencia, aparecen ellos siempre presentes y
atentos para señalarnos y acusarnos.
Amigos y
amigas, eso que solemos llamar conciencia o moral, en realidad es como si
fuera un programa de computación que nos
han metido por medio de la educación en nuestro cerebro para controlarnos y no
tiene nada de santa, ni de moral ni de principios, es solamente un mecanismo de
sometimiento más. Con esto no quiero
decir que la moral no exista, que la conciencia siempre sea un mecanismo
perverso, no es así. Existen pero no como algo espontáneo, como ya puesto en
nuestras cabezas antes del nacimiento, sino como resultado del propio
pensamiento, de la propia experiencia y reflexión. Cada uno de nosotros crea la
moral en cada momento.
Y de este
modo volvemos a dónde comenzamos, al pensamiento y a esta invitación que les
hago de atreverse, porque hay que ser una especie de héroe o heroína para no
aceptar todo lo que nos dicen como si esa fuera la verdad, para dejar de creer que ser “igualitos” , ser
parte del rebaño, es lo bueno y “sano” .
Pero saben,
siempre la ganancia es para el héroe, para la heroína, son ellos los que llegan
al paraíso, a los jardines escondidos, que no son otra cosa que conocernos a nosotros mismos y aceptarnos en todo lo maravilloso y aterrador que tenemos.
Me escucho
y todo esto me suena a muy intelectual, suena muy a púlpito o escritorio, por
eso quiero que pensemos ahora en algunas maneras de ser diversos.
Soy diverso
cuando me atrevo a decir NO cuando lo que se espera es que diga SI.
Cuando digo
no al sexo porque no tengo ganas aunque seas mi pareja de años.
Cuando no
siento amor por quienes me obliga la sociedad, la familia, a sentirlo.
Cuando tiro
abajo los ídolos que me imponen los medios o la publicidad o los partidos
políticos o las iglesias y religiones.
Cuando no
quiero ser de boca ni de river ni de ningún otro cuadro.
Cuando hago
lo que me gusta porque me gusta aunque no me de dinero o fama
Cuando
siento algo diferente a lo que supongo siente la mayoría de las personas.
Cuando
decido no tener hijos.
Cuando
quiero vestirme con pollera, o con pantalón, o con pantaloncito o con corbata o
con lo que sea que los demás no esperan.
Cuando me
gusta aquello que no esperan que me guste.
Cuando
disfruto y no me canso de disfrutar.
Cuando
opino porque se me canta o me silencio por lo mismo.
Podemos
seguir esta lista y pasarnos años escribiéndola, esa tarea, ahora, se las dejo a uds.
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