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Derecho al Delirio
“ Aunque no podemos adivinar el tiempo que
será, sí que tenemos, al menos, el derecho de imaginar el que queremos que sea.
Las Naciones Unidas han proclamado extensas listas de derechos humanos; pero la
inmensa mayoría de la humanidad no tiene más que el derecho de ver, oír y
callar.
¿Qué tal si empezamos a ejercer el jamás
proclamado derecho de soñar? ¿Qué tal si deliramos, por un ratito? Al fin del
milenio vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo
posible:
El aire estará limpio de todo veneno que no
venga de los miedos humanos y de las humanas pasiones;
La gente no será manejada por el automóvil,
ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni
será mirada por el televisor;
El televisor dejará de ser el miembro más
importante de la familia, y será tratado como la plancha o el lavarropas;
La gente trabajará para vivir, en lugar de
vivir para trabajar;
Se incorporará a los códigos penales el delito
de estupidez, que cometen quienes viven por tener o por ganar, en vez de vivir
por vivir nomás, como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño
sin saber que juega;
En ningún país irán presos los muchachos
que se nieguen a cumplir el servicio militar, sino los que quieran cumplirlo;
Los economistas no llamarán nivel de vida
al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas;
Los cocineros no creerán que a las
langostas les encanta que las hiervan vivas;
Los historiadores no creerán que a los
países les encanta ser invadidos;
El mundo ya no estará en guerra contra los
pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio
que declararse en quiebra;
La comida no será una mercancía, ni la
comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos
humanos;
Nadie morirá de hambre, porque nadie morirá
de indigestión;
Los niños de la calle no serán tratados
como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle;
Los niños ricos no serán tratados como si
fueran dinero, porque no habrá niños ricos;
La educación no será el privilegio de
quienes puedan pagarla;
La policía no será la maldición de quienes
no puedan comprarla;
La justicia y la libertad, hermanas
siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas,
espalda contra espalda;
Una mujer, negra, será presidenta de Brasil
y otra mujer, negra, será presidenta de los Estados Unidos de América; una
mujer india gobernará Guatemala y otra, Perú;
En Argentina, las locas de Plaza de Mayo
serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los
tiempos de la amnesia obligatoria;
La perfección seguirá siendo el aburrido
privilegio de los dioses; pero en este mundo, en este mundo chambón y jodido,
cada noche será vivida como si fuera la última y cada día como si fuera el
primero.”
Eduardo Galeano |
Hoy hemos
comenzado con este hermoso texto de Eduardo Galeano, el Derecho al Delirio, leído
por él mismo.
Qué
refrescante es encontrar a alguien que en lugar de imponernos la seriedad,
la exactitud y perfección, lo político y
socialmente correcto nos dice: “¿Qué tal si empezamos a ejercer el
jamás proclamado derecho de soñar? ¿Qué tal si deliramos por un ratito?”
Qué hermoso esto de “delirar por un ratito”, de salirnos de
la rutina, de la sumas y restas y los jefes y las morales y las cobardías que
nos atan a un suelo barroso y maloliente.
“Delirar un ratito”, romper con nuestra imagen, con nuestros
credos y sapiencias y obligaciones. Con la escuela de los chicos, con la comida
por hacer, con la camisa planchada, con hacer lo que la empresa quiere, con ser
fiel a mi partido o mi iglesia. Seamos
un poco locos, por un ratito no más, y ensayemos lo que es caminar sin motivo,
tirarnos en la cama y escuchar música, o al viento o a los vecinos o nada
porque sí no más. Y la mayor locura, sonriamos aunque no tengamos motivo,
aunque no tengamos ganas, aunque todo este mundo se esté desplomando. ¡Rescatemos
nuestro derecho al delirio !!
Y esto no es cuestión de capacidad intelectual ni de
títulos, sino de coraje. De coraje para pensar en un mundo de humanos y para
humanos, no para gobiernos, no para estados
ni para partidos políticos y menos aún para empresas, aunque estas sean
empresas de religión.
Un planeta de humanos y para humanos en el que el hambre no
sea una variable, en que la enfermedad sea lo extraño y no el comercio de
laboratorios y clínicas, en el que la guerra sea parte de la historia pasada y
no la historia de todos los días para poder traficar mejor drogas, petróleo y
personas.
Soñemos porque todo esto es posible, hoy es posible ¡!! Hoy
somos capaces de producir bienes para satisfacer básicamente a todos y todas en
todas partes del mundo.
¿para qué algunos quieren miles de hectáreas si con unos
cuantos metros tienen suficiente?
Podemos pensar que en ese mundo “nadie será considerado
héroe ni tonto por hacer lo que cree justo en lugar de hacer lo que más le
conviene” porque lo que le conviene, lo que nos conviene a todos es hacer lo
justo. Si vos, yo , todos vamos haciendo
lo que creemos justo y no tratando de
rapiñar lo que también es para los demás, iremos sembrando paz y justicia y esa
paz y justicia nos será devuelta.
Y también aprenderemos a ser justos con la naturaleza.
Ghandi todos los días usaba una cubeta para lavarse. Un día, distraído, gastó
agua de más y se mostró preocupado. Un amigo le preguntó cuál era su inquietud
si esa ciudad estaba rodeada de ríos y podía tomar de ellos lo necesario.
Ghandi contestó que la parte que a él le correspondía era una cubeta, más sería
abusar de la naturaleza.
¿Necesitamos tanto
oro que debemos destruir montañas, contaminar aguas, ensuciar el aire?
Y también como dice Galeano: “seremos imperfectos porque la
perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses”. No buscaré
nunca más tener las respuestas, saber, poder opinar de todo. La perfección será
un chiste pues a todos causará mucha risa siquiera insinuar que es posible.
No exigiré a mis hijos que saquen la mejor nota, ni que sean los mejores
deportistas, o que superen a otros en arte, o que tengan una voluntad
inquebrantable, ni que resuelvan ecuaciones mentalmente. Sí velaré que conserven intacta su capacidad de alegría, de
frescura. Quizá eso sea lo más elevado que el humano puede alcanzar: poder reír y ser generoso con su sonrisa.
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