viernes, 16 de noviembre de 2012

4 - El cajoncito



4
El cajoncito

Hoy quiero que deambulemos,  que andemos por dónde tengamos ganas entre las palabras que no son las cosas, entre sueños y fantasías y eso que llamamos realidades.
No digo realidad sino realidadeS con una S final mayúscula para hacer notar que no hay una sola manera de ver, o entender, comprender, sentir y vivir las cosas, a las personas, a nosotros mismo e incluso a las ideas.

Fantasías de mi realidad. Susana Weingast

Me sigue persiguiendo esa frase de Shakespeare que dice que somos del mismo material de los sueños. Apenas una nada, apenas imágenes en la pantalla de la mente, fugaces, efímeras, dislocadas. Somos un sueño soñado por nosotros mismos y formado por todos los pedazos de vivencias e imágenes que hemos guardado en nuestro interior.
Este yo que somos, esto con qué me identifico y digo que me llamo de tal modo, que soy hombre o mujer, alto o bajo, lindo o feo,  es apenas un archivo, un cajoncito donde están guardadas algunas ideas, fotografías, muy pocos videos, sentimientos y símbolos como tréboles, calesitas, una camisa, un color, un sonido. Eso que llamamos pasado o recuerdo es ese cajoncito lleno de estas pequeñas cositas.
Ese cofrecito lo llevamos colgado delante de nosotros como nuestro pectoral, y cuando queremos saber quién somos, o alguien nos pregunta quienes somos, lo abrimos y decimos “este soy yo”
Algunos son tan pobres que cuando lo abren apenas tienen títulos universitarios, otros solamente dinero y poder, otros solamente un listado con las cosas que les han programado hacer, o lo que se espera de ellos.


Si lo perdiéramos entraríamos en crisis, en una profunda depresión, no sabríamos quiénes somos ni para qué somos. 
Perderlo para muy pocos sería algo así como una bendición, una nueva oportunidad de comenzar con menos ataduras y dejando atrás todo lo viejo; para la mayoría es terrorífico. Nos aterra el olvido porque entonces nada nos ataría, podríamos largarnos y tomar el camino que más nos interesara. Y lo más grave sería que podríamos amar nuevamente a quien quisiéramos, sin restricciones, sin culpas, sin enojos. Y seríamos como recién nacidos porque no tendríamos odios ni culpas ni rencores porque todo eso habría quedado perdido en el interior del cajoncito.
Claro, ya no seríamos padres, ni hijos, ni doctores, ni obreros, todo estaría olvidado, y quizá, hasta podríamos darnos un nombre distinto, el que nos gustara.

¿Podemos jugar un rato y fantasear con qué esto nos sucediera? ¿cómo lo tomaríamos? ¿sería una oportunidad para vivir nuevamente o un motivo más para nuestra depresión?


Pensar es un poco jugar a esto, a olvidar, a dejar atrás lo que somos y ver si podemos ser otros, si podemos ponernos en el lugar de nuestra vecina, en el del farmacéutico,  de la bailarina, de cualquiera que tengamos ganas, al menos por un rato. Así, de a poco podremos ir captando otras realidadeS. Y resalto nuevamente la S final para que nos quede claro que vamos por terrenos desconocidos, porque el otro, por ejemplo nuestra vecina, no será igual que nosotros, no pensará lo mismo que yo, no sentirá lo mismo ni por su hijo ni por su padre, será diferente a mí.

Cuando nos enseñaron  nos dijeron que todos sentimos lo mismo, que los padres aman a sus hijos, que los hijos aman a sus padres, que a todos los hombres le atraen las mujeres, que lo que es bueno para ud es bueno para todo el mundo. Error, error, error.
Lo maravilloso de ser psicólogo es tener la prueba de todo esto. Porque en el consultorio las personas buscan dejar afuera las caretas y de a poco van mostrando lo que había detrás. Poco a poco van aceptando hallar en sí mismos aquello que les enseñaron que no estaba bien, que no era permitido y que por eso ocultaron. Se atreven a romper con las etiquetas que les pusieron, algunas muy agobiantes, como que son malas personas, que son feos, que nadie podrá quererlos, que son incapaces, que no pueden salir del sufrimiento, y otro montón más.  La diversidad se despliega a través de las máscaras y de los rostros que van surgiendo. Y cada uno de estos rostros es una nueva realidad.

En este tiempo hemos ido avanzando en reconocer que nadie es igual a nadie, que podemos ser “parecidos” pero eso queda ahí, en la superficie. 


Los he invitado y ahora lo reitero, a pensarse y reconocerse como personas únicas y a todos los demás, también.
Quizá con suerte logren, en algún momento inesperado, mirar a su alrededor y descubrir que no reconocen,  porque ya no conocen a sus seres próximos. Si eso sucede tendrán la posibilidad maravillosa de sentarse frente a ellos y decir: “bien, conocí al que fuiste, ahora quiero conocer al que sos”.



La mayoría de las IMAGENES han sido tomadas desde la web, si algún autor no está de acuerdo en que aparezcan por favor enviar un correo a  alberto.b.ilieff@gmail.com y serán retiradas inmediatamente. Muchas gracias por la comprensión.
 



No hay comentarios:

Publicar un comentario