4
El cajoncito
Hoy quiero
que deambulemos, que andemos por dónde
tengamos ganas entre las palabras que no son las cosas, entre sueños y
fantasías y eso que llamamos realidades.
No digo
realidad sino realidadeS con una S final mayúscula para hacer notar que no hay
una sola manera de ver, o entender, comprender, sentir y vivir las cosas, a las
personas, a nosotros mismo e incluso a las ideas.
Fantasías de mi realidad. Susana Weingast |
Me sigue
persiguiendo esa frase de Shakespeare que dice que somos del mismo material de
los sueños. Apenas una nada, apenas imágenes en la pantalla de la mente,
fugaces, efímeras, dislocadas. Somos un sueño soñado por nosotros mismos y
formado por todos los pedazos de vivencias e imágenes que hemos guardado en
nuestro interior.
Este yo que
somos, esto con qué me identifico y digo que me llamo de tal modo, que soy
hombre o mujer, alto o bajo, lindo o feo,
es apenas un archivo, un cajoncito donde están guardadas algunas ideas,
fotografías, muy pocos videos, sentimientos y símbolos como tréboles,
calesitas, una camisa, un color, un sonido. Eso que llamamos pasado o recuerdo
es ese cajoncito lleno de estas pequeñas cositas.
Ese
cofrecito lo llevamos colgado delante de nosotros como nuestro pectoral, y
cuando queremos saber quién somos, o alguien nos pregunta quienes somos, lo
abrimos y decimos “este soy yo”
Algunos son
tan pobres que cuando lo abren apenas tienen títulos universitarios, otros
solamente dinero y poder, otros solamente un listado con las cosas que les han
programado hacer, o lo que se espera de ellos.
Si lo perdiéramos
entraríamos en crisis, en una profunda depresión, no sabríamos quiénes somos ni
para qué somos.
Perderlo
para muy pocos sería algo así como una bendición, una nueva oportunidad de
comenzar con menos ataduras y dejando atrás todo lo viejo; para la mayoría es
terrorífico. Nos aterra el olvido porque entonces nada nos ataría, podríamos
largarnos y tomar el camino que más nos interesara. Y lo más grave sería que
podríamos amar nuevamente a quien quisiéramos, sin restricciones, sin culpas,
sin enojos. Y seríamos como recién nacidos porque no tendríamos odios ni culpas
ni rencores porque todo eso habría quedado perdido en el interior del
cajoncito.
Claro, ya
no seríamos padres, ni hijos, ni doctores, ni obreros, todo estaría olvidado, y
quizá, hasta podríamos darnos un nombre distinto, el que nos gustara.
¿Podemos
jugar un rato y fantasear con qué esto nos sucediera? ¿cómo lo tomaríamos?
¿sería una oportunidad para vivir nuevamente o un motivo más para nuestra
depresión?
Pensar es
un poco jugar a esto, a olvidar, a dejar atrás lo que somos y ver si podemos ser
otros, si podemos ponernos en el lugar de nuestra vecina, en el del
farmacéutico, de la bailarina, de
cualquiera que tengamos ganas, al menos por un rato. Así, de a poco podremos ir
captando otras realidadeS. Y resalto nuevamente la S final para que nos quede
claro que vamos por terrenos desconocidos, porque el otro, por ejemplo nuestra
vecina, no será igual que nosotros, no pensará lo mismo que yo, no sentirá lo
mismo ni por su hijo ni por su padre, será diferente a mí.
Cuando nos
enseñaron nos dijeron que todos sentimos
lo mismo, que los padres aman a sus hijos, que los hijos aman a sus padres, que
a todos los hombres le atraen las mujeres, que lo que es bueno para ud es bueno
para todo el mundo. Error, error, error.
Lo
maravilloso de ser psicólogo es tener la prueba de todo esto. Porque en el
consultorio las personas buscan dejar afuera las caretas y de a poco van
mostrando lo que había detrás. Poco a poco van aceptando hallar en sí mismos
aquello que les enseñaron que no estaba bien, que no era permitido y que por
eso ocultaron. Se atreven a romper con las etiquetas que les pusieron, algunas
muy agobiantes, como que son malas personas, que son feos, que nadie podrá
quererlos, que son incapaces, que no pueden salir del sufrimiento, y otro
montón más. La diversidad se despliega a
través de las máscaras y de los rostros que van surgiendo. Y cada uno de estos
rostros es una nueva realidad.
En este
tiempo hemos ido avanzando en reconocer que nadie es igual a nadie, que podemos
ser “parecidos” pero eso queda ahí, en la superficie.
Los he
invitado y ahora lo reitero, a pensarse y reconocerse como personas únicas y a
todos los demás, también.
Quizá con
suerte logren, en algún momento inesperado, mirar a su alrededor y descubrir
que no reconocen, porque ya no conocen a
sus seres próximos. Si eso sucede tendrán la posibilidad maravillosa de
sentarse frente a ellos y decir: “bien, conocí al que fuiste, ahora quiero
conocer al que sos”.
La mayoría de las IMAGENES han sido
tomadas desde la web, si algún autor no está de acuerdo en que aparezcan por
favor enviar un correo a
alberto.b.ilieff@gmail.com y serán retiradas inmediatamente. Muchas
gracias por la comprensión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario