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Belleza
Puede ser
las gotas de lluvia sobre la ventana, o
un paisaje o una canción, o esa persona que vemos pasar, quizá algo más
insignificante, una sombra que enseguida desaparece, o una baldosa partida, o
la armonía de una voz que escuchamos
casualmente, no es necesario que sea algo especial, cualquier cosa nos
puede despertar la sensación de belleza.
Vamos
nuevamente a meternos con las palabras, esta vez elegí especialmente una, la
belleza, o quizá mejor dicho, a qué llamamos bello, bella, o con más precisión,
hablaremos de la sensación de belleza.
Yo hago una
separación entre lo “lindo” y lo “bello”. Lindo es aquello que cumple determinados requisitos,
tiene que resultarme agradable, las formas o los sonidos o los colores o la
textura tienen que agradarme, tengo que ver en ellos algo de equilibrio, una cierta armonía. Tener delante algo bello
me produce contento, alegría, y me da ganas de seguir escuchándolo o
contemplándolo. La lindura me atrae, me
resulta de inmediato amigable, placentera.
Ahora, cuando es algo que llamo “hermoso” es
completamente diferente, no importa qué sea, la sensación es diferente, no se
confunde, es muchísimo más intensa a tal punto que pierdo las palabras, lo
radicalmente hermoso no puede ser descripto, nos deja sin palabras, solamente
se puede decir que es hermoso. Lo más cercano para intentar una descripción de
lo que me sucede interiormente sería
decir que es caer en un estado de
fascinación, la mente pareciera haberse frenado bruscamente y solo quedar la
contemplación de lo bello, por unos momentos es sentirme anonadado. Es un
sentimiento muy distinto a todos los otros, expande el cuerpo y la mente
también parece dilatarse al mismo tiempo
que se silencia, queda callada como en señal de respeto .
Ambas
experiencias, la de lo lindo y la de lo hermoso, como todas las experiencias,
no dependen de mí, puedo buscarlas, puedo escuchar la música que sé que me
gusta, pero eso no significa que la sensación nuevamente aparezca. También
puede suceder que haciendo cualquier otra
cosa, de pronto, surja algo, escuche
algo, y nuevamente irrumpa la sensación. Estas impresiones como los
sentimientos me toman, no dependen de mí decisión.
A todos nos
ha pasado que algo en algún momento nos ha parecido hermoso, y al tiempo
volvemos a tenerlo delante y descubrimos que ya no tiene esa belleza que nos
había conmovido. O quizá sí, quizá lo sigamos viendo bello, pero la sensación
no aparece en nuestro interior. Ese objeto, esa persona, no ha cambiado,
nosotros hemos cambiado desde aquel momento hasta este, esa es la diferencia.
Quizá nuestro cambio sea simplemente que ahora estamos con otras circunstancias, otros problemas nos ocupan, estamos ajetreados y esto importa
porque la belleza requiere de poder detenernos para captarla, también vale mi
disposición, mi apertura a lo que me rodea.
Me pregunto
¿la belleza entonces esta en nosotros o fuera de nosotros? Si en un momento
algo, por ejemplo un florero, me parece hermoso y en otro no tanto o hasta puede ser que me resulte indiferente, sin que
el florero haya cambiado en nada, entonces ¿dónde está la belleza?
He notado
que a veces el objeto, el sonido, la persona, se imponen y me raptan, me
obligan a que les preste atención, pero otras veces depende de mi
predisposición, de buscar la mirada que ve belleza, el oído que escucha
sonoridades hermosas, como si tuviéramos la posibilidad de ir cambiando de
anteojos o de audífonos para orientarnos hacia lo hermoso.
Muchas
veces me entretengo con esto, por ejemplo miro un árbol, o una baldosa, o lo
que sea, decidido a ver lo bello, y sí, lo logro, ahí está, quizá sea una
forma, una rama torcida, o un movimiento por el viento, o algo quebrado, no
importa que sea.
Esto que
cuento no es extraño, aunque lo parezca, podemos hacer un ejercicio, incluso
podemos hacerlo ahora mientras me estan escuchando. No es tan complicado,
aquiétese un momento y decida mirar lo que tiene en su cuarto, todo, una parte,
algo, captando únicamente su belleza, pruebe y verá que es posible. Atención,
antes de hacerlo le aclaro que no debe buscar nada extraño, lo que verá es lo
mismo que ya conoce, que ya esta, y es probable que en su interior en este
momento no se produzca ningún estallido maravilloso, con que logre ver las
cosas desde otra perspectiva, alcanzará y sobrará. También puede hacerlo con el tema musical que ahora le ofrezco.
Escuché el
tema Fever por Natalie Col y Ray Charles, me gustó mucho, sentí alegría y la música estuvo en mi
interior e inmediatamente lo asocié a
este comentario que estoy haciéndoles. El tema habla de fiebre, no importa qué
sentido le demos, nos habla de algo que sentimos, que desde nosotros nos hace
sentir el cuerpo de manera diferente, ver las cosas y las personas también
distintas.
Hay normas culturales que se nos enseñan desde bebés
acerca de qué debemos entender como lindo, bien formado, y qué no lo debe ser,
por ejemplo la combinación de colores en la ropa, o el color de piel, la
altura, el grosor del cuerpo, y así con casi todo. Esto es muy notorio si
escuchamos música japonesa o india
porque esas diferentes culturas tienen diferentes ideas acerca de lo lindo, de
lo bien formado, para las que no estamos preparados, entonces, esa música nos
suena rara, difícil, hasta puede parecernos fea. Este ordenamiento de la cultura nos trae
bastantes dolores de cabeza cuando vamos descubriendo que lo que para nosotros
es lindo o bello no siempre coincide con lo que nos enseñaron y hasta puede ser
opuesto. Así llegamos a un punto fundamental: lo difícil de este tema es que es
netamente personal.
No puede
ser de otro modo, si lo lindo o lo bello lo descubro por mis sensaciones, por
lo que pasa en mi interior, siempre será personal. Quizá ud y yo estemos
escuchando la misma música, en el mismo momento, y podremos coincidir con que
es muy linda, que nos gusta mucho, pero nada más. Lo que pasa dentro de
mí, el grado de gusto, de placer, los
recuerdos o sentimientos que puede despertarme,
eso es enteramente mío, ud nunca podrá descubrirlos. Por eso a los
humanos nos cuesta tanto entendernos, digo una palabra y esa palabra es un
mundo y creo que quien la escucha entiende lo mismo, que como almas gemelas estamos sintiendo,
pensando, recordando lo mismo; creo que
esa persona también relacionará esa palabra con otras como yo lo hago, pero no,
no es así, cada palabra que entra se cuela por mi vida y va andando por los
recovecos de mi cerebro, a veces se queda apenas cruzada la puerta y otras
navega durante horas y días. Por eso a
veces me frustro cuando le señalo a alguien algo que me parece lindo, y esa
persona se queda mirándome como
diciéndome “¿dónde esta lo lindo? ¿eso te parece lindo?
Todo esto
nos acerca al erotismo porque también es algo que se da en nuestro interior,
tan difuso e insurrecto como los sentimientos. Del mismo modo que la sensación
de belleza puede ser disparada por una gota de rocío o el color del atardecer,
el erotismo puede surgir sin aviso por el simple roce de una pluma o por la
llegada de un aire tibio. La sociedad como teme a todo aquello que pueda
conmoverla y despertarnos, a todo eso que pueda hacernos buscar la libertad, nos
indica o más que indicar nos ordena, qué cosas es conveniente que nos eroticen,
qué sexo, qué partes de los cuerpos deben ser hipererotizadas y cuáles en
absoluto. Pero es y será un inútil intento pues en nuestro interior está la
libertad, nuestro ser toma sus propios caminos y hace valer sus gustos sin
preguntar a las leyes y reglamentos y mandamientos. La estratagema que organizamos entonces es la
del disfraz, hacia afuera nos vestimos y decimos como todos y lloramos cuando
hay que llorar y reímos cuando hay que reír,
por eso creemos que todos sentimos igual, que todos buscamos y nos
erotizamos por lo mismo, que nuestros vecinos y amigos hacen y sienten lo mismo
que nosotros, pero no es así. Por
dentro, de la piel hacía mí, están mis zonas escondidas, mi lugares sabrosos,
mis cumbres escabrosas, eso que no muestro. La diferencia está en estos
detalles del interior de cada uno, solamente
cada persona sabe qué olor, qué tipo de roce, qué palabras, que
delicadezas o rudezas, que formas y sudores le despiertan sensaciones, le convocan la fiebre hacia el
arrebato. Y son esos detalles los que nos hacen únicos, diferentes, sino
seríamos todos iguales como robots salidos del mismo molde. Conocer esas pequeñeces y respetarlas es lo que nos permite
desarrollarnos, vivir de acuerdo a nosotros mismos y no al modelo que desde
afuera nos imponen y que no puede satisfacernos, nunca nos pondrá contentos porque nunca será
el nuestro, intentar parecernos a él será
el eterno fracaso.
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