lunes, 10 de diciembre de 2012

27 - La última grela


27 
La caída. Jorge Frías
                                                                     La última grela

La última grela

Música: Astor Piazzolla
Del fondo de las cosas y envuelta en una estola
de frío, con el gesto de quien se ha muerto mucho,
vendrá la última grela, fatal, canyengue y sola,
taqueando entre la pampa tiniebla de los puchos.

Con vino y pan del tango tristísimo que Arolas
callara junto al barro cansado de su frente,
le harán su misa rea los fueyes y las violas,
zapando a la sordina, tan misteriosamente.

Despedirán su hastío, su tos, su melodrama,
las pálidas rubionas de un cuento de Tuñón,
y atrás de los portales sin sueño, las madamas
de trágicas melenas dirán su extremaunción.

Y un sordo carraspeo de esplín y de macanas,
tangueándole en el alma le quemará la voz,
y muda y de rodillas se venderá sin ganas,
sin vida, y por dos pesos, a la bondad de Dios.

Traerá el olvido puesto; y allá en los trascartones
del alba el mal, de luto, con cuatro besos pardos,
le hará una cruz de risas y un coro de ladrones
muy viejos sus extrañas novelas en lunfardo.

Qué sola irá la grela, tan última y tan rara,
sus grandes ojos tristes trampeados por la suerte,
serán sobre el tapete raído de su cara,
los dos fúnebres ases cargados de la muerte.


Fueron, hace mucho, las románticas proletarias del amor. La noche les puso nombres con seducción de insulto; paicas, locas, milongas,percantas, obreras. Era frecuente verlas al alba desayunando un chocolate con churros en la confitería Vesubio de la calle Corrientes.
Salían de trabajar a esa hora del "Chantecler", del "Marabú", del "Tibidabo".

Con un arranque loco de Madame Bovary de Barracas al Sur, se jugaron la vida en los tangos.
Alguna se enamoró de aquel bandoneonista y por amor, ganó.
Para otras la derrota fue mucha, terminaron atendiendo los guardarropas de damas de esos mismos cabarets.

Acaso se fueron todas juntas un día, como si fueran una pequeña y extinguida raza con ojeras.”



El tango sabe de la calle y del suburbio, de lo escondido porque por esos lugares anduvo antes de saltar a los salones de Buenos Aires y ahora a los  del mundo. Sabe de los personajes que narra porque de ellos también surgió. 

 Turra, meretriz, trola, grela,  prostituta, mina, tirar el carro, moma, pupila, madama, lata, yiro, puta, perdida, zorra, perra, callejera, mujer de vida fácil, mujer alegre, mujer liviana, mujer de vida airada, paicas, locas, milonguitas, estos son algunos de los modos en que se ha llamado o se llama a las mujeres en prostitución, seguramente debe haber unos cuantos más, estos son los que recuerdo ahora. Tantos modos de decir o de nombrar una única cosa: cobrar para prestar el cuerpo por un rato para que alguien se satisfaga. Modo de decir que esconde y tapa a los hombres que rodean y viven de ese cuerpo: proxenetas, tratantes, rufianes, cafishios, fiolos y a los que pagan por gozar un rato de ese cuerpo, los mishé.
Si se llamó y llama de tantas maneras a esta actividad es porque representa un interés importante para la sociedad, no es algo que pase desapercibido aunque se trate de negarlo, de pensar que no está, o que sucede lejos de mi casa, de mi familia. 


Milonga. Ricardo Rodriguez

Se la nombra de muchas maneras y en todas pesa el estigma, el desprecio. Quizá este desprecio simplemente este mostrando una herida sin cerrar en la sociedad, la ambivalencia de rechazar y no querer para mis mujeres queridas, las cercanas, familiares, esa “caída en el lodazal” como podría decir un tango, al mismo tiempo que es sostenida porque a esas mujeres van nuestros hijos para debutar o entretenerse o despedir a un soltero, y también los maridos y padres y hermanos. Porque ir de putas, ir a descargar, es una actividad de hombres.
Estigma, bronca, porque  tienen una vida regalada, fácil, se llenan de dinero y ahora también algunas de ellas salen a decir que pueden ser ricas y famosas, ser esas muñecas de lujo, caras, muy caras  tanto que dicen cobrar en dólares, confirmando de este modo el mito popular.
“Vida regalada, vida fácil, lo hacen porque les gusta”, este mito solamente un hombre pudo imaginarlo, no lo creo de una mujer porque cualquiera de ellas sabría que no es fácil ni un regalo estar esperando dispuesta a cualquiera que llegue, alto, bajo, sucio, gordo o flaco, amable o sádico, perverso violento o resentido. Estar esperando para abrirle el cuerpo y dejarlos hacer para su propio placer, deseando que terminen lo antes posible  y paguen; y esto una y otra y otra vez. Veces interminables en una noche también interminable. Qué tiene de fácil abrirse para un desconocido  al que no eligió ni quiere ni la atrae, alguien que en cinco o diez o veinte minutos entrará en su intimidad y saldrá dejando unos pesos.
No, no tiene nada de fácil ni de regalado, ni siquiera de grato, al contrario, cada uno deja un daño en el cuerpo y en la mente difícil de reparar. Hay estudios que dicen que estos daños son de tanta magnitud como los sufridos por personas torturadas o los veteranos de guerra. 


Dos prostitutas. Georges Rouault

Las personas en prostitución, para poder seguir y mantenerse dispuestas deben reprimir el asco, el rechazo, y también anular la sensibilidad de su cuerpo, claro, no puede ser de otro modo sino como bancarse cinco, diez o más hombres cada noche. Lo paradógico es que mientras otros disfrutan ellas no sienten y ya no sentirán, la sensibilidad se cierra y ya no aparece aunque ellas quieran.
¿Y el dinero que ganan? Es otro mito, si fuera tan cierto, para qué siguen en esa actividad. La mayoría de las personas en prostitución vienen de la pobreza, muchas veces extrema, y siguen en la misma. Son los proxenetas, los tratantes, las redes de prostitución los que se enriquecen y mucho, y, de paso, también los policías, funcionarios judiciales y políticos.
Desde hace un tiempo los medios nos venden otra realidad, mujeres que dicen hacerlo porque quieren, porque les gusta, porque les da mucho dinero y esto lo hacen para seguir manteniendo el negocio, para atraer a las jóvenes desesperadas o aquellas que por su historia personal ya tienen parte del camino hecho.
No nos dejemos engañar, la mayoría de las personas que llegan a la prostitución ya tienen una historia en la que fueron consideradas objetos, menos que otras, marcadas para ser las que deben llevar dinero a la familia, muchas fueron abusadas sexualmente de niñas, todas tienen naturalizado, aceptado como un destino ser usadas.
Tampoco nos dejemos engañar por el dinero, el dinero es la trampa, la plata nunca compensará el daño sufrido. En esto no hay diferencia entre la mujer que esta en el burdel pobre y la ahora llamada v.i.p., ambas son usadas del mismo modo, son objetos para dar placer. En unas y otras la falta de autoestima, de quererse y respetarse a sí mismas, cuidar su interior y valorar su propio placer han desaparecido o están muy disminuidas.
¿Qué mujer podría elegir este camino sino estuviera condicionada? ¿Qué niña apenas de 12 años quiere dejar sus sueños para estar parada en una ruta? ¿Dónde está la libertad de elección cuando casi todas  fueron llevadas a comenzar a esa edad?
Cuando las posibilidades son el hambre, el abuso, la exclusión, aceptar la prostitución no es una opción, no es una posibilidad de mejor vida, apenas es una forma que les permite subsistir.
 Cada vez más escucho una especie de piedad o compasión bastante extraña. Mucha gente se compadece de la situación de las mujeres en prostitución, de su necesidad de llevar la comida a su casa, de criar a sus hijos, y entonces proponen  que las llamen “trabajadoras”, o sea que la tan mentada compasión solamente les alcanza para dejarlas en la misma situación nada más que ahora con otro nombre “trabajadoras sexuales”. Mucho mejor sería movilizarnos para que se les dieran oportunidades laborales reales, educación y capacitación para que pudieran integrarse a la sociedad y desarrollarse más plenamente.

En relación a este tema el poeta Homero Expósito dice:




No fue Mimí, ni fue Manón,
fue una muchacha sin canción.
Cuando murió en mis manos
ya era un paisaje muerto,
¡pueblo de pantanos
sin caminos y sin puertos!

La última grela. Alberto Urcaray


























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