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Límites
En Estados
Unidos, un tirador de 20 años ingresa a
una escuela y mata 20 chicos y 7 adultos, entre ellos a su propia madre. Este fenómeno que se repite cada vez más
seguido, y no solamente allá, en el norte, llamó mi atención. Este evento tan
desmesurado, tan ilógico y desproporcionado inmediatamente me hizo pensar en
los límites y en la violencia, de eso vamos a hablar hoy.
¿Cómo es
que estos asesinatos me trajeron a este tema?
Es así porque
indudablemente es un acto de extrema violencia, y la violencia siempre es un
límite que no existe o en todo caso que esta tan corrido que no me frena, que
no me impide avanzar sobre la vida, sobre la integridad de otras personas.
Chile- represión a estudiantes |
La
violencia, como cualquier otra conducta humana, es parte de la cultura y por lo
tanto aprendida. Cuando digo aprendida significa que sobre la capacidad innata
que todos tenemos de defendernos, de tener conductas agresivas para llegar a
modificar el medio –para cortar un árbol, para matar para comer, para pescar,
para el cirujano durante una operación-
se requiere capacidad de agresión.
Estas conductas son modeladas por la familia y por la sociedad mediante
permisos, incentivos o límites que van fijando el carácter de cada persona y
también de cada pueblo. Por esto un niño criado en un entorno violento es muy probable
que también sea violento, del mismo modo podemos hablar de barrios más o menos violentos o peligrosos,
de pueblos pacíficos o agresivos.
Guernica, día después del bombardeo |
Al violento
se le enseñó a usar esta fuerza, esta capacidad como modo de resolver
conflictos con otras personas o con él mismo, como modo de someter para obtener
lo que quiere o para imponer sus ideas.
Vivir en
comunidad siempre implica el interjuego entre
permisos y prohibiciones, a este punto siempre difuso, nunca estable, es
a lo que llamamos límites.
Los
límites, así como las prohibiciones,
tienen muy mala publicidad, son los malos de nuestras películas personales, los
aguafiestas que vienen a cortar nuestras alegrías y placeres. Mientras que la
libertad aparece como el dios a alcanzar, las prohibiciones, los límites, son
como el demonio que nos aleja del paraíso.
Esto es
parte de la ilusión de las palabras, que nos muestran como cosas diferentes,
separadas, inconciliables, lo que en realidad es una misma situación vista
desde ángulos distintos.
Solamente
podemos saber qué es la luz porque existe la oscuridad, el pez que jamás sale
del agua, que esta rodeado por todas partes por ella, que come y se mueve y
reproduce y respira en y por el agua, no tiene conciencia de ella. Solamente
podemos hablar de libertad si hay una no libertad, una zona que la limita, una
restricción. Si no existiera tal zona, tampoco habría libertad. Es más, podemos
decir que los límites y la libertad se crean y sostienen mutuamente.
Los límites
conforman la realidad, la forman, la separan, la dividen y por eso podemos
operar y vivir en ella. Los psicólogos sabemos que son indispensables para un
desarrollo armónico, que es la diferencia entre la locura y la neurosis o esto
que llamamos normalidad. Sabemos que el niño debe aprender a frustrarse, a no
cumplir todo lo que quiere y cuando lo quiere y al modo como él lo quiere. Las
rabietas infantiles son modos por los que se resiste a eso, por los que trata
de manipular a los adultos para que le den lo que quiere. Si por desgracia el
niño esta en un medio permisivo al punto de favorecerle la satisfacción de sus
deseos más mínimos impidiéndole así ejercitar su capacidad de frustración, de
autolimitación, es muy probable que se convierta en un adulto sumamente
egoísta, incapaz de empatía, de reconocer el dolor y las necesidades de otro,
centrado únicamente en sus caprichos y convencido de que el mundo debe
permitirle cumplirlos. En general son personas muy violentas porque no pueden
soportar un “no”, un límite, no obtener lo que quieren y reaccionan atacando al
mundo, porque se siente atacados por él, imaginan que el mundo les impide ser
felices, sin darse cuenta que es su propia falta de autolimitación, de
autocontención lo que los daña. Esto es algo que se puede hallar en la base de
las adicciones.
Donde
miremos encontraremos límites, lo que implica, diferencias.
Por
ejemplo, las palabras son limitaciones que nos imponemos y aceptamos, son
limitaciones de significado, por eso mismo permiten que podamos compartir por
ejemplo este tema. Si cada palabra fuera tan libre que pudiera significar todo,
cualquier cosa, ninguna, no sería comunicación, sino solamente un lenguaje
personal, como puede ser la lengua que algunos psicóticos inventan para sí, solamente
ellos la entienden.
Los límites
son parte del vivir, no solamente un hecho social. La piel es un límite que al
mismo tiempo que me separa me une al mundo, es una funda elástica que contiene
mi sangre, mis órganos, y da forma a mi cuerpo; el dolor marca un límite, hasta donde puedo y es
conveniente llegar, y me preserva indicándome qué es lo que me daña, a qué
parte de mi cuerpo tengo que prestar atención, qué no anda bien.
Mis
párpados al separarme de la luz externa me permiten dormir, mi boca al cerrarse me protege de lo que puede
ingresar a mi cuerpo.
Libertad. Stinckwich |
Siempre
estamos jugando con esta línea, con la frontera, algunas veces aceptándola e
imponiéndola a otras personas, otras, transgrediéndola. Una conducta u otra
siempre originan consecuencia, no siempre sabemos cuáles, por ejemplo
transgredir puede llevarnos a actos creativos, innovadores, a incorporar nuevas
experiencias a nuestras vidas o a dañarnos a nosotros mismos y a otros.
El violento
raramente se reconoce como tal, y si lo hace, también se da razones
suficientes, motivos de sobra para
justificar y sostener su modo de actuar. ¡Es increíble la lista de causas que
podemos darnos los humanos para quedarnos muy tranquilos con nuestras
conciencias!
Esto que
digo en función de los simples mortales que somos, también o sobre todo es muy
claro en los gobiernos: ellos guardan para sí lo que llaman el “ejercicio
legítimo de la violencia” a través de sus militares, sus policías, sus
gendarmes. Ellos mediante sus guerras nos muestran ese camino como modelo, se
puede matar, se puede violar, se puede destruir y ser impune, hasta incluso
recibir una medalla.
No
olvidaré, y me prometo releerlo en cuanto pueda, ese magnífico libro que es
“Crimen y castigo” del escritor ruso Fiodor Dostoievski. Precisamente este es el tema que
plantea, por qué algunos pueden y hasta tienen derecho de ser violentos, qué
pasa en el interior de quien llega a matar a otros.
Esta
sociedad ambivalente, contradictoria, ha dejado su huella en nuestro interior,
por eso somos capaces de ser santos o demonios, constructores o destructores.
La diferencia es una cuestión de límites, de hasta dónde nos permitimos llegar,
y acá juega un papel muy importante la empatía, el reconocer a los otros seres
humanos como vivientes o sea personas con sueños, sentimientos, deseos, amores
y dolores.
Es
reconocer aquello tan repetido del prójimo,
del hermano, de alguien a mi imagen y semejanza.
La
violencia es posible porque este espejo esta roto, el prójimo pasa a ser
aquello que esta para mi uso, para obtener lo que deseo, para mi satisfacción o
es un obstáculo para obtener lo que deseo.
Cuando ese
otro existe como una persona, como algo diverso a mí mismo, como un prójimo, se
convierte en un límite. No porque quiera o se esfuerce en serlo, sino porque su
simple existencia, me esta mostrando que
fuera de mí existe un universo que tiene su propio camino. Me indica que mis
sentimientos, mis ideales, mis metas, mis deseos, no son los únicos, ni
siquiera lo más importantes.
Quizá este es uno de los motivos por los que
nuestros antepasados contruyeron a los dioses, porque cuando nos enfrentamos a
algo que nos trasciende y no podemos controlar, algo inasible, a lo infinito,
es entonces que podemos dimensionarnos, podemos tomar conciencia de nuestra
pequeñez y de que somos una chispa en la larga noche de los tiempos.
El oscuro
cielo estrellado, la lejana vía láctea, en algún momento, cuando se los podía
ver, también nos conducían a esta reflexión.
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