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Mente en reposo
Mi mente
esta en reposo, como tirada en la arena tomando sol.
Veo pasar
retazos de ideas ya gastadas de tanto dar vueltas, cada día más deshilachadas, descoloridas,
tanto que ni vale la pena nombrarlas. Giran como hojas caídas en un estanque de
agua quieta, casi transparente, apenas movidas por el suave viento. Todo
demasiado quieto para mi gusto ¿qué puedo hacer más que esperar?
Allí donde
hay montañas debe haber valles, donde
hubo movimiento ahora quietud, a la pleamar sigue la bajamar, por eso no me
extraña este descanso cerebral.
Tendré que
esperar a que alguna de mis neuronas, ya aburrida, mire a su alrededor y decida
pegar un salto hacia alguna zona no explorada, hacia una conexión antes no
realizada, casi muy loca, pero distinta al fin, y entonces quizá se produzca
ese raro estallido que no destruye sino que ilumina, cuando la mente parece de
pronto abrirse y llenarse de pura luz
que por unos momentos me deja absorto, contemplativo, hasta que se larga a correr por un nuevo camino.
Reposo. Graciela María Casartelli |
Aunque soy
un hombre activo, no puedo negar el placer de siesta en el que mi quietud
interna parece acariciarme, seducirme
con el reposo vago de las ideas que giran como caídas en un estanque.
Por eso
hoy, este micro será nutrido con algunos sonidos que he guardado en el tiempo y
que nos hablarán de otras cosas.
En primer
lugar algo escrito por mí y luego volveremos a nuestro habitual modo de reflexión.
Hay horas
Hay horas, como esta, en que el
pecho parece haberse convertido en cálido establo donde se albergan trozos
pequeños, diminutos, casi apagados de un tenue dolor.
Carboncillos que apenas dan calor
y un rojo salpicado de gris. De tan pequeños casi no se sienten, y se van
hundiendo de a poco en la carne que los deja porque ellos también son su
presencia.
Son dolores que imagino de la
vejez, casi sin esperanza, o con una de muy corto andar.
El horizonte está demasiado cerca
para algunas cosas.
En estas horas no me atrevo a
pensar, no quiero saber. Ya sé demasiado.
No quiero enterarme que sus pasos,
que sus risas, que …..
No he querido cambiar tu piel por
el teclado, pero el teclado es lo posible.
…………………………………….
¡ESCUCHAD!
¡Escuchad!
Acaso, si las estrellas brillan,
¿es que hay a quien le haga falta?
¿Es que alguien quiere que estén?
Vladimir Maiakovski |
¿Es que alguien toma estas escupitinas por perlas?
Y a gritos,
entre polvaredas de mediodía,
se abre paso hacia dios,
teme que nadie le espere,
llora,
besa su mano nervuda,
ruega,
¡habrá por fuerza una estrella!
clama,
¡no aguantará este calvario a oscuras!
Y después
anda inquieto,
con expresión de calma.
Le dice a alguien:
«¿Acaso ya no tienes nada?
¿No da miedo?
¡¿Sí?!»
¡Escuchad!
Acaso, si las estrellas
brillan,
¿es que hay a quien le haga falta?
¡¿Es que es preciso
que cada vez que anochece
sobre los tejados
se encienda siquiera una estrella?!
Me sigo
preguntando como lo hizo nuestro poeta
Vladimir Maiakovskyi si es necesario que exista una estrella, que alguna poesía
se cuelgue de la voz o de una música y hagan canto, que los colores o las
formas pueblen paisajes. Es probable que a nadie haga falta, es probable que a
nadie le importe que estén, que su
desaparición, mañana, pase desapercibida
y que los miles en el centro de la ciudad sigan girando y al atardecer regresen
agotados a sus casas. Es probable que estos miles acostumbrados al pavimento, a
la aburrida mediocridad de los informativos televisivos ni siquiera se den
cuenta. Un día las estrellas se irán sin siquiera hacer ruido, no se apagarán,
se irán de improviso, todas juntas en un éxodo hacia el infinito.
Estos miles
regresarán en sus colectivos, bicicletas, en sus coches a sus casas , pero no,
ahora estoy seguro como ante una revelación, ahora sé que en algún lugar de sus
cerebros surgirá una inquietud,
molestia ingrata, que por sus
espaldas correrán escalosfríos y se mirarán
temiéndose como si fueran
desconocidos. Algo habrán perdido y no sabrán qué, buscarán en sus bolsillos,
revisarán su cuerpo y seguirán sin saber.
A la noche
estarán nerviosos, tendrán miedo y no querrán decirlo, estarán a la espera de
lo inminente imposible de ser detenido, pavoroso, temerán quedar en perpetuo
silencio, en puntos suspensivos.
Y no hay
nada más terrible que quedar-saberse un
espacio entre dos tiempos, apenas un lapso.
No podrán
tomar para sí nada, el deseo se habrá ido, ellos serán serán tránsito, camino
hacia el vacío entonces, para qué buscar, para qué desear, lo efímero será su tierra. No habrá espejos.
Es que es preciso
que cada vez que anochece
sobre los tejados
se encienda siquiera una estrella
Ellas son necesarias, son parte de nuestro centro, tenemos comunidad de esencia.
Acaso ¿no nos tranquiliza verlas? No
alcanza con saber, es necesario verlas, ver
que están ahí, quietas, apenas destellantes. Nos muestran la ilusión de lo estable en la ronda
de las horas y los días. Hoy están y mañana también y pasado y cuando no
aparezcan, esa noche, será el anuncio de la llegada inminente.
Necesitamos
ese apenas destello en el fondo oscuro para hacernos levantar la cabeza y mirar
hacia la profundidad, quizá por eso quienes que vivimos en las ciudades
llevamos un melancólico gris impregnado
en la mirada, en la piel y que no se quita por más marcas o modas que usemos,
porque el firmamento se nos retacea entre monstruos de cemento y poder ver
alguna vez la luna nueva es una invitación a la alegría.
Necesitamos
verlas para poder pensar en un más allá de nosotros mismos, más allá de las
rutinas, los quehaceres, las brumas, los rencores y poder perdernos en espacios
que imaginamos infinitos, plenos de silencios o de luces o de sonidos
celestiales.
¿Qué
seríamos sin las estrellas? ¿Qué
extraños cucos nos cercarían? ¿Qué agujeros imposibles de narrar brotarían en nuestras almas ahora
descoloridas?
Las
estrellas como la poesía, la música, las
palabras, las formas y colores, no son importantes, no son necesarias, son
fundamentales.
Ellas son fundamentales, son parte de nuestro centro, con ellas, tenemos comunidad
de esencia.
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